Читать книгу Merci Maman - Asunción Moreno - Страница 12

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He vuelto de la calle cargada de bolsas de víveres. Siempre tengo la misma intención cuando entro por la puerta del supermercado cercano a mi casa:

—Asun, cíñete a lo que te urge y no te cargues demasiado. Pero se me olvida y cuando quiero darme cuenta el carro está lleno de por si acasos que no entraban en mis planes. Demasiadas peso para unos brazos tan débiles. El billete de 50 euros con el que he pagado la compra pesaba mucho menos en mi cartera.

Llego a casa con dificultad. Apenas me quedan fuerzas para vaciar todo lo que he traído. Afortunadamente la comida para hoy ya está preparada. Cargar estas bolsas hasta mi hogar me ha dejado un dolor en los brazos que me dificultaría hasta levantar la sartén para cocinar.

A diario como sola y amenizo el almuerzo con alguna biografía que elijo al azar en el ordenador. Escuchar la vida de otras mujeres llena de inspiración la mía.

Hoy la protagonista del documental es La Gornick. La escucho hablar de sus experiencias en la ciudad donde vive, de la relación con su madre, de sus paseos juntas entre rascacielos de gran altura.

Relación madre e hija.

Eterna.

Intensa.

Nueva York.

Paseando,

discuten,

ríen,

se reconcilian,

recuerdan anécdotas,

celebran la vida.

Así son las relaciones materno-filiales:

Próximas y lejanas.

Amables y antipáticas.

Fáciles y complicadas.

Breves y eternas.

Pasear para tener conversación.

Para reconciliarse

Para conocerse.

Cada semana yo también paseo con mi madre. Un lugar solitario donde apenas residen diez personas. Rodeado de montañas y prados donde las ovejas y las vacas campan a sus anchas sin tropezarse. Nada que ver con la ciudad de los rascacielos. Tan caótica, tan poblada, tan ruidosa.

Echo de menos el ruido, el bullicio, cuando estamos juntas. Escuchar tus palabras me llena de tristeza, me provoca mucha impotencia. No nos enfadarnos porque no es posible el diálogo. Un montón de frases hechas donde no existe lógica y donde la conversación incluso para recordar enfados es imposible.

Las grandes ciudades son en ocasiones hostiles al ser humano. No me atrae Nueva York pero quizás necesite el caos de su tráfico, la gente yendo y viniendo por sus grandes avenidas. Me imagino la escena: tú y yo sentadas en una cafetería con grandes ventanales desde la que observamos la cotidianidad de los demás y de este modo olvidamos la nuestra.

Hoy para pasear he maquillado más intensamente mis pestañas. Necesito abrir los ojos y ver belleza en nuestros paseos. Olvidar lo que te ha llevado a vivir tus días en un lugar tan frío, tan hostil pero tan necesario para las almas con penas. Hiciste lo que pudiste para ser feliz. Tal vez no te reconciliaste con tu pasado. No fuiste capaz de poner los sentimientos que sentías en la casilla adecuada. No eran tiempos para expresar aquello que te inquietaba. Había que sobrevivir. Hoy, en la tranquilidad del gran valle donde has tenido que ir a reposar los sentimientos que no has podido transitar para vivir en paz, intentas sobrevivir de nuevo sin apenas recursos.

Ya no queda nada en el plato. He terminado de comer sin darme cuenta. He engullido todo lo que había servido, emocionándome con lo que veía en un documental que había escogido al azar. Ya no recuerdo el dolor en los brazos que el portar la compra me había provocado.

Siento que me estoy haciendo mayor.

Siento que crezco.

Recordar emociones ya no me duele tanto.

Los sentimientos se van encajando solos.

Ya no queda dulce en el plato.

He llegado a olvidar la vida sin ayuda.

Merci Maman

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