Читать книгу Praga en el corazón - Atenea Acevedo - Страница 8
ОглавлениеNací en un mundo desgastado de intentos de cambio, nostálgico, levantado del polvo y arrasado por los tanques o las mentiras alegres, los flamantes electrodomésticos y los estertores de la psicodelia. Nací rodeada de sueños rotos y aspiraciones resignadas, de cuerpos mutilados o cómodamente instalados en privilegios recién planchados.
Por eso había querido escribir como si contara la historia de otra persona, ensayando si fuese más fácil. Más fácil y menos doloroso. Más fácil y menos comprometedor. Acaso prefiero hacerme la vida difícil, comprometerme y mostrar, orgullosa, ciertas cicatrices. Acaso elijo dibujar mis palabras, como dicen las rarámuri que hacemos las mestizas, para que otras sepan lo que he dicho. Acaso pretendo la purificación o el trasvase de mis emociones en el acto de ser leída.
Advierto una imagen llena de luz y, en el medio, una niña de seis o siete años, cabello castaño y lacio recogido en media cola, con ropa de verano y sandalias blancas. Camina desorientada por la banqueta de alguna ciudad extranjera, obligada a fingir el disfrute de las vacaciones. Anda deprisa: su madre y su hermana le llevan varios metros de ventaja. Imagino al camarógrafo que, armado con varios rollos súper 8, quiere registrar el paso taciturno de su pequeña, su cómplice. Se suceden ruidosamente las diapositivas de una adolescencia atribulada y fútil, plagada de lugares comunes. ¿Cuánto más tenía que caminar y por qué calles, hasta encontrar el color y el relieve?
Pospongo la intención adormilada de buscar el registro de aquellos años, cuando empecé a creer que los acontecimientos y su posibilidad de atravesar mis vivencias significaban algo real. Los diarios, las cartas nunca enviadas, los poemas como prueba de una entrega ingenua, perdida. Una audacia que desconozco me impulsa a asomarme a un texto inspirado en la descripción de un veneno contenido en el cuerpo de un hombre: líneas desdoblando rasgos físicos, muecas y manías que en cierta encrucijada encontré adorables. No es necesario buscar papeles amarillentos ocultos tras el archivo de documentos médicos y recibos vencidos al fondo de la última gaveta del estudio; cerrar los ojos basta para releer, letra por letra, el historial de su huella, hoy transformada en mero telón que da paso a la segunda parte de mi vida.
Me adentro en el recuerdo con paso firme; busco sílabas capaces de dotar de coherencia lo todavía ilegible. Mi mente dispone papel y lápiz, preparo el inventario de aquello que tantas veces creí que él, cabeza de pájaro, había depositado en mí como un regalo, y que varios hombres y sábanas después comprendí que era mío desde el primer sollozo de mis pulmones, pero que, en un descuido, él podría haberme arrebatado. Aquello que descubrí cuando sus ojos hicieron de antorcha para iluminarme por dentro y supuse irremisiblemente extraviado cuando él se fue con otra.