Читать книгу ¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres? - Arwen Grey - Страница 9

Capítulo 5

Pesas o running: ponte guapo sin morir en el intento

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—¿Cuándo fue la última vez que hiciste ejercicio, si es que lo has hecho alguna vez?

La voz de Gretchen se le clavó en el tímpano y le obligó a entrecerrar los ojos.

Por suerte, la entrenadora no esperaba respuesta, porque Reuben no lo recordaba.

En cuanto Brandon se había llevado a Joanne al vestuario, Gretchen le había señalado un pasillo iluminado por fluorescentes blancos que llevaba hasta una sala decorada con un espejo enorme y las paredes llenas de estanterías con artilugios de tortura, desde pesas de diferentes tamaños, gomas de colores estrafalarios y pelotas gigantes. Incluso había ganchos que colgaban del techo que no podía imaginar para qué podían servir.

Se preguntó si quedaría feo que se recolocara las bolas dentro del pantaloncito de licra, porque le estaba cortando el riego. Sin embargo, no se atrevió a mover un solo músculo.

—En general, no suelo aceptar a gente como vosotros.

Reuben sintió que un nervio del ojo se le contraía al escuchar la expresión «gente como vosotros». Para empezar, se suponía que aquella era su sección. Y luego, ¿a qué se refería esa mujer? ¿Acaso era la entrenadora de la familia real?

No supo si por los nervios, por el tejido acrílico o por el sudor, sus testículos empezaron a picar todavía más.

Aprovechó que Gretchen se dio la vuelta para soltar una perorata acerca del privilegio que suponía que Sanderson y él pudieran acceder a sus instalaciones de élite, algo de lo que solo podían disfrutar unos pocos elegidos, por lo visto, para meterse la mano por dentro del pantaloncito.

—¡Ah, Sanderson! ¡Al fin podemos empezar!

Joanne se quedó muy quieta a la entrada de la sala, mirándolo, y Reuben sintió cómo su rostro enrojecía. Llevaba un conjunto deportivo con no mucha más tela que el suyo, pero ella tenía mucho mejor aspecto que él. De hecho, despojada de sus habituales colores estridentes y sus telas brillantes, Joanne era todo un descubrimiento, aunque quedara feo pensar en algo así cuando tenía la mano en sus partes íntimas.

—Solo estaba colocando… —empezó a decir, antes de darse cuenta de que todavía tenía la mano entre las piernas.

La sacó a toda prisa y buscó un lugar donde lavársela.

Joder.

—Para la próxima vez, Barton, las frutas se traen colocadas en el cesto desde el vestuario. —Dio una palmada y miró a Brandon, que venía detrás de Joanne—. ¿Has traído todo lo necesario? Queremos dar buena impresión en nuestra primera vez. ¡Que el cielo nos coja confesados!

—Dime de qué va todo esto.

Joanne tenía un poco de frío y se sentía desnuda, pero tenía miedo de protestar, como cuando en el colegio le hacían dar diez vueltas al campo de fútbol por hablar durante la clase de gimnasia.

Reuben se encogió de hombros y la miró de reojo. Tenía miedo de mirarla demasiado y se notara que le estaba mirando las tetas.

Le habría gustado decirle que no pasaba nada. Hasta ella se había mirado en el espejo durante dos minutos enteros. Y también lo había mirado a él, y eso que la ropa deportiva no era la que más la excitaba en el mundo.

—Dímelo tú —respondió Reuben al cabo de unos segundos, como si creyera que merecía algo más que un gesto—. Se supone que yo tengo que hacer unos artículos sobre el deporte en los gimnasios, pero no tengo ni idea de qué haces tú aquí.

Gretchen, que se había llevado aparte a Brandon durante unos segundos, se giró hacia ellos como tocada por un resorte.

—Voy a pasar por alto el tono en el que hablas acerca de las prácticas aquí, Barton, porque es evidente que eres un ignorante de lo que implica un entrenamiento completo y bien ejecutado. Por desgracia, no tenemos tiempo para que lo entiendas del todo, pero sí para que comiences a ver que el deporte, como tú lo llamas, no es solo jugar con balones, dar patadas, saltar vallas y correr hacia metas. No todo es competición y deporte de élite. Algunos quieren aprender algo a su alcance, y esto —añadió señalando las pesas y las gomas de colores— lo está. Se sienten bien, mejoran como personas y como grupo. Y seguro que no te viene mal aprender algo de todo ello.

Joanne levantó una mano antes de que Reuben, que había fruncido el ceño y había cruzado los brazos a modo de protesta, pudiera abrir la boca.

—Pero yo no me dedico a deportes, señora —dijo, con el tono más humilde que pudo.

Gretchen se acercó a ella y la miró desde la ventaja de su altura.

—La señora Godrick me dijo que estas sesiones de entrenamiento se grabarían, y que así servirían como publicidad para el gimnasio. Evidentemente, me pareció una buena idea, pero también le comenté que eso lo podía hacer Brandon.

—Entonces, ¿qué hago aquí?

Gretchen sonrió. Estaba tan cerca que Joanne pudo ver unas finas arrugas alrededor de sus ojos. Y también que su sonrisa no iluminaba sus ojos azules.

—¿Acaso no es todo más divertido cuando se hace en pareja, Sanderson? O, mejor dicho, contra alguien. Pensad en lo divertido que es intentar machacar a tu compañero de entrenamiento. Se lo comenté a la señora Godrick y le pareció una idea estupenda. Y ahora, sonreíd, porque vamos a empezar a calentar y no queremos que salgáis feos en vuestro debut.

Joanne miró a Reuben, que había enmudecido y miraba a Gretchen como si acabaran de salirle dos cabezas.

Aquello no podía ir en serio.

No tenía tiempo para ir a ese gimnasio y para entrenar con… ¡no!, contra Reuben cada día. Tenía una sección que sacar adelante. Y una vida, se suponía.

Hablaría con Lola y aquello acabaría ese mismo día.

Reuben miró por el rabillo del ojo a Joanne y trató de olvidar lo que había escuchado.

Lo que Gretchen había dicho era una broma. No podía ser otra cosa.

Giró la cabeza en un sentido y luego en otro, y fingió no haber escuchado un crujido desagradable. Además, ese movimiento le provocaba un leve mareo que le hacía recordar las cervezas que había tomado la noche anterior y que no había desayunado esa mañana.

Volvió a girar la cabeza mientras pensaba en cómo librarse de esa locura.

Una cosa era dar un par de carreritas por una pista, levantar unas pesas y sacarse una foto con una cinta en el pelo con cara de esfuerzo, pero otra muy distinta era hacer el ridículo compitiendo con una mujer para… ¡para qué! Para divertir a un montón de pijos que se aburrían entre foto y foto de modelito y crema cara.

Volvió a mirar por el rabillo del ojo a Joanne, que parecía tan enfadada como él. De hecho, si las miradas matasen, en ese momento Gretchen sería un charco de carne licuada y trocitos de hueso.

Se le escapó una sonrisita sin querer.

—A Barton algo le resulta muy divertido. Compártelo con nosotros.

—Hamburguesas —dijo Reuben, mostrando los dientes.

Gretchen dio una palmada y les ordenó tirarse al suelo y comenzar a hacer flexiones… Si es que podían soportarlo.

—Eso me recuerda que luego os pasaré una dieta personalizada.

Joanne, temblando por el esfuerzo, la miró por entre el cabello que le había caído sobre la cara.

—¿Dieta?

La sonrisa de Gretchen hizo que los brazos de Reuben fallasen y cayera sobre el vientre.

—Está claro que vamos a tener que organizar una charla acerca de este asunto, porque ya veo que Lola no os ha comentado nada sobre nuestro plan.

—Adelántanos algo.

Para sorpresa de todos, Brandon, que grababa todo con una cámara diminuta que apenas cabía en su mano, saltó de su asiento, emocionado. Su rostro hermoso y cincelado brillaba de entusiasmo. Tanto que Reuben sintió hasta vergüenza de querer largarse de allí.

—Os encantará, ya veréis. Será algo revolucionario y fantástico. Nada menos que un reto entre vosotros y el público, con dieta y ejercicio sano para que todo el mundo esté guapo y estupendo. ¡Pero nada de tonterías ni cosas horteras, de eso me encargo yo! Solo salud y bienestar.

Reuben se preguntó si su rostro reflejaba tanto horror como sentía en ese momento. Ese adonis no podía estar hablando en serio. Miró a Joanne, y le consoló ver que ella parecía estar sintiendo lo mismo que él. De hecho, juraría que se estaba arrastrando hacia la puerta.

—Es una lástima que Brandon nos haya fastidiado la sorpresa, pero os juro que no hoy, y tal vez no mañana, ni la semana que viene, pero un día os sentiréis felices de haber participado en esto.

Joanne musitó algo para sí y Reuben se acercó para poder oírla, porque ella seguía murmurando en bucle, con la mirada perdida en el techo, como si quisiera olvidar que estaba viviendo aquel infierno.

—Quiero despertar, quiero despertar, por favor, quiero despertar.

Reuben suspiró y se dejó caer sobre la colchoneta.

—Y yo.

Joanne trataba de llevar la cuenta de las flexiones, o lo que fuera que estaban haciendo, pero no podía, porque los ojos del animal que Reuben tenía tatuado en el brazo la miraban fijamente y le impedían concentrarse.

Al principio no había visto los tatuajes, pero era lógico, porque él tenía la mano en las pelotas, y era imposible ver algo más que eso. Y luego el shock de saber que tendría que hacer ejercicio le había impedido concentrarse en nada más.

Ahora necesitaba fijar la vista en algo para olvidarse de que iba a morir en ese sitio horrible, sudando y hecha un adefesio. Y lo más probable fuera que Victoria hablara en su funeral y dijera barbaridades sobre ella.

Leones rampantes. Eso eran. Como los que llevaba en los calcetines y en la corbata. ¿Qué le ocurría a ese hombre con los leones rampantes? ¿Acaso pertenecía a la realeza?

—Creo que es suficiente por hoy. Como calentamiento ha estado bien, pero no penséis que seré igual de blanda mañana.

Una risa de malvada de película rebotó contra las paredes, haciendo que hasta los leones rampantes parecieran más mustios de pronto.

—La odio, lo juro.

Puede que las palabras de Reuben fueran un susurro, pero Gretchen las escuchó.

—Guarda esa energía para mañana, Barton. Demuestra que puedes vencerme. —Algo en el tono de la rubia le hizo pensar a Joanne que no creía que fuera posible, y de pronto se sintió agotada, sucia y derrotada. Y no eran ni las nueve de la mañana.

Todavía le quedaba una jornada entera de trabajo por delante.

Se dejó caer en la fina colchoneta y cerró los ojos.

—¡A la ducha! Os espero mañana a la misma hora. Más tarde os enviaré la dieta personalizada. Notaré si la estáis siguiendo. Nadie engaña a Gretchen, ¿verdad, Brandon?

El musculoso adonis, que seguía grabando, rio y la hizo sentir todavía más miserable.

Camino a la ducha, arrastrando los pies, pensó que, si aquello había sido solo un calentamiento, probablemente le quedaban solo unos días de vida. El ejercicio físico jamás había sido lo suyo. Aunque, mirando a Reuben, tampoco podía decirse que él estuviera en lo alto del pódium atlético.

Aquello tenía que poder arreglarse. Lola tenía que entrar en razón.

¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres?

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