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LA DISCIPLINA PARA UNA VIDA PIADOSA


Ejercítate para la piedad.

I TIMOTEO 4.7

Había estado casada apenas dos años cuando me topé con la lista de oración de mi esposo. Cuando estaba quitando el polvo de su ordenadísimo escritorio, mi propio nombre captó mi atención: estaba justo en el primer lugar de su lista. Junto a mi nombre se encontraban las letras D y O. De inmediato, sentí curiosidad. ¿Qué representaban esas letras? ¿Deliciosa y optimista? ¿Distinguida y obediente? ¿Digna y obsecuente?

No tenía idea alguna de lo que él estaba pensando, y qué es lo que estaba orando por mí. Después de varios días, junté el coraje de preguntarle. Sin dudar un instante, me respondió: « ¡Disciplinada y organizada, por supuesto!» Abrí bien grande la boca, me sonrojé, y grité sin proponérmelo. Mi esposo se sorprendió ante mi asombrosa reacción. Él estaba pensando: ¿Acaso ella no sabe que necesita ayuda en estas áreas? ¿No desea ayuda para ser disciplinada y organizada?

¿La verdad? En esa época yo no estaba conciente de que ésas fueran áreas difíciles para mí. ¿Más verdad? Después de treinta y siete años, aun cuando haya hecho un gran avance, ¡Kent está todavía orando por D y O para su esposa!

Kent y yo hemos descubierto que la disciplina para él no es exactamente lo mismo que la disciplina para mí. Para comenzar, nuestra personalidad es diferente. Mi esposo es una persona madrugadora, y yo me despierto con el noticiero vespertino. Él encuentra su salud mental en lo estructurado: un calendario bien ordenado sin ninguna interrupción inesperada.Yo recibo con agrado las interrupciones y me encantan los visitantes que caen de sorpresa.

Aun así, he descubierto que mientras que mi personalidad espontánea me ayuda a adoptar un horario con mayor flexibilidad, la espontaneidad no es una excusa que pueda utilizar para ignorar la importancia de la disciplina. Y la disciplina es importante para mi vida espiritual. De hecho, es el sendero por medio del cual las buenas nuevas de Cristo le dan un sentido valioso a todos los días de mi vida.

Es posible que la palabra disciplina sea un poco dura para ustedes en este momento, una palabra plena de desafíos y quizás de deberes. Pero estén preparadas para descubrir que la disciplina es su cuerda de salvamento, algo que ustedes aprenderán a abrazar y por la cual le agradecerán a Dios a medida que ustedes crezcan en Él.

LOS EJERCICIOS DE LA VIDA PIADOSA

Hace varios años, cuando tenía un poco más de treinta años y era la mamá muy ocupada y un poco fofa de cuatro niños, una amiga y yo decidimos ponernos en forma y ejercitar un poco de disciplina física. Nos pusimos unas zapatillas de tenis viejitas, unas camisetas un poco raídas y pantalones cortos y salimos a correr alrededor de la manzana. Para nuestra desgracia, apenas pudimos llegar a la primera esquina, y casi nos desmayamos por el esfuerzo. Pero no abandonamos la lucha. Todas las mañanas probábamos nuevamente. El día en que llegamos a la media milla, ¡estábamos tan contentas que celebramos con rosquillas! Los ejercicios de la mañana se alargaron finalmente a tres millas, luego a cinco, y siempre terminaban con el premio: ¡una rosquilla! Nos pusimos en forma, pero no lo tomamos demasiado en serio. Comprendimos que algunas disciplinas son más importantes que otras.

El apóstol Pablo vincula esta idea del entrenamiento o la disciplina necesarios con la vida espiritual. 1 Timoteo 4.7 dice: «Ejercítate para la piedad». Esa palabra ejercítate deriva de la palabra griega muy antigua de la cual obtenemos la palabra española gimnasio. Al llegar a la época del Nuevo Testamento, se refería al ejercicio y entrenamiento en general. En un cierto sentido, Pablo está diciendo: «Hagan gimnasia con el propósito de obtener piedad». Él está pidiendo ejercicios espirituales.

Éste es el ejercicio espiritual que Pablo considera tanto más importante que una carrera matutina alrededor del vecindario. Él agrega: «porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera».

Ahora tengo casi sesenta años; soy la tierna abuela de dieciséis chicos. Ya no salgo más a correr, a pesar de que regularmente trato de aprovechar al máximo mis esporádicos brotes de energía utilizando las pocas piezas de equipo de ejercicio de alta tecnología que están guardadas en nuestro sótano. Cuanto más envejezco, tanto más comprendo las prioridades de ejercicios de Pablo: «Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día» (2 Corintios 4.16).

Como los atletas griegos que ponen a un lado hasta sus vestiduras para evitar todo estorbo, nosotras las mujeres cristianas necesitamos deshacernos de toda asociación, hábito y tendencia que nos impida tener una vida piadosa. El escritor de Hebreos habla sobre el deshacerse de los obstáculos: «Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante» (Hebreos 12.1).

Hay costumbres y pasatiempos que he tenido que abandonar a través de los años. Por ejemplo, yo no podía comenzar mi día sin antes leer las noticias matutinas. Finalmente, me di cuenta de que con regularidad me dirigía al porche de entrada a buscar el periódico antes de agarrar la Palabra de Dios. Parece algo muy simple, un periódico, pero me di cuenta de que tenía que cancelar mi suscripción para poder adquirir una mejor costumbre. He tenido también ideas equivocadas que he tenido que cambiar o reemplazar por la verdad basada en la Palabra de Dios y en su carácter. He tenido que deshacerme de un montón de peso muerto.

¿Qué las está agobiando hoy? Esas cosas se tendrán que ir. Una vez que hayan quitado los obstáculos y estorbos, su llamamiento a capacitarse exige también que ustedes dirijan su energía hacia una vida piadosa. Pablo escribe: «Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado» (1 Corintios 9.27, NVI). ¿Recuerdan la instrucción de Pablo de «ejercitarnos» para la piedad? Apenas unas pocas oraciones más adelante, hace un comentario sobre este mandamiento, diciendo: «por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobio» (1 Timoteo 4.10). En el griego, trabajamos significa «esfuerzo agotador», y sufrimos oprobio es la palabra que nos da «agonizar» en español.

En otras palabras, Pablo no nos está prometiendo un ejercicio fácil y de bajo impacto. Las disciplinas espirituales exigen un compromiso serio y un esfuerzo donde sin dolor no hay beneficio alguno. Los atletas que se entrenan seriamente se someten voluntariamente a muchas horas de disciplina y dolor para poder satisfacer su objetivo: ganar el premio. Muchas mujeres comprenderán esto con toda facilidad en términos físicos, habiendo ya asumido la responsabilidad de entrenar su cuerpo, pasan largas horas en el gimnasio para obtener el precio externo de una figura esbelta. Pero incluso esas mujeres pueden estar descuidando la tarea de aportar la misma disciplina a un alma que se encuentra fláccida.

¿TENEMOS QUE HACERLO?

¿Por qué nosotras, las mujeres cristianas, tenemos que dirigir nuestra atención a las disciplinas que nos capacitarán para la piedad? Primero de todo, porque en el mundo actual y en la iglesia actual, las vidas cristianas disciplinadas son la excepción, no la regla. Algunas personas pueden querer encontrar una excusa diciendo: «Ah, pero eso siempre ha sido así». En realidad, no. Muchos períodos de la historia de la iglesia se han caracterizado por la increíble disciplina de los creyentes. Hoy día, podemos alegar muchas razones por las cuales los cristianos actuales evitan las disciplinas que nos llevan a una vida piadosa. Quizás la enseñanza ha sido escasa. Quizás sea la pereza de los cristianos. Pero una de las razones que más se destaca en nuestra cultura actual es el temor al legalismo.

Seamos realistas: Muchos de nosotros pensamos que las disciplinas cristianas son «vivir la letra de la ley» o una serie de reglas inexorables que nadie puede satisfacer. Tal legalismo nos parece un sendero que nos conduce a la frustración y a la muerte espiritual.

Pero la verdadera disciplina está muy lejos del legalismo, ¡gracias a Dios! La diferencia se encuentra en la motivación: el legalismo es egocéntrico; la disciplina se centra en Dios. El corazón legalista dice: «Haré esto para ganar mérito con Dios». El corazón disciplinado dice: «Haré esto porque amo a Dios y deseo complacerle». El verdadero corazón de la disciplina son las relaciones: una relación con Dios. Las palabras de John Wesley expresan esta relación en una forma hermosa:

O Dios, llena mi alma con tanto amor por ti que yo no pueda amar a nada sino es por ti y en subordinación a tu amor. Dame gracia para estudiar tus enseñanzas cada día para que cuánto más te conozca, tanto más te ame. Crea en mí una obediencia firme a todos tus mandamientos, una paciencia gozosa bajo todos tus escarmientos, y una resignación agradecida a todas tus disposiciones. Deja que lo único importante en mi vida sea glorificarte por medio de cada palabra de mi boca, por medio de cada labor de mis manos, por medio de la profesión de tu verdad, y por medio de la captación de todos los hombres, en lo que a mí me atañe, para que te glorifiquen y te amen.1

Pablo conocía la diferencia entre las motivaciones del legalismo y la disciplina, y peleó contra los legalistas todo a través de Asia Menor, nunca cediendo ni una pulgada. Ahora nos clama: « ¡Ejercítense para ser piadosos!»

¿Cuál es la otra razón por la cual las mujeres cristianas deben volcar su atención a las disciplinas comentadas en este libro? Porque necesitamos abrazar el concepto de que son importantes para vivir una vida piadosa de una manera auténtica: un concepto con el que nos tropezamos, y nos tropezamos bien feo. Una vida cristiana es una cuestión de someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios, y la sumisión es un concepto que no está de moda. Abunda la confusión sobre los derechos y los límites, roles y autoridad. Esta confusión entorpece nuestros pensamientos sobre Dios y bloquea nuestro crecimiento espiritual. La única cura es la teología correcta sobre Dios para poder someter cada área de nuestra vida a su voluntad. De modo que cada tema que mencionamos en este libro se encuentra enmarcado en los términos de esta entrega.

Con la Palabra de Dios midiéndome, Dios ha cincelado mi vida, a veces dulcemente, a veces duramente, para darle sustancia a la misma. Dios está aún obrando en mí. Con cada día que pasa, estoy más y más conciente de que el tiempo es breve, y de que aún queda mucho por hacer en mí. Les abro mi corazón y mis pensamientos con la esperanza de que ellos les ayuden a optar por ejercitarse arduamente en vuestra búsqueda de Dios y de la piedad y de que ustedes se sometan a su plan para vuestra vida.

RENUEVEN SU MENTE

¿Qué es la disciplina espiritual, y por qué es tan importante? ¿Qué es lo que por lo general nos impide ejercitar la disciplina espiritual (véase Romanos 3.9-18)? ¿Qué les puede ocasionar a su vida la falta de disciplina espiritual?

Reflexionen en 1 Timoteo 4.7-8 («Ejercítate para la piedad»). ¿Cuál es el sentido literal de ejercítate? ¿Qué les dice esta definición sobre la forma en que debemos encarar la disciplina espiritual?

¿Qué dice Hebreos 12.1 sobre correr la carrera cristiana? ¿Qué les está impidiendo caminar con Dios? ¿Qué hace que se aferren a esas cosas?

¿Existe un precio para la disciplina espiritual? Repasen 1 Corintios 9.25-27. ¿Qué les podría costar una disciplina aún mayor? ¿Están preparadas para pagar el precio?

¿En qué difieren la motivación en el legalismo y la motivación en la disciplina?

Las disciplinas de una mujer piadosa

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