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LEA y los Estados Unidos

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La historia de las relaciones entre México y Estados Unidos ha sido siempre compleja, y la falta de comunicación, así como la comunicación fallida, muy frecuentes.14

El origen de las ideas fijas y prejuicios que permean la relación entre México y Estados Unidos es antiguo. Se remonta al siglo xvi, a las confrontaciones entre españoles e ingleses, y a su participación en los bloques católico o protestante.15 Desde que México se independizó de España, la relación de nuestro país con Estados Unidos tomó aun más importancia en todos los ámbitos internacionales. En efecto, no sólo adquirió una calidad vital sino que, además, el choque con los estadounidenses engendró parte de la conciencia nacional.16

El siglo xix fue testigo de la pérdida de la mitad del territorio mexicano a manos de Estados Unidos, y el trauma habría de subsistir por mucho tiempo como una amenaza a la integridad nacional. Incluso durante la época que nos ocupa, Echeverría mencionó el tema frente al embajador de Estados Unidos en México. Afirmó que “no había sido fácil vivir tan cerca de la mayor potencia económica, nuclear y comercial del mundo”, y que “México había perdido la mitad de su territorio en una guerra injusta”.17

Sin embargo, al finalizar el siglo xix comenzó cierta cordialidad, la cual propició y permitió el desarrollo de la inversión estadounidense en México y el comercio entre las dos naciones.18 No obstante, el paréntesis de la Revolución mexicana fue una etapa conflictiva y difícil que afectó los intereses económicos y políticos estadounidenses.

Desde el principio del siglo xx, Estados Unidos consideró que le era muy importante la estabilidad política interna de México. A México y Estados Unidos los separaba una frontera grande y desmilitarizada que requería orden y disciplina social. Con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial, México adquirió un valor estratégico aún mayor. Su vecindad geográfica lo podía convertir en una zona vulnerable o en un aliado que cubriera la frontera sur del país. Además, México era una fuente básica de materia prima.

Cuando México entró en la guerra en junio de 1942, durante la presidencia de Manuel Ávila Camacho, por primera vez México y Estados Unidos se volvieron aliados en la escena internacional. Fue una alianza con fricciones y contradicciones19, sin embargo, de 1942 a 1945 la confrontación se transformó en una cooperación relativamente cercana.20 Fue una época en la que los intereses nacionales de ambos países coincidieron.

Es importante destacar que este acercamiento se dio únicamente entre gobiernos. A pesar de que la propaganda mexicana y norteamericana trató de diluir el antiamericanismo mexicano,21 éste persistió, e incluso fue correspondido por algunos sectores de la población estadounidense. Más aún, a medida que la guerra se aproximó a su fin, la identificación de propósitos entre los dos países terminó también. Cuando se inició la posguerra y con ella la Guerra Fría, resultó evidente que la alianza entre México y Estados Unidos había sido más circunstancial que estructural.22 Aun así, desde que México y Estados Unidos participaron en la guerra aliados contra el Eje no volvieron a darse conflictos graves, pese a desacuerdos y divergencias ocasionales.23 México se esforzó en mantener buenas relaciones con el país vecino, pues estaba consciente de su dependencia económica, y por ello los funcionarios gubernamentales trataron de evitar confrontaciones ideológicas.24

Una vez terminado el conflicto armado, el gobierno de Estados Unidos decidió que si los países latinoamericanos necesitaban capital y tecnología estadounidense, los debían obtener mediante la inversión privada desde Estados Unidos y no a través de préstamos y transferencias entre organismos gubernamentales, como sucedió durante la guerra. Este nuevo enfoque implicó que los mexicanos debían construir y mantener un ambiente propicio que atrajera a los inversionistas estadounidenses.25 Lo mismo podía decirse acerca del turismo de Estados Unidos.

Por su parte, en términos generales la política exterior de México se basó en argumentaciones jurídicas y se expresó en acciones gubernamentales de carácter diplomático, ambas sin grandes consecuencias prácticas. Sin embargo, a partir de 1970 el perfil de la política exterior mexicana se modificó, tanto en su relevancia dentro de las tareas del gobierno, como en su participación en algunos de los asuntos políticos más importantes de la época. En contraste con la pasividad relativa anterior, se incrementó notoriamente el activismo diplomático.26 Parte de este nuevo impulso consistió precisamente en diversificar las relaciones internacionales políticas y económicas, hasta entonces casi totalmente concentradas en Estados Unidos.27

Indudablemente, el sexenio de Echeverría vivió una etapa difícil en cuanto a sus relaciones con el vecino del norte. Como lo señaló Henry Kissinger, México es el país latinoamericano con mayor ambivalencia hacia Estados Unidos, quizá por su proximidad, misma que lo ha obligado a tener una relación geográfica, económica e histórica muy íntima.28 Si bien la cercanía con Estados Unidos también tiene sus ventajas, el régimen de Echeverría se sintió oprimido por la vecindad. Como lo declaró Francisco Xavier Alejo, secretario de patrimonio nacional: “Es como vivir junto a un elefante, siempre a su sombra”.29

La lucha contra los estupefacientes es un ejemplo de la complejidad de estas relaciones. Uno de los resultados no deseados de esta cooperación fue el aumento dramático de estadounidenses, principalmente jóvenes, en cárceles mexicanas.

En efecto, a partir de enero de 1975 el total de ciudadanos de Estados Unidos detenidos en cárceles mexicanas se disparó de 50 a más de 550. Los periódicos estadounidenses citaban reportes del Departamento de Estado de Estados Unidos según los cuales se extorsionaba y abusaba de los reclusos estadounidenses. Afirmaron que la mayoría de aquellos presos había recibido sentencias de siete años de manera automática. Se formaron grupos de padres para presionar al Congreso, al Departamento de Estado y al presidente de Estados Unidos para que intercediera. Algunos incluso solicitaron que Estados Unidos invadiera México y recuperara a sus hijos.30

La revisión de los cables entre el embajador de Estados Unidos en México y el Departamento de Estado demuestra que el tema surgía constantemente en las relaciones bilaterales.31

Además de la lucha contra los narcóticos, eran muchas las cuestiones pendientes entre México y Estados Unidos que complicaron sus relaciones en el sexenio de Echeverría. Entre ellas, las restricciones comerciales recién impuestas por Estados Unidos, la balanza comercial entre los países, la Carta de los Derechos y Deberes de las Naciones por la que Echeverría tanto luchó, el Nuevo Orden Internacional que Echeverría proponía para el ámbito económico, los inmigrantes ilegales mexicanos y la extensión de la costa nacional económica de 200 millas.

Los asuntos mencionados surgen con frecuencia en el estudio de las comunicaciones entre la embajada de Estados Unidos en México y el Departamento de Estado, y muestran cómo la profusión de conflictos propició que la tensión entre ambas naciones fuera palpable. Un ejemplo de ello es la respuesta que recibió el embajador de México en Estados Unidos, Juan José de Olloqui y Labastida, cuando se comunicó al Departamento de Estado en septiembre de 1975 para informar que Luis Echeverría estaría en Nueva York a principios de octubre y querría cenar con Kissinger. El subsecretario Ingersoll respondió que el secretario “estaba muy ocupado” y no tenía tiempo para verse con el presidente mexicano.32

El embajador de Estados Unidos en México durante la época que nos ocupa fue Joseph John Jova, quien presentó sus credenciales a Echeverría en enero de 1974 y permaneció en México hasta febrero de 1977. Anteriormente había sido embajador en Honduras y representante ante la oea.33

Antes de viajar a México para ocupar el puesto, un representante de la cia habló con Jova y le sugirió que siguiera la pauta marcada por su predecesor Thomas C. Mann en la década de los años sesenta. Mann escribió: “Yo nunca voy a ver al presidente personalmente, dejo al jefe de estación de la cia que se ocupe de todos los tratos con él”. Jova no se intimidó y afirmó que esa dinámica quizás había tenido sentido en otra época, pero que si él tenía algo que decir a Echeverría probablemente debía buscarlo sin intermediarios, y así lo hizo, pues el primer mandatario mexicano recibió a Jova cada vez que éste lo pidió.34

A pesar del acceso directo que tuvo con Echeverría, Jova estaba consciente de que el presidente mexicano era una persona complicada. Le atribuía “una personalidad muy interesante y también muy aburrida, si es que ambas son posibles simultáneamente”.35 Los cables que Jova dirigió al Departamento de Estado muestran una inteligencia profunda y perspicaz, así como su comprensión de la realidad y la mentalidad mexicanas. Kissinger mismo tenía una excelente opinión de Jova, e incluso le envió en una ocasión un cable con el solo propósito de felicitarlo. El habitualmente parco secretario de Estado le agradeció por “el excelente informe presentado […] Este mensaje excepcionalmente analítico, oportuno, reflexivo y bien escrito, es precisamente el tipo de informe apreciado por el Departamento”.36

Aunque México llevaba décadas esforzándose, con éxito, en evitar confrontaciones con Estados Unidos, el embajador Jova sabía que la situación podía cambiar. Escribió al Departamento de Estado que los tecnócratas mexicanos tenían la mejor disposición para trabajar en conjunto con Estados Unidos, pero que eran “altamente susceptibles a las instrucciones de arriba y, si así lo ordenara el presidente Echeverría, podían transformarse en un santiamén para ser una piedra en el zapato”.37

Jova tenía una muy buena relación con Emilio Rabasa, secretario de relaciones exteriores, y también con el ex presidente Miguel Alemán. Con ambos logró establecer una comunicación franca y abierta, y sus cables al Departamento de Estado son prueba de ello.

Jova desarrolló una relación personal cálida también con el presidente Echeverría. Años más tarde Jova recordó cuando tuvo “un problema familiar muy grave y [Echeverría] vino personalmente a la residencia para hablar conmigo y expresar sus condolencias y ofrecer ayuda. Esto fue algo muy inusual”.38 Sin embargo, era difícil lograr una comunicación fluida, pues su estilo personal ambiguo con frecuencia resultaba impenetrable, de lo cual Jova se lamentó más de una vez en sus cables al Departamento de Estado.39 Dado el control individual que el presidente ejerce sobre la política exterior de México –escribió el embajador Jova–, las líneas de acción son difíciles de entender y resulta complicado percibir qué es lo que las motiva.40 Aunado a ello, el estilo oratorio de Echeverría dificultaba la comprensión. El embajador Jova escribió incluso que su “estilo improvisado se acerca, a veces, a la incoherencia”.41

En cuanto al sentir popular, en la época que nos ocupa había un marcado rechazo a los Estados Unidos. En un reporte de 1973 se escribió al respecto que “hay una fuerte corriente de antiamericanismo en todo México [...] los estudiantes [de la Universidad de México] son, en general, hostiles hacia los Estados Unidos, sienten que tenemos el dominio económico sobre México y que somos fuertemente imperialistas”.42

Sirva para ilustrarlo que en los juegos panamericanos, que tuvieron lugar en México en octubre de 1975, hubo silbidos y burlas frecuentes a los participantes estadounidenses. Los periódicos de Estados Unidos mostraron fotos del atleta Larry Young con cara y ademán descortés, respondiendo al abucheo del que fue víctima cuando recibió la medalla de bronce por la competencia en caminata.43

Kissinger reconocía que había altibajos en la relación con México, pero afirmó que éstos casi nunca llegaban al punto de verdadera confrontación, porque tanto Echeverría como Rabasa “conocían los límites de la retórica y los imperativos de lo práctico”.

Sin embargo, en los foros internacionales la actitud era otra. El voto de México contra el sionismo no estuvo inspirado en una convicción intelectual, sino en “el deseo de demostrar que Washington distaba de tener en la bolsa al gobierno de Echeverría”.44 Al apoyar al bloque árabe y soviético, pensaron algunos observadores, la intención había sido agredir a Estados Unidos, pero sin afrontarlo directamente, porque México necesitaba su ayuda económica.45

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