Читать книгу La construcción del personaje público - Aydel Quintero Díaz - Страница 8
La organicidad. No se trata de que uno se vuelva falso
ОглавлениеEn una ocasión asesoré a un reconocido político que necesitaba mejorar sus habilidades de comunicación oral. Cuando llegué a su oficina, y prácticamente antes de saludar, me dijo con tono prevenido: “Tengo una manera de ser y de comportarme por la cual soy reconocido por la opinión pública. Espero que usted no intente convertirme en algo que no soy”. El mismo temor de esa persona lo he encontrado en diferentes personas con las que he trabajado, pues en cuanto saben que van a ser entrenados por un actor, a sus mentes acude la idea de lo teatral, algo que está muy alejado del verdadero arte escénico. Identifican el teatro con algo “falso”, con sobreactuación. De hecho, algunos rechazan la asesoría aludiendo que prefieren ser entrenados por un comunicador social, por un psicólogo o por alguien que practique el coaching. Sin desconocer lo valioso que puede ser el aporte de esos asesores, realmente son los actores quienes, por su condición y estudios profesionales, están más preparados para entrenar en temas relacionados con superar el temor escénico, manejar la voz y el cuerpo en el escenario, expresar sentimientos y emociones de manera creíble, interpretar un texto, etc.
Ahora bien, no todos los actores están igualmente capacitados. Llegué a Colombia el 14 de enero de 2003. Me había graduado de Artes Escénicas en el Instituto Superior de Arte, una universidad cubana especializada en carreras artísticas. En ese mismo centro de altos estudios cursé un doctorado en Ciencias sobre Arte. Con mis títulos en mano empecé a buscar trabajo y, por casualidad, llegué a una academia de artes escénicas muy reconocida en Bogotá. Allí me presenté ante la directora, quien, de manera muy displicente me dijo que no confiaba en los cubanos, porque hacía algún tiempo había sido estafada por uno de ellos. Incluso dudó de mis títulos, me dijo que mi doctorado podía ser falso. Sin embargo, me remitió con la directora del departamento de voz escénica, quien también se encargaba de los cursos empresariales que ofrecía la escuela. Un tiempo después supe que la instrucción que la directora le había dado había sido “!despache rápido a ese cubano!”. La directora del departamento de voz, Ivette Consuelo Hernández, tenía una particularidad que hizo que nos entendiéramos muy rápido. Ella había estudiado Fonoaudiología en la Universidad del Rosario, pero también le gustaba mucho el teatro, y había asistido a talleres de actuación con uno de los grupos de teatro más importantes de la escena colombiana y latinoamericana: “La Candelaria”. Por eso su enfoque sobre la voz combinaba aspectos clínicos con aspectos escénicos. Ivette me invitó a almorzar, y me pidió que le mostrara mi tesis de doctorado. Coincidencialmente mi tesis estaba enfocada en el estudio de la técnica vocal del actor y sus conexiones con el desarrollo de la cultura del texto dramático. Ivette leyó el documento y…, le gustó. Entonces me invitó a que me ocupara de uno de los cursos de voz que la academia ofrecía a los actores. Fue a una de mis clases, y a partir de ahí nos empezamos a conectar profesionalmente. No puedo decir que se trató de un amor a primera vista, pero sí a segunda o tercera. La academia dictaba talleres de técnicas para hablar en público liderados por Ivette Consuelo. Cierto día me propuso que, usando mis conocimientos actorales, prepara un curso de expresión corporal orientado a altos directivos. Mi primera respuesta fue negativa. En ese entonces me ganaba la soberbia: venía de una prestigiosa universidad, tenía altos estudios de doctorado, y estaba preparado para formar actores, dramaturgos, pero no iba a “gastar” mi tiempo y mis conocimientos en darles clasecitas de expresión corporal a unos empresarios “no actores”. Ivette fue muy sabia y logró persuadirme. Me dijo que iba a tardar en introducirme en el medio artístico colombiano, el cual, por demás, era bastante difícil; sin embargo, en el mundo empresarial tenía una posibilidad de trabajo y de investigación enorme y pronta. Ella venía trabajando en una metodología que le permitiera mezclar la fonoaudiología con el teatro para entrenar a personas en el arte de la comunicación. Decidió confiar en mí, gracias precisamente a mis estudios superiores en las artes escénicas. Algo tenía ella muy claro desde el comienzo: no quería partir de la improvisación sino que detrás de cada actividad hubiera ciencia y una argumentación sólida.
¿Ciencia con arte? Es una mezcla que no siempre ha sido bien vista. Aún hoy muchos creen que son dos campos muy lejanos uno del otro, pero varias prácticas y experiencias realizadas en los últimos cincuenta años han demostrado que no es así. Es debido a la percepción de que el arte y la ciencia no conjugan, y a aquella vieja idea de que el arte es pura subjetividad y lúdica, que algunas personas rechazan un entrenamiento teatral o con técnicas actorales como base para desarrollar las habilidades de comunicación oral; sin embargo, otros lo buscan porque también es cierto que en los últimos años se ha empezado a aceptar más ampliamente el tema, y ya no es tan raro ver a un actor que asesora a un político en campaña. De hecho, las carreras de negocios de algunas universidades prestigiosas del mundo, entre las que se destaca la Grenoble Graduate School of Business de Francia, o los programas de MBA ofrecidos por el Massachussets Institute of Technology (MIT) y la Universidad de Virginia, les están ofreciendo cursos de teatro a sus alumnos con la finalidad de desarrollar en ellos diversas competencias como la comunicación, la empatía, el liderazgo y el trabajo en equipo.
No obstante, he sido testigo o he sabido de algunos actores que no hacen su trabajo con la debida seriedad y se limitan a proponer ejercicios lúdicos, dinámicas que hacen que las personas se diviertan pero no que desarrollen realmente una habilidad. Por ejemplo, algunas empresas contratan actores y grupos de teatro para ejecutar las llamadas actividades outdoor, que se terminan por convertir en ejercicios recreativos en los cuales no hay un objetivo concreto ni se desarrolla una competencia específica: se trata de diversión sin aprendizaje. Lo mismo ocurre con algunas asesorías personalizadas en las cuales, frecuentemente, se parte de análisis impresionistas y de soluciones poco efectivas, precisamente, debido a la falta de objetividad. ¿A qué me refiero con “análisis impresionistas”? Cuando se realiza una asesoría en comunicación oral es clave partir de un diagnóstico inicial de las capacidades de la persona con la cual se va a trabajar: observarla mientras realiza varios ejercicios con el fin de detectar los obstáculos que bloquean su proceso de comunicación, y luego buscar la forma de superarlos a través de ejercicios. Un análisis impresionista abarca expresiones sin fundamento como, por ejemplo, cuando decimos: “Te vi mientras desarrollabas tu discurso. Estuviste fantástico. Tu voz sonó chévere y te moviste muy bien en el escenario. Hay que trabajar cositas, pero fue genial”. Si nuestra conclusión sobre el desempeño de la persona está llena de adjetivos vacíos (genial, excelente, chévere…), y no somos capaces de fundamentarlos, estamos en el terreno de las impresiones. Otra cosa es cuando le decimos al individuo: “Enfatizaste, mediante la intensidad fuerte, palabras relevantes para la recordación de tus mensajes, como… Adicionalmente, los movimientos de tus manos fueron amplios, variados y precisos, y esto impactó positivamente el tempo-ritmo del habla, el cual se encuentra sincronizado con el del movimiento corporal…”. En este caso nuestra apreciación es más descriptiva, y la persona tendrá una comprensión acertada de su desempeño escénico. Uno de los aspectos que desde el comienzo intentamos con Ivette fue ser precisos y objetivos a la hora de hacer cualquier planteamiento en torno a los temas que se estaban trabajando, lo cual facilitó la apertura de nuevos mercados. La gente empezó a creer en nosotros, a darse cuenta de que hablábamos con propiedad, y podíamos probar aquello que decíamos, tanto de manera teórica como práctica.
Otro de las aspectos que debí superar desde el inicio fue la barrera del lenguaje, pues estaba acostumbrado a trabajar con gente de teatro que comprendía muy bien cierta terminología propia del oficio. Recuerdo la primera vez que le propuse a Ivette realizar un taller y ella me devolvió el proyecto porque, según dijo, estaba recargado de conceptos teatrales que solo un oficiante del arte escénico podría entender. Poco a poco aprendí a traducir mis conocimientos al lenguaje empresarial, al lenguaje político y al del resto de la gente que no ha estudiado teatro. En ese punto es donde también a veces fallan los actores: cuando ofrecen cursos o asesorías de comunicación en los que se dirigen al otro como si se tratara de un colega de escena, o lo ejercitan como si fuera a actuar en una escena teatral.
Con Ivette Consuelo definimos un término que nos permite puntualizar lo que buscamos al entrenar a una persona a partir de técnicas actorales: “naturalidad escénica”. Pero, ¿qué es la naturalidad escénica? En la vida cotidiana actuamos naturalmente, por ejemplo cuando en casa estamos cómodamente reclinados en un sillón mientras hablamos con nuestra pareja. Pero si pretendemos adoptar esa misma actitud al hablar con nuestro jefe es muy probable que nos saque corriendo de su oficina. En una fiesta con amigos nos recostamos desprevenidamente en la pared sosteniendo una cerveza en la mano con lo cual estaremos actuando de manera natural; pero si vamos a dar una conferencia en un congreso mundial seguramente no lo haremos así. En cada escenario o escena de la vida desarrollamos una manera distinta de “ser natural”. No se trata de sobreactuarnos, sino de partir de lo que somos y proyectarlo de acuerdo con las circunstancias y con nuestros propósitos comunicativos, de convertirnos en estrategas de las relaciones y del arte de influir en los demás.
Los actores utilizan el concepto “organicidad”. Ser orgánico es lograr que cada cosa que se haga en el escenario parezca que surge, naturalmente del actor, en cada momento. Y; lógicamente, ser orgánico es también aparecer “verdadero”, creíble. La misma búsqueda que emprende el actor la debe perseguir la persona que habla en público en todas las circunstancias: debe actuar con naturalidad en la escena, trabajar consigo mismo para ser orgánico, y lograr acciones y reacciones coherentes con el momento y con sus propósitos comunicativos.
Al político que me recibió en su oficina, le contesté: “Vamos a analizar algunos videos de sus intervenciones. Usted quiere proyectarse como candidato a la alcaldía de la capital. Revisemos si sus comportamientos escénicos están en sincronía con eso, si su personaje está a la altura de un alcalde. De no ser así, debemos trabajar para armar el alcalde que queremos proyectar, partiendo de lo que usted ya es”. Su respuesta fue: “Me suena…. Está bien, ¡adelante!”. Al poco tiempo de analizar los videos comenzamos a hacer ejercicios actorales para mejorar el desempeño de su mirada, pues siempre que hablaba reflejaba dispersión debido a que cambiaba rápidamente la dirección de sus ojos y no establecía ningún contacto visual duradero. Por eso lo llamaban “loquito”. Y nadie votaría por un alcalde así. Pero el personaje era un político centrado y con buenos proyectos. Había que trabajar para que eso fuera lo que viera el público.