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Introducción.
Escultura barroca andaluza. De las grandes construcciones historiográficas a la diversidad de los microrrelatos

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Antonio Rafael Fernández Paradas

Si esta tierra es rica en manifestaciones artísticas de todos los periodos, casi con total seguridad uno de los productos estrella es la escultura “barroca”, y utilizamos el término barroco, no sin incumbir en error, de elevarnos sobre su enclave de temporalidad, para aludir a un arte cuyas claves sociales se han mantenido desde el siglo XVII hasta la actualidad, más que a unas meras características formales, que ha sabido reinventarse y crear nuevos lenguajes, formales, expresivos, creativos etc.

Probablemente sea en Andalucía, donde a lo largo de la Historia se hayan establecido las relaciones más “humanamente” posibles, entre esculturas y personas. Pocas comunidades han vivido a lo largo de los tiempos una historia de “amor” tan pasional y tan duradera. Pensarán los escépticos, que poco puede hacer una escultura de madera, piedra, barro, o cualquiera otro material. La realidad, es que aquí en Andalucía, las imágenes sagradas cumplen un papel activo en la sociedad, tienen voz y voto, convivimos con ellas, las visitamos, nos preocupamos por su estado de “salud”, y les pedimos que se preocupen por el nuestro, las consultamos, y escribimos sobre ellas.

En su afán por “poner orden”, en la Historia del Arte, los seres humanos, bajo su condición de investigadores y profesores universitarios, decidieron, en su convivencia diaria con las obras del arte escultórico, religioso, establecer dos grandes cajones desastres, en los que “guardar” cosas, y que designaron con el apelativo de “escuela”, la escuela sevillana de escultura barroca y la propia granadina. Curiosamente, crearon, perpetuaron y adoctrinaron a generaciones de nuevos investigadores y docentes bajo los preceptos de esas dos escuelas, inamovibles y con las quedaba sellada toda la realidad escultórica del basto territorio andaluz. Todo, durante mucho tiempo, y así sigue siéndolo, era “sevillano” o “granadino”. Curiosamente, se dio por sentado, que desde allí emanaba una serie de características que eran lo suficientemente amplias para justificar y atraer obras a uno u otro foco productivo. Nadie definió a qué aludía eso de una escuela artística, en este caso, una escuela escultórica. Tuvieron que venir desde Córdoba, para decirnos que allí nunca existió una escuela escultórica barroca, y cuáles eran las características que una población o área geográfica tenía que cumplir para que le pudiéramos asignar el término de escuela. Curiosamente, tanto Córdoba como Málaga, han encontrado en el siglo XXI la vía por medio de la cual han visto nacer sus propias escuelas de imagineros.

Sin obviar nunca el papel decisivo que han jugado Sevilla y Granada en la configuración de evolución de la historia de la escultura barroca andaluza, hoy en día, para un territorio que viene a ocupar prácticamente una tercera parte de la extensión del Reino al completo, se hace insostenible mantener con timón firme los grandes relatos historiográficos tradicionales. Andalucía es una realidad cultural, artística y geográfica compleja, situada estratégicamente, no en vano es el pie que sostiene Europa, la puerta hacia las Américas durante centurias, la frontera con las tierras africanas, una vasta extensión bañada por el mar Mediterráneo, y lo que ello conlleva, amén, de hacer frontera con Portugal. Parece evidente, que aquí las relaciones, referencias e interferencias, son mucho más complejas que lo que tradicionalmente se ha venido contando, y que necesitamos “nuevos” y “amplios” cajones para poder almacenar toda esa realidad histórico-artística que Andalucía custodia celosamente.

El conocimiento que actualmente tenemos del estado de la escultura barroca andaluza, es diferente al que había hace 15 o 20 años. Cada vez se conocen más nombres y más personalidades locales, constituyan escuela o no. El objetivo de esta publicación, es compilar y dar a conocer todos esos nuevos escultores que configuran el acervo barroco andaluz, sumando las reflexiones sobre los mismos a aquellas que ya teníamos sobre los escultores “tradicionales”, cuyas vidas, catálogo e historias también se han revisado y actualizado.

En torno a las dos grandes universidades andaluzas, la de Sevilla y la de Granada, se han construido los dos grandes relatos historiográficos a los que venimos haciendo referencia, en ellas se encuentran los principales investigadores, de ellas se promueven proyectos de investigación relacionados con la escultura y de ellas proceden la mayoría de las publicaciones que tienen que ver con el tema en cuestión. El resto de las universidades se han ido incorporando poco a poco a los estudios relacionados con la escultura barroca. En la actualidad, en prácticamente todos los departamentos de Historia del Arte de las universidades públicas y privadas andaluzas es un tema en continuo proceso de investigación, lo que esta conllevando una revisión de las teorías tradicionales y la reivindicación de nuevas áreas, figuras y focos productivos.

Tras Granada y Sevilla, Málaga es uno de los principales centros donde la escultura barroca ha sido objeto de investigación, en su doble vertiente, lo propia realidad malagueña y la otra historia que se da en la ciudad de Antequera y su amplísima área de influencia. Málaga tuvo varios intentos frustrados de tener su propia escuela escultórica, que nunca llegaron a cuajar. Inexplicablemente, el descubrimiento de la familia de los Asensio de la Cerda, sigue siendo duramente criticado y repudiado por amplios sectores de la historiografía andaluza, que también ha tenido a bien descalificar a la figura de Fernando Ortiz, algo de nuevo inexplicable, ya que nos encontramos ante una de las personalidades más importantes y de mejor calidad de su época.

Al carro de la historiografía de la escultura barroca andaluza, no solo se ha subido Antequera, sino que lo ha hecho por la puerta grande. Una de las grandes aportaciones de este libro, es ofrecer la primera historia de la escultura barroca de la escuela antequerana, y utilizamos el término escuela, con toda la propiedad del mundo, y así lo podrá comprobar el lector en las páginas pertinentes. Antequera y su realidad escultórica se nos muestran aquí como un motor artístico que alimentaba a buena parte del centro de Andalucía, artísticamente hablando. Fue una escuela autárquica donde por encima de todo, en el ámbito escultórico, predominó una gran calidad en las policromías que se aplicaban. Su nómina de escultores, es simplemente desorbitante.

Al referirnos a Cádiz, y sus aportaciones al arte de la escultura barroca, deberíamos utilizar el término “diversidad escultórica”, con toda propiedad, ya que el cúmulo de personalidades, tanto autóctonas como de nacionalidades diversas hacen de la capital gaditana una encrucijada de influencias difíciles de igualar. Desde hace ya algunos años, Cádiz ha ido tomando importancia en el panorama historiográfico andaluz, abogando por nuevos relatos que ponen de manifiesto que lo suyo fue también una “escuela” en toda regla. De esta manera, a las tradicionales únicas dos escuelas, la sevillana y la granadina, habría que añadir la genovesa, y la antequerana mencionada anteriormente. El caso de Cádiz, todavía muestra una realidad más compleja, ya que si bien existió un nutrido grupo de artistas foráneos, principalmente genoveses, pero también de otras nacionalidades, allí también nacieron, crecieron y trabajaron escultores locales que realizaron su singular aportación al arte escultórico. Otros llegaron de otros puntos de la geografía andaluza.

Situación semejante se produce en otras áreas de la provincia gaditana, por ejemplo en Jerez de la Frontera, cuya adscripción al arzobispado sevillano, tradicionalmente vino a negar su personalidad escultórica. Hoy en día son muchos los nombres y personalidades que vienen a reclamar su sitio en la Historia de Escultura Barroca.

El panorama de las otras cuatros provincias, es mucho menos claro que el que la historiografía ha trazado para Sevilla, Granada, Málaga, Antequera y Cádiz. Las realidades de Huelva, Córdoba, Jaén y Almería, están actualmente en proceso de estudio, y nos falta perspectiva e investigaciones para dislucir sus propias historias. Aún así, en la medida de lo posible, hemos pretendido que queden debidamente reflejados en el presente libro.

Durante siglos, Huelva permaneció circunscrita a la demarcación del Arzobispado Sevillano, igual que pasó con Jerez, lo que ha conllevado que se partiera del hecho de que todo lo que pasaba en aquellas tierras procediera de Sevilla y no se buscarán las realidades propias.

Córdoba, con su gran “barroco” distribuido a lo largo de su territorio, era de esperar que contara con una nutrida nómina de escultores, que poco a poco vamos descubriendo y cuyos catálogos de obras van creciendo y del que damos buena cuenta.

Jaén, con sus tres epicentros, Úbeda, Baeza, y la propia capital, presenta una situación similar a la de Córdoba, su historia apenas está esbozada, y el futuro, a buen seguro ira dando a conocer a nuevas personalidades.

Finalmente, Almería, muestra un panorama mucho más desmoralizador que todo lo mencionado. Prácticamente nada se sabe de su arte escultórico propio. Llegaron obras de otras escuelas, y como tales, se estudian en sus diferentes capítulos.

Escultura Barroca Andaluza. De las grandes construcciones historiográficas a la diversidad de los microrrelatos, es el segundo volumen de la trilogía, Escultura Barroca Española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la Sociedad del Conocimiento. El presente trabajo es una apuesta firme por aunar entre sus páginas un corpus de conocimiento que sea un reflejo, lo más profundo posible, de la diversidad de historias que en Andalucía tuvieron por protagonistas a imágenes que conviven con seres de carne y hueso desde hace siglos. Historias y relatos, que quieren ser nuevos y renovados, que sean propios de nuestra época, pero que también sean el reflejo de todas y cada una de las caras de la historia de la escultura barroca andaluza.

Antonio F. Paradas

En Málaga a 5 días del quinto mes del año 2016.

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