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GUERRA Y VIAJE EN ALGUNOS EJEMPLOS DE LA ÉPICA ALEMANA MEDIEVAL

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Berta Raposo Fernández

Universitat de València

Como se ha indicado en el prólogo, la guerra y el viaje son, tanto en el plano de la ficción literaria como en el de la vida real, fenómenos de muy diversa naturaleza. La narración de la guerra, que se desarrolla en un marco temporal de recuerdo del pasado, está en principio contrapuesta a la descripción del espacio presente en los relatos de viaje. Sin embargo, ambos fenómenos a veces pueden aparecer interrelacionados entre sí. En la literatura alemana medieval encontramos una conexión entre la guerra y los viajes en tres ámbitos principalmente: 1) en la recepción de la épica de la Antigüedad (Antikeepik), basada en la temática de la Guerra de Troya y de la vida de Alejandro Magno; 2) en la épica de las Cruzadas, y 3) en la épica precortesana, antes llamada épica juglaresca (Spielmannsepik).

La Antikeepik aborda la representación de guerras primigenias de trascendencia universal, de guerras que fundan y destruyen reinos enteros, pero cuya distancia histórica es tan lejana que permite una neutralidad y una falta de compromiso que están ausentes en otros géneros épicos (Lienert, 2000: 32). Aunque se trata de adaptaciones de la temática antigua al estilo y a los gustos de la literatura caballeresco-cortesana, no contienen temas estrictamente medievales, por lo cual los pasaremos por alto. En la épica que podemos considerar como más «clásica» (la artúrica en particular y la caballeresco-cortesana en general), el viaje desempeña un importante papel: la vida del caballero está marcada por la salida en busca de azarosas aventuras que le proporcionen fama y el amor de una noble señora. La salida en sí es consustancial a este tipo de épica, pero no suele estar relacionada con ninguna guerra generalizada, sino sólo con combates individuales.

La relación de la guerra con el viaje adquiere una nueva dimensión en la literatura medieval desde el momento en que entra en juego la religión en su planteamiento y desarrollo. Un ejemplo muy temprano lo vemos en el brevísimo Ludwigslied o Cantar de Luis, del siglo IX, casi contemporáneo al Cantar de Hildebrand, pero imbuido de un espíritu muy diferente. Aquí se presenta una incursión de los normandos en las costas del norte de Francia, por un lado como una prueba a la que es sometido el rey franco-occidental Luis III y, por otro, como castigo divino por los pecados del pueblo: «Korôn uuolda sin god, // Ob her arbeidi/sô iung tholôn mahti. // Lietz her heidine man / obar sêo lîdan, // Thiot Urankôno/manôn sundiôno» («Dios quiso probar si era capaz de sufrir penalidades siendo tan joven, e hizo venir por mar a hombres paganos para amonestar a los francos por sus pecados») (vv. 11-12).1

En el Cantar de Luis aparece tematizada por primera vez en la literatura alemana medieval una lucha contra los paganos invasores. Tendrán que pasar tres siglos para que vuelva a abordarse una temática similar en la épica de las Cruzadas, cuyo ejemplo más temprano es el Rolandslied o Cantar de Rolando del siglo XII. Este extenso poema épico, surgido en Ratisbona, probablemente por encargo de Enrique el León (duque de Baviera y pretendiente al trono alemán), está basado en una fuente francesa desconocida relacionada con la Chanson de Roland. Su autor, el clérigo Konrad, declara haber traducido del francés al latín y de ahí al «alemán» (bávaro y franco-renano).

El marco temático de la obra viene dado por la prolongada lucha del emperador Carlos contra los moros en España (Hyspania). Marsilie, rey de Zaragoza (Sarragûz), trama un complot contra él, pidiéndole negociaciones de paz con la idea de romper el pacto después de que los francos hayan abandonado el país. Durante la retirada de éstos, la retaguardia cae en una emboscada en el desfiladero de Roncesvalles (Runzeval). A pesar de su heroica lucha, los cristianos tienen que ceder ante la supremacía numérica de los infieles. Olivier aconseja a Rolando que pida socorro a Carlos y al grueso del ejército, pero Rolando en un principio se niega, en su ansia de martirio. Cuando Carlos regresa al campo de batalla, ya han muerto los héroes. El Sol se para y así Carlos tiene tiempo de volver a Zaragoza el mismo día para vengarse. Allí Paligân, jefe supremo de los moros, a quien Marsilie esperaba desde hace tiempo, viene en su ayuda. Empieza una nueva batalla que termina esta vez con la victoria de Carlos.

En el Cantar de Rolando, la combinación de las guerras carolingias con la nueva temática de las Cruzadas2 vuelve a conectar el viaje con la incursión guerrera, pero esta vez en sentido recíproco: los cristianos y los infieles se invaden y se devastan mutuamente. El narrador dice: «Er waere frî oder eigen, si kêrten ûf die heiden» («Ya fueran libres o siervos, se pusieron en marcha contra los paganos») (vv. 165-6).3 Carlomagno se lamenta: «die heiden tuont uns grôzen scaden. / si rîtent in diu lant. / si stiftent roub unde brant. / diu gotes hûs si stoerent. / daz liut si hinfüerent / unt opherent si den abgoten» (vv. 200-205) («Los paganos nos causan graves perjuicios: irrumpen en nuestras tierras, roban e incendian, destruyen las iglesias, raptan a las gentes y las sacrifican a los ídolos»). Después dice el narrador de los infieles: «unz an der erde ende / hêten si sich besendet / ûz allen heidenisken rîchen. / vil harte vermezzenlîchen / fuoren si ir strâze» («habían pedido refuerzos a todos los reinos paganos, hasta en el fin del mundo; y siguieron su camino con gran osadía») (vv. 291-295).

En esta versión alemana, la temática de la cruzada está más acentuada que en la francesa: los héroes mueren como mártires de la fe sin rastro de ambiciones de gloria terrena o sin implicaciones políticas aparentes (Brunner, 1996: 102). Probablemente nos encontramos aquí ante un fenómeno de literaturización de la experiencia histórica de las primeras cruzadas (Kartschoke, 1996: 796), cuando surgen las ya mencionadas conexiones con el peregrinaje. Desde el momento en que, en el Concilio de Clermont (1095), el papa Urbano II había hecho un llamamiento a una guerra de liberación de los Santos Lugares y proclamado la Primera Cruzada, dichas expediciones guerreras se equipararon con una peregrinación, es decir, con una de las formas de viaje más extendidas en la Edad Media. La expectativa de conseguir indulgencias participando en ellas las acerca todavía más al peregrinaje. Al principio del Cantar de Rolando, el obispo Turpín, que también forma parte del ejército carolingio, dice en su arenga a los guerreros: «Wol ir heiligen pilgerîme, / nû lât wol schînen, / durch waz ir ûz sît komen / unt daz heilige criuze habet genomen» («Bien, santos peregrinos, ahora tenéis que hacer patente por qué os habéis puesto en camino y habéis tomado la cruz») (vv. 245-248). Y más tarde, ya durante la batalla, «mit den worten sprechen wir iu antlâz» («con estas palabras os concedemos la absolución») (vv. 3929).

Pero en la literatura alemana medieval existe otro poema épico de temática de cruzadas de mucha mayor profundidad y envergadura que el Cantar de Rolando. Se trata del Willehalm de Wolfram von Eschenbach, de principios del siglo XIII. También este texto está basado en una fuente francesa, La Bataille d’Aliscans, que, al igual que la Chanson de Roland, pertenece al ciclo de las guerras carolingias, con una estructura muy similar: dos batallas, de las cuales la primera es ganada por los infieles y la segunda por los cristianos. En el Willehalm, la causa del viaje es una reedición de la de la Guerra de Troya (recuperar a la mujer robada) enmarcada en las luchas entre cristianos e infieles.

Willehalm, hijo del conde Enrique de Narbona, y desheredado por su padre, tiene que vagar por el mundo en busca de honores y recompensas en las guerras contra los sarracenos. Durante su cautiverio en Bailie, se enamora de Arabel, hija de Terramer, rey de nueve países o territorios infieles (entre ellos Cordes, que podría identificarse con Córdoba) y esposa de Tybald, rey de cuatro países (entre ellos Sybilje, que podría identificarse con Sevilla), y sobrino de Marsilje, rey de Zaragoza en el Cantar de Rolando. Ella le corresponde, y abandonando a su marido e hijo, huye con él a la Provenza y se bautiza bajo el nombre de Gyburc. Terramer y Tybald reúnen entonces una gran coalición de príncipes y dignatarios sarracenos que irrumpe en la Provenza para recuperar a Gyburc/ Arabel y vengarse de Willehalm (más aparte una serie de reivindicaciones territoriales). Así empieza ese gran viaje: «die vürsten uz sime riche, / die vuoren kreftecliche, / den erz gebieten wolte (...) er bedacte berge und tal, / do man komen sah den werden / uz den schiffen uf die erden / durh den künic Tybalt» (10, 3-5; 12-15)4 («Los príncipes de su reino se pusieron en camino con gran poderío en cuanto él se lo pidió (...) Cuando se vio venir al noble señor Terramer saliendo de los barcos hacia tierra en ayuda del rey Tybalt, cubrió los montes y el valle con sus huestes»). En una primera batalla en Alischanz (junto a la actual Arles), la superioridad numérica de los infieles es abrumadora y los cristianos tienen que darse por vencidos. Los infieles avanzan hasta el castillo de Willehalm en Oransche, que es defendido valientemente por Gyburc y sus gentes. Willehalm, por su parte, acude a la corte del rey Luis (hijo de Carlomagno) en Munleun para pedir ayuda. El rey en un principio se muestra muy reticente a concederla hasta que Willehalm monta en cólera y la descarga violentamente en su hermana, la reina. Las súplicas de Alyze, hija del rey, y la mediación de Irmschart, madre de Willehalm, consiguen la reconciliación, hasta el punto de que el rey decide enviar al ejército imperial (hasta entonces Willehalm había luchado sólo con su propia gente) para un segundo encuentro contra los infieles. Antes de esta segunda batalla, Gyburc pronuncia un largo discurso ante las tropas cristianas en el que muestra su horror ante la guerra, que sin embargo considera como inevitable, y pide a los combatientes que respeten a los infieles, que son también criaturas de Dios. Este discurso es el más importante añadido de Wolfram con respecto a la fuente francesa. Suele llamársele «Toleranzrede», y es considerado como algo inusitado en la época.5 En realidad, lo que pide aquí Gyburc es simplemente que se respeten las leyes caballerescas de combate honroso, no que se deje de luchar: por un lado dice «die roemischen vürsten ich hie man / daz ir kristenlich ere meret» («a los príncipes del Sacro Imperio Romano os exhorto a que aumentéis la honra del cristianismo») (306, 18-19); por otro, «hoeret eines tumben wibes rat, / schonet der gotes hantgetat» («escuchad el consejo de una mujer ignorante: respetad a las criaturas de Dios») (306, 27-28). En la primera batalla eso no había sucedido: «da wart sölhiu riterschaft getan, / sol man ir geben rehtez wort, / diu mac vür war wol heizen mort» («ahí se luchó de tal manera que, en palabras exactas, puede hablarse de una masacre») (10, 18-20); «man nam da wenic sicherheit, / swer den andern überstreit» («si alguno vencía al otro, no se hacían prisioneros») (10, 27-28). En la segunda batalla los cristianos vencen, aunque a costa de muchas y muy graves pérdidas. Willehalm devuelve a Terramer a todos los reyes prisioneros y también a los reyes caídos en el combate para que reciban honras fúnebres de acuerdo con las costumbres de su religión. El final está incompleto, y no se sabe si es debido a la voluntad o a la muerte del autor. En todo caso, aquí se cierra el ciclo con otro viaje: la retirada del ejército sarraceno.

Willehalm es una de las pocas epopeyas medievales alemanas que tematizan la guerra: describe batallas campales interétnicas y combates individuales con cambios de perspectiva, de cerca y de lejos (Bumke, 1997: 210). Wolfram se distancia de las descripciones de batallas en la épica heroica «Man sol dem strite tuon sin reht: / da von diu maere werdent sleht» («Hay que describir la batalla correctamente, para que la narración no se resienta») (385, 1-2), y narra de forma «realista», destacando las pérdidas por ambas partes. Pero ante todo reflexiona sobre los motivos y el sentido de la lucha, y al hacer esto, al mismo tiempo problematiza la guerra, contemplándola desde un punto de vista abiertamente pesimista, muy alejado de la glorificación propia de la primitiva literatura de cruzadas del tipo del Cantar de Rolando.

Si en la literatura de cruzadas, pese a la equiparación con el peregrinaje, predominaba la guerra sobre el viaje, hay otro tipo de poesía épica donde el viaje es uno de los principios estructuradores. Es la épica precortesana, que narra acontecimientos aparentemente más fantásticos que los de la literatura de cruzadas. En ella se repiten siempre dos motivos: la conquista o el robo de la novia y el viaje a Oriente, el primero de los cuales tiene una fuerte carga política ligada directa o indirectamente a la guerra o a acciones bélicas. El segundo evoca la temática de las Cruzadas y está por tanto también relacionado con la guerra y el viaje.

La búsqueda de una esposa conveniente era cuestión fundamental para la política de alianzas de un soberano en la vida y en literatura medievales; era una cuestión que se decidía en el seno de los grandes dignatarios y consejeros del reino. Una boda con una princesa hija de algún rey poderoso e influyente podía evitar más de una guerra. Pero también podía provocarla, en caso de que el padre se negara a la unión y fuera necesario conseguirla por la fuerza (en ello consiste el robo, que puede tener lugar con o sin el consentimiento de la implicada).

El viaje a Oriente, por su parte, evoca la temática de las Cruzadas y está siempre ligado a grandes peligros que ponen a prueba no sólo las cualidades guerreras de los héroes, sino también sus condiciones físicas, su habilidad y astucia, etc. Veamos los dos ejemplos más importantes de este tipo de épica: König Rother (El rey Rother) y Herzog Ernst (El duque Ernesto), ambos aparecidos en el siglo XII.

El rey de Roma Rother, residente en la ciudad adriática de Bari, aconsejado por su confidente Lupold, envía emisarios al rey Constantino de Constantinopla para pedir la mano de su hija, pero éste no sólo rechaza la petición (cosa que hace siempre), sino que además manda a la cárcel a los emisarios. Rother se dirige entonces a Constantinopla, haciéndose pasar por un caballero proscrito llamado Dietrich (nombre elegido por sus connotaciones históricas, que lo relacionan con Teodorico el Grande) y revela a la princesa en secreto su verdadera identidad. La madre los ayuda a huir. Cuando Constantino se entera, manda a Bari a un falso juglar que mediante engaños consigue embarcar a la princesa (cuyo nombre no llegamos a saber nunca) y llevársela de nuevo a Constantinopla. Rother tiene que volver, esta vez con un ejército clandestino, a Constantinopla para recuperar a la que es ya su esposa. Disfrazado de peregrino, es descubierto y está a punto de ser ahorcado, pero su ejército, que estaba emboscado, lo libera y regresa a Bari con la princesa, que está embarazada desde el primer viaje. El mismo día de la llegada a Bari nace Pippin, que luego será el padre de Carlomagno.

En Herzog Ernst, el motivo del robo o conquista de la novia está más diluido, mientras que el del viaje a Oriente está sobredimensionado.

El joven duque Ernesto de Baviera, huérfano desde su niñez, es educado por su madre Adelaida. El emperador Otto, que se ha quedado viudo, busca una esposa y sus consejeros le sugieren a la duquesa Adelaida, madre del protagonista. Se celebra la boda, el emperador acoge a Ernesto como hijo y lo designa como consejero. Pero el conde palatino Enrique envidia la posición del duque Ernesto y consigue por medio de calumnias predisponer al emperador en su contra, de manera que éste llega a encargar a Enrique invadir las tierras de Ernesto para prevenir un supuesto complot que habría de destronarlo. Ernesto consigue repeler la invasión, contraataca, avanza hacia Otto, mata en su presencia al conde calumniador y llega a amenazar al propio emperador, tras lo cual es proscrito y obligado a huir. Después de una lucha de cinco años contra el emperador, y una vez agotados sus recursos, decide tomar la cruz e ir a Tierra Santa acompañado de un gran séquito. Al partir de Constantinopla, son sorprendidos por una tempestad que dispersa toda la flota; el barco del duque Ernesto navega a la deriva durante tres meses hasta que va a parar a una serie de países fabulosos habitados por seres extraños. En el primero de ellos, llamado Grippia y habitado por hombres-grulla, aparece una versión reducida del motivo del robo de la novia. El rey de este país acaba de regresar de una incursión en la India de la que se ha traído raptada a la hija del rey de aquel país. Ernesto y sus hombres intentan liberarla, pero se ven obligados a huir ante la superioridad numérica de los hombres-grulla. Esta segunda parte, que narra los maravillosos acontecimientos de este viaje, ocupa mucho más espacio que la primera. Aquí el duque tiene ocasión, acompañado de su fiel vasallo y compañero de armas, el conde Wetzel, de poner a prueba y demostrar sus dotes y cualidades como caballero defensor del derecho frente a la agresión de los violentos, y como soberano, ya que en recompensa por esa ayuda recibe un ducado del rey de Arimaspi. Después de más de seis años de estancia en estas tierras fabulosas, consigue alcanzar por fin Tierra Santa y se queda en Jerusalén por un año, realizando grandes heroicidades en la lucha contra los infieles. Todo esto llega a oídos de su madre, la emperatriz, que le aconseja volver a casa y pedir perdón al emperador. Así lo hace el duque, en una espectacular ceremonia en la catedral de Bamberg durante la Misa del Gallo. Ernesto aparece disfrazado de peregrino, y cuando es descubierto se genera una cierta tensión, pero ante los ruegos de la emperatriz, el emperador accede a la reconciliación y lo restituye en su anterior posición, mandando además que se ponga por escrito su historia.

Como conclusión, se puede establecer la siguiente clasificación:

1. La guerra puede presentarse en forma de viaje desde un principio (Cruzadas). 2. La guerra puede predominar sobre el viaje (Cruzadas). 3. El viaje puede ser una guerra camuflada o latente (épica precortesana). 4. El viaje puede predominar sobre la guerra (épica precortesana).

Resumiendo, vemos que la combinación pura de los elementos temáticos de la guerra y del viaje sólo se da en la literatura de cruzadas, tanto en la más primitiva (Cantar de Rolando) como en la más avanzada (Willehalm). La combinación se diluye en la literatura, donde predomina el viaje sobre la guerra, es decir, en la épica precortesana; en König Rother porque el robo de la novia muestra implicaciones guerreras sólo en forma camuflada o latente, y en Herzog Ernst porque, aunque el viaje a Oriente del protagonista se presente como cruzada, en realidad es un exilio a consecuencia de la guerra entre el emperador y el duque; pero precisamente porque no es una cruzada, su sentido se pervierte tanto que acaba siendo un medio de relegitimación o rehabilitación del duque exiliado frente al emperador, si es que no llega a ser incluso un fin en sí mismo (Stock, 2002: 159 y ss.). En la literatura de Cruzadas tardía (Willehalm), esta temática se complica con el motivo de la recuperación de la mujer robada, que es una inversión del motivo del robo de la prometida. La combinación de guerra y viajes en estos ejemplos de épica medieval es, pues, una unión inestable, y al final siempre acaba predominando un elemento sobre otro.

Guerra y viaje

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