Читать книгу El Acontecer. Metafísica - Antonio Gallo Armosino S J - Страница 73
4.6 La nada del amor
ОглавлениеHay analogía entre el comer y el amar. El segundo sobresale de la actividad económica. El amor es caracterizado por un hambre inextinguible, esencial. Dar un beso a una persona amada es hacer un acto incompleto, es decirle más de lo que se expresa, es decirle que el amor no es solo eso, va más allá: «La positividad del amor está en su negatividad» (ibid., p. 66). El amor no se consume en un acto de amor. Una rama que alimenta una llama, no se extingue en el fuego, no se consume: «La emoción en el amor no precede la posesión, está en ella» (ibid., p. 79). En la comparación con el deseo de comer, el alimento es el fin, el amor no es deseo de nada. El amor a otro es la dimensión sin objeto. La voluntad se tira a un porvenir ilimitado, vacío. Desear algo sin límites es un hambre que nace de todo el ser. Si se alcanza la satisfacción no es un ir más allá, sino un regreso sobre sí mismo; cae en el presente. No tiene nada que ver con la caída en la saciedad, como al colocar el amor en la categoría de lo económico, del apetito, de las necesidades. Al contrario, la estructura del objeto concuerda con el deseo, con esto caracteriza nuestro ser en el mundo. La nada del amor es ser en el mundo, es vivir con sinceridad. Y se opone a lo que no es mundo: a la forma, a la convención, a lo sobrepuesto.
El descubrimiento de lo que es vivir en el mundo reúne las formas más simples de cumplir con el deseo, con las actividades humanas e intelectuales... el mundo donde vivimos, nos movemos, nos expresamos, el de la vida diaria y de las grandes empresas. Vivir en el mundo es precisamente liberarse de las implicaciones del simple instinto de existir, de todos los instintos del yo, que nunca se quita su careta, y cuyas posturas son simples poses. Y solo puede ser liberado por el inconsciente que hace brotar la sinceridad. Vivir en el mundo es ir simplemente a lo deseable y tomarlo por sí mismo, en cuanto ofrece la posibilidad del deseo y de la sinceridad. Este regreso a las cosas del mundo nos abre a la totalidad de la existencia; en cuanto a los actos, hemos recorrido los estadios intermedios, que separan este «acto» de la simple preocupación del existir. Es el eterno retomo de lo mismo, donde puede haber satisfacción y también confesión: «Este círculo es “el mundo”» (ibid., p. 88).