Читать книгу El color de la decisión - Beatriz Navarro Soto - Страница 7

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Tras enterarse del beso, JP optó por alejarse de Bárbara, sabiendo que de otra forma las cosas iban a complicarse. A través de su hermana, la derivó a un colega para que continuara con las curaciones en la clínica. Luego de eso, no quiso saber más de ella. Cuando Bárbara se enteró por Laura de que JP no quería continuar atendiéndola, se sintió molesta y desilusionada, pero no se lo manifestó a su amiga.

Se concentró en la remodelación del bar y aunque el trabajo lo entregó con una semana de retraso, el resultado había agradado a Cristóbal. Tras finiquitar los asuntos laborales, continuaron frecuentándose como amigos, aunque él no dejaba pasar oportunidad para intentar algo más.

Con el bar remodelado, Cristóbal decidió reinaugurarlo con una fiesta privada que daría el sábado. Bárbara aceptó la invitación, a pesar de la probabilidad de encontrarse con JP. Cristóbal ignoraba que ella conocía a su mejor amigo, porque tras dos semanas Bárbara tenía la certeza de que JP tampoco se lo había mencionado. Así es que lo dejó pasar.

Un día antes de la fiesta, y mientras Bárbara cenaba junto a Laura en su departamento, la conversación sobre la fiesta volvió a surgir entre ellas.

—¿Me acompañarás a la fiesta del bar? —le recordó Bárbara.

—Prefiero no ir, Barb —respondió Laura en un tono de disculpa—. Cristóbal me cae bien, pero a veces es demasiado donjuán y eso me molesta un poco. Me carga su forma de “aquí te las traigo, Peter”.

Bárbara soltó una carcajada ante el dicho que resumía muy bien a Cristóbal. Pero la sinceridad con la que actuaba su amigo le agradaba. Bárbara alzó la vista hacia Laura para pronunciarse, pero se percató de que la miraba con recelo.

—¿Por qué me miras así?

Laura se hizo la desentendida, pero ante la insistente mirada de Bárbara, le preguntó:

—¿Te gusta Cristóbal?

—No es mi tipo, pero me cae bien. Se muestra tal como es. No necesita engañar a nadie, te aseguro que las mujeres que se involucran con él saben a lo que van.

Laura asintió rememorando su primera conversación en la playa.

—¿Sabes si tu hermano irá a la fiesta? —le preguntó Bárbara con cierta incomodidad.

—No me ha comentado nada, pero si quieres le pregunto. —Con desánimo continuó—: Aunque ha estado un poco irritable estos días. Ayer le hablé de cuando fuimos a Laguna Verde, pero me dijo que no tenía tiempo para charla de chicas y me dejó hablando sola.

Bárbara le desvió la mirada a su amiga sin saber qué responder.

Laura, por el contrario, no le apartó la vista. Sabía que algo había sucedido entre su hermano y Bárbara, de otra forma no se explicaba por qué se ignoraban.

—¿Por qué no me dices qué pasó entre ustedes? —se animó a preguntar Laura—. Y no me digas que nada, porque él siempre me preguntaba por ti y ahora se enoja cuando te nombro.

Bárbara no sabía qué decirle, porque ni ella lo entendía.

—La verdad es que tu hermano y yo no nos llevamos muy bien, eso es todo. No te preocupes, no somos amigos, pero tampoco lo contrario.

—¿Estás segura de que no se trata de algo más? —insistió.

—Segura —respondió sin un atisbo de duda.

Laura no quedó convencida con la respuesta, pero dejó el tema ahí.

—Tengo que irme —anunció mientras se paraba—. ¿Te veo el domingo?

—Claro —le dijo Bárbara—. Deja ahí, luego retiro.

Se despidieron y Laura se marchó dejando a Bárbara inquieta por el modo en que resultaría el reencuentro con JP.

El sábado por la mañana, JP estaba en el comedor leyendo el periódico cuando Laura salió de su habitación.

—Buenos días —Laura se aproximó y lo besó en la mejilla.

—Buenos días. ¿Cómo dormiste?

—Como un bebé. —Se sirvió una taza de café y se sentó junto a él—. ¿Qué lees?

—¿Qué te parece que leo? —JP bebió de su café sin apartar la vista del periódico.

—Me alegra escucharte de buen humor —agarró una tostada y le untó mermelada.

—No sé a qué te refieres. —Se paró dejando el periódico sobre la mesa.

—Hazte el loco —masculló Laura.

JP regresó con un vaso de leche y lo reemplazó por el café de su hermana.

—Quiero mi café, JP.

—No hay café hasta que te tomes un vaso de leche.

—Veinticuatro años y parezco de quince —volvió a mascullar tomando el vaso de leche en forma resignada.

JP sonrió y se volvió a sentar.

Laura recordó la fiesta y quiso salir de dudas.

—¿Irás hoy a la fiesta del bar?

—¿Cristóbal te invitó? —preguntó con extrañeza.

—No, pero invitó a Barb.

—Por supuesto que la invitó —se mostró crispado.

—¿Tienes algún problema con que vaya?

—Ninguno —dijo exaltado—. Seguro ya son pareja, ¿no?

—Si alguien debería saber eso, eres tú —aseveró Laura—. Hasta donde yo sé, Cristóbal es tu mejor amigo.

—No he hablado mucho con él. —No vio la necesidad de confesarle que lo había estado evitando las últimas dos semanas.

—A Barb no le interesa Cristóbal —le reveló Laura y volvió a concentrarse en el periódico.

JP bajó el papel para mirar a su hermana.

—¿Cómo lo sabes? —Se mostró tan ansioso como un adolescente—. ¿Te dijo algo?

—Le pregunté si le interesaba y me dijo que no era su tipo, aunque le cae bien.

—¿Y le da besos a todos los que no son de su tipo, pero le caen bien?

Laura abrió los ojos como quien escucha un chisme sabroso.

—¿Le dio un beso? —preguntó entusiasmada de saber más detalles—. ¿Estás seguro?

—Ella me lo dijo el sábado que estuvo acá.

—Ahora entiendo por qué no quieres saber nada de ella. —Miró a su hermano con detenimiento—. Te gusta Bárbara, no lo niegues.

—No seas ridícula —le dijo JP parándose de su silla—. No estoy interesado en tu amiga. Es una mujer —se silenció sin saber qué decir y se metió las manos en los bolsillos para tranquilizarse—. Ni siquiera sé cómo definirla. Me gustaría estrangularla cada vez que pienso en ella.

—O sea que piensas en ella —conjeturó Laura divertida.

—Córtala, pendeja —la apuntó con el índice—. No comiences a suponer cosas. De cualquier forma, sí iré a la fiesta, pero acompañado así es que no me importa si tiene algo con Cristóbal o no. Me voy al gimnasio, nos vemos luego —le besó la cabeza.

Laura se quedó sonriendo mientras volvía a leer.

Cerca de medianoche, JP conversaba con unos amigos, pero atento a las personas que llegaban al bar. La fiesta privada de Cristóbal la conformaban unas sesenta personas que consumían como si el bar estuviese en su máximo apogeo. Las dos primeras rondas corrieron por cuenta de la casa, pero el resto de la noche debían pagar como cualquier cliente. Y es que cerrar el bar un sábado era algo que debía valer la pena. Quienes frecuentaban El Rincón podían darse cuenta de los cambios. La nueva barra de roble con detalles de iluminación; las vitrinas hechas a la medida para los tragos; la renovada selección de instrumentos en el sector del karaoke y las destacadas imágenes en torno al salón, le daban un look más vanguardista al lugar. La remodelación había valido la pena, y Cristóbal estaba feliz con el resultado.

Camino a la barra, JP se quedó observando, una vez más, el trabajo de Bárbara. Las imágenes mostraban distintos rincones de la ciudad de noche, con músicos como protagonistas de la composición. Los efectos y colores, producto de los elementos móviles, eran el punto de mayor atracción.

—¿Te gusta? —le preguntó Cristóbal situándose junto a JP.

—Están buenísimas —opinó JP sin apartar la mirada de los cuadros—. Te quedó increíble el bar. ¡Felicitaciones!

—Gracias, Pelao —le dio dos palmadas en la espalda—. Esta parte la hizo Bárbara, la de los labios…

—Ya sé quién es —lo interrumpió JP irritado.

—¿Por qué tengo la sensación de que la conoces? —infirió Cristóbal debido al tono empleado.

—Resulta que la conozco —corroboró JP—. Es amiga de mi hermana.

—¿De Laura?

—Es la única que tengo ¿no? —Se dispusieron a caminar hacia la barra—. No me preguntes cómo se hicieron amigas, pero el tema es que lo son.

—¿Y por qué no me dijiste que la conocías?

—Lo supe hace poco —salió del paso—. Además, no nos hemos visto gran cosa.

—¿Y de quién es la culpa? —le recriminó. JP se hizo el desentendido y Cristóbal no insistió—. ¿Y? —levantó la barbilla—. Sé que andas con la rubia, pero desembucha, ¿qué te pareció?

—¿A qué te refieres con qué me pareció? —le preguntó conociendo la respuesta.

—No me vengas con huevadas, Pelao. Sabes a lo que me refiero. —Con una divertida sonrisa prosiguió—: Está buena, ¿verdad?

—Sabes que no me gusta hablar así de las mujeres —le dijo severo.

—Tan correctito, Pelao —bebió de su cerveza.

—¿Están juntos? —le preguntó JP con recelo.

—Me gustaría, pero no. Me dijo que no era su tipo la condenada.

JP asintió y volvió a tomar de su cerveza con cierta satisfacción.

—Pero no he perdido la esperanza —continuó Cristóbal—. Se me hizo la difícil, pero yo creo que dándole un poco de tiempo, va a caer.

—¿Pero nunca ha pasado nada entre ustedes? —le insistió, confundido de que no le dijera nada sobre el beso.

—Lo único que he recibido de ella es un piquito como premio de consuelo. Aunque me prometió que si alguna vez quería “divertirse” con un amigo sin compromiso, acudiría a este pechito —se pegó en el pectoral—. Aquí estoy, esperando a que me necesite.

Escucharon unos vasos que se quebraban y Cristóbal miró en dirección a la cocina, se disculpó y fue a ver qué pasaba. JP quedó crispado por la confesión. ¿Qué mierda significaba “cuando quiera divertirse con un amigo”? Frustrado solicitó otra cerveza para volver con su grupo de amigos.

Media hora más tarde, Bárbara entró al bar. JP la vio y supo que era una mujer que no necesitaba acompañante. Se veía segura de sí misma y más guapa que nunca. Vestía una mini negra, ajustada; blusa de algodón gris, holgada, que le llegaba por debajo de la cadera; pantis transparentes; zapatos negros bajos y una chaqueta también negra que le llegaba por encima de la rodilla. El pelo lo traía suelto y el maquillaje complementaba su simpleza. Lo primero que Bárbara hizo fue acercarse a saludar a Cristóbal. Él la levantó, la abrazó e intentó besarla, pero ella le corrió la cara. Insistió y esto irritó a JP por lo que fue a su encuentro.

Bárbara vio a JP acercarse y volvió a experimentar el nerviosismo que solo él le provocaba. Llevaba un sweater cuello smoking, jeans azul oscuros y zapatos de gamuza color café. El cabello negro lucía desarreglado y contrastaba con sus bellos ojos claros.

—Supe que ya conoces a mi amigo —le dijo Cristóbal a Bárbara al ver a JP acercarse.

—Lo he visto un par de ocasiones —le respondió—. ¿Cómo estás? —se inclinó a saludarlo.

JP se percató de su olor a vainilla como también que Cristóbal la tenía abrazada de la cintura. Tuvo una mezcolanza de sensaciones que lo inquietaron.

—Bien, ¿y tú?

—Todo bien —le sostuvo la mirada con la misma intensidad que él mostraba.

Cristóbal notó cierta tensión entre ellos.

—¿Algún problema? —miró a ambos para ver quién le respondía.

Bárbara desvió la mirada hacia Cristóbal.

—Ninguno —sonrió con nerviosismo—. Juan Pablo es hermano de una amiga mía.

—Hoy me enteré, el mundo es un pañuelo. —Le dio una amistosa palmada a su amigo, y JP respondió enmarcando una leve sonrisa—. Te invito un trago, bonita.

Antes de que Bárbara le respondiera, una rubia se les unió agarrando a JP del brazo. Bárbara sintió un torrente de celos que disimuló con un rostro inexpresivo. La mujer era delgada y de piernas increíblemente largas, lo que le daba un aspecto de maratonista olímpica. Su rubia cabellera y su rostro perfecto eran propios de una chica de clase acomodada. Llevaba un vestido de lentejuelas que a Bárbara le pareció más apto para una fiesta de gala que para una de bar.

—Te estaba buscando, Juan Pi.

—Ay, por favor —masculló Bárbara con los ojos en blanco.

—¿Disculpa? —le dijo la rubia.

JP intervino, aunque le divirtió la reacción de Bárbara.

—Bárbara, te presentó a Ignacia, una amiga. Ignacia, ella es Bárbara, amiga de mi hermana.

—También mía —añadió Cristóbal ganándose una sonrisa de Bárbara.

Ambas se miraron sin intención de saludarse de beso.

—Hola —dijo Ignacia con desdén.

—Hola —respondió Bárbara secamente.

—No te había visto antes —le dijo Ignacia con el entrecejo arrugado—. ¿Eres de Santiago?

Bárbara miró con burla hacia Cristóbal.

—¿Qué significa eso? —le preguntó a su amigo y luego se dirigió a Ignacia—. ¿Conoces a todas las personas que viven en Viña del Mar?

Cristóbal y Bárbara rieron.

—Conozco a mucha gente —interrumpió Ignacia con molestia—. Pero tienes razón, tú y yo, linda, no creo que frecuentemos los mismos círculos.

JP y Cristóbal se miraron con desagrado por el comentario de Ignacia.

—También lo creo —respondió Bárbara con cinismo—. De hecho, si te viera muy seguido, sabría que estoy haciendo algo mal en mi vida.

—Creo que esta discusión está demás —intervino JP y se dirigió a Bárbara—. Deberías aceptar ese trago que te ofrecieron.

Cristóbal sonrió, por lo que él entendió como una ayuda de parte de su amigo.

—Justamente es lo que pensaba hacer. —Bárbara miró a Cristóbal con una sonrisa coqueta—. ¿Vamos a divertirnos? —JP disimuló el desagrado que le produjo el comentario.

—Eso me gustó —le dijo Cristóbal con picardía mientras se dirigían a la barra.

JP los vio alejarse, y por primera vez sintió celos de su amigo.

Durante la noche, Bárbara intercambió intensas miradas con JP, pero la mayor parte del tiempo él permaneció con su grupo de amigos mientras Bárbara se unía a las personas que Cristóbal le iba presentando. Luego de compartir con sus invitados, el anfitrión y Bárbara se dieron un tiempo para conversar de sus vidas. Fue así como ella se enteró de que conocía a JP desde hacía diecinueve años. Le aclaró que él no era oriundo de Puerto Varas, pero iba todos los años de vacaciones a la casa de sus tíos y por medio de su primo se habían conocido. Le relató con gracia que en un comienzo no se cayeron bien, pero con el tiempo habían limado asperezas aceptándose tal como eran. Contó anécdotas sobre su adolescencia que Bárbara escuchó entusiasmada, porque le ayudaban a conocer más a JP. Durante todo lo que duró la conversación, Bárbara se hizo una idea de lo distintos que eran el doctor y el dueño del bar, pero por las historias relatadas, conjeturó que ambos se protegían y querían mucho. Por lo menos a Cristóbal se le notaba en cada palabra que le dedicaba a su amigo.

Pasadas las dos de la madrugada, Ignacia le dijo a JP que se quería ir. Él estuvo de acuerdo y se fueron abrazados. Bárbara estuvo pendiente de ellos hasta que abandonaron el bar. Aquello la llenó de rabia, por las insinuantes e hipócritas miradas que JP le dio durante la noche; y tristeza porque, aunque le costaba reconocerlo, el doctor le gustaba mucho, pero ella no lo suficiente a él.

Menos de una hora más tarde, Bárbara se reía a carcajadas con Cristóbal en la barra. Iba por la cuarta caipiriña y esto la tenía un poco mareada, pero no borracha. Mientras bromeaban, la puerta de entrada se abrió. Era JP, esta vez estaba solo, y se dirigió hastiado a la barra al verlos una vez más juntos. Se sentó al costado izquierdo de Bárbara dejándola entre él y su amigo.

—Fuiste rápido —bromeó Bárbara en tanto volvía a tomar un sorbo de su caipiriña.

Cristóbal reía.

—No seas vulgar —le respondió JP sin un atisbo de gracia y se dirigió al barman para solicitar un café.

Bárbara dejó de reír y abandonó el tema de la rubia para centrarse en lo que había ordenado.

—¿Qué pasa, te dio sueño y necesitas un café para despertar? —A Cristóbal le entretenía como Bárbara molestaba a JP—. Sabes que hay unas, ¿cómo se llaman? —le preguntó a Cristóbal con la nariz fruncida.

—Energéticas —dijeron al unísono, riendo.

El margen de tolerancia que JP manejaba a estas alturas era casi inexistente. Había tenido que aguantar la escenita de Ignacia fuera de su departamento por no quedarse con ella, y ahora era objeto de burla de su amigo, pero, por sobre todo, de una mujer que le producía deseo y enojo al mismo tiempo. Se adelantó a la barra y le dijo a Cristóbal.

—Necesito hablar con la señorita, ¿podrías darme unos minutos, por favor?

Cristóbal dejó de sonreír, comprendiendo que algo pasaba entre ellos. Esto lo disgustó, pero no quiso encarar a su amigo en ese momento.

—Te veo luego, bonita —se paró dirigiéndole una dura mirada a su amigo.

Ella se sintió nerviosa al ver a su amigo de travesuras alejarse. Giró quedando frente a JP.

—¿Cuánto va a durar el sermón? —Levantó su trago—. ¿Es suficiente con esta caipiriña o pido otra?

—Creo que ya bebiste suficiente —arrastró la taza que le pusieron sobre la barra—. Bébete el café.

Bárbara lo miró irritada por el tono de orden que había empleado.

—No quiero café y yo voy a decidir cuando dejó de beber, Juan Pablo. Entérate, soy una mujer adulta.

JP reguló el tono de voz para dejarlo en un susurro mientras se acercaba a ella.

—Si te comportaras como una mujer adulta, tal vez te podría tratar como tal. Y no quiero dejarte sola, porque tengo la sensación de que borracha haces algunas estupideces de las que te puedes arrepentir.

Bárbara soltó una desganada risa.

—¿Cómo cuáles, según tú?

—No sé —hizo un gesto que denotaba sarcasmo—, se me ocurre que acostarte por despecho con un amigo sea una de ellas.

—¿Quién te dijo que sería por despecho? —Su rostro se endureció por la indirecta—. Si me acuesto con Cristóbal, por lo menos sé a lo que iría con él, en cambio contigo —se acercó más—, no tengo idea.

—¿Qué significa eso? —no le apartó la mirada a pesar de que sus bocas estaban demasiado cerca.

—¿Qué significa? —le repitió enarcando las cejas—. Vienes con una rubia que parece salida de la cúpula de los deseos, pero sin embargo me desnudas cada vez que me miras. Eres un cínico presumido que no quiere perder pan ni pedazo. Por lo menos Cristóbal no aparenta ser alguien que no es. —Se paró y se fue del bar.

—Mierda —se dijo a sí mismo mientras salía tras ella. La vio subirse a su auto y corrió para alcanzarla antes de que cerrara la puerta.

—Ven acá —la agarró del brazo para levantarla del asiento del piloto—. ¿Cómo se te ocurre que vas a manejar?, estás ebria.

—No lo estoy, maldito santurrón —trató de zafarse de las manos de JP, pero él la agarró con más fuerza.

—¡Es suficiente! —le espetó—. No me acerqué a ti porque le diste un beso a Cristóbal y te recuerdo que él es mi amigo.

—Fue un beso sin importancia.

—Un beso es un beso, Bárbara. Tal vez tú le diste esa connotación, pero él te ha deseado siempre. ¿Cómo crees que me hace sentir eso?

—¿Cómo lo voy a saber si veo que te apareces con otra mujer cuando sabes que yo estaré acá?

—¿Dime si hay algo entre tú y Cristóbal?

—Eres un idiota si crees que podría jugar con su amistad de esa forma. Suéltame.

JP la atrajo desde la nuca sin importarle su estado de alteración. Le dio un beso: apasionado, brusco y lleno de urgencia. Sus lenguas comenzaron a moverse con una coordinación que dejaba poco espacio al acto de respirar. Se entregaron al momento que tantas veces habían repasado en sus mentes. JP la deseaba y pese a la rabia que Bárbara había acumulado durante la fiesta, ansiaba ser acariciada por él.

Al separarse, se miraron agitados y excitados, pero ninguno sabía cómo continuar en esta atmósfera de atracción y deseo.

Regulando su respiración, Bárbara rompió el silencio.

—¿Te acostaste con la rubia?

—Por supuesto que no.

Bárbara tragó saliva y tras una pausa, le dijo:

—Si te pido que vayas a mi casa y te quedes, ¿creerás que lo hago porque estoy ebria?

—No, discúlpame. —JP le enmarcó el rostro con las manos y le rozó los labios con el pulgar—. Estaba celoso porque Cristóbal no dejaba de tocarte y abrazarte. —Se acercó al oído para susurrarle—: Te deseo mucho.

Bárbara sintió que se desvanecía.

—Vamos en mi auto —le dijo JP.

—Puedo manejar —se resistió cuando él la instó a alejarse de la puerta para cerrarla—. Si quieres te vas atrás.

—¿Cuántos tragos tomaste?

Mmm… cuatro caipiriñas y una cerveza, pero he manejado antes con esa cantidad de alcohol.

—Pero qué bien —JP terminó de cerrar la puerta del auto—. Deberías sentirte orgullosa. Por mi parte, prometo sentirme miserable por colaborar para que no atropelles a nadie hoy.

Bárbara sonrió.

JP la tomó de la mano para comenzar a caminar, recordó sus heridas y vio que estaban cicatrizando muy bien.

—Hicieron un buen trabajo en la clínica, tus manos se ven perfectas.

—Quien hizo un buen trabajo fuiste tú.

JP la miró con falso asombro.

—Disculpa mi expresión, pero no tenía idea de que podías ser agradable.

—A ver si se te pega un poco la simpatía —le replicó ella antes de subirse al vehículo.

JP le dio un beso y cerró la puerta.

Entraron al departamento mientras se besaban, apresurados de arrancarse la ropa. Se sacaron las chaquetas como pudieron y las tiraron al piso. Bárbara le pidió un minuto para cerrar las cortinas, tiempo suficiente para que JP se diera cuenta de lo ordenado y limpio que estaba todo.

—La última vez que estuve acá me dio la sensación de que no eras muy ordenada. —La agarró de la cintura y la estrechó contra su cuerpo—. Habías planeado traerme, ¿verdad?

Bárbara le entrelazó las manos detrás del cuello.

—Bueno, si no eras tú, seguro traía a alguien hoy.

—No te hubiese dejado.

—¿Y si la rubia se hubiese quedado?

—Ella es una amiga.

—Yo también.

—Tú no lo eres ni quiero que lo seas.

Comenzó a besarla, pero esta vez se tomó su tiempo. Fue suave y delicado. Bajó a su cuello mientras sus manos se deslizaban por su trasero. Poco a poco sus respiraciones volvieron a agitarse, aún más cuando él le quitó la blusa. Recorrió con firmeza su piel hasta dejar las manos sobre los senos. Los acarició sobre la tela del corpiño e introdujo los pulgares por debajo para presionar los endurecidos pezones.

—Te deseo tanto —le confesó JP. La tomó en brazos para llevarla a la habitación.

La recostó sobre la cama y prendió la luz del velador para contemplarla. Se acomodó sobre ella y comenzó a bajar con la boca y la lengua por el abdomen. Se devolvió por el mismo camino recorrido hasta el rostro para darle otro beso. En un rápido movimiento, la puso encima de él para quitarle el corpiño. Los senos quedaron al descubierto; los devoró primero con la mirada para luego sumergirlos en la boca. Los succionó y mordisqueó hasta que no quedó ninguna parte sin su rastro. Bárbara emitía sonidos de placer que la sustraían de toda cordura. JP quedó nuevamente sobre ella para terminar de desnudarla y vio su excitación cuando la acariciaba. La rozó con los dedos desde el ombligo hasta las bragas. Sintió su estremecimiento y continuó más abajo. Ella le buscaba las manos para guiarlas, pero él no la dejaba. Repitió una y otra vez el mismo recorrido, aumentando su ansiedad, hasta que su súplica lo obligó a arremeter entre sus piernas. Estaba húmeda y eso lo llevó a un punto de excitación superior, y debió contenerse para no penetrarla. Ella cambió la posición y se puso de lado frente a él para comenzar a moverse, apretando la mano que JP tenía en su interior. Era un ser completamente vulnerable y eso lo enloqueció.

Bárbara sentía que su excitación era un desvarío. Los dedos de él se deslizaban en su interior y la intensidad con que arremetía cambiaba para indicarle quien tenía el control. Dado el momento, Bárbara no pudo contenerse más y la liberación comenzó en una retenida y deliciosa presión que disfrutó con cada pulso de su cuerpo. El orgasmo había sido prolongado y él tuvo el placer de sentirlo. JP se acercó al oído para susurrarle que todo eso le había encantado. Ella sonrió. Cuando volvió a dominarse, se puso sobre él, le desabrochó la camisa e inició el recorrido con las manos y la boca por su pecho hasta llegar al endurecido abdomen. Le bajó los pantalones y lo despojó de su ropa interior, mientras besaba cada espacio que descubría. Quería tentarlo como él lo había logrado con ella. Sus quejidos le indicaban a Bárbara que se estaba conteniendo. JP quería darle más tiempo para que lo manipulara de esa forma tan provocativa.

Ella anhelaba el momento en que él no pudiese controlar sus deseos por penetrarla. Y ese momento llegó cuando, en un rápido movimiento, JP quedó sobre ella y separando sus piernas se deslizó en su interior hasta que ya no pudo avanzar más. Ella cerró los ojos para deleitarse por el placer que le provocaba el movimiento. Cambiaron de posiciones aprovechando los diferentes ángulos para recorrerse. Cuando él sintió que el cuerpo de Bárbara se contraía anhelando la descarga, aceleró el ritmo y le dijo que lo mirara. El explosivo gemido de Bárbara le llegó profundamente y un instante después, JP sintió el mismo frenesí que ella.

JP siguió besándola sin cansarse de su aroma y suavidad. Llegó a su oído y le dijo:

—Necesito esto todos los días, todas las veces que podamos, pero el mínimo es una vez por día —le besó el pelo y se levantó al baño.

Luego de unos minutos regresó y se tendió en la cama. Ella le dio un beso en la espalda y se levantó para ir al baño. Cuando regresó quedó desnuda frente a él. Quería que la viera con todos sus defectos para que no hubiera sorpresas.

JP se dio vuelta y la observó con un poco de gracia al verla tan desvergonzada.

—¿Qué haces?

—Estoy dejando que me observes —le dijo inquieta—. No soy perfecta así es que quiero que me veas tal como soy. ¿Por qué? —preguntó ella antes que él lo hiciera y le respondió en seguida—: Porque otra cosa que tampoco soy es cohibida y me gusta andar en cueros cuando estoy en mi casa. Te estoy dando la oportunidad de que me veas todas las imperfecciones. Si no te gusta algo, bueno, te puedes ir y aquí no ha pasado nada.

Todo semblante de diversión en JP se disipó. Su rostro se tornó duro y su mirada destellaba irritación. Pensó en lo fácil que era para ella pasar de un estado de lujuria a uno de completo control.

—Ok —le dijo con la mayor serenidad, aunque su expresión comunicaba otra cosa—. Prende la luz principal. —Se fue al velador y apagó la luz de la lámpara.

Bárbara sorprendida de que se tomara con tanta naturalidad lo que le había dicho, fue hasta el interruptor y encendió la luz. JP desvío la intensidad interponiendo la mano sobre su cara. Se acomodó los cojines en la cama.

—Déjame ver el frente primero —le dijo con severidad.

Podía ver que estaba irritada, pero ella se lo había buscado. Él jamás habría prestado atención a cada detalle de su cuerpo de una forma tan poco delicada y hasta molesta. Pero le seguiría el juego hasta que se diera cuenta de lo que había provocado por su falta de prudencia.

—Acércate más —continuó JP—, no veo las imperfecciones tan de lejos.

Bárbara sentía cómo su enojo aumentaba. Se acercó y se puso las manos en la cintura.

JP levantó una ceja.

—¿Algún problema?

—No —le dijo tajante—. ¿Puedes apurarte?, tengo hambre.

—Eso va a depender de cuántas imperfecciones tengas en el cuerpo. Si tienes muchas voy a tener que evaluar si quiero seguir acostándome contigo. ¿No era esa la idea? —Se percató del desconcierto en su rostro—. ¿Por qué siempre tienes que ser tan insoportable? —le preguntó y se paró de la cama para quedar frente a ella—. ¿Realmente crees que soy tan superficial para que tus malditas imperfecciones me causen tal desagrado que me hagan desistir de la idea de estar contigo? —se acercó más a ella—. Me parece que siempre andas buscando la instancia para desequilibrar un momento que podría ser especial.

—Esa no fue mi intención —le replicó algo avergonzada—. Solo quería que me vieras tal como soy. No me gusta esconderme y si no tengo certeza de que me has visto completamente, entonces me andaré tapando. Solo lo dije por eso.

—No necesito que te tapes. Te recuerdo que acabo de recorrerte completamente y, para tu información, todo lo que vi me gustó. No quiero que seas perfecta, pero sí me gustaría que, de aquí en adelante, no sabotearas cada momento en el que estamos bien. —La atrajo entrelazando su mano en el pelo—. Quiero que nos acostemos en tu cama; quiero acariciarte mientras estás sobre mí; quiero decirte que me encantó hacer el amor contigo —le dio un beso—; y todo esto lo quiero hacer ojalá antes de que amanezca. —Se acercó para murmurarle al oído—. ¿Podrías hacerme el favor de dejar la estupidez y volver a la cama conmigo?

Se sintió excitada de nuevo, pero se controló.

—Lo siento. De todos modos tengo hambre, y no es un intento por sabotear lo que quieres hacer. —Se inclinó hacia él y le dio dos besos en la boca—. Me muero de hambre y las caipiriñas no me están ayudando mucho.

Sonrieron y él le besó la frente.

—Ok, te acompaño.

Cuando ella se disponía a tomar su camisa, él se la quitó.

—No, esa camisa es mía y dado que a ti te gusta andar en cueros —le hizo un gesto de burla—, no veo la necesidad de que la uses. —La volteó y le dio una suave nalgada para que se fuera desnuda a la cocina—. Camina. —Él también se fue desnudo, tampoco tenía nada que esconder.

Los rayos se vislumbraban a través de las cortinas cuando JP despertó. Se cubrió la cara con la mano para desviar la luz que le daba directo a la cara. Se dio vuelta para abrazar a Bárbara, pero no la encontró. Se irguió, tomando la nota que le dejó, donde le indicaba que iba a correr.

Peleadora y loca —se dijo—. Y se dejó caer en la almohada.

Bárbara estaba corriendo por la orilla del mar en un día que prometía ser soleado. Para ella la primavera y el otoño eran las épocas perfectas, porque el sol y las nubes se mezclaban conviviendo en perfecta armonía sin dejar que ninguna de las variantes fuera más importante que la otra. El viento atraía la brisa del mar hacía ella, dejándole sentir la salinidad del agua que la sumergía en una quietud desconocida hasta hace unos meses. Correr le ayudaba a lidiar con el día a día, y aunque había deseado quedarse con JP en la cama, se obligó a levantarse como si nada hubiese cambiado. Pero sabía que eso no era cierto. Desde hoy, JP era un nuevo integrante en su vida y no tenía idea de cómo lidiar con aquello.

De regreso a su departamento, divisó a JP por el ventanal. El espacio no era muy grande, pero con los muebles que ya estaban al arrendarlo, había logrado que se viera acogedor. Un mismo salón comprendía el living, comedor y cocina. Según Laura, la distribución y las imágenes decorativas le daban un toque bohemio al lugar. Tenía colgado retratos de gente en la Plaza de Armas de Santiago, y fotografías en blanco y negro donde destacaba un color dentro de la composición. En uno de los rincones había un mueble biblioteca con retratos familiares y variedad de libros, acompañado de un escritorio con butaca. Los dos sillones que se situaban al costado del gran ventanal, invitaban a tenderse en ellos por lo amplio de sus asientos. Los muebles de cocina hacían una circunferencia que encajaba a la perfección con la mesa del comedor conectada con el living.

JP estaba parado frente al mueble de cocina de espaldas a la entrada. Tenía el pelo mojado, por lo que supuso que se había bañado. Llevaba la ropa del día anterior, y estaba descalzo leyendo algo que no lograba ver. Él no desencajaba en su espacio. Esto la inquietó, pero actuó con naturalidad.

—Hola, Juan Pi —le dijo al pasar—. ¿Cómo estuvo la ducha?

Él volteó con una taza de café en su mano y un menú de comida a domicilio en la otra. Bárbara vestía calzas negras de media pierna, polera sin mangas y zapatillas. Llevaba coleta y estaba sonrojada por el ejercicio.

—Solitaria —le respondió mientras se acercaba para darle un beso—. Y no me llames así, JP o Juan Pablo está bien. Te saqué un cepillo de dientes nuevo que tenías en el mueble del baño.

—Pero ese estaba reservado para otro de mis amantes —bromeó.

—¿Ah sí? —JP le dio una nalgada.

Bárbara sonrió y le quitó la taza de café para probarlo.

—¡Qué horrible! —hizo una mueca de desagrado—. Un poco menos de café y un poco más de endulzante no le vendrían mal.

—A mí me gusta así. ¿Cómo puedes salir tan temprano a correr después de habernos dormido de amanecida?

—No es tan temprano, doc, y correr me quita la ansiedad durante el día. —Se dirigió al refrigerador para sacar una caja de leche. La abrió y tomó desde la misma.

—¿Quieres almorzar con nosotros hoy? —JP le quitó la caja de leche para servirle en un vaso.

—Sí, pero antes tengo que terminar unas imágenes. Te alcanzo luego. —Recibió el vaso que le pasaba JP con el entrecejo fruncido—. Le dije a Laura que almorzaríamos juntas hoy, así es que podemos decirle que anoche limamos asperezas.

—Ajá —pronunció al dejar la caja de leche de vuelta en el refrigerador—. ¿Cómo se supone que va a funcionar esto según tú? —Quedó frente a ella—. Porque no quiero que nos escondamos si hoy tengo ganas de darte un beso.

Era buena idea hablar del tema ahora —se dijo Bárbara— así dejarían las cosas claras.

—Hablemos de las condiciones. —Notó el rechazo de la palabra en JP, por lo que se apresuró a decir—: Antes de que digas algo, si hablo de condiciones, es porque tu hermana es importante para mí, y si la jodemos, no quiero tener que dejar de verla porque lo nuestro no funcionó.

JP asintió.

—Te diré lo que tengo que decir —continuó Bárbara— para que luego tú me rebatas lo que no te gusta, ¿te parece?

—Dispara.

Se sentaron y ella puso los pies sobre las piernas de JP. Bárbara estaba con su vaso de leche y él sostenía su taza de café.

—Creo que lo mejor es que nos conozcamos —comenzó diciendo Bárbara—. Me refiero en este ámbito más íntimo, pero sin comprometernos a nada. Por lo que si quieres cambiar tu estado en las redes sociales, doc, el correcto sería saliendo con alguien.

Él rio y comenzó a acariciarle las piernas.

—No las uso, pero anotado. ¿Qué más?

—Si alguno de los dos no quiere seguir, entonces nos lo decimos en la cara sin resentimientos. Y, por favor, tratemos de terminar en buenos términos. Esto es muy importante —enfatizó—. Necesito que quede claro que, si uno de los dos no quiere seguir, hay libertad de acción.

—Está bien, tranquila.

—Perfecto. —Su rostro se relajó dando paso a una mirada pícara que JP adoró—. Sé que eres una persona peleadora, doc, por lo que mi promesa es que, si te pones difícil, trataré de entenderte y no enojarme. Ahora, para que sea justo tú debes prometer lo mismo. —Bárbara escondió los labios para ahogar una risa.

—Ok, pero no creo que sea problema dado que soy el más problemático de los dos —recapituló él con mofa. Bárbara asintió simulando seriedad—. Pero si tengo que prometerlo en función de que todo sea justo, entonces lo prometo —acompañó lo dicho levantando la mano en posición de juramento.

—Vamos muy bien. Otra cosa importante, es que quiero que firmes un tipo de contrato. —Él levantó la ceja—. No es del tipo erótico. Es solo para asegurarme de que sabes que soy una mujer adulta —afirmó con la cabeza—. Sí, adulta, JP, que sabe cuidarse y no necesita que la vayas a buscar cuando se hace muy tarde o la regañes cada vez que no sigue tus reglas de comportamiento. No pongas esa cara, porque sé por Laura que eres mandón y sobreprotector hasta el punto de ser obsesivo.

JP la miró ceñudo. No se consideraba mandón, aunque sí sobreprotector, pero podría controlarse un poco.

—No te puedo prometer que no haré todo lo que acabas de mencionar. Yo soy así, y mi PREOCUPACIÓN —remarcó— no es algo que pueda transar. Sin embargo, puedo controlar aspectos a los que tú llamas obsesión. ¿Conforme?

—No mucho, la verdad, pero digamos que por ahora se acepta. Otro detalle, y lo destaco solo porque te ves medio machista.

JP resopló.

—Cuando salgamos —prosiguió ignorando su disgusto—, a veces pagas tú, a veces pago yo y a veces pagamos a medias. No quiero que siempre pagues la cuenta. Yo trabajo para darme mis gustos, y resulta que parte de esos gustos son pagar mis cuentas y mis invitaciones o tal vez solo pagar mi parte en determinado momento, ¿clarito?

—Como el agua.

—Otro punto es la familia. Sé que vienes de una tradicional donde todos se aman y bla bla bla. —Sonrieron—. Pero mientras estemos conociéndonos, nada de familias.

—Te mantendré bajo máximo secreto, no te preocupes. —Le guiñó el ojo.

—Qué gracioso. Por ahora no recuerdo nada más. Voy a bañarme…

—Aún no, fierita, me toca a mí. —Notó que el apodo le gustó—. Primero, y solo para que quede claro, quiero exclusividad. Nada de amantes ni amigos con ventaja.

—Fue una broma, JP. —Aludiendo a su comentario anterior.

—Me alegro que lo haya sido. Yo no bromeo, ¿clarito?

Al ver que la estaba imitando, ella optó por lo mismo.

—Como el agua. De todos modos no era necesario mencionarlo. No pensaba acostarme con nadie más. —Bajó los pies de sus piernas, evidenciando su molestia por el comentario.

—No me malinterpretes, Bárbara. Sé que debes tener tus códigos, pero quería dejarlo claro, ¿okey?

—Está bien —le respondió tratando de comprender su postura.

—Lo segundo, es que quiero verte seguido y hacerte el amor la mayor cantidad de veces posible. —Se acercó y le tomó la barbilla—. Me encantó lo de anoche. Sé que suena cliché, pero no sé cómo más decirlo. Y también me encanta que te pasees desnuda. No hay nada en tu cuerpo que me pueda hacer desistir de la idea de recorrerte.

Bárbara se mordió el labio y lo miró con deseo.

—Tengo una pregunta, doc. —Se sentó en su regazo—. ¿Es normal sentirse excitada con un toque de barbilla?

—Si esa persona es con quien sales, es normal. De hecho, hay unos pasos que debes seguir cuando tienes ese tipo de reacciones. —Comenzó a besarle el cuello y a tocar los senos por debajo de la polera—. Como tu doctor, deberías seguir al pie de la letra todo lo que te diga.

Bárbara cerró los ojos para dejarse llevar.

—Si me dijeras que me pusiera de cabeza te juro que lo haría. —Emitió un quejido que puso a JP duro—. Creo que debería ir por una ducha antes.

—No puedo esperar tanto, lo siento, —y comenzó a desnudarla.

El color de la decisión

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