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La postura de la piedad

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Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor.

FILIPENSES 2.10-11

Me produce una gran tristeza el hecho de que «la palabra S» haya sido eliminada tan por completo de nuestro vocabulario cultural. No es por supuesto sorprendente que las feministas prefieran evitar la idea de la sumisión, pero este término se encuentra curiosamente ausente de las conversaciones en las reuniones de la iglesia y en las clases de escuela dominical, así como en los lugares de trabajo profesionales.

Casi de un día al otro, lo que alguna vez se atesoró como virtud cristiana se ha convertido en algo ofensivo, algo para desechar. Durante la década de los sesenta, cuando Betty Friedan le presentó al mundo The Feminine Mystique (La mística femenina), un movimiento comenzó a sacudir a los Estados Unidos y al mundo. Friedan dijo: «Apenas ha comenzado la búsqueda de las mujeres de sí mismas. Pero está llegando el momento en que las voces de la mística femenina no pueden ahogar la voz interior que está impulsando a las mujeres a ser completas».6 Varios otros libros publicados durante la década de los setenta encasillaron la palabra sumisión con el sentido del consentimiento de las mujeres al dominio de los hombres. Luego, a medida que el feminismo comenzó a infiltrarse en la iglesia evangélica, la idea de la sumisión pasó a ser algo ofensivo para las mujeres cristianas en vez de ser algo primordial a su identidad como hijas de Dios.

Esto presenta un grave problema para las mujeres que desean vivir vidas piadosas. La ideología feminista no puede tener el lugar más importante en su vida. La Dra. Kirsten Birkett señala las razones por qué en su libro The Essence of Feminism (La esencia del feminismo): «El feminismo es un movimiento egoísta, sin ninguna filosofía sostenible, una historia fabricada, y una moralidad incoherente. No aporta ninguna libertad ni satisfacción a las mujeres, y no corregirá injusticias».7

Todos los creyentes, tanto hombres como mujeres, son llamados a someterse voluntariamente y con gozo a lo que conocemos y confiamos acerca de Dios: que Él desea que vivamos una vida de bendición. Esa vida de bendición se encuentra en nuestra sumisión al reinado de amor de Dios y a su orden en este mundo. De modo que la sumisión es el sendero que nos conduce a la bendición.

¿QUÉ ES LA SUMISIÓN?

¿Qué piensan que es la sumisión? Algunas personas piensan correctamente que la sumisión involucra actuar en forma amable y considerada hacia los demás, pero lo más frecuente es que se vea a la sumisión como algo degradante o denigrante.

Muchos cristianos están algo confundidos y piensan que la sumisión tiene algo que ver con el matrimonio y la relación de la mujer con su esposo (lo cual es cierto), o quizás con el rol de una mujer en la iglesia (lo cual también es cierto). Pero el llamado a la sumisión es mucho más extenso que estos usos reducidos.

La sumisión es ceder a la autoridad de otro. El predicador puritano Jeremiah Burroughs escribió: «Mantener debajo, eso es someterse. El Alma se puede someter a Dios en el momento en que puede colocarse bajo el poder y la autoridad y el dominio que Dios tiene sobre ella».8

La sumisión al gobierno amoroso de Dios

Por supuesto que la autoridad a la que debemos ceder es la autoridad de Dios. El Evangelio revela la verdad que Jesús es Señor. Los cristianos lo sabemos. Esta frase nos ha servido incluso como calcomanía para colocar en la defensa de nuestros automóviles. Pero lejos de ser trivial, estas palabras expresan laesencia misma del Evangelio. El arzobispo de Sydney, Peter Jensen, lo dijo así en su At the Heart of the Universe (En el corazón del universo):

Existía una diferencia monumental entre Jesús y los demás profetas de la Biblia. No sólo que Jesús trajo un mensaje de Dios; él mismo era el principal contenido del mensaje que había traído. Él anunció el reino y reveló que él era su Rey. Los profetas apuntaban a Cristo; él aceptó el testimonio de ellos. Él mismo era la luz del mundo, el pan de vida, el que da agua viva, la perfecta revelación de Dios, inigualable e insuperable. «El que me ha visto a mí», dijo Jesús a sus asombrados discípulos, «ha visto al Padre» (Juan 14.9). No hemos de sorprendernos pues que cuando estos discípulos comenzaron a predicar después de la muerte y resurrección de Jesús, su mensaje se redujo a: «Jesucristo es Señor».9

Pedro predicó el señorío de Cristo ante una multitud en Jerusalén después de Pentecostés: «Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hechos 2.36).

Pablo escribió sobre el señorío de Cristo en sus cartas a las iglesias:

Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2.8-11)

Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. (Efesios 1.9-10)

El mensaje de la Biblia es claro: ¡Jesucristo es Señor! Es un hecho. La clave para ser una mujer piadosa es colocar nuestra vida en completa sumisión a su voluntad en todo. Es también el sendero que nos conduce al gozo.

Jesús, nuestro Señor, es una clase diferente de rey, y nos sometemos a Él, en parte, conformando nuestras vidas según su ejemplo. Como Señor, Jesús se comportó en una forma que era diferente a todo rey que haya conocido jamás el mundo. En vez de asumir una postura orgullosa de dominio, Jesús se humilló a sí mismo. En el Aposento Alto, poco tiempo antes de su crucifixión, Jesús aplacó una discusión entre sus discípulos sobre quién de ellos era el más importante, llevando a cabo algo asombroso: «Sabía Jesús que el Padre había puesto todas las cosas bajo su dominio, y que había salido de Dios y a él volvía; así que se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura... y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos» (Juan 13.3-5).

Según este pasaje, vemos queJesucristo no tenía ninguna crisis de identidad. Él sabía exactamente quién era. Sabía que todo el poder le pertenecía a él. Sabía de dónde venía y a dónde se dirigía, y sabía cuál era su propósito sobre la tierra. Su humildad en ese día y a través de toda su vida provenía de esa confianza.

El Evangelio nos da esa misma confianza. Como hijas de Dios, nosotras también sabemos de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Como Cristo, sabemos también lo que poseemos. Es el amor de Dios que nos motiva a seguir el ejemplo de Cristo y que nos permite liberar el control de nuestros planes para nuestra vida, colocándonos cada día completamente bajo el gobierno amoroso de Dios. John Wesley conocía esta verdad y oraba:

Toma Tú la total posesión de mi corazón. Levanta allí tu trono, y da allí órdenes como lo haces en el cielo. Habiendo sido creado por ti, permíteme vivir para ti. Habiendo sido creado para ti, permíteme siempre actuar para tu gloria. Habiendo sido redimido por ti, permíteme darte lo que es tuyo, y permite que mi espíritu se aferre solamente a ti.10

Nos podemos encomendar por completo al hermoso plan del Padre para nosotras. Cuando nos sometemos al gobierno de nuestro Rey, no sometemos también al orden de Dios.

La sumisión al orden de Dios

Parte de nuestra rebelión en contra de Dios es el deseo de ignorar el plan de Dios para tener orden en la creación. Pero la vida en sumisión al orden de Dios es esencial para vivir bajo su gobierno. La autora Mary Kassian lo comprueba con estas penetrantes palabras:

La sumisión es un concepto que debemos comprender, dado que todos somos llamados a someternos a Dios (Santiago 4.7-10; Hebreos 12.9), y todos nosotros, una que otra vez, debemos someternos a la autoridad humana. Los creyentes que no se pueden someter a la autoridad humana no saben cómo someterse a Dios, pues es Dios quien exige sumisión dentro de las relaciones humanas. A la inversa, los creyentes serán líderes ineficaces, incapaces de satisfacer los roles de autoridad humana, hasta que aprendan a someterse a los demás. La sumisión es para todos.11

Una vez más, Jesús es nuestro ejemplo supremo. Él vivió su vida en sumisión al orden de Dios. Juan 8.28-29 dice: «Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada».

Las dos frases: «nada hago por mí mismo» y «yo hago siempre lo que le agrada» son reveladoras. Jesús estaba hablando sobre toda su vida, comenzando con su niñez. A medida que pasaron los años, y Jesús maduró de la niñez a la vida adulta, la Biblia dice que Jesús «crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Lucas 2.52). Sabemos que Jesús experimentó la vida como un niño, como soltero, como hombre que trabaja, y como ciudadano. Se enfrentó a las dificultades que presenta la vida dentro de los límites de esas relaciones cuando uno vive de acuerdo al plan de Dios. Y sabemos que en el medio de su vida cotidiana, Él complacía a su Padre celestial en todo.

Nuestro instinto es complacernos a nosotras mismas. Naturalmente deseamos definir nuestros propios límites, rebelándonos contra toda autoridad externa. De modo que la sumisión es algo que tenemos que aprender.

Cuando les enseñamos a nuestros niños a obedecernos, les estamos dando en realidad su primera lección en sumisión al orden de Dios para la familia. Ellos están aprendiendo a alinear su voluntad obstinada con la voluntad de sus padres y, en última instancia, con la voluntad de Dios.

El famoso psiquiatra infantil Dr. Robert Coles nos relata cómo, durante su capacitación en el Hospital de Niños de Boston, descubrió la importancia de educar a los niños para que obedezcan. Le asignaron a un niño de diez años cuya descripción era que tenía «problemas de aprendizaje». Durante sus sesiones, la conducta del niño era descortés, impaciente, exigente, y sin autocontrol. El Dr. Coles trató de razonar con él, con la esperanza de descubrir la razón de su comportamiento, pero cada sesión sólo acrecentaba sus propios sentimientos de impotencia. Pasaron las semanas sin cambio alguno: el niño saliéndose con la suya en el consultorio del médico y el médico sin idea de cómo ayudarlo.

Un día que estaba nevando, cuando llegó el niño se quitó con indiferencia sus galochas y las tiró, chorreando nieve, sobre la silla del médico. El Dr. Coles recuerda que instintivamente sintió que una rabia le subía por dentro, pero al mismo tiempo escuchó una voz interior que le decía que descubriera por qué el niño lo había hecho. Luchando por controlarse, caminó hacia la silla, recogió las galochas mojadas, las colocó en el pasillo fuera de su consultorio, y cerró de un golpe la puerta. Cuando el niño respondió que quería que estuvieran dentro del consultorio, el médico gritó: « ¡Ya no hay nada que hacer!»

Esas eran palabras que sus propios padres habían utilizado durante su niñez cuando se les había terminado la paciencia con su mala conducta. Ocurrió algo asombroso. El niño se sentó con cara de arrepentido y preguntó si había algo que podría utilizar para limpiar el desastre que había hecho. Por fin, el médico lo podía ayudar. El Dr. Coles escribe: «Tenemos temor de imponer los límites obvios que necesitan los niños, muchas veces porque pensamos que cierta teoría psicológica requiere tal actitud. Irónicamente, si la psiquiatría moderna ha aprendido algo, es un respeto saludable por el lado sombrío de nuestra vida mental y la conciencia de cuán importante es para todos nosotros tener una clase de autoridad sensata sobre nuestros impulsos para que no nos gobiernen y, sí, nos arruinen, para no mencionar otros que conocemos».12

El Dr. Coles descubrió lo que la Biblia enseñó hace mucho tiempo: Cuando no les enseñamos a los niños a respetar los límites y la autoridad que nos ha dado Dios, no les hacemos ningún favor.

Como cristianos, comprendemos que debemos enseñar también a nuestros niños lo que es esa «parte sombría de nuestra vida mental»: ni más ni menos que la rebelión contra nuestro Dios y Creador. Qué bendito el niño que recibe tal educación, ya que el someter su vida a la voluntad de Dios le da una gran ventaja.

CÓMO SOMETERNOS A DIOS

La sumisión se aplica a todas las áreas de nuestra vida al comenzar a restaurar el Evangelio en el lugar que le corresponde en el centro de nuestros pensamientos y acciones en la vida diaria. Esta sumisión es la elección continua y diaria de los caminos de Dios por encima de los nuestros. Tendremos que seguir eligiendo durante toda nuestra vida.

Me vi humillada por esta disciplina en mi hija Holly, cuando nos encontrábamos muy frustradas de pie frente al mostrador de servicio al cliente. Los suegros de Holly debían llegar en una semana para pasar juntos la Navidad, y el empapelado que ella había pedido hacía tres meses, todavía no había llegado, y todo por culpa de la ineficiencia de la tienda.

Yo estaba desilusionada por Holly y enojada porque la tenían de aquí para allá. Mientras esperábamos sentadas a que regresara el empleado con otra tonta excusa más, yo le dije echando chispas que el empleado me iba a tener que escuchar. Holly me detuvo en el medio de mi frase, colocando suavemente su mano sobre mi brazo. «Mamá», me dijo, «seamos diferentes. Actuemos como cristianas».

Yo me sentí tan avergonzada, ¡y tan complacida! Mi hija estaba actuando en la forma en que la había educado durante años: someter esos impulsos sombríos a la voluntad de Dios en las experiencias diarias. Ella estaba practicando la disciplina de la sumisión al Evangelio, ¡y ese día lo estaba haciendo mejor que yo!

Miren todos los roles que ocupamos que requieren que nos sometamos de una manera piadosa a la autoridad: hijas, empleadas, ciudadanas, esposas, miembros de la iglesia, e hijas de Dios. Y la Biblia se ocupa de cada una de estas áreas con enseñanzas para ayudarnos a someternos.

Miremos a Jesús

La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní es un hermoso modelo de cómo deberíamos someternos a la voluntad de Dios: «En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión» (Hebreos 5.7, NVI).

Aprendemos dos cosas del ejemplo de Cristo. Primero, ¡que aun el Hijo de Dios sin pecado tenía que orar para poder obedecer! Cuánto más necesitan depender los pecadores de la oración para entrar en la obediencia.

Segundo, el Padre escuchó su oración debido a su reverente sumisión. ¿No es increíble? Aun dentro de la divinidad, la sumisión era esencial.

Mateo también menciona la oración del huerto: «Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mateo 26.39). Esta oración revela el intenso deseo de Jesús de someterse a la voluntad de Dios, cueste lo que cueste. Él nos muestra que la voluntad de Dios es más importante que la vida misma. ¿Comprendemos esta verdad? ¿Creemos en ella?

¿Es la voluntad de Dios más importante que nuestras propias vidas? Es tan fácil enredarse en las cosas del mundo. Deseamos tan desesperadamente aferrarnos al control de nuestra vida que nos olvidamos de la advertencia de Jesús en Lucas 9.24: «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará».

En realidad, la mayoría de nosotras no perderá su vida físicamente por nuestra fe in el Evangelio. Pero nos veremos enfrentadas una y otra vez con la elección entre la voluntad de Dios y la nuestra. ¡Lo que «perdemos» es hacer lo que queremos! De modo que debemos comprender que la práctica de la disciplina de sumisión no tendrá lugar sin ferviente oración.

¿Les resulta incómoda la palabra sumisión? Colóquenla nuevamente en su vocabulario. Todas las disciplinas de la mujer piadosa son acerca de la sumisión de nuestra voluntad al gobierno amoroso de Dios en la vida diaria. Rechacen las voces populares que las tientan a poner sus necesidades primero, proteger sus propios intereses y derechos, empujar los límites puestos por Dios. Busquemos las Escrituras para poder comprender cómo lo hizo Jesús, y luego sigamos su ejemplo, ¡porque Jesucristo es Señor!

Hermanas, tenemos que disciplinarnos a someternos al gobierno amoroso de Dios y a su orden, porque ésta es la voluntad de Dios en el Evangelio.

RENUEVEN SU MENTE

Con respecto al cristianismo, ¿cómo no da en el blanco la definición feminista de la «sumisión»?

¿A quién se deben someter todos los creyentes (Juan 14.9; Hechos 2.36; Filipenses 2.8-11; Efesios 1.9-10; Santiago 4.7-10; Hebreos 12.9)? ¿Qué significa para ustedes personalmente el haber aceptado a Jesús como Señor?

¿En qué sentido es Cristo Jesús diferente gobernante a todos los reyes terrenales? Revisen Juan 13.3-4. ¿En qué otros momentos de su vida ocupó Jesús su rol de siervo?

¿Cómo se sometió Jesús a Dios mientras que estaba aquí en la tierra (véase Juan 8.27-30)? ¿Cómo puede servir Jesús como su modelo de conducta para someterse a la autoridad de Dios?

Jesús descubrió que el obedecer la voluntad de Dios exigía oración ferviente (Mateo 26.39). ¿De qué manera deberían estar orando por la ayuda de Dios en esta área? Si tienen una lista de oración, agreguen una petición por la ayuda de Dios para que les imparta un espíritu de sumisión.

Las disciplinas de una mujer piadosa

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