Читать книгу ¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres? - Arwen Grey - Страница 5
Capítulo 1
Carta de la directora: un nuevo rumbo
ОглавлениеHace unos meses nos dirigíamos a nuestros lectores para preguntarles qué echaban de menos, qué añoraban, qué demandaban de nosotros.
Tras un exhaustivo estudio de las peticiones, os anunciamos la nueva Oh! La mode…: más fresca, más actual, pero, sobre todo, más pegada a la realidad de nuestros lectores.
Por y para vosotros, en este primer número de esta nueva etapa, que se avecina apasionante, presentaremos secciones que estamos seguros os encantarán.
Porque nos gusta escucharos, como a vosotros os gusta leernos…
—Un poco… sentimental.
Lola Godrick clavó en el nuevo miembro de su equipo una mirada que en un tiempo no demasiado lejano le hubiera hecho temblar. Sin embargo, tal vez porque Reuben Barton provenía de la prensa deportiva y era evidente que no tenía ni idea de quién era ella, fue compasiva y sonrió. Esa sonrisa casaba, además, con su nueva imagen de accesibilidad.
La accesibilidad, ya se lo había dicho su terapeuta, era algo que apreciaba la gente de la calle. Y atraería ventas, según ese estudio de mercado que tanto dinero y lágrimas le había costado.
—No te he pedido tu opinión, querido.
Reuben sintió por primera vez el peso de su gélida sonrisa y Lola se sintió complacida al ver que se erguía en la silla, se alisaba el pantalón del traje, de pésima calidad y de un tono gris demasiado claro para su tono de piel, y comprobaba los botones de la chaqueta. Uno de ellos estaba flojo y no tardaría en caer, sobre todo si seguía tirando de él por los nervios.
Era agradable poder soltar zarpazos de vez en cuando para que a una no le perdieran el respeto. Una cosa era pretender parecer moderna y buena persona, y otra que de verdad lo fuera.
El hombre que le habían recomendado para que ayudara a revitalizar, cual ave fénix, su revista moribunda llevaba un corte de pelo que delataba poca atención hacia su nuevo puesto y hacia sí mismo, demasiado largo y despeinado. Hacía horas que se había afeitado por última vez y llevaba la corbata torcida y arrugada, por no hablar de que era de un tejido sintético y con un estampado ridículo, con escudos con animales rugientes. Tuvo que apartar la mirada al ver que llevaba los calcetines a juego con la corbata. Un hombre con su atractivo debería haber aprendido a vestirse solo a su edad. Tal y como se había presentado, cualquiera diría que su madre todavía le escogía la ropa interior, en paquetes de ahorro y de oferta.
Reuben podía ser un genio del periodismo, o eso le habían asegurado, quizás con cierta ironía, pero no tenía ni idea de cómo vestirse. Durante unos segundos, trató de imaginárselo en el papel que ejercería en Oh! La mode…, pero desistió, porque estuvo a punto de sufrir un aneurisma, y ella quería morir de algo espectacular y a la altura de su importancia en el mundo de la moda, como una bomba nuclear. Tendrían mucho trabajo con él. Por suerte, podría delegarlo en otros.
El pobre hombre desentonaba tanto en su despacho decorado con estilo minimalista, pero con pequeños destellos de color, como rebeldes pinceladas que delataban su gusto por salirse de las normas establecidas, que Lola se preguntó por un instante si no se equivocaba al dar ese paso. La situación era mala en la revista, pero siempre había otras decisiones que se podían tomar, medidas desesperadas que no exigieran meter a tipos que vestían calcetines con leones rampantes en el equipo. Cambiar el rumbo de una manera radical podía salir bien, pero también podía acabar con Oh! La mode… para siempre. Y eso podía ser… Prefería no planteárselo siquiera.
—Tim —dijo, sacudiendo la cabeza de un pelo negro de un tono tan oscuro que parecía absorber la luz reinante en la habitación y abriendo un cuaderno de tapas de un violento tono morado. Ante el sonido de su voz, su asistente, un joven de piel irritada y aspecto nervioso, se irguió en la silla hasta que pareció que estaba a punto de saltar—. Acompaña a Reuben a la sala de reuniones y diles que iré en unos minutos. Y comprueba que estén todos, no me gustaría tener que esperar para la presentación.
Tim se puso en pie y se colocó junto a Reuben, que lo miró desde su asiento, como si esperase una señal. Sin embargo, el joven se limitó a esperar, apretando su agenda de modo espasmódico. Con un suspiro, Reuben se puso en pie.
—Pensaba que iba usted a explicarme qué iba a hacer aquí. Porque yo no sé nada de… —señaló a su alrededor, con cierto aire de desprecio que no pudo evitar; fue una suerte que ella no lo estuviera mirando— moda.
Lola parpadeó y levantó los ojos de su libreta, sorprendida de que todavía estuviera allí y esperase su atención.
—Lo hablaremos en la reunión. —Su tono fue tan seco que él tuvo la sensación de que estaban hablando de su castigo por haber robado un pan y no de su nuevo trabajo—. Hasta luego, Reuben. Y suerte.
Los pasillos que llevaban a la sala de reuniones eran tan fríos como el despacho de Lola. La única decoración eran las portadas de los números más famosos de la revista, flores solitarias en jarrones de cristal tan frágiles que parecían a punto de deshacerse ante la más mínima vibración fuera de onda sobre mesitas de metacrilato transparente, todo a juego con una música apenas perceptible, pero irritante.
A pesar de que el ambiente era lo que Reuben consideraría femenino de un modo casi opresivo, no había nada de dulce o acogedor en ese lugar. Era como la consulta de un dentista o como se imaginaba que sería una clínica de fertilidad para gente muy rica, lleno de luces brillantes y aterradoras, donde todo el mundo parecía tenso e infeliz.
—Antes de que te atrevas a pedirme nada, te diré que solo ella y algunos escogidos me llaman Tim. Nadie más. Por supuesto, tú no estás entre ellos. Para ti seré Timothy. Cada vez que escucho Tim es como si alguien hiciera sonar una campana en mi oído y lo odio.
Reuben se preguntó si debería reír ante esas palabras, pero Tim… Timothy no parecía considerarlas un chiste, a juzgar por su expresión seria e incluso amenazadora. Visto de cerca, pudo ver que su rostro no solo parecía irritado, sino que su piel estaba descamada y se desprendía a la altura de la frente y las mejillas, como si se hubiera escaldado. Todo el resto lucía enrojecido y con una pinta horrible.
—Tú puedes llamarme Reuben.
Timothy se detuvo, como si no esperase su respuesta o la considerase un ataque. Lo miró con los ojos entrecerrados hasta que el picor de la cara le hizo frotársela con fuerza, haciéndole perder la pose imponente.
—La gente aquí es muy profesional, Reuben, y se toma muy en serio su trabajo. —Lo miró de arriba abajo antes de volver a caminar—. Te recomiendo un cambio de armario si no quieres que te despellejen el primer día. Victoria en particular es muy especial en cuanto a la etiqueta en todas las ocasiones y, quieras o no, esto es una revista de moda, y una de prestigio. Tendrás que vestir de modo apropiado durante el tiempo que dures. Que no se note que te han contratado porque conoces a alguien que conoce a alguien. —La mirada de Tim al decir esto fue tan venenosa que Reuben sintió deseos de soplarle en la cara para que le picase todavía más, por víbora.
Sin embargo, lo que más le molestó de todo lo que había dicho el muy idiota fue que, en efecto, estaba allí por enchufe y que no tenía ni idea de moda ni de lo que iba a hacer. Aunque, si lo pensaba bien, ahora se preguntaba si la recomendación era un favor o un castigo. Una cosa era que estuviera pasando una temporada de necesidad, pero aquello tal vez fuera caer demasiado bajo.
Joder, qué iban a decir sus colegas cuando se enterasen de que había terminado en una revista de tías.
Incómodo, pensó que no se había planteado nada de todo eso cuando había recibido la llamada de Lola ni al entrar allí. Más bien al contrario. Un trabajo era un trabajo. Un periodista tenía que estar dispuesto a hacer lo que fuera, sobre todo si era uno de los buenos como él.
Solo cuando había hablado con la jefa y con ese mequetrefe de Tim sobre su aspecto, que a él no le parecía tan malo, había visto ese lugar, y le habían empezado a asustar con lo de desearle suerte, había empezado a preocuparse. Cualquiera diría que se dirigía al matadero.
Intentando parecer elegante y guapo, Reuben se sacudió la chaqueta con nerviosismo y, al hacerlo, el botón que bailaba saltó al suelo, rodando hasta los pies de Timothy, que sonrió con algo cercano al desprecio.
La expresión «muy profesional» le había sonado a insulto, por no hablar de la sonrisa de ese joven que parecía a punto de perder la piel de la cara con solo suspirar. ¿Qué tenía de malo su traje? Le había servido durante años en su anterior redacción, en entrevistas, en giras, en ruedas de prensa, y jamás ningún jefe se había quejado. Solo faltaba que le dijera que su corbata no era adecuada.
—Y esa corbata… —añadió Timothy, como si escuchara sus pensamientos, levantando un dedo largo y esquelético para apuntar a uno de los escudos con león rampante que pululaban por el poliéster rojo.
—Oye, Tim… —Reuben le apartó el dedo de un golpe, con ganas de metérselo en un sitio donde no le haría tanta gracia—. Que sepas que esta corbata es el símbolo de uno de los equipos más antiguos y dignos de este país, así que no se te ocurra decir nada de lo que puedas arrepentirte.
Un carraspeo hizo que los dos se girasen hacia la puerta de la sala de reuniones.
Reuben sintió que lo que fuera que estaba a punto de decir moría en sus labios. Junto a la puerta, lo más cercano a un ángel caído en la Tierra lo recorría de arriba abajo con una mirada llena de curiosidad y cierta irritación, deteniéndose en la parte baja de su chaqueta, abierta por culpa del botón desaparecido.
Llevaba un traje de color claro que él no sabría nombrar y que solo podía calificar de elegante, con una falda hasta la rodilla, sin mostrar ni un centímetro más de lo debido, y con una chaqueta ceñida, pero sin llegar a lo indecoroso. Sus pies calzaban unos tacones de al menos diez centímetros. Sin ellos, seguiría siendo una mujer alta y esbelta. Su cabello era oscuro y largo, de la longitud justa para rozar los hombros, de una forma de seguro tan estudiada como todo el resto de su aspecto. Y sus ojos… en su vida había visto unos ojos como aquellos: azul oscuro, grandes, espectaculares. Y en ese momento estaban llenos de desaprobación.
Solo en ese instante fue consciente de que tal vez su traje ya no fuera tan adecuado como había creído instantes antes.
—Victoria —dijo Tim, dando un paso hacia ella, con la voz llena de ansiedad—. Este es el nuevo chico de los deportes, Reuben Barton —añadió, haciendo en su dirección un gesto que le hizo pensar que le presentaba como una maldición egipcia—. Viene recomendado.
Ella esbozó una sonrisa tirante y exenta de humor, como si eso lo explicara todo. Se agachó y recogió algo del suelo. Tendió una mano y lo depositó en la palma sudorosa de Reuben.
—Creo que esto es suyo —dijo, antes de dejarlos para volver a entrar en la sala, de la que salía un coro de voces y risas digno de cualquier pub.
Reuben se miró la mano y sonrió al comprobar que se trataba del botón que se le había caído.
Mientras Tim lo dejaba solo en el pasillo, dándolo por imposible, Reuben se sintió optimista ante su futuro.
Al fin y al cabo, acababa de enamorarse.