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Los, las y lxs millennials como adultas emergentes

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De aquí en adelante utilizo el marco teórico que se ha presentado en el último capítulo, el género en tanto que estructura social, para ayudar a comprender las experiencias de vida de la generación millennial. Empezaré ubicándola dentro de un contexto histórico y después revisaré lo que sabemos sobre su actual etapa de la vida desde la perspectiva del desarrollo humano. Integro lo que sabemos acerca de la transición a la edad adulta en este momento de la historia en la investigación sobre esa etapa de desarrollo de la vida conocida como la «adultez emergente» (Arnett, 2000; 2015). Finalmente, dirijo la atención a la investigación ya realizada sobre la generación millennial, especialmente respecto al debate etiquetado con las expresiones Generation Me1 (Twenge, 2014) y Millennial Momentum (Winograd y Hais, 2011). Generation Me retrata a la población joven centrada en sí misma, mientras que en Millennial Momentum se presenta una nueva generación lo suficientemente implicada en la participación ciudadana como para revitalizar América. Recurro a un reciente artículo de Milkman (2017) para ilustrar que al menos algunas millennials con educación universitaria han comenzado a crear movimientos sociales tras la crisis financiera de 2008. Concluyo resumiendo lo poco que se recoge sobre millennials y estructura de género en investigaciones anteriores.

TENDENCIAS HISTÓRICAS EN LA TRANSICIÓN A LA EDAD ADULTA

Tras la Segunda Guerra Mundial experimentamos una tendencia a prolongar una década la transición a la edad adulta y a que esta transición fuese más diversa e individualista. Durante la mayor parte del siglo XX, se alcanzaba la edad adulta cuando las personas jóvenes dejaban la escuela, encontraban un trabajo a tiempo completo y se mudaban de los hogares familiares para casarse y tener descendencia. Esto sucedía al finalizar la educación secundaria o la universidad en respuesta a un orden predecible. La escuela terminaba y los trabajos comenzaban, seguidos del matrimonio y la familia, todo ello en una rápida sucesión. Hace casi dos décadas, Shanahan (2000) llevó a cabo una revisión de la literatura científica para informar que el proceso etápico hacia la edad adulta resultado de la industrialización se estaba fragmentando, lo que conllevaba una «individualización» del curso de la vida. La duración de este patrón moderno, industrial y predecible queda, en realidad, como interrogante sin contestar, pero lo que está claro es que, a finales del siglo XX, las cosas han cambiado de manera espectacular. A estas alturas, esta transición ordenada y relativamente rápida de la adolescencia a la edad adulta parece un recuerdo lejano de un tiempo mucho más simplificado.

El incremento en la duración y la variabilidad del proceso de transición a la edad adulta están ligadas a los cambios radicales experimentados tanto por la economía como por la familia en el siglo XX. Durante este tiempo, una mayor proporción de jóvenes han cursado estudios de secundaria y luego universitarios. En la actualidad, la mayoría de las y los estadounidenses asisten a la escuela secundaria hasta los 18 años y casi la mitad todavía permanecen en el sistema educativo hasta mediada la veintena (Furstenberg, 2010). Más del 10 % todavía lo están entre los 25 y 30, y otro 5 % se encuentran terminando su formación después de los 30 años. No es de extrañar que a la población joven estadounidense le lleve tanto tiempo ingresar en el mercado laboral a tiempo completo. Además, cada vez se da una probabilidad menor de que los primeros trabajos aporten un sueldo digno.

Con tantos años dedicados a la educación y a empleos precarios con bajos ingresos, se necesita más tiempo para que una persona se sienta tan estable desde el punto de vista económico como para dar apoyo a otra persona que no sea una misma, mucho menos para convertirse en madre o padre. En 2016, había más personas adultas jóvenes que vivían con sus familias de las que lo hacían con una pareja (Pew Research Center, 2016). Sin embargo, esto es más común en algunas personas que en otras. Waters et al. (2011) publicaron un libro como parte de un proyecto financiado por la Fundación MacArthur que estudiaba las transiciones a la edad adulta y en el que demostraron la importancia del contexto social en este sentido. Las transiciones a la edad adulta son menos abruptas y más tempranas en los núcleos pequeños y rurales que en las grandes áreas metropolitanas. Aquellas personas que viven en ciudades con economías activas pueden pasar de un trabajo a otro y seguir siendo optimistas, mientras que aquellas que viven en ciudades con alquileres elevados tienen más dificultades para establecer vidas independientes de sus familias. Las personas migradas, particularmente aquellas que utilizan la educación superior como vía de movilidad ascendente, son las que más se conforman con permanecer en el hogar familiar hasta la edad adulta temprana. En general, el 40 % de las personas adultas jóvenes volverán al hogar familiar en algún momento tras su primer intento de independizarse, en un efecto «boomerang». Lo que se muestra en ese documento, sobre todo, es que el convertirse en persona adulta constituye un proceso gradual, para el que ya no existe un itinerario normativo. En la misma línea, Arum y Roksa (2011) demostraron, algo poco sorprendente, que la mayoría de las y los millennials todavía estaban sin rumbo2 después de graduarse en la universidad. Muchas millennials esperan más tiempo que las generaciones anteriores para crear sus propias familias, más allá del periodo errático de los veinte años. Las personas jóvenes de hoy se criaron en una era en la que el divorcio era algo común, y la mayoría son muy cuidadosas con sus propias elecciones matrimoniales.

Es poco probable que se casen antes de que ambos miembros de la pareja sean económicamente autosuficientes (Settersten y Ray, 2010). Ello implica un largo periodo de soltería, y para aquellos que no consiguen ser económicamente estables, el matrimonio se retrasa a menudo más allá de la paternidad. La presión por casarse para poder ser sexualmente activo resulta hoy en día un artificio histórico y tiene poca relevancia en la vida de las y los millennials. Una vez que la cohabitación se ha aceptado y el sexo fuera del matrimonio se ha convertido en algo normativo, existe poca presión para casarse a una edad temprana. La edad media para contraer matrimonio en 2016 era de 29 años para los hombres y 27 para las mujeres (Pew Research Center, 2016). Las personas con educación universitaria a menudo esperan para casarse hasta que se encuentran bien afianzadas en sus carreras, es decir, hasta la treintena. Hoy en día, las parejas pueden ser del mismo sexo o de sexos opuestos, pero lo que tienen en común es que esperan hasta que disfrutan de una situación económicamente segura para casarse. Esto supone que, a menudo, se dan largos periodos en su desarrollo en los que dependen económicamente de sus familias, al menos en parte. De hecho, casi la mitad de las y los jóvenes viven con sus familias hasta entrada la veintena, y ello se da también en una de cada diez jóvenes en la treintena (Furstenberg, 2010). Existe una variabilidad creciente en la edad del matrimonio y de la maternidad/paternidad según la clase económica.

A menudo, la juventud adulta vive sola, regresa a su hogar y eventualmente lo abandona de nuevo en busca de una vida independiente. Las personas jóvenes se mudan a menudo para ir a la universidad, buscan trabajo, viajan, viven más allá de las limitaciones tradicionales de la familia y el vecindario. Las y los estadounidenses prefieren vivir independientemente e, incluso, una parte consideran que en los hogares intergeneracionales se genera cierta tensión, aunque esto es menos común en las familias migrantes.

Giddens (1991) sugiere que tal libertad comporta el inicio de la individualización del curso de la vida. En lugar de darse una única forma de crecer, se dan casi tantos itinerarios como personas. Crecer es algo difícil de llevar a cabo en el siglo XXI, y esto era así incluso antes de la Gran Recesión que afrontó la generación millennial en 2008 (Furstenberg et al., 2004). Pero ¿qué significa exactamente crecer en el mundo actual?

Furstenberg y otros investigadores (Settersten y Ray, 2010), basándose en preguntas de la General Social Survey de 2002, una encuesta representativa a nivel nacional sobre la transición a la edad adulta, descubrieron que el 95 % de la población estadounidense equiparaba la edad adulta con el fin de la escuela, el establecimiento de un hogar independiente y el acceso a un trabajo a tiempo completo. En el pasado, la población estadounidense creía que el matrimonio y la parentalidad formaban parte de la transición a la edad adulta, pero eso ha cambiado. Utilizando los datos del censo longitudinal del último siglo, así como quinientas entrevistas en profundidad con personas adultas jóvenes en la América del siglo XXI, Furstenberg et al. (2004) sugieren que no es hasta aproximadamente los 30 años de edad cuando la mayoría de las personas jóvenes de hoy en día logran realmente la independencia exigida por esta nueva definición de edad adulta, en la que se incluye haber terminado la escuela, ser autosuficientes y vivir de forma independiente (es decir, sin sus familias) con un trabajo a tiempo completo (75 % a los 30 años). Si incluyéramos el matrimonio y la paternidad en la definición de la edad adulta (como se hacía en el pasado), ¡menos de un tercio de los hombres y la mitad de las mujeres serían considerados adultos a los treinta años! En Estados Unidos, el tiempo que se tarda en finalizar la educación, encontrar trabajo a tiempo completo y ser económicamente independiente se ha dilatado en el siglo XXI. Si bien en algunos países se da una transición institucionalmente clara entre la educación y el trabajo, esto resulta impensable para la mayoría de las y los jóvenes en Estados Unidos (Shanahan, 2000). Cada joven millennial está solo/a para forjarse su propia transición entre la escuela y el trabajo.

Sin embargo, cuando tratamos de entender a esta generación, emergen algunos patrones. Ya en 2007, antes de que una gran parte de las y los millennials se graduaran en la escuela secundaria, el 20 % de los hombres y el 16 % de las mujeres todavía vivían en los hogares familiares entre los 25 y los 29 años. Las tasas eran aún más altas entre las personas negras: el 25 % de los hombres y el 20 % de las mujeres. Las tasas son mucho más altas entre la descendencia de migrantes (tanto aquellos/as que llegan a Estados Unidos siendo niños/as muy pequeños/as como los/las de segunda generación). Si bien estas diferencias raciales y étnicas en los tipos de familia se han mantenido de generación en generación, tal vez el nuevo patrón que destaca en la actualidad lo constituye la dramática diferenciación de clase que se da entre los tipos de familias (Cherlin, 2014; Furstenberg, 2010; Cohen, 2014). Dado que hoy en día muchas estadounidenses consideran que el matrimonio se debe aplazar hasta alcanzar la independencia económica, es fácil entender por qué este es, en el presente, mucho más común entre la clase media. De hecho, actualmente, para muchas mujeres de clase trabajadora de todas las razas, la maternidad precede al matrimonio (Martin et al., 2017).3 Es mucho más difícil para las mujeres solteras emanciparse del hogar familiar cuando son madres en solitario y dependen de su ayuda tanto económicamente como para el cuidado diario de los/las menores.

¿Por qué se tarda tanto en llegar a la edad adulta en el siglo XXI? El coste de la universidad y la deuda estudiantil cada vez mayor hacen que incluso las personas jóvenes de familias acomodadas sean dependientes de sus familias durante muchos años. Las menos afortunadas buscan un trabajo decente para ganar un salario digno en una sociedad donde los primeros trabajos no dan, a menudo, para mantenerse a sí mismas, y menos aún para mantener a una pareja o tener hijas e hijos. Quizá también nuestras expectativas hayan cambiado. Las estadounidenses prefieren una etapa de independencia entre la adolescencia y la edad adulta, y si bien se trata de una invención cultural relativamente nueva, hemos llegado a darla por sentada.

Es cierto que hay mujeres sin empleo a tiempo completo, dependientes económicamente y sin hogar propio, pero que transitan a la maternidad. ¿Eso las hace adultas dado que ahora son responsables de otra persona? ¿O una maternidad joven y en solitario simplemente añade más desafíos a la transición a la edad adulta? Esta transición dura ahora tanto tiempo que algunos psicólogos sugieren que debe considerarse como una nueva etapa del desarrollo humano.

ADULTEZ EMERGENTE: ¿UNA NUEVA ETAPA DE DESARROLLO?

La generación de jóvenes millennials está llegando a la mayoría de edad en este momento histórico en el que la transición a la edad adulta resulta una experiencia larga, complicada y enormemente variada (Arnett, 2000; 2015; Furstenberg, 2010). Arnett (2000) introdujo el concepto de «adultez emergente» como etapa dentro de la teoría del desarrollo que comprendería desde el final de la adolescencia hasta la veintena. Argumentó que, en la América moderna, ha emergido una nueva etapa de desarrollo para la que no se dispone de itinerario normativo. Dos tercios de las estadounidenses no terminan la etapa educativa, ni se casan ni tienen descendencia hasta los 30 años. Arnett afirma que la única característica que identifica estos años es la inestabilidad residencial, es decir, las personas adultas emergentes se mudan mucho. Otra característica que se da en las personas jóvenes de hoy es que todavía no se consideran adultas.

Un aspecto particularmente nuevo que ofrecen los datos presentados por Arnett (2015), y que quizá se da únicamente en Estados Unidos, es que las personas adultas emergentes de hoy definen su actual etapa de vida menos por lo que hacen que por cómo lo hacen. Arnett informa sobre diversos proyectos de investigación que él y sus colegas llevaron a cabo con jóvenes de entre 18 y 30 años, incluidas tres muestras representativas a nivel nacional y trescientas entrevistas en profundidad. A partir de esta investigación, han identificado tres metas psicológicas principales para esta nueva etapa de la adultez emergente: «aceptar la responsabilidad de una misma, tomar deci siones independientes y tratar de obtener independencia económica» (ibíd.: 15). Todo el trabajo emocional durante esta nueva etapa de desarrollo parece individualista y se centra en la exploración de la identidad en todas las esferas de la vida. Arnett (ibíd.) resumió las características distintivas de la adultez emergente y escribió acerca de probar yos diferentes y ensayar identidades y relaciones alternativas. Su lista de características distintivas de esta nueva etapa de la vida incluyó la exploración de la identidad, la inestabilidad no solo en la residencia sino también en el amor y el trabajo, el retraimiento hacia la subjetividad, el sentirse a caballo entre etapas de la vida y el optimismo respecto a la propia capacidad de construir la vida deseada. Si bien Arnett no se centra en el género, detectó pocas diferencias por sexo, raza u origen étnico. Aun así, en sus hallazgos identificó algunas diferencias entre hombres y mujeres que vale la pena señalar: los hombres y las mujeres informan de que sus vidas son más similares que diferentes, y esto incluye el momento matrimonial y la búsqueda de una pareja. Proyectan haber completado su búsqueda de identidad individual antes de comprometerse. Cuando buscan una pareja, quieren a alguien que sea su igual y tenga una visión del mundo similar.

Tanto los hombres como las mujeres sienten la presión de casarse a los 30 años, pero en su mayoría son solo las mujeres quienes consideran que las sanciones sociales recaen sobre ellas si no lo hacen. Una diferencia muy importante entre las vidas de hombres y mujeres a esta edad, aunque Arnett no se centre en ella, es que más de la mitad de las mujeres que son madres antes de los 30 años son solteras. Claramente, los hombres son más libres que las mujeres de experimentar plenamente este periodo de la adultez emergente, centrándose principalmente en sí mismos. La transición a la maternidad interrumpe la adultez emergente, al menos si la definimos como una etapa de autoexploración, y las empuja, al menos en parte, a un rol social adulto.

Una característica propia de esta etapa emergente de la vida es forjarse una identidad, y Arnett indica que en su investigación se detectaron algunas diferencias estadísticamente significativas al respecto entre hombres y mujeres. Las mujeres jóvenes informan haber experimentado tensiones entre las esferas del trabajo y la familia de manera anticipada. Las mujeres a veces sienten que sus posibilidades de elegir entre un amplio abanico de oportunidades profesionales son limitadas, puesto que quieren ser madres. Esto afecta a sus elecciones relativas al puesto de trabajo. Arnett (ibíd.: 176) afirma, sin hacer un análisis crítico de las presunciones de género que influyen en ello, que «para muchas mujeres en la adultez emergente, elegir una trayectoria profesional significa no solo tomar una decisión que haga clic con su identidad, sino tomar una decisión que les permita equilibrar sus identidades duales como trabajadoras y madres». En ningún lugar Arnett cuestiona por qué el empleo requiere, para las mujeres, elegir entre el trabajo remunerado y la crianza, ni por qué los hombres no han de preocuparse por la paternidad anticipada, ya que se centran en desarrollar su potencial. Aun así, tanto para hombres como para mujeres, la atención puesta en el propio desarrollo es la principal directriz en la adultez emergente.

Quienes acceden a la universidad se ven inmersos/as en una institución considerada como «refugio seguro» (ibíd.: 166) para la exploración de la identidad, parte de la cual tiene que ver con los estudios, parte con la sexualidad. Broido (2004) concluye que el estudiantado universitario millennial es más propenso que su antecesor a identificarse como no heterosexual y está de acuerdo con Torkelson (2012) en que la adultez emergente actual incluye pugnas identitarias sobre sexualidades y géneros. Un tema aglutinador lo constituye también la búsqueda de significado y autenticidad. Con educación universitaria o sin ella, cuando buscan trabajo a tiempo completo, casi todas las personas jóvenes quieren encontrar uno que signifique algo para ellas, que refleje quiénes son realmente, aunque, por supuesto, si esto será finalmente posible o no es otra cuestión.

Tanto la sociología como la psicología han descrito los nuevos procesos sociales propios de la transición dilatada a la edad adulta en la sociedad estadounidense. La sociología ha mostrado que el camino de la adolescencia a la edad adulta es actualmente más largo y más individualizado que en el pasado (Furstenberg et al., 2004; Fussell y Furstenberg, 2005; Furstenberg, 2010; Shanahan, 2000). Arnett y sus colegas psicólogos se centran en lo que sucede durante este prolongado proceso y han demostrado que las demandas psicológicas son en realidad tan complejas, que constituyen una nueva etapa del desarrollo humano: la adultez emergente. Las personas jóvenes millennials que conoceremos en los próximos capítulos están experimentando esta dilatada etapa de la vida comprendida entre la adolescencia y la edad adulta. ¿Cómo maneja la generación millennial la adultez emergente? Pasamos ahora a lo que algunas investigaciones previas han identificado como características propias de la generación o la cohorte de la adultez emergente actual.

MILLENNIALS: PERSONAS ADULTAS EMERGENTES EN EL SIGLO XXI

La investigación académica (Donnelly et al., 2015; Twenge et al., 2012; Eagen et al., 2013; Pew Research Center, 2014; Ely et al., 2014; Broido, 2004) muestra que la generación millennial no solo es la generación con mayor diversidad étnica y racial de Estados Unidos, sino también la más liberal. Furstenberg (2017) sugiere no aceptar generalizaciones psicológicas para esta generación tan diversa, ya que seguramente está tan dividida por raza, etnia y religión como las generaciones anteriores. Aun así, merece la pena señalar algunas tendencias. Es la generación con mayor nivel educativo y la menos religiosa hasta el momento. Para las generaciones anteriores, es imposible concebir cómo los y las jóvenes millennials tejen sus vidas en un número cada vez mayor de redes sociales en internet. A pesar del tiempo prolongado que exige la transición a la edad adulta, estas adultas emergentes son muy optimistas respecto a su futuro. Incluso, en 2010, cuando el 37 % de la generación millennial se encontraba en una situación de desempleo, afirmaban estar seguras de que eventualmente cumplirían sus objetivos económicos, y quizá lo consideren así porque sus prioridades no son tan materialistas. La prioridad más importante que mencionan las y los millennials es ser un buen padre o madre (52 %), y la siguiente, tener un matrimonio exitoso (30 %), mientras que solo el 15 % reportaron como objetivo importante tener una profesión bien remunerada. Parecen perseguir objetivos intrínsecos de bienestar personal en lugar de tener prioridades económicas, por lo menos en este momento de sus vidas.

Cualesquiera que sean sus objetivos personales, los datos de Pew muestran que la generación millennial se lleva bien con sus mayores, a pesar de que muchas de ellas se inclinen más, políticamente, hacia la izquierda que sus mayores. Los y las millennials son menos partidarias de sostener una política de seguridad nacional agresiva y más de los programas sociales nacionales progresistas que cualquier otra generación. También son más propensas que cualquier otro grupo a identificarse como demócratas. Según la encuesta anual American Freshman de 2013, realizada a más de 165.000 estudiantes de primer año a tiempo completo inscritos en 234 colleges y universidades diferentes de Estados Unidos (Eagen et al., 2013), podemos concluir que sus opiniones sobre la sociedad son liberales; de hecho, el 87 % de las mujeres y el 79 % de los hombres apoyan el derecho a adoptar de gais y lesbianas. Así mismo, más de dos tercios respaldan que las personas más ricas deberían pagar más impuestos de lo que pagan en la actualidad, aunque no es más probable que apoyen el control de armas que los y las estadounidenses mayores.

Existe cierta controversia sobre si la generación millennial es liberal respecto a las políticas de género. Donnelly et al. (2015) demuestran que, en 2010, siete de cada diez estudiantes de último año de secundaria estaban de acuerdo con una variedad de ítems que medían la aprobación de la igualdad de las mujeres en el seno de la familia, incluido el apoyo al empleo de las mujeres con descendencia. England (2010) argumenta que, aunque se produjeron muchos cambios en el siglo XX, la revolución de género se encuentra ahora estancada. Existe poca investigación publicada sobre este tema, pero sí se ha debatido sobre ello recientemente en una serie de publicaciones en línea. Pepin y Cotter (2017) identificaron tendencias complejas y contradictorias respecto a este tema.

En su análisis exponen que las actitudes de la generación millennial con respecto a la igualdad de género están fragmentadas: continúan apoyando la igualdad en el mercado laboral, pero se han vuelto menos progresistas que la generación anterior respecto a la igualdad de género en el hogar. Argumentan que esta generación maneja una nueva ideología que Pepin y Cotter denominan «esencialismo igualitario», lo que significa que creen que los hombres y las mujeres son iguales, pero que hay algunas diferencias esenciales entre ellos, especialmente el mayor interés de las mujeres por la crianza y su habilidad en esta. Su análisis se basa en datos longitudinales de una encuesta (Monitoring the Future) a estudiantes de último año de secundaria entre 1976 y 2014. El esencialismo igualitario consiste en la creencia de que las mujeres y los hombres deberían tener los mismos derechos y oportunidades, pero que los sexos tienen diferentes habilidades y deseos, y que el hogar y la familia son y deben seguir siendo espacios femeninos. Carson (2017) argumenta que la generación millennial podría ser más tradicional en relación con la igualdad de género en la familia porque ha observado que sus familias, ya estén configuradas por dos proveedores o por una madre en solitario, se dejan la piel en trabajos que no implementan medidas favorables para la familia, lo que lleva a algunas de ellas a anhelar el regreso a un pasado en el que la vida familiar era menos estresante. Se pueden encontrar pocas razones para explicar una tendencia al tradicionalismo, porque no toda la investigación ha identificado el mismo patrón. En la investigación que realizamos Ray Sin, William Scarborough y yo misma (2017), no encontramos tal tendencia entre la generación millennial. Utilizamos datos representativos a nivel nacional (el General Social Survey) y descubrimos que esta generación respalda y avanza en la igualdad tanto como las generaciones anteriores. Sí identificamos que los grandes cambios en los valores respecto al apoyo de familias igualitarias ocurrieron antes de que los y las millennials nacieran. Heredaron los valores de género liberales de sus progenitores/as baby boomers.

Hay otra investigación que también afirma que las actitudes de género son complicadas entre la generación millennial. Ely et al. (2014) informan sobre una investigación a estudiantes que cursaban un máster en administración de empresas (MBA) en la Harvard Business School, seguramente uno de los entornos educativos más elitistas de Estados Unidos. En este programa de élite, orientado a la carrera profesional, un tercio de los hombres millennials anticipan que compartirán las tareas familiares por igual, una proporción considerablemente mayor respecto a cualquier generación pasada. Esto es algo bueno, ya que las tres cuartas partes de las estudiantes millennials de MBA esperan que sus carreras sean tan relevantes como lo serán las de sus parejas. No obstante, todavía persisten diferencias de sexo en las respuestas de este estudiantado de élite. Dos tercios de los hombres esperan que sus esposas asuman la responsabilidad principal del cuidado de hijos e hijas, pero solo el 42 % de estas mujeres de la élite anticipan hacerlo. Claramente, muchas de estas mujeres harán bien si se casan con alguien distinto a los hombres de su clase social. Sin embargo, todavía es una realidad que cuatro de cada diez mujeres que se esfuerzan para obtener un título de posgrado en negocios en Harvard, la institución más elitista, prevén asumir la responsabilidad primaria, no compartida, de la crianza.

Más allá de estos datos descriptivos sobre la generación millennial, existe un intenso debate en la academia sobre cómo caracterizarla en tanto que generación. ¿Son la generación «yo» centrada en sí misma, o son la esperanza para salvar al mundo? En un lado se posiciona la psicóloga Twenge (2014) con su libro Generation Me, y en el otro los politólogos Winograd y Hais (2011) con su análisis de los y las millennials como una generación que revitalizará Estados Unidos mediante el compromiso cívico. A medida que nos adentramos en este debate, debemos recordar la precaución a la que nos alienta el sociólogo Furstenberg (2017) con respecto a no generalizar en exceso tendencias psicológicas a generaciones enteras. Mis hallazgos refuerzan este punto de vista, pero, antes de sumergirnos en mis datos, debemos atender al debate sobre si la generación millennial va a suponer una diferencia en el mundo que la rodea gracias a su compromiso político o si, simplemente, se trata de personas narcisistas centradas en sí mismas.

Winograd y Hais (2011) fundamentan su argumento en la teoría de Howe y Strauss (1991; 1997) que propone que las identidades generacionales rotan con el tiempo. Estos autores exponen que existen cuatro arquetipos generacionales. Cada tipo generacional comparte un conjunto de rasgos distintivos de actitud y comportamiento: idealista, reactivo (al idealismo de sus progenitores), cívico (que quiere cambiar el mundo a través de la participación política) y adaptativo (que tiende a la conformidad). La teoría se basa implícitamente en una noción freudiana sobre las niñas y los niños que afirma que estas y estos se convierten en personas adultas reaccionando de manera predecible a los patrones de crianza de sus familias. Según Strauss y Howe, estas generaciones experimentan ciclos cada 80 años, cuatro arquetipos con 20 años por generación. Winograd y Hais aplican este esquema a la generación millennial. Si los y las baby boomers fueron una generación idealista, entonces la generación anterior a la baby boom dio a luz a la generación X, que es «reactiva» y cuya respuesta ante la situación de ser criados/as por familias liberales del laissez faire fue volverse individualistas, alienadas y pragmáticas. Los hijos e hijas de los y las baby boomers más jóvenes, y los hijos e hijas de la generación X son la generación millennial, y serán, según esta teoría, de mentalidad cívica, «centrados en revitalizar las instituciones de la nación y lidiar con los problemas de largo alcance que se derivan del periodo idealista que ahora está abandonando la escena» (p. 25).

Winograd y Hais argumentan que, dado su lugar en este drama generacional, la generación millennial confiará en la capacidad del Gobierno para ayudar a diseñar un mundo mejor. En el trabajo se citan datos que sugieren que la generación millennial consume menos drogas que sus padres y madres y tiene menos embarazos no planificados y menos abortos. Son «idealistas pragmáticos» que aprueban mucho más los derechos civiles en cuestiones de raza, género y sexualidad que las generaciones anteriores. La mayoría de la generación millennial (92 %) no pone ninguna objeción a tener citas interraciales y casi la mitad apoya la discriminación positiva. En este sentido, es la generación del vive y deja vivir. Y, sin embargo, al haber experimentado el mercado laboral propio de la Gran Recesión, buscan ayuda en el Gobierno. Casi dos tercios están de acuerdo en que este debería garantizar a todas las personas un techo y comida para alimentarse. Los datos que proporcionan la evidencia para este razonamiento provienen de encuestas representativas a nivel nacional.

En tanto que proviene de la politología, el enfoque de Winograd y Hais (2011) se centra en la política. Citan el entusiasmo de la generación millennial por la presidencia de Obama en 2008 para apoyar su argumento sobre la mentalidad cívica de esta generación. Si bien la candidatura presidencial de Bernie Sanders llegó mucho después de la publicación de su libro, el entusiasmo de la generación millennial por esta hubiera sido utilizado por estos autores, sin duda, para respaldar su hipótesis. En la carrera presidencial de 2016, más del 80 % de la generación millennial apoyó al senador Bernie Sanders en el caucus demócrata de Iowa, y así fue durante la campaña de las primarias demócratas de 2016. La generación millennial, al menos las personas blancas, tanto mujeres como hombres, votaron abrumadoramente por Sanders ante la primera mujer que conseguía una candidatura importante para la presidencia. A la generación millennial le entusiasmó un hombre que se declaraba socialista y que apoyaba la matrícula gratuita para todo el estudiantado, lo cual evidencia el argumento de que las personas adultas emergentes de hoy respaldan la acción gubernamental para resolver problemas sociales. Sin embargo, eligieron al hombre de izquierdas frente a la mujer feminista, lo que puede indicar que sus políticas de género no son tan progresistas o no lo son de una forma tan destacada como lo son otros valores. Utilizando datos de encuestas a pie de urna (Edison Research National Exit Poll) de las elecciones presidenciales de 2016, Kawashima-Ginsberg (2017) muestra que la generación millennial constituyó el grupo de edad con más probabilidades de apoyar a la candidata demócrata Hillary Clinton, pero votaron por ella menos de lo que lo hicieron por Obama en cualquiera de las dos elecciones presidenciales más recientes. Aquí también identificamos una fragmentación entre la generación millennial, ya que dos tercios de todas las personas no blancas votaron por Clinton, pero solo lo hicieron la mitad de las mujeres blancas y un tercio de los hombres blancos. Los hombres blancos sin educación universitaria eran más proclives a votar por Trump; como grupo, en 2016, tenían más probabilidades de votar que nunca antes en el pasado, mientras que otros y otras millennials votaron menos que en el pasado. Una vez más, debemos mostrar cautela al suponer que toda la generación millennial está cortada por el mismo patrón.

Winograd y Hais citan el creciente éxito educativo de las mujeres y las brechas salariales de género en la población estadounidense más joven para predecir que tanto las mujeres como los hombres de esta generación demandarán un mayor equilibrio entre la vida y el trabajo conforme vayan envejeciendo, y sin embargo, señalan la autosuficiencia de la generación millennial, que apuesta por las iniciativas individuales (así como por los programas gubernamentales) como medidas necesarias para resolver los problemas, lo que derivó en el lema «piensa globalmente, actúa localmente». Estos autores sugieren que la millennial es una «generación criada en unas tecnologías que permiten personalizar cada opción y […] no se trata de adoptar programas que ofrezcan una solución única». Desde esta perspectiva, es individualista al creer que su responsabilidad cívica consiste en aportar soluciones creativas y personalizadas a los problemas sociales, así como en trabajar con el Gobierno para lograr cambios. Son la «próxima gran generación».

Según la socióloga Ruth Milkman, la millennial es una nueva generación política, aunque no defiende su excepcionalidad. Se basa en la teoría de la generación de Mannheim (1927) para sugerir que la millennial constituye una nueva generación política con experiencia compartida que la distingue de las anteriores. Las experiencias que esta autora sugiere que dan forma a su actividad política implican ser nativos digitales con más educación que las generaciones anteriores, pero que se enfrentan a la precariedad en el mercado laboral. La generación millennial también se ha criado en un mundo presumiblemente preocupado por la igualdad de género y racial, y aun así se topa con la discriminación. Milkman argumenta que este conjunto de experiencias ha llevado a una generación a asumir la interseccionalidad en sus movimientos sociales. En los años transcurridos desde 2008, la generación millennial ha liderado movimientos sociales relacionados con la inmigración (The Dreamers), el racismo (Black Lives Matter), la desigualdad económica (Occupy Wall Street) y la violencia sexual en los campus. De esta revisión, no podemos deducir que la mayoría de las personas de la generación millennial se involucrarán políticamente, pero sí podemos decir que, al menos, algunas tienen preocupaciones más allá de sí mismas. ¿Son estas las mismas millennials sobre las que Twenge (2014) ha escrito? La autora afirma que las personas encuestadas de la generación «yo» son las «más seguras, asertivas, tituladas y desdichadas [subtítulo del libro]» que las de cualquier generación anterior. Según Twenge, esta es una generación a la que se le dijo que podría ser lo que quisiera ser; sin embargo, creció afrontando el desempleo generalizado y la limitación de oportunidades. Se trata de una generación que se siente con derecho a disfrutar de comodidad material y a encontrar un trabajo que le dé sentido; sin embargo, no puede pagar sus préstamos estudiantiles o encontrar un lugar asequible para vivir. La autora critica el repliegue a la autoestima al que dio forma la filosofía de crianza propia de familias y escuelas, es decir, la de criar a una generación más preocupada por los sentimientos que por los logros. La autora argumenta que las familias y las escuelas se esforzaron mucho por criar a la generación millennial para que pensara lo suficientemente bien de sí misma como para que pudiera realizar grandes hazañas, pero luego creció y «después de una infancia de optimismo y altas expectativas, la realidad les golpeó como una bofetada» (p. XI). Twenge expone que esta es una generación a la que se le ha enseñado a sentirse bien consigo misma, y lo hace, ya sea cuando sus logros justifican esos sentimientos o cuando no. Esta investigadora desprende sus hallazgos de una investigación realizada durante una década que incluye más de treinta estudios basados en encuestas representativas a nivel nacional entre once millones de jóvenes estadounidenses, así como de la información cualitativa recopilada entre sus propios estudiantes de la Universidad Estatal de San Diego. La fortaleza de esta investigación es que se ofrecen comparaciones generacionales de las encuestas realizadas anualmente, en las que pueden compararse millennials con baby boomers de la misma edad. En términos generales, Twenge identifica un cambio cultural hacia el individualismo que ha dado forma a la generación millennial como tal. Admite que esto tiene algunas consecuencias positivas, como su apoyo a la igualdad y la tolerancia, pero también desventajas para la sociedad y para ella misma en caso de que la atención a sus propios sentimientos se convierta en narcisismo. Twenge entiende que la filosofía principal de la crianza de las familias de la generación millennial era la de «sé tú mismo/a». Esto ha derivado en la filosofía del vive y dejar vivir, puesto que todas las personas consideran que deberían ser fieles a sí mismas. Esta retórica es compatible con demandas de igualdad de derechos entre las minorías de género, raza o sexualidad. La generación millennial es mucho más propensa que las anteriores a apoyar diversos tipos de familias, con lo que respalda el derecho de las personas homosexuales a casarse y tener hijas/os y de las mujeres solteras a devenir madres, y acepta la convivencia como un tipo más de relación. Las relaciones interraciales ya no son inusuales o se estigmatizan, y cuando las parejas deciden casarse, se descartan por completo las reglas sobre cómo deben ser las bodas, ya que cada pareja elige su propio estilo para reflejar mejor quiénes son, con bodas de destino4 e invitaciones en línea que son tan aceptables como una boda tradicional en una iglesia con invitaciones impresas en color crema. Toda esta libertad de ser una misma no solo permite a las personas dar forma a sus propias vidas, sino también les exige que acepten las vidas que otras personas eligen.

La libertad para centrarse en una misma también tiene un lado oscuro, o eso argumenta Twenge. Si la responsabilidad moral, y lo correcto, tiene que ver con ser fiel a una misma, ¿son las demás personas importantes? ¿Deriva esta generación en un relativismo moral en el que nadie tiene ninguna responsabilidad respecto a nadie más allá de que todas las personas tengan la responsabilidad principal de ser fieles a sí mismas? Twenge apoya este argumento sobre el narcisismo con información que muestra que la generación millennial (a quienes ella llama Gen Me, ‘generación yo’) es mucho menos propensa a seguir las reglas sociales, dado que no considera que haya una sola manera de hacer las cosas. Afirma que las consecuencias que se derivan de rechazar las reglas sociales son de largo alcance e incluyen todas las esferas, desde los malos modales, hasta hacer trampa en los exámenes o evitar el servicio militar.

Los y las millennials simplemente no se preocupan por las demás personas tanto como lo hacen por sí mismos. Otras evidencias que respaldan esta afirmación sobre el egoísmo provienen de fuentes diversas. Para obtener una prueba directa que apuntalara el argumento que la considera la «próxima gran generación», Twenge utilizó una muestra representativa a escala nacional de estudiantado de secundaria y universidad para comparar su predisposición cívica (deseo de hacer del mundo un lugar mejor) en comparación con la generación de boomers cuando eran jóvenes. Ni un solo ítem (de 30) sobre predisposición cívica fue mayor entre la generación millennial que entre la de baby boomers. La autora cita también investigaciones de Christian Smith basadas en una encuesta y entrevistas en profundidad con las que pudo identificar que solo el 4 % de la generación millennial estaba comprometida cívica o políticamente, ello incluso durante el apogeo de la primera campaña presidencial de Obama, en el verano de 2008. De hecho, la gran mayoría de las personas encuestadas en el estudio de Smith (69 %) afirmaban no tener interés por la política. A partir de 2016, sin embargo, las personas blancas de la generación millennial parecían muy interesadas e involucradas en la candidatura de Bernie Sanders, lo cual debilita el argumento de la generación totalmente orientada a sí misma. O quizá la que mostró su apoyo a Bernie Sanders fue una generación motivada por la gratuidad de la matrícula universitaria y la condonación de préstamos.

¿Qué interesa entonces a la generación millennial? Twenge afirma que están más interesadas en sí mismas. La generación millennial es aficionada a los selfies y ha inventado el sexting, lo que la autora entiende como evidencia de un narcisismo generacional que ha surgido de la mentalidad de autoestima de «todo se trata de mí» con la que se criaron. La autora plantea también que se da una obsesión creciente por la apariencia física; de hecho, la decisión de recurrir a procedimientos médicos invasivos para mejorar el cuerpo se justifica con el propósito de aumentar la autoestima. Twenge argumenta que las personas adultas emergentes de hoy en día confían en sí mismas, pero no en mucho más. Ven un mundo en el que los acontecimientos externos, desde el 11 de septiembre y los ataques terroristas hasta la Gran Recesión, determinan el curso de sus vidas en lugar de hacerlo sus propios esfuerzos. Esta externalización puede considerarse un fenómeno adaptativo, de protección de su autoestima ante un mundo cruel, pero también puede conducir al cinismo y la alienación, e incluso a la depresión. La creencia de que las fuerzas externas determinan el curso de la vida de una no parece que motive a comprometerse plenamente con otra persona o incluso a cumplir las propias metas.

La literatura académica que acabamos de exponer nos proporciona algunos hechos concretos y algunos análisis controvertidos. La generación millennial transita un momento de la historia en el que no es posible definir una trayectoria rápida o fácil hacia la edad adulta; de hecho, separa tanto tiempo la adolescencia de la edad adulta que la psicología la ha definido como una nueva etapa de la trayectoria vital, la adultez emergente. Se supone que los adultos jóvenes deben permanecer un tiempo en este momento de sus vidas, pensando en quién quieren ser, para encontrarse a sí mismos. La academia debate si la generación millennial es narcisista o cívica. Otras investigaciones podrían ayudar a arrojar luz sobre el tema, y he encontrado un tipo de investigación que merece la pena revisar, aunque no sea académica. Las personas que comercializan productos también investigan y han estudiado cómo venderlos a esta nueva generación; con los resultados de esas investigaciones pretenden obtener beneficios. Antes de finalizar este capítulo, echemos un vistazo a lo que las empresas de marketing han aprendido sobre la generación millennial.

En 2010, el Informe Prosumer se centró en la transformación en cuanto al género en la generación millennial y preguntó: «¿Son las mujeres los hombres nuevos?». El siguiente resumen pretende dar una idea de sus hallazgos:

La generación millennial es una generación como ninguna otra. Es más móvil, más multicultural y más adoptadora (y adaptadora) de nuevas tecnologías que cualquier generación anterior. Vive en un mundo sin hojas de ruta ni autoridades tradicionalmente reconocidas, creando su propio contenido, sus canales de comunicación e itinerarios de vida. También difiere de las generaciones anteriores en, al menos, otra cuestión importante: en gran parte de Occidente, han crecido en una era «posfeminista», con mujeres que son ampliamente reconocidas como iguales a los hombres, si bien no siempre tratadas como tales. Las protestas y manifestaciones por los derechos civiles que estos y estas jóvenes han presenciado en sus vidas no reivindicaban cuestiones de mujeres versus hombres, sino los derechos de migrantes o personas con orientaciones sexuales minoritarias. La idea de «liberación de la mujer» constituye un artificio polvoriento, sin relevancia para estos y estas jóvenes a no ser que no sea como fuente de humor o contextualización histórica (p. 1).

Su investigación también sugiere que lo que todas las personas buscan es ser «felices», y casi las tres cuartas partes de la generación millennial que se estudian en este informe afirman que actualmente están contentas. Quizá esto se deba a un cambio en los objetivos, que han variado desde el éxito y el poder, en los que se centraron las generaciones anteriores, a otros más efímeros como el amor y la amistad. Se trata de metas que resulta más probable que se alcancen con esfuerzo personal y con mayor facilidad. Estos objetivos también responden a su temor declarado a «estar solos».

Como parte de un gran estudio internacional, el Informe Prosumer incluía información descriptiva sobre las actitudes de género de 500 millennials estadounidenses. La mayoría de las mujeres no perciben que sus elecciones estén limitadas por el género y no creen que estas tengan implicaciones para las mujeres como grupo. La mayoría de las mujeres y los hombres no están de acuerdo con que los hombres sean los que dirijan e inicien las relaciones sen timentales, y menos del 20 % de las mujeres y del 30 % de los hombres piensan que el hombre debería ganar más que su pareja femenina. Mientras que un poco más de la mitad de los hombres creen que las mujeres deberían ser femeninas y los hombres masculinos, menos de la mitad de las mujeres manifiestan esto. Las mujeres se ven iguales a los hombres y, sin embargo, son mucho más propensas a priorizar el equilibrio entre la vida y el trabajo frente al salario cuando deben considerar las ventajas de centrarse en su carrera. Aunque tanto hombres como mujeres ven el matrimonio como una fusión de iguales, los hombres tienen la expectativa de permanecer en el mercado laboral durante toda su vida, mientras que las mujeres sienten que deben valorar opciones (¿tal vez responsabilidad?) cuando tengan que hacer malabares entre su profesión y la crianza, por ejemplo, a través del trabajo a tiempo parcial o abandonando temporalmente el mercado laboral por la maternidad. Esta investigación de mercado sugiere que, debido a que las mujeres dan cuenta de sus elecciones de vida y los hombres no, serán las mujeres quienes tomen las decisiones que afecten a sus familias. ¿Por qué se da esto? Bien, si las mujeres permanecen en el mercado laboral, esperarán que sus maridos se comprometan con las metas laborales y compartan las tareas domésticas y la crianza de los hijos, pero si las mujeres «eligen» centrarse en la maternidad, esperarán que los hombres asuman la responsabilidad principal del bienestar económico de las familias. De acuerdo con este argumento, hoy en día los hombres padecen «miasma masculino», se debaten entre nuevas definiciones imprecisas de masculinidad. Los hombres heterosexuales se sienten incómodos ante una nueva situación en la que sus vidas dependen de las elecciones que sus futuras esposas tomen para poder compaginar la familia y el trabajo; deben esperar a que su pareja las tome antes de adoptar sus propias decisiones profesionales importantes. Si estos especialistas en marketing están o no en lo cierto se sabrá en los próximos años. También puede ser que los hombres no adviertan la necesidad de condicionar sus elecciones a los deberes parentales, y sean las mujeres las que se sientan dependientes de los maridos para poder elegir. Aun así, ambos sexos afirman que las distinciones de género ya no están «grabadas a fuego» y que, según estos datos, los hombres y las mujeres son más parecidos que diferentes. El informe finaliza con una recomendación a los especialistas en marketing: el nuevo modelo debe ser un «paradigma de parejas» que muestre a la pareja como una marca exitosa que trabaja en conjunto para gestionar la vida cotidiana.

Otro estudio de marketing, el Informe de género Cassandra, ofrece hallaz gos similares sobre la fluidez de género. Elaborado por Intelligence Group, una compañía de investigación dedicada al estudio del consumidor, también sugiere que las generaciones Y y Z (otras etiquetas que incluyen a la mayoría de la generación millennial que tenía de 14 a 24 años en 2013) se esfuerzan en lograr un mundo neutral en cuanto al género, en el que productos y mensajes sean universalmente atractivos. Más de la mitad de las personas encuestadas afirman que preferirían comprar en una tienda unisex que en una exclusiva de su sexo, y menos de la mitad prefiere productos específicos de género.

En su encuesta en línea a 900 personas, casi la mitad de las mujeres están «de acuerdo con que los hombres usen maquillaje» y nueve de cada diez están «de acuerdo con que las mujeres tomen la iniciativa con los hombres». Las tres cuartas partes de las mujeres prefieren ser duras que delicadas. Son los hombres los que se sienten cada vez más ignorados, y una cuarta parte de ellos creen que son representados de manera imprecisa por los anuncios, incluso como padres incompetentes. Los datos provenientes de los estudios de marketing parecen apoyar el argumento de Twenge de que las personas adultas emergentes de hoy se centran en objetivos personales, como el ser feliz, más que en el éxito. Estos datos descriptivos también refieren una gran diversidad de posiciones ante las normas de género, y respaldan el argumento de que al menos parte de esta generación critica la existencia misma de normas que distingan cómo deberían vivir los hombres y las mujeres. Sin embargo, en los datos comerciales no hay mucha evidencia sobre el compromiso cívico de la generación millennial. Evidentemente, para vender productos es más importante comprender la estructura de género que su compromiso político.

Así que, finalmente, ¿qué podemos saber acerca de la generación millennial? Que llega a la mayoría de edad en una época en la que se necesita mucho tiempo para alcanzar la edad adulta. Que experimentarán la reflexividad de esta nueva etapa de la vida que ahora llamamos la adultez emergente. A partir de este momento, son más liberales que las generaciones anteriores. Una parte de esta generación ha comenzado a criticar las normas de género sobre cómo vestir y la presentación de sí mismos/as, aunque seguramente esta siga siendo una posición minoritaria. Es más diversa en cualquier elemento que analicemos en función de la raza y el origen étnico, así como del género y de las identidades sexuales.

Sin embargo, todavía hay rastros de tradicionalismo de género y las mujeres se sienten más responsables de elegir un trabajo que se pueda compatibilizar con la maternidad. Esta generación fue criada claramente para ser auténtica, para ser fiel a sí misma. Queda por ver si ello incluye la voluntad de crear un mundo mejor para sí mismos utilizando la política tradicional. Quizá la aportación de la literatura científica precedente pueda sintetizarse como la caracterización de la generación millennial en tanto que autocomplaciente, narcisista e individualista. La investigación se contradice en cuanto a si es tan progresista respecto al género como las generaciones anteriores o si los conflictos entre lo laboral y lo familiar que han experimentado en sus propias familias han hecho que algunos/as de ellos/as anhelen un pasado en el que las familias eran más tradicionales. Aun así, hay investigaciones que sostienen que esta generación es más crítica que cualquier otra anterior con las normas de género que restringen sus elecciones. Tras este resumen pasamos a conocer a las adultas emergentes de este estudio.

Los datos cualitativos presentados en las siguientes páginas no son comparables entre generaciones. El estudio se basa completamente en las historias de vida de 116 millennials del área metropolitana de Chicago que tenían entre 18 y 30 años de edad en 2013. La mayoría eran estudiantes universitarios/as o recién graduados/as. Se trata de la primera recopilación de información destinada a investigar profundamente cómo esta generación se relaciona con la estructura de género en su totalidad. Nuestras entrevistas cubrieron el nivel de análisis individual mediante preguntas profundas sobre el sentido del yo. También les interrogamos acerca de las expectativas de género que tienen con respecto a las demás personas, y cómo experimentan lo que se espera de ellas y ellos en la interacción con familiares y amistades.

En sus relatos se incluye si experimentan la estructura de género como opresiva y, de ser así, cómo es esta experiencia. También preguntamos, y respondieron de manera exhaustiva, sobre cuáles eran sus creencias ideológicas y si son necesarias las normas que diferencian las vidas de hombres y mujeres; así como sobre las experiencias de género que han tenido debido a las normas y los reglamentos institucionales. Esta investigación añadirá profundidad y amplitud a lo que sabemos sobre la generación millennial y el género en tanto que estructura social.

* Incluimos en el título del capítulo los tres artículos posibles para denotar el género de las personas (los, las, lxs) que se utilizan en nuestro contexto con la intención de remarcar la pluralidad de expresiones de género que podemos encontrar entre la generación millennial. Utilizaremos este recurso a lo largo del libro cuando nos refiramos a las personas no binarias o a las personas que rechazan cualquier expresión de género en tanto que identidad. Obviamente, esa distinción no consta en el título original en inglés (N. de la T.).

1 En nuestro contexto se habla de la «generación yo», pero más de la «generación millennial» (N. de la T.).

2 La autora se refiere con este «estar sin rumbo» a tener trabajos distintos simultánea o sucesivamente, y no contar con un proyecto definido sobre todo en el ámbito laboral (N. de la T.).

3 Joyce A. Martin et al.: «Births: Final Statistics for 2013», National Vital Statistics Reports 64(1), 2015, en línea: <http://www.cdc.gov/nchs/data/nvsr/nvsr64/nvsr64_01.pdf>.

4 Destination weddings es la denominación con que se conocen las bodas que se realizan en un lugar o localidad distinta de aquella en la que vive o de la que procede la pareja. Normalmente se trata de lugares «exóticos» (N. de la T.).

Adónde nos llevará la generación

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