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Introducción

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Es como para volverse loca: una candidata a la presidencia gana la votación popular pero pierde las elecciones ante un hombre que se jacta de «agarrar coños»; se aprueban leyes para proteger el derecho a que las personas trans puedan orinar en paz y luego se libran batallas políticas sobre su revocación; las mujeres obtienen más títulos universitarios que los hombres, pero su capacidad adquisitiva sigue estando muy por detrás de la media; las parejas homosexuales pueden casarse, pero algunos/as estadounidenses reclaman su libertad «religiosa» para discriminarlos/as; algunas empresas ofrecen permisos parentales, pero cuando los hombres los solicitan, sus jefes dudan de su compromiso con la organización; la Corte Suprema de EE. UU. hace ya tiempo que sentenció que las mujeres tienen derecho a tener el control de sus propios cuerpos y, cincuenta años después, ese derecho puede verse cuestionado. ¿Es la igualdad de género un partido de fútbol político que se debate en el Congreso o un derecho humano? ¿Cómo se puede entender que avancemos en igualdad sexual y de género y simultáneamente asistamos a lo que parecen ser retrocesos radicales? ¿Sigue siendo importante el género en el siglo XXI o ya no es necesaria una revolución de género? Cuando ves a un niño esforzándose en no llorar cuando se hace una herida en la rodilla porque teme que lo llamen mariquita, comprendes cuánto importa el género. Cuando ves que acosan a una chica trans por pretender ducharse con otras chicas, entiendes que el género sigue siendo importante. Si le preguntas a una mujer a la que ignoran en una reunión de negocios, te dirá que el género sigue siendo importante. Si le preguntas a una madre joven que trata de hacer malabarismos entre el trabajo y la familia mientras su esposo se desentiende de las tareas domésticas, te das cuenta de que el género sigue siendo importante. Si le preguntas a un hombre que ejerce de cuidador principal si las madres del parque le aceptan, te dirá que el género sigue siendo importante. El género continúa vinculado con una identidad profundamente sentida que tiene consecuencias cotidianas.

Pero el género es mucho más que identidad. Da forma a la desigualdad en todas las sociedades y la legitima. En las sociedades postindustriales han cambiado muchas cosas en lo relativo al género y muchas se han mantenido igual. Los hombres, como grupo, aún llevan las riendas del poder, dictan e interpretan las leyes, dominan los consejos de las corporaciones internacionales y esperan que sus madres e hijas cuiden de las personas jóvenes, de las dé biles y de las ancianas. Las mujeres, en tanto que grupo, asumen el trabajo de cuidados de otras personas, ya sea como madres y esposas, ya sea por un sueldo, como niñeras, maestras, enfermeras, limpiadoras o manicuristas. Hay tantas mujeres como hombres estudiando medicina, pero se mantiene la brecha salarial de género entre el colectivo médico. Actualmente, las mujeres pueden postularse para la presidencia de Estados Unidos, pero el Congreso y el Senado siguen siendo abrumadoramente clubes de hombres. La revolución de género ha estado en proceso tanto tiempo que ya no parece revolucionaria. Y, sin embargo, no podemos cantar victoria. No toda la sociedad experimenta la libertad frente a la opresión de género de igual modo. El género nunca se conforma en un espacio aséptico, sino que lo hace más bien en una compleja interrelación con otros sistemas de estratificación como la clase, la raza, la etnia y los estados-nación.

Este libro llega a tus manos en un momento particular de la historia. ¿Está en marcha la revolución de género? O ¿acaso el giro a la derecha que se está produciendo en la política ha truncado nuestros avances? ¿Estamos ante un alto el fuego, con algunos logros para las mujeres, algunos progresos para quienes desafían las normas de género, pero no ante una revolución? ¿Qué ha cambiado con el tiempo y qué ha seguido igual? ¿Dónde nos encontramos ahora? Estas son las preguntas que inspiran este libro. La forma que he elegido para responderlas probablemente revela tanto sobre mí como sobre el tema. Como feminista de la segunda ola, entré a formar parte de la academia justo cuando esta se estaba abriendo a las profesoras. Soy una década más joven que las verdaderas pioneras de la academia de la segunda ola, mujeres que realmente rompieron las barreras y conquistaron su espacio en la universidad. Aunque yo no estaba tan lejos. La sociología me fascinó desde mi primer curso en la universidad (cuando en mis planes aún estaba ser flautista profesional) porque me ayudó a comprender mi propia vida, así como las limitaciones que experimentaba por ser una mujer que se hacía adulta en la década de los setenta. Conceptos como el del conflicto de roles me ayudaron a comprender los dilemas de mujeres como yo, que querían convertirse (profesionalmente) en los hombres con los que supuestamente debían casarse. A las mujeres ya se las educaba para formar parte del mundo, pero se asumía que esta pretensión entraría en conflicto con ser madre y esposa. Muchas profesionales que me precedieron se sentían obligadas a elegir y renunciaban a la maternidad. Otras eran expulsadas del mercado laboral cuando sus trabajos no se podían compatibilizar con el embarazo o la crianza. En muchas ocasiones, las profesionales que conseguían hacer malabarismos entre sus carreras y la maternidad tenían maridos liberales que se sentían felices de que sus esposas tuvieran oportunidades, pero nunca concibieron que la paternidad podría obligarlos a que renunciaran a su profesión.

En tanto que joven socióloga blanca, era consciente de estos patrones, los estudiaba y me esforzaba mucho por aplicar mis principios en un matrimonio igualitario y heterosexual en el que compartíamos el ganarnos el sustento de la vida y el cuidado de nuestra hija. Dado que ese matrimonio duró la mayor parte de nuestros años de crianza, tuve la suerte de contar con un compañero que realmente participaba en las tareas del hogar, lo que me permitió desarrollar una carrera académica. Ahora, en mi segundo matrimonio, mi esposo es mucho más hogareño de lo que yo he sido nunca y, de nuevo, tengo la suerte de disfrutar de comidas gourmet al volver a casa después de un ajetreado día de trabajo.

Describo cómo mi historia de vida me ha llevado a interesarme por la desigualdad de género porque quiero reconocer abiertamente que escribo desde un punto de vista en particular. Cada escritora, cada científica y, en concreto, cada científica social conceptualiza el mundo a partir de sus circunstancias vitales. Es importante que cada persona reflexione sobre cómo sus experiencias cotidianas influyen en su trabajo. En tanto que socióloga, tal reflexión me aflora de manera natural. Me interesa la desigualdad de género porque mi vida se ha conformado intentando escapar de las restricciones del sexismo propio del siglo XX. Llegué a la mayoría de edad durante la época del movimiento feminista, y comprender la desigualdad de género ha sido un motor impulsor en mi vida porque sé que no podemos cambiar algo a menos que entendamos cómo funciona. He llevado a cabo esta investigación desde mi punto de vista feminista y mi objetivo es comprender cómo funciona la desigualdad de género para ayudar a terminar con ella.

Cómo hemos llegado a este punto en la historia de la humanidad y qué hacer al respecto es la pregunta intelectual que ha impulsado mi carrera académica. ¿Por qué nuestra sociedad toma el material biológico que diferencia a los seres humanos y crea con él categorías sociales que lo determinan todo, desde los estilos de vestir o las preferencias por determinados juguetes, hasta las opciones profesionales? Incluso utilizamos el hecho biológico de que son los cuerpos femeninos los que dan a luz para excusar a las personas con cuerpos masculinos de la responsabilidad moral de realizar tareas de cuidado destinadas a sus hijas/os, padres/madres o amigos/as enfermos/as. ¿Discrepan? Bien, ¿cuándo fue la última vez que le preguntaron a un hombre que acababa de tener un hijo o hija si volvería a trabajar ahora que era padre? Precisamente, mi propia trayectoria investigadora comenzó con un estudio sobre padres que criaban solos a sus hijos e hijas. ¿Eran capaces de hacer bien este trabajo o su masculinidad se lo impedía? En ese momento, estaba segura de que las diferencias de género desaparecerían si los hombres y las mujeres tuvieran las mismas oportunidades y limitaciones, pero mi investigación y la de otras autoras me convencieron de lo contrario. Aunque eso es adelantarse en el relato.

En el primer capítulo proporciono una breve genealogía de la investigación de género, ya que creo firmemente que no se puede entender el presente sin conocer el camino que nos ha llevado hasta él. La principal contribución de este primer capítulo es ofrecer una manera de pensar el género en tanto que estructura social. Aporto mi propio marco teórico, que he venido desarrollando desde hace décadas (Risman, 1998; 2004), aunque revisado a conciencia. Puesto que la sociología experimentó un giro cultural a principios del siglo XXI, mi trabajo ha recibido algunas críticas por ser demasiado estructural. En la versión revisada del marco teórico que se ofrece aquí, trato de corregir esta debilidad. Como suele suceder, el hecho de incluir matices supone agregar complejidad. El modelo teórico que presento en este libro sigue siendo fiel a mi argumento de que debemos centrar la atención no solo en la identidad de género a nivel individual, sino también en las expectativas de interacción y en los problemas macroinstitucionales. No obstante, para cada nivel de análisis, sugiero que diferenciemos entre lo material (lo que podemos tocar, ver y sentir) y lo cultural (nuestras ideas, significados y creencias). El núcleo central de este argumento fue publicado en Social Currents (2017), ya que constituyó la base de mi discurso para la presidencia de la Southern Sociological Society. En el libro utilizo este marco teórico para organizar mi investigación sobre la generación millennial.

Después dirijo la atención directamente a aquella generación joven adulta que alcanzó la mayoría de edad en el siglo XXI, gran parte de la cual recuerda el 11-S como un episodio histórico y nunca ha pisado un avión sin que los cacheen ni han vivido en un mundo sin ordenadores personales. Es la generación de los mensajes de texto y del sexting, del enrollarse y de la precariedad laboral tras la universidad. Una generación tan dividida en clases como el resto de América, más diversa étnicamente que cualquier otra anterior y con una edad promedio de matrimonio tan tardía que pasa más tiempo soltera que cualquier generación antes, sin cónyuges ni descendencia. Las mujeres van más a la universidad que los hombres, pero aun así se mantiene la brecha salarial de género. Durante su infancia, casi todas ya fueron criadas por madres que por lo menos en algún momento tuvieron un trabajo remunerado y, sin embargo, se enfrentarán, al igual que lo hicieron aquellas, al techo de cristal de la maternidad. El mundo ha cambiado drásticamente con respecto al que conocieron sus padres y sus abuelos de jóvenes, pero, aun así, en algunas cosas, ha continuado igual, especialmente en lo que se refiere a la responsabilidad de las mujeres en el trabajo diario de cuidados. ¿Cómo entiende hoy el género la generación millennial? Se trata de personas de entre 18 y 30 años, que alcanzaron la mayoría de edad en el siglo XXI, por eso se las ha etiquetado como millennials.1 ¿Son hijas de la revolución de género o sus soldados rasas? La investigación que se presenta aquí es el primer estudio en profundidad sobre la generación millennial y la estructura de género que ha heredado, cómo la experimentan y qué están haciendo, si es que hacen algo, para cambiarla. La pregunta que pretende responder este libro es: ¿cómo entiende la generación millennial la estructura de género en la actualidad? ¿La cambiarán? Pero antes de que pasemos a esta pregunta, debemos explorar lo que otras personas han escrito sobre los y las millennials y lo que sabemos sobre la etapa vital en la que se encuentran en este momento. En el capítulo 2 veremos que la psicología ha acuñado una nueva denominación para esta etapa de la vida: la adultez emergente. La sociología suele designarla como la etapa de adultez joven. Lo que sabemos ahora sobre la generación millennial puede verse modificado a medida que vayan envejeciendo, por lo que no se puede asegurar si estamos asistiendo a una etapa en evolución o a algo que se fijará como un rasgo característico de su cohorte a lo largo de sus ciclos vitales. En cualquier caso, asistimos a un acalorado debate sobre si esta generación está tan centrada en sí misma como para llegar al punto del narcisismo o si, por el contrario, se trata de la próxima gran generación.

En el capítulo 3 presento la información metodológica sobre quiénes son las personas a las que estudiamos, cómo recopilamos los datos y cómo los analizamos. El principal hallazgo, que me sirve para organizar los siguientes capítulos, es que las personas entrevistadas utilizan distintas estrategias tan diferentes entre sí que tuvimos que separarlas en cuatro grupos (verdaderas/os creyentes, innovadoras/es, rebeldes y oscilantes)2 con la finalidad de comprender mejor qué estaba sucediendo en sus vidas o en los relatos que compartieron con nosotras sobre estas.

Algunas personas de nuestra muestra se revelan como verdaderas creyentes respecto a la estructura de género que experimentan. Las presento en el capítulo 4. En el nivel individual, podríamos afirmar que se trata de mujeres femeninas y hombres masculinos, o que intentan serlo. Han crecido en familias que las han socializado según las normas tradicionales de género y continúan integrándose en redes sociales conservadoras, en particular de religiones fundamentalistas, donde se espera que las mujeres y los hombres respeten las reglas tradicionales diferenciadas por sexo, especialmente con respecto a la ropa y el comportamiento social. Estas verdaderas creyentes forman parte del único grupo que se integra en instituciones sociales en las que es posible identificar normas distintas para mujeres y hombres: su iglesia, mezquita o sinagoga. Pero estas reglas no se viven como opresoras debido a su propio compromiso ideológico con el tradicionalismo de género, el liderazgo de los hombres y el cuidado de las mujeres. Este grupo considera que el género es una categoría legítima para organizar la vida social.

Otro grupo de jóvenes son las personas innovadoras. Presento sus historias en el capítulo 5. Están orgullosas de no verse limitadas por el género y mezclan rasgos de personalidad, habilidades y pasatiempos tradicionalmente masculinos y femeninos. Una parte importante han crecido en hogares liberales en los que se alentaba a las niñas a ser lo que quisieran ser, a superar los estereotipos. Las mujeres jóvenes no sienten que sus familias o sus docentes las hayan encasillado en categorías de género, ni recuerdan experiencias en instituciones sociales, escuelas o trabajos que diferenciaran entre mujeres y hombres. Si bien es cierto que pueden experimentar el sexismo en un futuro, cuando traten de conciliar trabajo y familia, pocas sienten esa presión en este momento. Los chicos, sin embargo, informan sobre la existencia de cierta vigilancia de género cuando se saltan las normas de género, aunque lo siguen haciendo y, según comentan, encuentran redes sociales de apoyo. Nadie en este grupo opina que mujeres y hombres sean muy diferentes ni que deban vivir de una manera distinta. Tienen ideologías feministas. Las y los innovadores no rechazan las categorías sexuales y ninguna de estas personas se ha sentido presionada para ser reconocida como mujer u hombre o presentarse como tal.

El grupo de las personas rebeldes rechaza por completo el género a nivel individual. Son como las3 innovadoras, pero van más allá. Las conoceremos en el capítulo 6. Están tan orgullosas como las innovadoras de haber superado la masculinidad y la feminidad tradicionales. Si se encuentran con expectativas de género, presumen de ellas, y se oponen con vehemencia a cualquier organización social basada en las categorías de diferenciación sexual. Pero van más allá, ya que también rechazan una presentación del yo de género. Muchas adoptan una identidad no binaria. Las rebeldes no permiten que el cuerpo que tienen determine su personalidad, su rol social, la ropa que visten o el baño que usan.

En el capítulo 7 presento al grupo más grande de personas entrevistadas, las que no están tan seguras de sí mismas. Yo las llamo las oscilantes. En los grupos humanos, hay una mayoría de personas que no están seguras de dónde se encuentran y tienen opiniones inconsistentes. En este análisis, sus respuestas abarcan los diferentes niveles de la estructura de género. Pueden mostrarse muy orgullosas de no ser ni masculinas ni femeninas, sino un poco de cada, pero luego consideran que los hombres deben ser duros y que las mujeres deben criar. Algunas parecen andróginas, pero aun así respaldan los puntos de vista tradicionales sobre cómo deben ser los hombres y las mujeres. Otra forma en la que este grupo de personas jóvenes adultas no se ubica en los extremos de la estructura de género se da cuando un chico se esfuerza por ajustarse a las expectativas de género y ser duro mientras aprende a cazar y luchar, pero luego está de acuerdo con que su novia pague sus gastos cuando es ella la que tiene trabajo y él se encuentra aún en la universidad. Puede ser muy mascu lino en el nivel individual, pero, en el nivel interactivo, haced que hable de su novia feminista y estará satisfecho de ser lo que ella quiere: la parte económicamente dependiente en su relación de pareja. Otro ejemplo de oscilante lo constituye una mujer que profesa una fe fundamentalista, que cree firmemente que Dios ha ordenado al hombre que ejerza de cabeza de familia, pero es consciente de que ella es muy enérgica y, por lo tanto, planea encontrar una manera sutil, entre bastidores, de tomar las decisiones en su futura familia. Estas participantes se dan cuenta de que viven en un mundo cambiante y también son conscientes de que deben ser flexibles para poder alcanzar sus objetivos. La mayoría de ellas son muy liberales respecto al género, al menos en la medida en que, a pesar de sus creencias y sus ideas de cómo quieren vivir, no pretenden imponer sus propias decisiones al resto. En el capítulo 8 expongo cómo estos grupos de millennials son similares y, al mismo tiempo, diferentes. Identifico algunos aspectos en común, como el planteamiento vital de «vive la vida y deja vivir», que parece característico de esta generación. Otro resultado claro es que la creencia de que las mujeres deben quedarse en casa para ejercer principalmente como esposas y madres ya no forma parte de la estructura de género del siglo XXI. Incluso los verdaderos creyentes entienden que las mujeres y los hombres están muy vinculados a la fuerza de trabajo, aunque se dan cuenta de que las madres necesitan flexibilidad para conciliar sus vidas laborales con los cuidados. Claramente, es un progreso respecto al mundo en el que crecí. Mis padres querían que me formara como enfermera o maestra, por si acaso mi marido me dejaba y me veía obligada a buscarme un empleo. En el mundo de mi infancia, nadie esperaba que una mujer blanca casada y de clase media trabajara por un salario. No estaba en el guion cultural. La generación millennial ni siquiera puede recordar ese mundo, pero se da una gran diversidad más allá del acuerdo de que las mujeres y los hombres trabajan por un salario, y analizo algunas de las implicaciones de esta pluralidad entre los y las millennials respecto a la estructura de género.

En la conclusión me deslizo más allá de los datos presentados en este libro. Vuelvo a la pregunta sobre la revolución de género. ¿En qué punto se encuentra el género en la actualidad? Sostengo que es posible que la generación millennial quiera transformarlo, pero su enfoque de hacerlo desde la individualidad puede obstaculizar su efectividad. Termino con una proyección y un consejo sobre lo que espero que hagan con la estructura de género. Espero que la desmantelen. Sigue leyendo para entender por qué.

1 Según un informe del Pew Research Center (2015), muchas/os millennials no están de acuerdo con esta etiqueta dada a su generación por académicos y especialistas en marketing. Solo el 40 % aceptan esta denominación generacional. Aun así, es la palabra con la que se designa a su generación y utilizaré el término para referirme a esta.

2 En castellano utilizamos morfemas diferenciados para distinguir los adjetivos masculinos de los femeninos. Dado que en este texto se alude reiteradamente a la clasificación de verdaderas/os creyentes, oscilantes, innovadoras/es y rebeldes y con la intención de no sobrecargar la lectura, haremos uso de distintas estrategias inclusivas para referirnos a las personas que forman parte de la muestra relativa a estas categorías analíticas (nota de la traducción).

3 Utilizamos el femenino en referencia a las personas. Entre el grupo de rebeldes encontramos a las personas no binarias que no se reconocen en categorías dicotómicas (N. de la T.).

Adónde nos llevará la generación

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