Читать книгу Depresión, Ansiedad y la Vida Cristiana - Baxter Richard - Страница 12
Consejero para los cristianos en depresión
ОглавлениеPara los puritanos, como un cuerpo, la buena vida era la vida devota, y la vida devota era un producto del pensamiento: pensamiento sobre la infraestructura de las obligaciones (deberes) que Dios ha establecido en su Palabra, pensamiento sobre el perdón comprado con sangre y la aceptación por la que viven los cristianos, pensamiento sobre las promesas misericordiosas de Dios, pensamiento sobre los medios y los fines, y pensamiento sobre la gloria de Dios como el objetivo verdadero de toda vida creada. La instrucción puritana en el comportamiento y las relaciones era, por lo tanto, primera y principalmente un asunto de enseñarle a la gente a pensar (o, para usar su palabra regular para esto, a considerar): eso es, reflexionar sobre cómo servir y complacer a Dios en respuesta a la verdad y la gracia que él ha dado a conocer en la creación, en Cristo y a través de Él. Es aquí, sin embargo, tal como los puritanos vieron claramente, donde surgieron los problemas. Claro está, ellos sabían, de la misma forma que lo sabía y lo sabe casi todo mundo en el mundo occidental, que cada ser humano es una unidad psicofísica, en la que el cuerpo y la mente, aunque distintos, son actualmente inseparables, y cualquiera de los dos puede dejar su huella funcionalmente sobre el otro, para bien o para mal. Hay un problema aquí; los factores físicos llevaban a una medida de desequilibrio mental, eso era lo que los puritanos etiquetaban como melancolía. Aunque diagnosticado de manera diferente, aún permanece con nosotros hoy día.
La palabra melancolía, que hoy día es simplemente un sinónimo de tristeza, era en el siglo XVII un término médico. Proviene de dos palabras griegas que significan “bilis negra”. La teoría era que el cuerpo humano contenía cuatro “humores” en diferentes proporciones; especialmente: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Una de estas, al ser predominante, determina el temperamento (otro término técnico en aquellos días) de cada persona; es decir, la calidad de la conducta y disposición de uno. Una persona podía ser sanguínea (abundar en sangre: optimista, emprendedora y responsable de trabajar demasiado), o flemática (tranquila, objetiva, apática, y quizá fría), o colérica (impetuosa, agresiva, y a veces, explosiva), o melancólica (sombría, pesimista, propensa a huir asustada, sufre de desesperación, fantasías destructivas). 7 La mente observadora y analítica de Baxter, la que le sirvió para desenvolverse por un tiempo como el doctor principiante de Kidderminster, lo equipó para enfocar y describir a la melancolía con precisión sobre la base de la interacción pastoral y observacional de primera mano. Su descripción puede resumirse como sigue:
La melancolía, según Baxter la percibía, era una realidad psicofísica, una “enfermedad de locura… de la imaginación”8 que podría ser causada porque el cuerpo estaba decaído (tristeza que proviene de su bazo”),9 o por la sobrecarga o fatiga excesiva de la mente, o quizá, por ambas cosas juntas. Sus síntomas eran reconocibles en muchos puntos como distorsiones de las ideas y los ideales puritanos que impregnaban la cultura. Estos incluían temores descabellados: centrados en el infierno, descontrol en la mente y el corazón; además, impresiones engañosas de escuchar voces, ver luces brillantes, sentir roces y ser impulsado a blasfemar o cometer suicidio. Las pesadillas eran frecuentes. Los melancólicos característicamente no podían controlar sus pensamientos; eran incapaces de dejar de desesperarse por todo o de empezar una disciplina de agradecimiento y regocijo en Cristo, o de concentrarse en algo que no fuera su propia desesperanza y la certidumbre sentida de condenación. Ellos cultivaban la soledad y la pereza; pasaban horas sin hacer nada. Insistían en que los demás no los comprendían y que ellos no estaban enfermos, sino que eran realistas acerca de sí mismos, y resultaban neciamente obstinados en el tema de tomar medicamentos.
El tratamiento que Baxter, como pastor, recomendó se reduce a nunca dejar que los melancólicos pierdan de vista el amor redentor de Dios, la oferta gratuita de vida en Cristo y la grandeza de la gracia en cada punto en el evangelio; no intentar practicar el “deber secreto” de la meditación y la oración por cuenta propia, sino orar en voz alta y acompañado; cultivar la comunidad cristiana alegre (“no hay júbilo como el júbilo de los creyentes”),10 evitar el ocio y hacer buen uso de un médico capaz, un pastor perceptivo y otros mentores y amigos cristianos y fieles, para recibir apoyo, guía y la sanidad.