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Ni crema ni nata

Con un poco de miedo, Lu Moreno, directora de marketing de Statement, la firma de maquillaje más influyente del momento, miraba a ese variopinto grupo de personajes que tenía al frente. Los escrutaba, uno a uno, como para “darles el golpe”. Alrededor suyo, los individuos reían y bromeaban entre ellos, pero, sin quitar ni por un momento la vista de sus celulares. Escasamente se miraban entre sí y, cuando lo hacían, era a través de la cámara de video del teléfono; les encantaba filmarse los unos a los otros, para preguntarse, en voz en off o en modo selfie, qué era lo que estaban haciendo ahí. Se trataba de los bloggers e influencers de moda y belleza más importantes del país, convocados para el lanzamiento de Cruise, la nueva colección de maquillaje de la firma.

—A ver, Esteban: dinos dónde estamos —dijo un joven youtuber al reconocido Esteban P (@esteban_dido, 900k seguidores), un influencer multimedia famoso por cobrar grandes sumas no sólo por sus publicaciones, sino por su mera presencia en cualquier evento. Famoso también por quitarse el apellido Pérez y dejar sólo la “P” para no sonar a uno del montón.

—Pues estamos en el desayuno de Esteimen, la supermarca de cosméticos que nos va a presentar su nueva colección —dijo mirando a la cámara y con una seriedad como si lo estuviera filmando Spielberg.

El youtuber, ya metido en su papel de entrevistador, prosiguió:

—¿Y piensas usar alguno de los productos que presenten hoy?

—Pues si hay billete de por medio, por supuesto —dijo con una risa absolutamente falsa.

—¿Tú te maquillas?

—¡Ay, niño, ya, que se me enfrían los huevos! Sí, sí me maquillo, y tú también deberías: es divine —y con un gesto tan ensayado como su risa, hizo a un lado el teléfono de su vecino. Cómo detesto que me sienten junto a los beginners. No tienen ni idea de lo que hacen, pensó.

—Eres un pesado. Bájale ya al estrellato —le dijeron, en broma y no, dos gemelas que estaban sentadas frente a él: Miriam y Marian Mendoza Meneses, que se hacían llamar las Igualitas (@igualitas, 550k). Ambas tenían un canal de YouTube —linkeado a su cuenta de Instagram— donde hacían el ya famoso “Do & Don’t” de moda; una decía lo que se debería hacer y la otra lo contrario. Los otros bloggers se burlaban de ellas porque sus consejos nunca se basaban en reglas o conocimiento de moda, sino simplemente en lo que les salía de las narices; y ya podría ser la Sahariana de Yves Saint Laurent: si no les gustaba, para ellas estaba “out”.

En otro lado de la mesa, unos ojos oblicuos miraban también de un lado a otro a los asistentes. Era Wendy Wong, autora del blog Chinoiseries y de una muy visitada página en Instagram (@chinatumadre, 820K). Hija de chinos y nacida en Puebla, México, fue bulleada en su infancia y juventud hasta decir basta. El mote de “China Poblana” fue un lastre para ella hasta que se dio cuenta de que podía transformar aquella ofensa en un arma a su favor. Se convirtió en la porcelana del mundo de la moda, y su talento e inteligencia eran tan grandes como mala su actitud.

La Wong fue pasando con la mirada uno a uno a sus compañeros reafirmando los juicios preconcebidos que tenía de todos ellos. Por ejemplo, corroboraba su desprecio por las Igualitas porque consideraba que todo lo que escribían era incierto, impreciso y subjetivo. Y estaba segura de que a nadie le importaba un pepino la opinión de esas mermadas mentales. Las apodaba las “Mentirosisters”. Una vez juzgadas y condenadas, la Wong siguió con La Carola, una blogger transgénero que en su Instagram (@princesscarola, 380K) mostraba fotos y daba tips para orientar a drags, transgéneros y mujeres corpulentas a sacarse el mejor partido posible. La Wong se refería a ella como Carlos, su nombre previo al cambio de sexo, y, por ello, La Carola no podía verla ni en pintura. Y no es que tuviera nada en contra de ella, simplemente pensaba que el cambiarse de sexo no la hacía una influencer sino una oportunista. Juzgada. Su siguiente víctima fue GoGorila (@papitoGoGorila, 450K), un youtuber de moda masculina que, paradójicamente, casi nunca subía fotos suyas vestido: se fotografiaba al lado, encima o debajo de la ropa, pero su cuerpo en pelotas era el foco de todas sus publicaciones. La Wong, por supuesto, pensaba que lo suyo no tenía nada que ver con la moda y no sólo lo consideraba igual de oportunista que La Carola sino que además era escoria. Así de simple. Su juicio al resto de los comensales se vio interrumpido por un mesero que, accidentalmente, le tiró un poco de café en la manga.

—Ten cuidado, indio —le dijo.

En voz baja, La Carola, sorprendida, preguntó a GoGorila:

—¿Acaba de llamar indio al mesero?

—Sí, con todas sus letras —dijo GoGorila arrugando la nariz por el sorbo de café frío que acababa de llevarse a la boca.

—Pero qué se habrá creído esta mujer… ¿Indio? ¡Pero si es china, la muy imbécil! Digo, el indio tendría más derecho a estar aquí, creo yo…

—Bueno, ella es poblana…

—Okey, pero eso no le da derecho a sobajar a nadie. Se cree superior por ser exótica. Y encima es homófoba, la desgraciada. Todo tiene para caerme en el hígado.

—Ni le hagas caso. A nadie le importan los cerebritos y menos en la moda —dijo GoGorila mientras se asomaba dentro de su camisa para verse los pectorales—. Hace frío, ¿no? Tengo los pezones tan duros que podrías colgarte de ellos.

La Carola se puso calentorra. Vaya que le gustaría colgarse de los pezones de GoGorila y muchas otras cosas. Morderle esas nalgas tan respingonas en las que podría poner una taza de café y no se derramaría ni una gota. Pero suspiró resignada sabiendo que “esas pulgas nunca brincarían en su petate”. No tenía nada que ver con que ella fuera trans, porque de buena fuente sabía que GoGo se tiraba a todo lo que se le ponía enfrente; de hecho, su grito de guerra era: “En la guerra y el amor, cualquier hoyo es trinchera”. La razón por la que aquella bestia sexy no caería en sus redes era porque estaba perdidamente enamorado de Lilian Martínez (@lilim, 700k), una influencer millonaria y guapa, cuyo único trabajo en la vida era subir fotos a su Instagram de lo que se ponía todos los días: ropa maravillosa y accesorios de sueño que La Carola no podía permitirse porque costaban lo mismo que un coche. Pero sentía un poco de lástima por ella: hacía un par de semanas se le habían caído mas de 400 mil seguidores por culpa de un video infiltrado en YouTube donde, con cámara escondida, la habían grabado llamando a sus seguidores “mugrosos y muertos de hambre”. Fue una versión tercermundista de lo que le paso a Dolce & Gabbana en Shanghái. Por una indiscreción, la muy cretina dejó de pertenecer a la élite de los influencers con más de un millón de seguidores. La Carola siempre había tenido algo claro: nunca hay que morder la mano que te da de comer… y menos la que te da “likes”.

—No entiendo por qué nos bullearon tanto los otros invitados al viaje, wey, si estábamos trabajando —dijo Lilian alargando ad infinitum la “e” de wey.

—Nos pasamos de listos, Lilian. De la peda que nos pusimos hasta se nos olvidó ir al desfile. No nos hagamos tontos. Seguro que los de Gucci no nos vuelven a invitar a nada.

—Nah. No se lo pueden permitir. Tú eres Willy Rojo, papá (@willyred, 750k), y yo soy quien soy —dijo Lilian, sacando de su Kelly de Hermès un lipstick nude, con el que se retocó los labios—. Lo que les interesa es que los saquemos en nuestras redes. Si vamos o no a los eventos, les vale pito. Créeme. Ir a los eventos es para los matados, para los uncool. Para los viejitos que quedan de la prensa escrita. Y además, el desfile de Alessandro Michele estuvo súper friki. Yo ya no entiendo a Gucci —y ambos estallaron en carcajadas.

Lu Moreno decidió llamar la atención de los presentes golpeando, quizá demasiado fuerte, un cuchillo contra un vaso de cristal. Miró cómo lentamente iban guardando silencio. Sorprendió a Lilian señalando su cabello mientras decía algo a Willy por lo bajo, y ambos rieron mustios. Se dio cuenta de que la ricachona estaba criticando su tinte, y lamentó no haberse tomado el tiempo para ir al salón de belleza el día anterior, más aún sabiendo que esa mañana se enfrentaría a esta jauría.

—Muy buenos días a todos. En Statement Cosmetics nos sentimos honrados de contar con ustedes esta mañana para presenciar el lanzamiento de nuestra nueva línea de maquillaje. Estamos muy felices de tener a la crema y nata de los influencers y bloggers de moda y belleza con nosotros. Aunque a decir verdad, ni crema ni nata, porque nadie toma lácteos ni gluten —dijo con una risita tonta. Algunos se rieron de la broma, los únicos que la entendieron, probablemente—. Esta colección —prosiguió— es muy importante para nosotros porque es la primera vez que…

Un ajetreo no la dejó continuar. Una hostess, que trataba de detener a una mujer que se precipitaba al salón, interrumpió su presentación.

—¿Cómo que no tengo lugar? ¡Soy la directora de Couture! —dijo Claudine mientras entraba arrebatada en el lugar. Se detuvo y después de un rápido scan a los invitados exclamó con una mueca—: ¡Ay, perdón! No sabía que este evento era para los de digital —y, tras un instante de mirar el cuadro como si se tratara de un comedor para indigentes, se sentó majestuosa en una silla que un mesero raudo ya había colocado en la mesa y saludó sin mucha conciencia de sí—: Buenos días a todos.

—Bienvenida, Claudine —dijo Lu—. Perdona, no te esperábamos ahora porque la prensa está invitada a la cena de gala por la noche —y de inmediato, sintió que miradas matadoras se le clavaban con disgusto. Pronto se dio cuenta de su metedura de pata, y cambió el tema de inmediato—. Pero no importa, es exactamente lo mismo. Bienvenida.

—¿Lo mismo? —dijo por lo bajo una de las Igualitas a La Carola—. A nosotros nos traen a un desayuno meado y “a la prensa” —dijo, entrecomillando con los dedos— la llevan a una cena de gala. Vaya mierda.

La presentación transcurrió entre pases de diapositivas y la proyección del comercial de TV que apoyaría la campaña. Los cafés siguieron llegando y los croissants, desapareciendo. A estas alturas, los teléfonos celulares habían recuperado la atención de muchos de sus dueños y Claudine supo que era el momento de irse y se puso de pie para enfilar hacia la salida. Y como suele pasar en este tipo de eventos, cuando el primer invitado se levanta de la mesa, los demás hacen lo propio casi al unísono. La anfitriona se acercó a la puerta para despedirlos y hacerles entrega de su regalo y su dossier de prensa. Claudine lo agradeció y se despidió de Lu. Wendy, que había sido la siguiente, se acercó hasta ella y con una mueca más que una sonrisa, le dijo:

—Vaya, la nueva directora de Couture. ¡Muchas felicidades! Tienes unos zapatos muy grandes que llenar.

Puta china monstruosa. Ojos de alcancía. ¿Quién te está preguntando nada?

—Sí, Helena hizo un gran trabajo, pero ya era tiempo de inyectar sangre nueva a la revista. Al fin y al cabo, la moda es eso: novedad.

—Eso y muchas otras cosas. Pero seguro que lo harás muy bien —dijo Wendy con jiribilla.

—Ya lo estoy haciendo —respondió Claudine, mientras sacaba los lentes oscuros de su bolsa de Balenciaga y se apresuraba a salir de ahí. Pero huir no iba a ser tan fácil: Lilian y Willy le salieron al paso. Querían saberlo todo.

—¡Babe! —dijo Lilian dándole dos besos al aire—. ¡Cuéntame, por favor! —y la jaló a un lugar más privado para seguir disparando—. ¿Es verdad que sacaron a Helena de la editorial con policía y todo? ¡Ay, qué vergüenza! La pobre. La corren y encima la tratan como una criminal.

—Yo escuché que fue ella quien renunció, ¿o no? —preguntó Willy. Siempre había sido fan de Helena.

—Bueno, ésa es la historia oficial, Willy darling, pero, aquí entre nos, sí la corrieron y estuvo feo, la verdad. No sé qué hubiera hecho si me pasa a mí.

—Pero ¿cómo estuvo? Cuenta: no le decimos a nadie —insistió Lilian que, más que el ejercicio, eran los chismes los que la mantenían en forma.

—Es que ya estaba equivocándose mucho. La revista se estaba volviendo muy para señoras, tú me entiendes, ¿verdad? —dijo a Lilian sabiendo que era de las influencers mayores: andaba rondando ya los treinta. Ella se hizo la desentendida—. Y pues quisieron darle un toque más cool, orientado a social media y con marcas de moda más novedosas. Y ésa es la historia.

—Pobre mujer —dijo Lilian—. Seguro se habrá ido a una casa de retiro. A esa edad ni quién vaya a contratarla.

—Bueno, no la contratarán porque no le llegan al precio: una mujer con su experiencia debe ganar una millonada —dijo Willy.

—Supongo —dijo Claudine con una mueca. A ella no habían querido darle ni la mitad del sueldo que cobraba Helena—. Pero Helena fue una gran mentora y espero que le vaya bien en su retiro —continuó enseñando todos los dientes.

La Carola, que se aproximaba a ella para seguir sacándole la sopa, se quedó de piedra cuando Claudine, sin siquiera haberla saludado, le extendió la shopping bag con el regalo que acababan de darle.

—¿Quieres mi regalo, darling? Esta marca me saca granos. Bueno, nos vemos prontito —dijo con los labios en punta y mandando besos al aire—. Pero qué gente más fea —soltó Claudine cuando se marchaba a toda prisa y se llevaba de corbata a un mesero que pasaba por ahí—. Quita, pendejo —le espetó sin siquiera voltear a verlo.

El mesero, mientras se recomponía, la miró y repitió: “Sí, qué gente más fea”.

A Carmen siempre le había fascinado la arquitectura del edificio de AO. Desde el primer día que entró a trabajar a la editorial se sintió afortunada por trabajar en un sitio tan bonito. Ubicado en una alejada zona boscosa de la ciudad, era luminoso y hasta etéreo, gracias a sus paredes acristaladas y sus paredes azul pálido. Tenía incluso un aire celestial, aunque lo que sucedía día tras día en ese sitio podía ser cualquier cosa, menos divino. Uno de sus pasatiempos favoritos era mirar, cuando nadie la veía, las oficinas privadas de los grandes jefes. Ahí, metidos en esas peceras gigantescas, a veces olvidaban que estaban expuestos y ofrecían gratuitamente el mejor reality show del mundo: personas que lloraban, hablaban solas, comían a escondidas, se sacaban los mocos y hasta jugaban con su genitalia cuando creían que nadie los veía. Como los escritorios eran idénticos para todos, Carmen pensaba que aquello de las oficinas privadas era una tontería, porque, a fin de cuentas, todo estaba a la vista. La privacidad era bastante relativa.

Entre los elevadores y la redacción de Couture estaban las oficinas de unas seis o siete revistas, un recorrido relativamente largo. Por eso, cuando Claudine llegaba, tenía que anunciarlo a todo pulmón.

—¡Carmen, mi café!

Carmen salió de su ensimismamiento para sentir un escalofrío que le bajaba por la espalda. Ya llegó esta mujer, se dijo. No entendía por qué gritaba desde el momento en que ponía un pie fuera del elevador. Sus taconeos se fueron haciendo más recios y sintió un vacío en el estómago que comenzaba a preocuparla. Ya había tenido una úlcera antes, causada quizá por Helena, nunca lo supo bien a bien.

—Mándala a la mierda de una buena vez —dijo Eduardo, aproximándose a ella.

—No puedo, es mi jefa ahora.

—Es tan imbécil… no se da cuenta de que meterse a la cama con el maestro de ceremonias no la hace dueña del circo.

—Si por lo menos hubiera aprendido un poco de Helena, pero parece que quiere borrar todo vestigio de ella. Eso de usar parte del presupuesto editorial para redecorar la oficina es de las cosas más descabelladas que he visto desde que trabajo aquí.

—Y las que te quedan, Carmelita. Bueno, me largo, que ahí viene la perra esa —dijo Eduardo corriendo a su escritorio.

Sí, Claudine quiso borrar el paso de Helena por Couture. En el momento en que tomó posesión de la oficina de Helena, dijo en voz alta y clara: “¡Mi oficina, por fin!”, y de inmediato mandó bajar de la pared posterior al escritorio una enorme foto enmarcada del New Look 1947 de Dior. Para el equipo fue un sacrilegio, porque esa foto era parte de la personalidad de la redacción. Pero a Claudine le importó un pepino. Al día siguiente, mandó pintar las paredes de verde menta y trajo de su casa un cuadro de Lichtenstein, por supuesto, original. Adolfo pasó al día siguiente y cuando le dijo: “Cómo me gusta tu Lichte”, casi lo abofetea, porque pensó que le había hecho una broma en tono sexual. Cuando le aclaró que se refería al cuadro, Claudine se sonrojó, cosa que escasamente hacía. No: no sabía quién era el autor y muy probablemente su madre lo había comprado porque hacía juego con el tapiz de la sala.

Sin saludar a nadie, Claudine entró a su oficina y desde ahí, pegó otro grito:

—¡Eduardo!

Como si estuviera caminando al cadalso, Eduardo acudió a su llamado. Le dio los buenos días, aunque ya sabía de antemano que ella nunca le devolvía los saludos.

—Anoche estuve revisando la historia de moda que hiciste en Nueva York. Y no me gusta —dijo sin siquiera verlo.

—¿Qué es lo que no te gustó, Claudine? —preguntó Eduardo haciendo acopio de templanza.

—No sé. Nada. En general no me gustó.

—Me ayudaría mucho que fueras más específica…

—La modelo se ve rara.

—Pero fuiste tú quien insistió en contratarla. ¿No era la hija de una amiga tuya de Nueva York?

—Ah, sí. Dominica. Pues no sirve.

—No, no sirve, te lo dije desde que te empeñaste en usarla. Fue una pesadilla trabajar con ella, pero hicimos nuestro mejor esfuerzo y creo que la sesión se salva…

—A ver, alto ahí: no quiero sesiones salvadas ni planes B. Quiero maravillas que demuestren que ésta es una nueva era de la revista. Se acabó lo “medianito”.

Eduardo la vio con un odio que podía fulminarla. Pensaba que sólo era una puta mediocre y vulgar que se largaría de ese puesto en cuanto el jefe se diera cuenta de que hasta en la cama era una pendeja. Pero ni hablar: mientras eso sucedía, tenía que lidiar con esa pendeja le gustara o no.

—Te entiendo, Claudine, pero si quieres excelencia, debes escuchar a quien sabe un poco más de este negocio. El micromanagement puede ser peligroso, y aquí está la prueba. Te has metido en el trabajo de todos y, cuando las cosas no salen bien, nos culpas a nosotros. Dirige, da tu punto de vista. Di lo que quieres, pero no obstaculices nuestro trabajo. No si quieres hacer una revista bien hecha.

Con la cara roja como suela de Louboutin, le preguntó:

—¿Estás diciendo que no sé lo que hago?

—Sí, exacto, eso digo. ¿O me equivoco? Pero no tienes por qué saberlo. Eres nueva en el puesto y no tienes experiencia, pero eso no es malo: aprenderás porque eres muy lista, ya lo verás. Pero por ahora, deberías dejarnos tomar la última palabra, por tu propio bien. Y, sobre esta historia de Nueva York, ¿reshooteamos o… hacemos plan B? Piénsalo y me dices. Voy a mi lugar —dijo Eduardo, enseñando su dentadura, triunfante, y dejando tras de sí a una Claudine furiosa que no tuvo más remedio que descargar su rabia pidiendo a gritos su café, que Carmen trajo de inmediato.

¡Putísima, está ardiendo! ¡Pinche café! Lo hacen a propósito estos infelices. ¡Los voy a correr a todos! Pero, si los corro, ¿quién va a hacer la revista? No soy buena contratando gente. ¿Cómo se hará para reconocer el talento? Aquella chica que se vestía precioso que contraté para las redes sociales nos salió ladrona. A ella sí que la echaron con policías y todo porque se llevó los zapatos de Vuitton que iban a usar para unas fotos. Claro, dijo que fue un error, pero cero le creo. Ni modo: tengo que quedarme con esta caja de serpientes hasta que esté más fuerte en el puesto. Eso sí: por cabrones, voy a adjudicarme todo su trabajo. Ya me cansé de ser la buena del cuento.

—Claudine, te necesitan arriba para una reunión de emergencia con Adolfo y el equipo de ventas —dijo Carmen entrando a su oficina y bajándola de golpe a la tierra.

—¿Es muy importante que vaya? —dijo conteniendo un bostezo.

—Mucho. Adolfo pidió que subieras de inmediato.

De mala gana, Claudine obedeció. Cuando llegó a la sala de juntas, Anita, la directora del equipo de ventas y uno de sus ejecutivos, rumiaban algo que, dadas sus expresiones, no debía ser nada bueno. El ambiente estaba tenso, pero Claudine no se daba por enterada. Mandó un saludo al aire que fue contestado con monosílabos sin entusiasmo. Tomó asiento en la cabecera porque ¿dónde más podía sentarse ella?, y siguió dándole a la pantalla de su teléfono. Arrugó la nariz al percibir un aroma raro y miró a su alrededor tratando de averiguar de dónde podía venir.

—Como que se les fue la mano con el Pinol cuando limpiaron aquí, ¿no?

—No, Claudine, es mi perfume —dijo Anita, entre molesta y avergonzada.

Salvando la situación, Adolfo entró a la sala como un torbellino rechinando los dientes. Claudine, a pesar de conocerlo poco, sabía que hacía eso cada vez que estaba que se lo llevaban los demonios. Pensó que seguramente los de ventas habían hecho una idiotez que ella tendría que resolver. Suspiró.

—Hola a todos. Perdón por la premura, pero tengo que tratar con ustedes un tema delicado. Anita, aquí presente, recibió una llamada que nos ha inquietado muchísimo.

—Sí —dijo Anita—, acabo de hablar con el director general de Statement Cosmetics que, como saben, es uno de nuestros anunciantes más potentes —respiró profundo para luego continuar—. Me dijo que va retirar por completo la pauta publicitaria de Couture y de todas las revistas de la editorial porque la directora de una publicación de esta casa le faltó al respeto a su compañía esta mañana.

¿Cuántos likes tiene la foto de la ridícula esta de Lilian, setecientos ochenta? ¡Ah, claro, ya vi! Los views van creciendo por segundos. Son likes comprados. Ya decía yo. Ya va de salida. Por bruta y por chismosa. Además esos zapatos de Fendi son de la temporada pasada. ¿Pues, no que tan millonaria? Nena, cómprate zapatos de temporada, no seas naca…

Al sentir la mirada quemadora de Adolfo, escondió el teléfono bajo la mesa de inmediato.

—Ay, qué cosa —dijo Claudine.

—¿Qué cosa con qué Claudine? ¿Estabas escuchando? —dijo Adolfo.

—Perdón, era una cosa urgente de trabajo.

—Decíamos que una directora de esta editorial es responsable de que nos quiten la pauta de Statement —resumió Anita.

—¿En serio? ¿Quién? —preguntó Claudine, intrigada.

—Tú —dijo Adolfo, rechinando tanto los dientes que incluso sintió cómo uno se despostillaba.

—¿Yo?

—Sí, tú. En el desayuno de hoy dijiste que sus productos te sacan granos —dijo Anita inquisitivamente.

Mierda. Mierda. Mierda. Seguro la cabrona invertida de La Carola fue con el chisme. Si una mujer de verdad no es de fiar, mucho menos una ficticia.

—Una de las cosas por las que ocupas este puesto —dijo Adolfo— es por tu buena imagen y porque eres buena con las relaciones públicas. O eras.

—Pero nadie me escuchó, se lo dije a una blogger a la que regalé mis productos, porque es cierto: sus productos me sacan granos.

—Como si te dieran lepra, Claudine. ¡Carajo! Haberte callado el comentario. Sales de ahí con una sonrisa y luego tiras los productos al escusado si quieres. ¿Qué estabas pensando? Escúchame: no sé qué vas a hacer, arrodillarte o ponerte de cabeza, me da igual, pero tienes que traer de vuelta a este cliente. Con lo que estamos viviendo ahora mismo no podemos darnos el lujo de perder una cuenta como ésa. Y menos por una pendejada.

No llores. No llores…

—Lo voy a arreglar, Adolfo, te lo prometo.

—Eso espero. Lo quiero resuelto para el viernes.

—Tenemos otro tema que quisiéramos tratar, Adolfo —dijo Anita mirando de reojo a la acusada—. Ésta es la maqueta del Couture del próximo mes y no hay apoyo para los anunciantes. Y no está programado tampoco el editorial que hicimos con Dior en Nueva York.

Adolfo tomó su celular y marcó un número. “Que suba Eduardo”, dijo imperativo. Anita miró de reojo a los otros y se tronó los dedos de las manos empapadas de sudor. Nadie dijo ni pío. El aire —y otras cosas— podía cortarse con cuchillo en ese momento. Eduardo entró a la sala de juntas y, al notar el ambiente, sólo masculló un saludo que, de antemano, sabía que no sería respondido. Se dispuso a recibir el golpe.

—Eduardo, me está diciendo el departamento de ventas que no hay apoyos para los anunciantes en este número. ¿Me puedes explicar por qué? —inquirió Adolfo.

—Creo que Claudine puede explicarlo mejor…

—Pero te estoy preguntando a ti.

—Hicimos el shooting en Nueva York, pero a Claudine no le gustó —dijo Eduardo, tragando saliva.

—Es que no salió bien, no está a la altura de lo que queremos ahora de la revista. Y con respecto a los otros anunciantes… no sé qué decirte. ¿Sabes algo de esto, Eduardo? —dijo Claudine titubeante.

—Sí, claro —respondió Eduardo—. Son las marcas y notas editoriales que sacaste porque te parecían “una vulgaridad”.

—Pero debiste haberme dicho que eran apoyos.

—Te lo dije.

Adolfo, con riesgo de cargarse la dentadura, rechinó más los dientes y maldijo el momento en que se deshizo de Helena. Tenía que haberlo gestionado de otra forma y no cortándola de tajo del panorama. Ya presentía entonces que aquello tendría consecuencias, pero nunca se imaginó que fueran tan pronto y tan graves. Recordó que su madre le había dicho alguna vez: “A los jefes, a veces hay que hacerles como en el ‘Son de la negra’: decirles que sí, pero no decirles cuándo”. Por más presión que ejercieran sus superiores, tenía que haber planeado mejor su jugada. Ni hablar. Ahora sólo tenía unas ganas locas de darle un bofetón a Claudine… o dárselo a sí mismo por haberla contratado. Pero ya era muy tarde.

—Vas a tener que trabajar horas extra, Claudine. Esta maqueta es una porquería. Necesito que la arregles ya —dijo, arrojándola sobre la mesa.

—Es que es injusto, es mi primer número —dijo Claudine con los ojos húmedos.

—Por eso tiene que ser estupendo. ¿No te das cuenta? Es tu prestigio. De aquí puedes irte al cielo o estrellarte en el pavimento. Dijiste que eras capaz cuando te ofrecí el puesto. Demuéstramelo.

—Adolfo, me gustaría enseñarte algo —dijo Eduardo de pronto, extendiéndole su iPad.

—¿Qué es esto?

—Es la maqueta del número siguiente.

En la más pura escuela de Helena, Eduardo había armado perfectamente el número de la revista con todos los apoyos a anunciantes, los editoriales de moda exquisitamente diseñados, incluido el bendito shooting de Nueva York, pero con una variante: Eduardo había sido lo suficientemente hábil como para utilizar a la modelo que Helena había aprobado antes de irse; de modo que hizo de manera simultánea las fotos con ella y con la modelo inservible que Claudine había impuesto. Era el golpe maestro con el cual esperaba eliminar a Claudine… y quedarse él con su puesto. Ya lo había dicho por toda la editorial sin pudor alguno: quien merecía ser director de Couture era él. Él sí podía hacerlo. En el último año Helena había extremado sus precauciones con Eduardo, porque a pesar de ser un excelente profesional, su ambición desmedida lo hacía una persona en la que no se podía confiar plenamente. Y tenía toda la razón.

Adolfo revisó rápidamente la maqueta en el iPad y su rostro se relajó poco a poco. Los dientes dejaron de rechinar. Claudine, por otro lado, tenía los ojos como un cuadro surrealista por las formas insospechadas que había adquirido su maquillaje corrido. Miró directamente a Eduardo: por fin, todo ese odio escondido que le tenía salía a la luz. Si bien aquello era lo más rastrero que nadie le había hecho nunca, tuvo que admitir que el movimiento de Eduardo les había salvado el pellejo. A ella quién sabe, pero a la revista sí.

Ahora sí ya me jodí. Me van a correr y dónde voy a encontrar otro trabajo de este nivel. No llores, ya no llores. Y recuerda la próxima vez que vayas a Saks, compra maquillaje contra agua, a estas alturas ya deberías tenerlo claro. Eduardo es un hijo de la chingada, pero por idiota no me hice amiga de él. Le hubiera dado el avión y dejarlo que hiciera todo mientras yo me iba a los viajes y los eventos, que para eso soy la directora. ¿Me darán trabajo en Vogue? A lo mejor sí…

—Claudine, lleva esta maqueta a producción —dijo Adolfo decidido—. Eduardo: excelente trabajo. Impecable, como siempre.

Eduardo sonrió y, triunfante, miró con desprecio a Claudine. Estás acabada, bastarda, se decía, y en su cabeza reía a mandíbula batiente.

—Desafortunadamente —continuó Adolfo—, voy a tener que despedirte por haber actuado a espaldas de tu jefa. Es un enorme gesto de deslealtad, y en esta empresa no queremos gente así. Gracias a todos —y abandonó la sala de juntas como una ráfaga.

Mudo y boquiabierto, Eduardo preguntó a nadie en particular:

—¿Qué acaba de pasar?

—Que te acaban de despedir, manito —dijo Anita, diligente.

Todavía en shock, Eduardo se puso de pie y caminó hacia la puerta, pero Claudine lo detuvo.

—Eduardo, perdón, antes de que te vayas: ¿me podrías decir a dónde se lleva la maqueta a producción?

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