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Mi historia y qué me llevó a escribir este libro
Mi afán por la salud y mi paso al triatlón: Un amor a primera vista
Desde temprana edad empecé a jugar al baloncesto y lo que al principio era una actividad extraescolar se convirtió en una pasión a la que dedicaba muchas horas del día. A lo largo de esos años de insistente dedicación sufrí innumerables lesiones musculares de los miembros inferiores e incapacitantes dolores de espalda a nivel lumbar. Por otro lado, y sin parecer que tuviese relación, sufría ardor, molestias gastrointestinales, gingivitis, aftas bucales, manchas en la piel, alergia al polen, a la fruta y a los frutos secos… A esto último no le daba excesiva importancia por considerarlos males menores para mi práctica deportiva, aunque no tan menores para mi día a día. Acudí a diferentes sitios, a muchos de ellos sin saber si mis quejas eran competencia suya, y nadie me facilitó una explicación clara de por qué me sucedía eso. Mucho menos me aportaban la clave para solucionarlo y prevenir futuras recaídas.
Sin duda, ver lo desnudo que estaba ante este tipo de problemas por la poca eficacia de los profesionales a los que acudí fue el detonante de mi pasión por la salud. Pensaba que este tipo de dolencias tendrían una respuesta y habría otra forma de atacarlas y ponerles fin. A día de hoy afirmo con rotundidad que sí, que esto es posible.
Cuando tenía 14 años, un médico me dijo que abandonase el deporte y me limitase a caminar el resto de mi vida, debido a la aparición de una hernia muscular en el hueco poplíteo que me mantuvo muchos meses con dolores intensos cada vez que intentaba realizar cualquier actividad física. Doy gracias de no haber hecho caso por aquel entonces, de haber buscado sin cesar a un profesional a la altura de lo que mi cuerpo requería y, sobre todo, de haber empezado a estudiar la anatomía humana para entender cómo funciona. Por ello, llevo tatuado en el gemelo izquierdo el símbolo del reto deportivo más exigente que me he planteado nunca: un triatlón de distancia Ironman.
Años después y recién llegado a Madrid con la carrera de fisioterapia bajo el brazo, decidí hacer cursos en diferentes ámbitos con el afán de saciar la necesidad de tener respuesta al mayor número de preguntas que pacientes y deportistas pudieran plantear. En este transcurso de tiempo, y por diferentes motivos, decidí dejar el baloncesto.
Fue una liberación en aquel momento, pero alguien que ha practicado deporte toda la vida siente la necesidad de seguir activo. Como siempre me había llamado la atención el triatlón por su exigencia y por parecerme el deporte más completo, decidí probar. En mi tierra, Galicia, es muy popular, y en mi pueblo, concretamente, se celebra una prueba del campeonato gallego por la que han pasado ilustres de este deporte, como Iván Raña y Gómez Noya cuando estaban en categorías inferiores.
Accedí a un equipo en Madrid en el que empecé a conocer todos los entresijos de este deporte. Saborear el nuevo reto de finalizar un triatlón, realizar actividad física al aire libre, conocer gente fabulosa… me enganchó y se produjo «un amor a primera vista».
A la par, y sin darme cuenta, empezó otro reto, que consiste en querer transmitir los conocimientos ligados a mi experiencia en el triatlón. He leído mucho sobre este deporte tan complejo. Un gran número de publicaciones están escritas por grandes deportistas o entrenadores que, centrándose puramente en el entrenamiento de las tres disciplinas, muestran unos conocimientos abrumadores. Sin embargo, y ahí creo que radica la importancia de este libro, descuidan otros aspectos que pueden significar el éxito o el fracaso. No quisiera parecer dramático, es solo una forma de hablar, pero creo que se le puede sacar mucho partido.
El triatlón, extremismos y consumismo de la mano
Solo hay dos cosas que no me gustan de este deporte. Por un lado, todo el consumismo que envuelve al material. Al principio, sobre todo si nunca has hecho bicicleta de carretera y no dispones de una, la inversión es muy grande. Lo más difícil es saber dónde colocar la barrera, porque parece que nunca se posee todo lo necesario y, mucho menos, de la calidad suficiente. No te dejes engañar, pues dista mucho de la realidad.
Agradezco haber contado con un presupuesto limitado para gastar en alta gama cuando empecé esta experiencia, porque seguramente hubiese invertido mucho más sin hacerme falta verdaderamente. Además, creo que de haber desembolsado 4.000 euros más mis resultados no hubiesen variado prácticamente nada.
No comparto lo que hace alguna gente que lleva un mes en este deporte y sin haber finalizado un solo triatlón o sin saber al menos si le gustará ya está equipado con el último Garmin y la mejor bici con sus correspondientes ruedas de perfil, por poner solo un par de ejemplos. Podría seguir con esa lista. El triatlón es un deporte que muchas veces no termina de enganchar o resulta muy exigente, y todo ese material acaba cogiendo polvo.
Sin embargo, no estoy criticando a la gente que va a la última porque así lo ha decidido y puede permitírselo. Critico a las marcas que te hacen creer que necesitas todo eso para practicar este deporte. Espero que se entienda bien lo que quiero decir, porque soy el primer enamorado de una buena bicicleta de contrarreloj y posiblemente algún día adquiera una.
A continuación expongo una idea aproximada de mi presupuesto para comprar material (básico) cuando empecé desde cero (tabla 1.1).
Tabla 1.1 Equipo básico para el triatleta principiante
Al presupuesto total aproximado (1.520 euros) habría que añadir las inscripciones del equipo (si vas a pertenecer a uno), la piscina, las competiciones y la ficha federativa; y, por otro lado, los arreglos de la bici, los suplementos nutricionales, etc. Tengo compañeros que tienen bicicletas espectaculares con un valor mucho mayor que todo este material junto.
En mi opinión, es un presupuesto ajustado, pero si tu intención es no gastarte mucho dinero (tarea complicada en el triatlón), porque no te lo puedes permitir o prefieres invertirlo en otra cosa, sé consciente de que también es posible afrontar grandes retos como un Ironman sin la última tecnología; yo llevo así tres años y he conseguido finalizar tres.
Comentaba al principio de este apartado que hay dos cosas que no me gustan de este deporte. Pues bien, tratada la primera, la segunda es el extremismo en el que caemos la mayoría de nosotros sin darnos cuenta.
Creo que muchos de los que llevan tiempo en esto me entenderán cuando diga lo siguiente. De nuevo es difícil colocar el límite en el número y la duración de los entrenamientos de cara a la preparación de un triatlón o un Ironman; incluso si estás supervisado por un entrenador, no es fácil establecer qué pauta debes seguir.
Es habitual quedarse en diversas ocasiones con la sensación de «no he recorrido los suficientes metros lo bastante rápido» o de «hoy no he tenido tiempo para doblar sesión». Es un continuo fluir de sentimientos de culpabilidad de este tipo; así que repito de nuevo: no caigas en eso. Disfruta del entrenamiento que tu horario te haya permitido hacer y no te culpes por no ir a casa con el cuerpo hecho papilla cada día.
Mi primer Ironman y por qué no he vuelto a preparar tal reto deportivo a ese coste
Os dejo un fragmento redactado al finalizar mi primer Ironman en Zúrich en 2013 y que viene a colación de lo que relataba antes.
Después de unos meses en el equipo, me encontraba en Granada de vacaciones con la que en aquel tiempo era mi pareja. Mientras esperábamos un autobús en un pueblo de la zona, ella entró en un quiosco y me enseñó una revista de triatlón diciendo: «Este es el triatlón más duro que hay». En la portada había una imagen que hacía alusión a un Ironman, una prueba desconocida por mí hasta ese momento. Soy un extremista para todo y desde ese instante ya tuve claro que por lo menos lo intentaría. Y a medida que me informaba más sobre la carrera y las historias de superación que en ella ocurrían simplemente me fascinó. Había encontrado el reto que necesitaba en el momento idóneo; pero mucho quedaba por remar.
No es la distancia adecuada para mi edad y tampoco para una persona que lleva tan poco tiempo en esto, pero me planteé siete meses de preparación con un medio Ironman, y así fue. Mil momentos buenos y malos, gente que empezó el camino a mi lado y no lo terminó, otros que aparecieron por casualidad en los baches difíciles y que invitaban a abandonar esta locura. Madrugones, entrenamientos de muchas horas en solitario, incompatibilidad con el trabajo y los estudios, vida social nula en ocasiones, fines de semana dedicados al deporte… En resumen, muchos sacrificios para algo que es única y exclusivamente por satisfacción personal y afán de superación. Muchas veces me he preguntado: «¿Realmente te merece la pena todo lo que estás dejando de lado?». Ya tengo la respuesta a esa pregunta que me rondaba por la cabeza en los traspiés que surgieron. De hecho, ya la tenía entonces, porque no hubiera sido capaz de lograrlo en caso contrario. La respuesta, sin dudarlo, era SÍ, ya no por el momento en el que cruzas la meta, sino porque echas la vista atrás y recuerdas todo lo bueno. Lo malo… ya te hizo fuerte en su momento.
Día de la prueba
Después de haber pasado prácticamente el día previo fuera del apartamento para dejar todo a punto en los boxes, nadar un poco en el lago y ver a unos amigos de Víctor (mi compañero de batalla), lo dejamos todo preparado, y después de cenar, a las diez de la noche, ya estaba entre las sábanas. Era necesario descansar porque lo que nos esperaba sería muy exigente.
A las cinco en punto de la mañana suena el despertador, aunque desde las tres tenía los ojos abiertos como platos. Después de una cena contundente, decido desayunar una barrita e ir al agua solo con eso. El taxi está en la puerta a las cinco y cuarto, y nos lleva hasta la carrera. Una vez allí, todavía a oscuras, la sensación es muy peculiar, todos ultimando detalles, muertos de nervios. Pocos son los que hablan. Una atmósfera de calma tensa nos envuelve. Ya nos dirigimos a la salida sin neopreno por notificación de la carrera y ahí es donde realmente te das cuenta de que «¡Esto empieza ya!». Me despido de mi hermano y ya me veo rodeado de cerca de 3.000 personas que seguramente habrán vivido muchas situaciones similares para estar ahí en ese momento. Cierro los ojos un instante y mil imágenes pasan por mi cabeza. Definiría la natación como supervivencia (patadas, codazos, agarrones…). Los primeros metros transcurren así, pero a medida que se hacen grupos se vuelve algo más llevadero. Para mi sorpresa, disfruto de la natación aunque en el último kilómetro sufro bastante, ya que la prohibición del neopreno hace que desgaste en exceso las piernas.
Llegamos a la transición para coger todo lo necesario para la bici, y empiezan los interminables 180 km. Había entrenado mucho los últimos meses y me veía fuerte para afrontarlos. En los 90 primeros kilómetros me encuentro bien, sobre todo en los puertos, donde consigo adelantar a bastante gente; pero en la segunda vuelta de 90 km tengo un pajarón de 20-30 km en el que me digo: «Así no termino». Ver a alguna gente en las cunetas, retirada o descansando, no ayuda. Me había pasado factura el subidón del principio sin darme cuenta; pero, bajando el ritmo, comiendo e hidratándome bien, remonto la situación. Por cierto, el paisaje con los Alpes de fondo es impresionante.
Por fin terminamos la bici y veo a mi hermano con una cara de felicidad inmensa al advertir que llego (eso no tiene precio). También escucho a alguien decir «¡Venga! Solo queda la maratón»… «¿Perdona? Je, je; pero ¡bueno, a por ello!». Cubro bien las ampollas para que no me arruinen la carrera y me dispongo a empezar mi mejor disciplina. Los primeros kilómetros, al igual que en la bici, me encuentro muy bien y tiro fuerte, pero pronto abro los ojos y me digo: «Calor, humedad, viento… paciencia, a ver si te va a pegar algo y no terminas». Pasan muchas cosas en la maratón, muchos altibajos e incluso me permito seguir a una pro unos minutos. Van pasando los kilómetros, y cuando peor lo estoy pasando, otro participante me dice: “¡Vamos, sígueme!”, se pone delante y empieza a tirar. Al final lo encontré y nos dimos un abrazo, como si nos conociéramos de toda la vida; esas cosas te quedan grabadas en la retina. A falta de 10 km, empieza la lluvia y la tormenta, justo ahí es donde veo a Víctor por primera vez en toda la carrera, y dos palabras suyas hacen que suba el ritmo y acabe con fuerza. Durante el último kilómetro no quería que terminase, mil momentos y personas me pasaban por la cabeza, pero llegan los últimos metros, veo la meta y no puedo contener las lágrimas; me siento en una nube. Muchas veces me había imaginado ese momento, pero ninguno se acercaba a lo que viví. No tengo palabras para definirlo… ¡Soy finisher!
Acabado el relato, por el título de este apartado y la experiencia vivida, quiero añadir que no es una buena vía de escape apuntarse a una prueba de este tipo para evadirse de una situación personal difícil, un trabajo en el que no te sientes realizado o una vida sin rumbo. Lo único que se va a conseguir es agravar la situación y, en el mejor de los casos, ocultarla. Si tu intención no es ser un atleta profesional, aprende a compaginar las facetas laboral, deportiva y personal de forma eficiente encontrando un equilibrio armónico entre las tres. Así, el camino hasta el gran día, ya de por sí complicado, será más fácil y los extremismos podrán controlarse mejor.
Gracias, Ironman: Todo cobra sentido en Lanzarote
Durante esos siete meses, marcados por la preparación prácticamente en solitario (mis horarios no me permitían entrenar con mis compañeros), el camino hacia la meta en Zúrich fue tortuoso y sanador a la par. A continuación tocaba descansar varias semanas para ver las cosas con perspectiva. Después de esta experiencia, en una de las primeras salidas en bici con los amigos, empezamos a hablar de qué bonito sería preparar un Ironman todos juntos (ahora sí podría). Al cabo de poco tiempo, y tras irnos motivando unos a otros, estábamos inscritos al que dicen que es el más difícil del mundo.
Me imagino que también habrán influido las circunstancias, pero el 17 de mayo de 2014 lo recordaré el resto de mi vida. Crucé la meta con lágrimas en los ojos de la mano de mi padre. En un lateral, dos de mis mejores amigas y mi madre gritaban como locas de la emoción (solo faltaba mi hermano). Y, para poner la guinda al pastel, los seis locos que decidimos unos meses antes apuntarnos juntos habíamos conseguido terminar. Así sí se prepara y se disfruta esta prueba.