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Eros

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Debió despertarse a mitad de la madrugada. Pero quiso ignorar. La escalera comiéndose los pasos, el último ruido de la noche, tic, tic, tic ¿dónde el reloj? O el primero de la madrugada, ¿un teléfono? No, no el timbre del teléfono, no el reloj, era Bach desde uno de sus conciertos, no supo cuál, a esas horas las notas ejecutadas una a una; insistió en mirar el reloj, no está cerca, vendrán los vecinos. Se quejarán y con razón, no son horas, no sé qué hora pero es alguna de la madrugada y Bach repetido, cinco notas, una, otra, otra más hasta llegar a cinco.

Un intento: abrir los ojos. ¡Cuánta dificultad! Como si alguna araña insomne hubiese tejido hilos finísimos entre párpado y párpado. Pasar la mano, frotar, restregar. ¡al fin! Primero mirada borrosa, luego un entorno delineándose. Encontrar esa hilera de vidrios de colores separando aposentos, bordes peligrosos, tantos vidrios de colores, mil tonos de azul y detrás la fuente, bordes afilados, la fuente que levanta el agua para luego derramarla, un sonido repetido y exacto, la fuente ¿o un teléfono? Podría ser un teléfono desvelado. O madrugador. Casi las cuatro de la mañana. El sueño, ¿por dónde se enredó? Y la pregunta girando desde siempre la pregunta mientras su cuerpo insiste en buscar el sueño, mejor cerrar los ojos, mejor alejarse al mundo desconocido del sueño. No apagaron las luces ¿hasta cuándo? Las luces, madrugada, violín, un teléfono, la fuente, el sueño evadiendo, los pájaros y el cuerpo desde la hora de otro insomnio que se va poblando de placer recordando la inteligencia de su lengua para acomodarse a su beso, el olor, la mano que caminó despacio por su piel, la mano que fue tacto dulce sobre la amargura de su piel, de su nuca, su cuello, por la redonda suavidad del vientre, por el largo camino de sus muslos y no fue necesaria otra caricia, y no fue necesaria otra presencia, a puro recuerdo se le llenó el pubis con el simple contacto de su cama y creció hasta que fue, la madrugada, Bach en cinco notas, los pájaros, la fuente, el cuerpo, el cuerpo desde el pubis que se fue entibiando, respondiendo a la pregunta, respondiendo a la impronta del deseo.

Un éxtasis de ausencia para llenar de rumores todo el cuerpo.

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