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/ CAPÍTULO 1

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NECESITABA SER UN HÉROE

Lo que viví y que voy a contar a continuación se lo debo a una persona en particular: Gladys Hungerton. Ella, de quien estaba profundamente enamorado, me empujó a esta aventura. Todo comenzó el día en que, por fin, me decidí a confesarle mi amor… y me rechazó.

–Tengo el presentimiento de que te vas a declarar, Ned –me dijo–. Y preferiría que no lo hicieras. Nuestra amistad es tan linda… ¡Sería una lástima echarla a perder! ¿No ves qué importante es que un chico y una chica puedan hablar sinceramente, como nosotros?

–No, Gladys... Yo puedo hablar con... con el jefe de redacción de La Gaceta. –No me imagino por qué di este ejemplo absurdo, que nos hizo reír a los dos–. Pero a ti… a ti quiero abrazarte y quiero...

Al ver que me proponía hacer realidad mis deseos, ella saltó de su silla y se quejó:

–¡Qué pena, Ned! Lo arruinaste todo.

–No elijo lo que siento –me defendí–. ¡Es el amor!

–Pero yo no estoy enamorada. Nunca me he enamorado –aclaró, lamentablemente.

–¿Y por qué no puedes enamorarte de mí? ¿Es por mi aspecto?

–No es eso. Es por algo más profundo.

–¿Mi carácter? –le pregunté, cada vez más desesperado.

Ella asintió, volvió a sentarse y me explicó:

–Es que estoy enamorada de otro. No es alguien en particular, sino un hombre ideal.

–¿Y cómo es ese hombre? ¿Qué hace? Dime cómo te gustaría que fuese...

–Está bien –respondió, riéndose de mi pedido–. En primer lugar, mi hombre ideal no hablaría como tú. Él sería más recio, más indiferente. Y lo más importante: debería ser capaz de mirar a la muerte cara a cara, sin temer. Tendría que realizar actos realmente heroicos, para que sus hazañas se reflejaran en mí y me hicieran famosa.

Sus ideas eran extrañas, pero se la notaba convencida. Buscaba un héroe que fuera admirado y que, sobre todo, hiciera que el mundo admirara a su esposa.

–No todos podemos ser héroes –es lo que pude responder–. Ni se presentan oportunidades todos los días. Por lo menos, yo nunca las tuve.

–Sin embargo, las oportunidades están a nuestro alrededor. Y los hombres de los que te hablo las buscan. Hay muchos actos heroicos esperando. Los hombres deben realizarlos y las mujeres debemos recompensarlos con nuestro amor. Piensa en los grandes héroes de la historia. ¡Y en sus mujeres! ¡Cómo las habrán envidiado otras mujeres! Esto es lo que me gustaría: que me envidiaran por mi hombre. Por ejemplo, el mes pasado me comentaste lo de la explosión en la mina de carbón. ¿Por qué no bajaste para ayudar a esa gente, a pesar del peligro?

–Lo hice. No te lo dije porque no quería alardear.

Ella me miró con más interés.

–Fuiste valiente.

–Tuve que hacerlo. Si uno quiere escribir un buen reportaje, tiene que estar donde suceden las cosas.

–¿Bajaste a la mina sólo por el reportaje? ¡Qué materialista! Eso le quita todo el romanticismo. Supongo que soy una tonta, pero estoy convencida de que, si me caso, lo haré con un hombre famoso.

–¡Dame una oportunidad y la aprovecharé! –le rogué.

–¿Por qué no? –respondió.

–¿Y si llego a...?

Su mano se posó como tibio terciopelo sobre mis labios.

–Ni una palabra más. Vete. Hace media hora que deberías estar en el periódico. Algún día, cuando ganes tu lugar en el mundo, volveremos a hablar.

Y así fue cómo, aquella noche de noviembre, terminé persiguiendo el tranvía, con el corazón estallándome en el pecho y con la firme decisión de no dejar pasar ni un día sin intentar realizar una hazaña digna de mi dama.

Pero nadie en el mundo habría imaginado lo increíble que iba a ser esa hazaña, ni el extraño camino que me llevaría a realizarla.


El mundo perdido

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