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ESCOLIO II

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De lo anterior se sigue claramente que las cosas han sido producidas por Dios con una perfección suma, pues se han seguido necesariamente de una naturaleza perfectísima dada. Y esto no arguye imperfección alguna en Dios, pues es su perfección lo que nos fuerza a afirmarlo. Más aún, de lo contrario de esto se seguiría claramente (como acabo de mostrar) que Dios no es sumamente perfecto. Porque, sin duda, si las cosas hubieran sido producidas de otra manera habría que atribuir otra naturaleza a Dios diversa de aquella que hemos sido forzados a atribuirle en virtud de su consideración como Ente perfectísimo. Pero no dudo de que muchos rechacen esta sentencia por absurda, ni de que no quieran disponer su ánimo a examinarla. Y ello por ninguna otra causa sino por la de estar acostumbrados a atribuir a Dios otra libertad, a saber, una voluntad absoluta, muy diversa de la que nosotros (definición 7) hemos enseñado. Pero tampoco dudo de que si quisieran meditar sobre la cosa y recorrer rectamente la serie de nuestras demostraciones, rechazarán de plano esa libertad [75] que ahora atribuyen a Dios, no solo por ridícula, sino por ser un gran obstáculo para la ciencia. Y tampoco es preciso que repita aquí las cosas dichas en el escolio de la proposición 17. Con todo, y en gracia a ellos, mostraré aún que, incluso concediendo que la voluntad pertenezca a la esencia de Dios, se sigue de su perfección, no obstante, que las cosas no han podido ser creadas por Dios de otro modo ni según otro orden. Lo cual será fácil de mostrar si antes consideramos aquello que ellos mismos conceden, a saber, que solo del decreto y de la voluntad de Dios depende que toda cosa sea lo que es. Pues de otra manera Dios no sería causa de todas las cosas. Además [conceden] que todos los decretos de Dios han sido sancionados por Dios mismo desde la eternidad. Pues de otra manera se argüiría en Dios imperfección e inconstancia. Pero como en la eternidad no se da cuándo, antes ni después, se sigue de aquí, a saber, de la sola perfección de Dios, que Dios nunca puede ni ha podido decretar otra cosa. O sea, que Dios no ha sido antes de sus decretos ni puede ser sin ellos. Dirán, no obstante, que, aun suponiendo que Dios hubiese hecho de otra manera la naturaleza de las cosas, o que hubiese decretado desde la eternidad otra cosa acerca de la naturaleza y su orden, de nada de ello se seguiría imperfección alguna en Dios. Pero si dicen esto conceden simultáneamente que Dios puede cambiar sus decretos. Pues si Dios hubiese decretado algo distinto de lo que ha decretado a propósito de la naturaleza y su orden, esto es, si hubiese querido y concebido algo distinto a propósito de la naturaleza, entonces habría tenido necesariamente un intelecto y una voluntad distintos de los que ahora tiene. Y si es lícito atribuir a Dios otro intelecto y otra voluntad sin mutación alguna de su esencia y de su perfección, ¿qué causa hay para que no pueda mutar ahora sus decretos a propósito de las cosas creadas y permanecer, no obstante, igualmente perfecto? Pues a propósito de las cosas creadas y de su orden, su intelecto y su voluntad permanecen iguales, como quiera que sean concebidos, respecto de su esencia y perfección. Además, todos los filósofos que yo conozco conceden que en Dios no se da intelecto alguno en potencia, sino solo en acto. Mas, dado que su intelecto y su voluntad no se distinguen de su esencia, como también conceden todos ellos, se sigue también de aquí, por tanto, que si Dios hubiese tenido otro intelecto y otra voluntad en acto también su esencia habría sido necesariamente otra. Y por tanto (como he concluido desde el principio), [76] si otras cosas [distintas] de como son ahora hubiesen sido producidas por Dios, el intelecto y la voluntad de Dios, esto es (como se concede), su esencia, debería ser otra, lo cual es absurdo.

Y así, como las cosas no han podido ser producidas por Dios de ningún otro modo ni según ningún otro orden, y que esto sea verdad se sigue de la suma perfección de Dios, ninguna sana razón, ciertamente, podrá persuadirnos de que creamos que Dios no ha querido crear todas las cosas que son en su intelecto con aquella misma perfección con que las entiende. Mas dirán que en las cosas no hay perfección ni imperfección algunas, sino que aquello que hay en ellas en cuya virtud son dichas perfectas o imperfectas y buenas o malas, depende tan solo de la voluntad de Dios. Y que, por ello, si Dios hubiera querido podría haber hecho que lo que ahora es perfección fuese suma imperfección, y al contrario21. Pero esto no sería otra cosa que afirmar abiertamente que Dios, que entiende necesariamente aquello que quiere, puede hacer en virtud de su voluntad que él mismo entienda las cosas de otra manera. Y esto (como acabo de mostrar) es un gran absurdo. Por ello puedo responderles volviendo contra ellos mismos su propio argumento de este modo. Todas las cosas dependen de la potestad de Dios, de manera que para que las cosas pudieran ser distintas, la voluntad de Dios debería ser también necesariamente otra. Sin embargo, la voluntad de Dios no puede ser otra (como hemos mostrado de modo evidentísimo a partir de la perfección de Dios). Luego las cosas tampoco pueden ser de otra manera. Confieso que esta opinión que somete a todas las cosas a una cierta voluntad indiferente de Dios y que sostiene que todas las cosas dependen de su beneplácito, se aparta menos de la verdad que la de quienes sostienen que Dios lo obra todo en razón del bien. Pues estos parecen poner fuera de Dios algo que no depende de Dios y a lo que Dios atiende en su operar como a un modelo, o a lo que tiende como un cierto objetivo. Lo que, ciertamente, no es otra cosa que sujetar a Dios al hado, cosa más absurda que la cual nada puede sostenerse acerca de Dios, de quien ya hemos mostrado que es la primera y la única causa libre tanto de la esencia de todas las cosas como de su existencia. Así pues, no hay motivo para que malgastemos el tiempo refutando este absurdo.

Ética demostrada según el orden geométrico

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