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EL MARCO TEÓRICO DE REFERENCIA: UNA APROXIMACIÓN SISTÉMICA

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Sin embargo, antes de entrar en materia, parece absolutamente imprescindible establecer un marco teórico explicativo y hemos optado por una aproximación sistémica en la que el «núcleo duro», los cuatro círculos de los que hablaremos, interactúan entre los elementos del entorno que pueden ser institucionales y/o geográficos o geoestratégicos.

Comencemos por los procesos básicos, por los «cuatro círculos» que, en términos generales, explican las transformaciones urbanas. Estos cuatro círculos o subsistemas son el subsistema de crecimiento económico, el subsistema de cambio demográfico y transformación de la estructura social, el subsistema de crecimiento «físico» de la ciudad y el subsistema de la estructura urbana. Definiremos brevemente cada uno de estos subsistemas y algunas de sus interrelaciones más evidentes y constatables.

En lo concerniente al subsistema de crecimiento económico (verdadero motor del conjunto del sistema urbano) no hay una teoría generalmente aceptada sobre las variables explicativas, pero sí que podemos establecer algunas evidencias. En primer lugar, como la economía urbana es necesariamente una economía muy abierta, es lógico que se hayan identificado las exportaciones de bienes y servicios que hace la ciudad al «resto del mundo» como variable explicativa básica del crecimiento económico urbano. Incluso en las grandes aglomeraciones urbanas, el porcentaje de outputs que no se exporta es relativamente reducido y buena parte de las necesidades «locales» son satisfechas por importaciones crecientes, con la importante matización de que el propio crecimiento urbano (el sector de la construcción e inmobiliario y los servicios públicos en régimen de concesión administrativa) genera una actividad económica «local» nada menospreciable. Ninguna duda, pues, sobre el papel fundamental de las exportaciones en la explicación del crecimiento económico de la ciudad. Además, un incremento de las exportaciones (de bienes o servicios, tangibles o intangibles) es un buen indicador de la competitividad económica de la ciudad.

A pesar de esta evidencia, no son pocos los autores que para explicar el crecimiento económico de la ciudad escogen como variable determinante la cantidad y calidad de la oferta de factores productivos, defendiendo, no sin razón, que si esta oferta es adecuada, la ciudad puede cambiar con relativa facilidad su estructura productiva y la composición de sus exportaciones, como demuestra la evidencia histórica disponible. Cuando hablamos de la oferta de factores productivos no hay que olvidar en ningún momento que variables de «moda» como la creatividad, la difusión de ideas e innovaciones, el capital humano, la dotación de equipamientos e infraestructuras, el atractivo cultural y turístico o incluso la misma eficiencia de la gestión pública son elementos que están incluidos.

Más que contraponer estas dos orientaciones teóricas parece útil destacar su complementariedad, aunque desde el punto de vista «disciplinar» sea difícil integrar ambas perspectivas. El problema para avanzar en esta necesaria integración reside en que, con demasiada frecuencia, cuando se identifican las exportaciones como variable determinante, se tratan éstas como una variable «exógena», es decir, como una variable cuya evolución depende de si nuestras exportaciones tienen elasticidades/rentas altas o bajas y son de alto o bajo contenido tecnológico, de cómo evoluciona la renta disponible de nuestros «adquirentes» y de cómo varían sus preferencias.

Sin embargo, al hacer «exógena» la variable de las exportaciones estamos suponiendo explícitamente que las exportaciones no dependen en su evolución de los cambios (autónomos o inducidos por la política económica urbana) que puedan producirse en la productividad y la competitividad del sistema productivo «local», entendiendo «local» como «la ciudad real», cada vez más de ámbito metropolitano y no municipal.

Es este tratamiento de variable exógena de las exportaciones el que dificulta la integración entre los esquemas interpretativos de «demanda» y de «oferta», y parece, por tanto, necesario eliminar este dualismo un tanto maniqueo. Una ciudad o área metropolitana puede mejorar su posición exportadora mejorando la calidad de su oferta de factores productivos e, incluso, su estructura productiva si ésta acaba siendo obsoleta e ineficiente. No a corto plazo, evidentemente, pero ésta es una posibilidad real. Exportaciones y cantidad y calidad de la oferta de factores productivos son, por lo tanto, variables complementarias para explicar por qué la tasa de crecimiento del PIB per cápita en algunas ciudades o áreas urbanas es superior o inferior a la de otras.

Hemos dicho antes que el subsistema de crecimiento económico era «el motor» del conjunto del sistema urbano. Esta afirmación no es –confiemos– fruto del economicismo. Si la base económica de una ciudad o área urbana se ve sometida a la regresión o al estancamiento, estamos ante situaciones de parálisis que afectan a los otros tres subsistemas: ni hay crecimiento poblacional (puede haber emigración), ni la ciudad crece, ni su estructura urbana se modifica de forma substancial. Es como si se hubiese parado el reloj de la historia.

El segundo subsistema del que hablábamos, el subsistema de cambio demográfico y transformación de la estructura social, no requiere tantas explicaciones. Si la economía urbana es dinámica, la población suele ser creciente en razón a flujos migratorios positivos, aunque puede haber crecimiento económico sin incremento poblacional si aumenta la productividad. El que sí que se produce de forma, podríamos decir, inexorable es el cambio de la estructura social si hay variaciones significativas de las rentas disponibles per cápita. Cambian los valores, los hábitos de consumo, la escala de preferencias y a este conjunto de cambios es al que se suele asociar el concepto de modernización.

El subsistema de crecimiento «físico» de la ciudad es también relativamente sencillo de explicar. Si la base económica experimenta cambios positivos y el tamaño de la población y/o el cambio de la estructura social acompañan a este dinamismo, lo que se produce es un incremento de la demanda de suelo para hacer frente a las nuevas necesidades de vivienda, equipamientos, espacios productivos, infraestructuras, etc. Esta demanda adicional de suelo urbano –que es la base del crecimiento «físico» de la ciudad– se satisface, mejor o peor, en el mercado del suelo urbano y adopta la forma de dos procesos simultáneos y complementarios muy conocidos: el crecimiento hacia el exterior que incrementa el «radio» de la ciudad o el área urbana (a pesar de que también se rellenan los vacíos que a menudo han generado los crecimientos anteriores) y la reorganización interna, que no es otra cosa que el cambio de usos del suelo en la ciudad ya consolidada.

Estos cambios de usos dan respuesta a parte de las nuevas demandas y pueden ser cambios en sentido estricto (de usos residenciales a terciarios, industriales a terciarios, etc.) o también cambios derivados de la intensificación del uso (normalmente incrementado el aprovechamiento o el precio). A menudo cambio de uso e intensificación de uso se producen al unísono. En el caso del crecimiento hacia el exterior también hay un cambio en el «uso» del suelo (de «rústico» o «agrícola» a urbano). Sin embargo, la diferencia es que el output son construcciones de todo tipo que se suelen adjetivar como de «nueva planta».

Hemos dicho antes que, además de simultáneos, el crecimiento hacia el exterior y la reorganización interna son procesos que se condicionan mutuamente y que son complementarios. El ejemplo más sencillo es que el crecimiento hacia el exterior, en la medida en que incrementa el radio de la ciudad o área urbana, hace que localizaciones antes periféricas y de poco valor de mercado se conviertan en localizaciones más centrales con mejores expectativas de uso «calificado». Hay muchas variables que provocan estos cambios de «vocación» de algunas áreas de la ciudad, como puede ser un gran equipamiento cultural, una nueva línea de metro, un nuevo parque de dimensiones considerables, etc. Si nuestro ámbito de estudio es el área urbana, la mejora del sistema de transportes es la que mejora la accesibilidad de determinadas subáreas, determinando nuevas «potencialidades». También la planificación urbanística puede explicar la mayor o menor importancia relativa de cada uno de los dos procesos en los que se concreta el crecimiento «físico» de la ciudad.

Por último, el subsistema de la estructura urbana no es otra cosa que el patrón de los usos del suelo que existe en un momento determinado y viene a ser el resultado de todos los procesos anteriormente descritos. Es un concepto estático, pero evidentemente lo que interesa siempre es analizar los cambios de la estructura urbana utilizando la estática comparativa y –aún mejor– el análisis de los procesos que explican estos cambios. Crecimiento físico de la ciudad y cambio de su estructura urbana son las dos caras de la misma moneda. De forma inseparable al concepto de estructura urbana entra en escena el concepto de demanda de movilidad. Cuanto mayores sean la población y el radio de la ciudad y cuanto más especializada funcionalmente esté la estructura urbana, mayor será la demanda de movilidad.

Esta demanda global de movilidad (con flujos perfectamente predecibles de origen-destino) pasa por el filtro del proceso de elección modal y deviene la demanda de movilidad en los diferentes modos de transporte: mecanizados y no mecanizados y, dentro de éstos, público –en las diferentes variantes– y privado. Desgraciadamente, la tendencia a la motorización privada es muy consistente y origina uno de los principales problemas de la ciudad. La confrontación entre oferta y demanda de los diferentes modos de transporte es lo que conforma el sistema (normalmente de ámbito metropolitano) de transporte, y la eficiencia de éste puede medirse, por ejemplo, con el indicador de tiempo medio de desplazamiento en el área.

Hasta aquí los cuatro subsistemas o cuatro círculos que constituyen el núcleo duro del sistema urbano. Hablamos, por último, del «entorno». En una aproximación metodológica de cariz sistémico como la que hemos propuesto, en el entorno suelen ubicarse variables que interactúan con las del sistema pero que tienen un carácter más «exógeno». Sin ninguna pretensión de exhaustividad podemos hablar, en este sentido, de la planificación urbanística y del mercado inmobiliario como dos elementos institucionales importantes. Y, en nuestro caso concreto, es en este mismo entorno donde tal vez tenga sentido ubicar los tres elementos geográficos centrales a los que hacíamos referencia al principio: la huerta, el río y el mar. Elementos geográficos que explican y son explicados por el sistema urbano. Faltaría, tal vez, hablar de las ventajas locacionales de Valencia como elemento geoestratégico y eso nos llevaría necesariamente al arco mediterráneo, al sistema urbano español y al sistema urbano europeo.

Una vez establecido este marco teórico de referencia resultaría relativamente sencillo establecer una periodización sensata de la Valencia contemporánea y analizar para cada subperíodo la estructura del sistema urbano y el comportamiento de los elementos del entorno. Sencillo –es un decir– pero no breve, cosa que justifica que lo dejemos para otra ocasión y que nos centremos en el análisis de los tres elementos geográficos que dan sentido a esta ponencia.

Valencia, 1957-2007

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