Читать книгу El color de la decisión - Beatriz Navarro Soto - Страница 5
1 El comienzo
ОглавлениеBárbara corría por la orilla de la playa, una costumbre que adquirió desde que se mudó de Santiago, capital de Chile, a Viña del Mar, provincia de la Región de Valparaíso. Solo quedaba a dos horas de distancia del que siempre había sido su hogar. Supuso que la decisión sería un gran cambio en su estilo de vida, por ser una zona costera conocida por la gran cantidad de veraneantes que la escogía como destino para descansar. Pero en los dos meses que llevaba viviendo ahí, se había percatado de que la Ciudad Jardín, como también se le llama a Viña del Mar, podía tener la misma intensidad de la capital. Mientras corría sintiendo el olor marino que llegaba a través de la brisa, recordaba sus días en Santiago y su precipitada partida producto de una relación que iba demasiado rápida y seria. Tal vez rápida no había sido la excusa perfecta después de todo. Su novio, Carlos, le propuso que vivieran juntos luego de tres años de relación, tiempo que no se podría considerar apresurado. Pero sí se estaba volviendo demasiado serio y ella no estaba preparada para algo tan definitivo como vivir con alguien o, quizá, Carlos simplemente no era la persona con quien quería dar ese paso.
Estaba esquivando el agua que llegaba sin cesar a sus pies producto del oleaje, cuando escuchó los sollozos de una mujer que estaba sentada a metros de la orilla. Bárbara se acercó a ella sin saber qué hacer en esa situación, pero no preguntar qué le pasaba le parecía incorrecto. Era joven, de estatura y contextura media, su pelo negro y largo caía sobre los hombros enmarcando un rostro blanco y pecoso. Sus ojos destacaban, tanto por el intenso verde que los teñía, como por la capa de rímel que se había formado en el contorno debido a las lágrimas. Tenía un lindo perfil y los labios eran de mediano grosor. Vestía un pantalón de tela oscura, unos botines negros con flores y una chaqueta roja con capucha.
—¿Estás bien? —le preguntó Bárbara, pareciéndole una pregunta tonta, pues obviamente no lo estaba, pero de alguna forma debía comenzar la conversación.
Se sentó junto a ella, al ver que no paraba de llorar y le sobó la espalda esperando que se tranquilizara, pero, por el contrario, rompió en un llanto desconsolado mientras se apoyaba en las piernas de Bárbara sin ningún previo aviso. Los brazos de Bárbara quedaron suspendidos en el aire sin saber qué hacer con tan inusual e incómoda cercanía. Se dijo que solo había sido una pregunta, y en honor a la verdad, más por educación que por interés. Como fuera ya estaba hecha y tendría que lidiar con la situación de alguna forma. Atinó a apoyar las manos sobre el hombro de la joven y comenzó a darle palmaditas con el fin de tranquilizarla. Aquello debió darle alguna clase de señal, pues la joven se levantó y comenzó a desahogarse.
—Estaba saliendo con un tipo desde hace un par de semanas —le dijo entre sollozos—. Anoche nos vimos y lo pasamo muy bien, pero el imbécil tenía novia. —Volvió a llorar con intensidad.
—Supongo que no conocías ese detalle —dedujo Bárbara por el llanto desenfrenado.
La chica negó con la cabeza.
—Me enteré porque hoy en la mañana, cuando desperté en su departamento, él estaba hablando con ella y le decía que iba a pasar a recogerla para que fueran almorzar. —Miró a la desconocida con un dejo de vergüenza—. Soy tan estúpida... Yo pensé que le gustaba.
Bárbara entrecerró los ojos preguntándose cómo una simple corrida matutina podía terminar con ella como pañuelo de lágrimas de una chica que parecía llorar por la decepción de su primer amor. Suspiró y levantó las cejas en un gesto de resignación.
—¿Qué edad tienes, quince?
La chica permaneció mirándola por uno segundos para descifrar si la pregunta iba en serio o no.
—¿Disculpa? —le dijo desconcertada.
—No tengo problema en que llores, pero cuando lo hagas, trata de que sea por una buena razón. ¿Cuál es el sentido de que estés así por alguien que debió mentir para acostarse contigo? —Dejó pasar unos segundos para que la pregunta la hiciera reflexionar—. ¿Cuál es tu nombre?
—Laura —le respondió a secas.
—Yo me llamo Bárbara —le dijo ignorando su repentino mal humor—. Si vas a andar con toda esa sensibilidad encima, entonces deberías ser clara antes de comenzar a salir con alguien. ¿Le preguntaste si tenía novia?
Laura se quedó pensando mientras se refregaba los ojos.
—No creí que fuera necesario —le dijo molesta—. Él se acercó a coquetearme. Pensé que estaba soltero. Nunca mencionó nada sobre alguien más.
—¡Ajá!, y me imagino que se lo reprochaste esta mañana. —Su silencio fue suficiente respuesta—. ¿Qué te dijo cuando lo hiciste?
Laura respondió de mala forma.
—Qué nunca me había mentido, nos estábamos divirtiendo, eso era todo.
Bárbara hizo un levantamiento de cejas que indicaba obviedad.
—El tipo es un cerdo e inmoral, pero tiene razón. Tú nunca le preguntaste si tenía novia porque asumiste muchas cosas. ¿Crees que porque te ves bonita y arreglada no te mentirán? Mira, Laura —trató de suavizar el tono de reproche empleado—, lo importante siempre es tener toda la información y para tenerla se requiere preguntar. Trata de recordarlo la próxima vez.
Laura tenía la mirada al frente, observando la retirada del crepúsculo mientras reflexionaba sobre lo que Bárbara le decía. Pero algo no le cuadraba.
—Podría haberle preguntado si tenía novia y de igual forma hubiese dicho que no. Tener toda la información depende de la persona que te la esté dando, por lo que no creo que el resultado hubiese cambiado mucho.
—Es verdad, y si la vida tuviera un manual de procedimientos todo sería más fácil, pero también sería más aburrido, lo importante sigue siendo preguntar. Lo que venga después depende de ti. Puede que el tipo te responda que sí está con alguien, en este caso puedes decidir si quieres estar con él o no, nadie te estará engañando. Si por el contrario te dice que no tiene novia y luego te enteraste de que tenía, siempre está la opción de echarle en cara lo mal hombre que es y… bla bla bla. Yo tengo una forma práctica de ver las cosas. El error fue mío porque evalué mal al tipo. No puedes dejar que el cómo te sientas sea responsabilidad de terceros. Debes asumir los riesgos de tomar decisiones. No digo que cuando un hombre nos mienta sea nuestra culpa, pero la gente miente, trata de incluir esa variable en tu vida y todo será más fácil.
Tras unos segundos en silencio, Laura replicó:
—Para mí era un cerdo porque estaba con dos mujeres, pero resulta que eso queda en segundo plano porque la teoría de que me haya tratado como una estúpida, sin poder de decisión, cobra más fuerza al momento de evaluarlo.
Bárbara emitió un suspiro.
—Lo que estoy tratando de decir, y al parecer con muy poco éxito, es que él puede hacer lo que quiera al igual que tú, pero ambos deben tener todos los antecedentes para tomar decisiones. No entres en lo que está bien o mal porque es un tema demasiado amplio y no he tomado desayuno aún. Si el tipo no te dice que está saliendo con alguien, entonces el problema más grave, a mi parecer, no es que hayas estado con un hombre que tiene dos mujeres, sino con un idiota que no te dio la oportunidad de escoger si tú querías estar con un hombre que tiene dos mujeres. —Bárbara levantó la mano antes de que Laura hablara—. Eso no significa que en tu caso hubieses estado con él aun sabiendo que tenía novia. Pero no fue tu decisión, ¿verdad? En ningún caso lo fue, eso es lo que debería darte más rabia.
Laura reflexionó si lo que le decía Miss Simpatía la estaba ayudando o hundiendo más.
—Puede que tengas razón —le dijo finalmente Laura.
—¿Qué edad tienes, Laura?
—Veinticuatro.
—A esa edad nadie debería llorar por un hombre con tanta pasión. ¿No tienes mucha experiencia, verdad?
Laura se sonrojó. Era verdad que no tenía mucha experiencia en este tipo de situaciones. Su primer y único novio lo conoció a los dieciséis y su relación duró casi siete años. Se conocieron en su ciudad natal, Puerto Varas, pero con el inicio de la universidad, sumado a nuevas experiencias y amistades propias de la etapa, la relación se tornó inestable. Las discusiones se hicieron más continuas y en algún punto ninguno de los dos quiso reconciliarse, comprendiendo que ya nada existía entre ellos. Laura reconocía que haber estado desde la adolescencia con un solo hombre, no la posicionaba como experta en el campo de las aventuras sentimentales. Hace un año había comenzado a salir nuevamente y el idiota por el que había estado llorando esta mañana, era el segundo hombre con el que había intimado.
Bárbara notó su tristeza, sintió ganas de abrazarla y decirle que tenía mucho tiempo para conocer a hombres, pero no quiso mostrarle compasión, eso no la ayudaría en nada.
—Lo importante es que tienes un nuevo día y por lo demás muy lindo. Mi consejo es que salgas de ese estado y aprendas de tus errores. Te invito a tomar desayuno, así te olvidas de tu mala experiencia, ¿te parece?
Laura tenía sentimientos encontrados hacia Bárbara. Era una mujer que no mostraba solidaridad femenina, lo que ella esperaba encontrar cuando se le acercó, sin embargo, su forma de ver la situación la había ayudado a no seguir sintiendo lástima de sí misma.
—No me importaría comer algo, pero es un poco temprano para ir a algún café, ¿no?
—Sé del lugar perfecto para tomar un desayuno casero. Vamos por mi auto.
Bárbara la llevó a un café restaurante donde servían los mejores y más contundentes desayunos, a un muy buen precio. Aunque llevaba poco tiempo viviendo en la zona, tenía una amistosa relación con la dueña del local, quien se mostraba muy maternal con ella.
Laura comenzó a untar un poco de mantequilla al pan recién salido del horno que la señora Gladys, como se llamaba la dueña, les puso sobre la mesa.
—¿Eres de Viña del Mar, Bárbara?
—Soy de Santiago, pero me vine hace dos meses a probar suerte. ¿Y tú?
—De Puerto Varas, pero estoy acá desde hace seis años. Vivo con mi hermano mayor.
—Debe ser entretenido vivir sola con un hermano, ¿no?
Laura soltó una risa burlesca.
—Depende del hermano. El mío se llama Juan Pablo y es en extremo responsable y sobreprotector. Se vino a Viña del Mar en el mismo periodo que yo me vine de Puerto Varas. Estudió medicina en Santiago, pero nunca le gustó la capital para vivir. Cuando terminó su carrera se vino a ejercer acá. Justo coincidió con mi época universitaria, así es que mis papás me dieron dos opciones: o estudiar en Santiago y vivir con mi hermano Tomás, que es lo más relajado que hay; o estudiar en Viña del Mar y vivir con Juan Pablo.
Bárbara la miró seria y sorprendida.
—¿Por qué escogiste al hermano sobreprotector si tenías la posibilidad de vivir con el relajado?
—Sé que piensas que estoy loca. —Rieron—. Aunque no lo creas, pese a que tenemos casi diez años de diferencia, me llevo mejor con JP. Así le decimos —aclaró—. Él ha sido mi guía y sé que siempre puedo confiar en él. —Cambió a tono nostálgico—. Además, lo extrañé mucho cuando se fue a estudiar a Santiago y creo que odié a cada mujer que llevó a la casa durante su época de universidad. Supongo que quería recuperar el tiempo que no estuve con él, por eso lo escogí —le confesó.
Bárbara la miró con ternura. Ella también tenía hermanos mayores y aunque los quería, nunca se sintió así por ninguno de ellos.
—Lo que no preví —continúo Laura— es que en la universidad iba a querer más libertad y ahí fue cuando me arrepentí de haberlo escogido —volvieron a reír.
—Debió ser toda una experiencia vivir con el correctito.
Laura puso los ojos en blanco.
—Se tomó muy en serio el papel de tutor y tuvimos muchas discusiones el primer año de universidad. Aún las tenemos, pero han disminuido. Imagínate que cuando mi novio venía a verme, se tenía que quedar en la habitación de invitados.
Bárbara meneó la cabeza.
—¿Ya no tienes novio?
—No, terminamos hace un año, pero estuvimos juntos siete.
Bárbara quedó con el pan suspendido frente a la boca.
—Siete qué, ¿años?
—Sí —le confirmó Laura con desgano.
—Me estás diciendo que estuviste con un tipo desde —comenzó a contar mentalmente—, desde los dieciséis años.
—No solo estuve con un tipo por siete años, él fue el único con quien hubo intimidad hasta anoche que me acosté con el pastel del que te hablé.
Bárbara hizo un gesto de comprensión. Ahora entendía mejor por qué había estado tan sensible en la mañana. Deseó haber conocido estos detalles antes de haberle soltado el maldito discurso motivacional que le dio. Bien hecho —se dijo—. Tal vez debería seguir mi propio consejo y preguntar antes de meter las patas. Cambió el tema antes de continuar por la senda del sentimentalismo.
—¿Y en qué se especializó tu hermano? ¿Tú seguiste sus pasos?
—De ninguna manera. La medicina no es lo mío. Se especializó en traumatología infantil. Trabaja en la clínica San Damián y en el Hospital del Mar. Yo estudié ingeniería comercial. Lo escogí porque el campo en el que me puedo desempeñar es amplio y los números se me dan bien. —Bebió un poco de agua—. ¿Tú a qué te dedicas?
Bárbara la miró asombrada.
—¿Qué pasó? —le preguntó Laura al percatarse de su sonrisa mientras le servían café y le entregaban los huevos con tocino que ordenaron.
—Es extraño que alguien pregunte a qué te dedicas y no qué estudiaste. Yo por lo menos lo agradezco.
Laura sonrió.
—Tengo una pequeña empresa y el giro es muy amplio —continuó Bárbara—. Se me da bien la fotografía así es que hago mucha remodelación de interiores, y uno que otro evento.
—¡Qué entretenido! A mí también me gustaría no estar sentada en un escritorio durante diez horas al día escuchando a alguien que te da órdenes.
—Igual hay alguien que me da órdenes, aunque es más libre.
—Yo también quiero ser independiente, por lo menos ese es el plan.
—Tiene sus ventajas, pero hay ocasiones en que es angustiante por el dinero. De igual forma, creo que deberías probar bajo el sistema primero, puede ser que te guste. Yo no tuve esa suerte.
Terminaron de desayunar y Bárbara ofreció llevarla a su casa. Le quedaba de camino y no tenía nada más que hacer durante la mañana. Ya estacionadas, y mientras Laura recogía unos artículos del piso del auto, Bárbara se concentró en el bocinazo de un jeep que estaba detrás de ella. Enojada se apeó con la mirada fija en el idiota que lo conducía, y rodeó el auto por la parte contraria al conductor. Cuando estuvo frente a la ventana del copiloto, el hombre la bajó y ella le solicitó:
—¿Te importaría dejar de tocar la bocina?
—¿Perdón? —le respondió el hombre incrédulo.
—Así está mejor —se burló Bárbara—. Te disculpo por la impertinencia. Dame unos minutos y me voy. —No se apartó del vidrio al ver su malhumor, aquello prometía ser divertido.
Él le intensificó la mirada sin creer lo que escuchaba. Se maldijo por estar concentrándose en lo linda que le parecía, aun con su desarreglada apariencia deportiva. El pelo color chocolate lograba destacar la tez blanca y los ojos marrones rodeados de una tupida hilera de pestañas. Tenía los pómulos altos lo cual le daba una figura ovalada a su rostro. La nariz era respingada y tenía unos labios bien definidos. Incluso le habría hecho gracia su cinismo si no fuera por el malhumor que cargaba.
—No te he pedido disculpas —le aclaró lo obvio—. Estás obstaculizando el estacionamiento y además de aguantar tu descaro, ¿tengo que esperar unos minutos?
Cuando Bárbara se disponía a replicar, Laura se acercó por el lado del piloto y le tocó la ventana al hombre para que la bajara.
—Hola, JP, ¿mala noche? —le preguntó con un gesto de consideración por su rostro de cansancio.
—No tan mala como la mañana. —Miró a Bárbara, quien le hizo una mueca por su comentario—. Son las diez, Laura, ¿vienes recién llegando?
Bárbara le hizo un gesto a Laura imitando la severidad de su hermano. Esta rio, pero luego vio a su hermano, quien miraba a Bárbara con indignación.
—¿Te importaría?, estoy hablando con mi hermana.
—¿En serio? —le dijo Bárbara—. Yo pensé que era tu hija. Sabes que ya pasó los dieciocho años, ¿verdad? —le sonrió con burla, aunque no dejaba de pensar en lo guapo que era.
Tenía el pelo negro y no muy corto por los gatos que se le formaban al final de la cabellera. La tez era más oscura que la de Laura y los almendrados ojos color ámbar tenían un tinte cobrizo. La nariz era recta y proporcional a todo el rostro, los labios eran de mediano grosor y en ese minuto se encontraban rodeados de una barba de no más de tres días. La forma de la mandíbula se acentuaba cuando tenía la expresión tensa lo que le daba un aspecto muy masculino.
JP había decidido que sería muy fácil para él pasarle el jeep por encima, era insoportable e insolente y no tenía idea de cómo se había vinculado con su hermana.
Laura decidió presentarlos antes de que continuaran enfrentándose.
—Juan Pablo Camus, ella es Bárbara, ¿cuál es tu apellido?
—Luego te lo digo. No me interesa que tu hermano me busque en las redes sociales porque le parecí irresistible.
—Créeme que eso no va a pasar, pinturita —intervino JP.
—Pinturita tu abuela, milico. —Se dirigió a Laura, ignorando a JP—. Me tengo que ir, pero suerte con el cítrico.
Laura sonrió en tanto levantaba la mano para despedirse y decirle que la llamaría.
JP irritado le dijo a su hermana que se subiera.
Mientras esperaba a JP para ir camino al ascensor, Laura pudo notar el humor que traía. Venía enrabiado pues había tenido una jornada de mierda en el hospital. Generalmente, no trabajaba de noche, pero el día anterior, pasada la medianoche, lo llamaron por una colisión múltiple que involucraba a una veintena de niños. Una cosa llevó a la otra y no pudo desocuparse hasta pasada las 09:00 a.m.
Cuando subieron al ascensor, JP le preguntó:
—¿Quién era esa mujer con la que estabas?, no la había visto antes.
Laura le contó como la había conocido, aunque omitió los detalles de su conversación en la playa.
—¿Y sin más se fueron a tomar desayuno juntas y luego te vino a dejar? —la miró con recelo.
—Soy adulta, JP —le recordó molesta—. Bárbara fue muy buena onda conmigo —bajaron del ascensor—, ¿lo dejamos ahí?
—Para la próxima quiero que me avises cuando vayas a llegar a esta hora. No me mires así —abrió la puerta del departamento—, no me importa si tienes cuarenta años, mientras vivas conmigo esas son las reglas.
—Ya conozco tus reglas —protestó Laura al pasar—. Me voy a dormir.