Читать книгу Merci Maman - Asunción Moreno - Страница 21

Оглавление

Me cuesta mucho trabajo sonreír en las fotos. Me siento incómoda y esa incomodidad se refleja en la cantidad de gestos que soy capaz de realizar en el tiempo que dura un clic. Siempre salgo con los ojos cerrados. Siempre hablando.

El gesto en la boca entreabierta me acompaña siempre. No sé qué hacer. No sé gestionar mis posturas y al final obtengo una foto inapropiada y digna de ser guardada en un cajón de por vida, retirada para siempre.

Me encanta la fotografía. Los contrastes de luces, de sombras. Plasmadas en un papel para siempre. Obtenidas en un instante efímero y veloz.

Si no fuera por esta técnica no sería capaz de recordar ni de conocer a alguna de las personas de mi familia. Con el paso del tiempo la memoria se vuelve frágil, los recuerdos de instantes vividos se adulteran, se vuelven débiles y borrosos. Se mezclan, se enturbian. Los sentimientos cubren el paso del tiempo convirtiendo las experiencias de nuestra vida en nuevos relatos.

Fotos de viajes, de paisajes, instantáneas espontáneas de bodas, bautizos, primera comunión; todo es pasado ya. Para hablar de ellos la foto es necesaria, recurrente. No hay pasado sin testimonio. La foto es mi gran recuerdo envuelto en papel.

Vienen a mi cabeza los retratos de mi primera comunión. Un aspecto angelical y serio quedaba impreso para siempre con la cámara de un profesional. A partir de ese momento, la vergüenza, la incomodidad frente a un objetivo, dificultará la posibilidad de obtener una instantánea bella para el recuerdo. Con la adolescencia aparecieron más vergüenzas, más inseguridades.

La foto es un fiel reflejo de nuestra personalidad. En ella es posible observarlo todo. Es transparente. En ella nada se esconde. Todo se puede intuir. Nada se puede camuflar.

Hace unos días abrí la caja de hojalata donde mi madre guardaba todas las instantáneas. Sentí vértigo. No hay demasiadas fotos con sus hermanas, de niña. Tampoco con sus padres. Tal vez nunca existieron o han desaparecido. Algún día llevaré estos recuerdos a nuestro paseo dominical. Quiero ver tu rostro. Quiero ver si hubo felicidad en tu vida. Yo siento que la hubo. Necesito saber que la hubo.

Cierro de un portazo el pasado.

El sonido del latón de la caja suena aún en la habitación.

Es domingo. Una semana más y paseo de nuevo por el camino de piedras y asfalto que rodea el lugar donde mi madre pasa sus años, sus días. No soy capaz de hacer ninguna foto del tiempo que vivimos.

No quiero.

No necesito inmortalizar todo lo vivido.

No quiero ningún testimonio actual ni fotos del momento que estoy viviendo. No quiero recordar el tiempo que estoy transitando junto a ti. Se ha grabado en tu rostro un gesto de pena, de cansancio, reflejándose de una manera muy clara en los retratos que yo no soy capaz de realizarte. Ponerme delante de tu rostro para inmortalizar ese instante no me atrae, no lo veo necesario. No quiero recordar.

Es curiosa la vida, pero cada vez me encuentro más favorecida cuando veo una fotografía de mí. Parece que la adolescencia por fin se fue.

Merci Maman

Подняться наверх