Читать книгу Merci Maman - Asunción Moreno - Страница 18
ОглавлениеSe me enfrían los pies. Hacía tiempo que no tenía esta sensación. Últimamente me pasa varios días al mes. La temperatura de mi cuerpo se concentra en otros trabajos extras y que el calor llegue a las extremidades más lejanas resulta complicado.
Vivo mis últimos días fértiles sin bibliografía familiar, sin datos de las reglas de las mujeres de mi familia. A mi alrededor siempre hubo más hembras que varones, pero nunca escuché, en mi contacto con ellas, hablar de sus experiencias previas a la menopausia.
Hago memoria y cuando llegó mi primera regla, no recuerdo que alrededor de aquel hecho me contaran algo.
Aún estaba en el colegio. Aún llevaba uniforme escolar. Apenas una charla muy comedida sobre educación sexual por parte de los profesores, y en mi casa mi habitación de niña sufría una trasformación hacia una estancia más adecuada a las necesidades de una adolescente. Menos espacio para dormir y un diminuto escritorio donde pasaría las horas de estudio que me esperaban. Un nuevo cobijo para una época de la que desconocía todo. Lo poco que me habían hablado sobre ella era en tono de alerta y de prudencia en lo que al sector masculino se refería.
Muchos años han pasado ya. La adolescencia dio paso a la juventud, después a la madurez para llegar al punto actual en el que voy a cumplir 50 años. Entonces todo lo prohibido me llevaba la atención, todo lo prohibido era pecado. Nadie nos había avisado de nada pero nos habían alertado de todo. Siempre miedo,
siempre culpa.
El miedo a veces era precaución.
Otras,
atrevimiento.
Ahora, años más tarde me encuentro en un sendero similar pero a la inversa. Tiempos de desconocimiento hacia la nueva etapa que se avecina. Temerosa ante lo desconocido, prudente ante los desafíos. Estos ya no forman parte de la edad que tengo y curiosamente me apetecen tanto como cuando iba cumplir 15 años.
Siempre oí a mi alrededor que esta edad en la que me encuentro no tiene ningún atractivo y, que por mucho que me empeñe, las experiencias más relevantes en mi vida ya se han dado, ya están vividas.
Serían los próximos años un tiempos de pérdida de colágeno, de estrógenos, de calcio, de memoria. De familia, de amigos. Todo un camino donde el único verbo que se practicaría es llorar, y que reír y disfrutar ya no sería posible. Hoy me niego rotundamente. Cualquier tiempo pasado no fue mejor sino todo lo contrario. Lo mejor está por llegar. Mi actitud en la vida nada tiene que ver con la que había conocido. ¡Es aún mejor!
Yo a mi madre nunca le oí hablar ni de sofocos, ni de trastornos del sueño ni modificaciones en su cuerpo. Desconozco a qué edad tuvo su última regla. Viuda desde los 48 años, intuyo que la mayor retirada de su vida fue en ese momento. O tal vez el día que el médico nos comunicó el diagnóstico: cáncer de boca.
Ese día, un frío por la espalda, lugar donde se le focalizaban todos sus males, le recorrió de abajo arriba y a la inversa, para retirarle toda su madurez de un plumazo, sus mejores proyectos e incluso la regla. Ya nada tenía importancia. Su soledad, su hermetismo, su impotencia, la carencia de lágrimas. Todo empezó aquel día y excepto unos años en que la medicación le hizo un efecto grato, el resto nunca fue feliz. Con aquel diagnóstico, se retiró el lápiz de labios rojo y el colorete del pómulo. Empezó poco a poco a vestir de luto. De dentro hacia fuera. Desde el interior hacia el exterior. Totalmente de negro el día que mi padre, su marido, falleció. Entonces, aquel día, retiró de su vida todo. Se convirtió en una mujer avinagrada, cabreada con el mundo, culposa.
Los estragos que por su edad le iban a llegar le importaban poco o nada. Lo importante era sobrevivir, seguir adelante y gestionar la nueva situación como se pudiera. Ahora me pregunto cómo habría sido la madurez de mi madre de no haber ocurrido tal tragedia. También me pregunto cómo hubiera sido mi juventud.
Hoy, soy yo la que atravieso esta época tan decisiva en la vida de una mujer y retumba en mi cabeza la vida de mi madre con esta edad. Doy las gracias porque me encuentro bien, estable a pesar de todo. Soy consciente de que ha pasado una etapa importante, e intuyo que lo que estoy viviendo y lo que voy a vivir es y será alucinante.
En mi juventud me faltó un padre,
hoy viva
mi madre no está.
Permanece.
Sobrevive.
Ya no hay posible diálogo sobre tiempos pasados mientras paseamos por los senderos cercanos al sanatorio. No conozco las experiencias de las mujeres de mi familia, no sé cómo fueron sus partos, ni cómo nuestra crianza. Ahora, en nuestros paseos, no pregunto sobre nada del pasado, me lo invento. Lo construyo a mi medida para afrontar el futuro lleno de experiencias positivas. Entro en una nueva etapa donde las pérdidas son ya evidentes, pero me niego a no reinventarme y elijo el sendero más cómodo, que más me favorezca para continuar caminando hacia el sosiego, la calma, la felicidad. Un estado en el que crezco, y me ilusiona. Porque tener ilusiones aún me da la vida.