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Un prólogo

El 5 de mayo de 2017, tras dos años y medio juntos, los autores de este libro nos casamos en una ceremonia oficial. Lo hicimos por necesidad ritual, espíritu de contradicción, hedonismo, porque nos dio la gana. Nos casamos por muchas razones y una de ellas era la de poder decir que estamos casados. Hasta entonces, ninguno de los dos había dado muestras previas de aspirar a ese estado civil: Josep casi siempre fue reticente, Begoña ni siquiera pensó en ello jamás. Esa costumbre quedaba fuera de nuestras coordenadas

culturales e ideológicas. En cuanto a los beneficios legales, repetíamos sin cesar que no nos importaban. Por lo tanto, es fácil comprender que al principio nuestras familias vieran la decisión como un capricho o una broma de dos adultos poseídos por un tardío espíritu adolescente que en su entusiasmo amoroso los llevaba a tatuarse, mostrarse en redes, acelerar su escritura y, en general, mantener actitudes exasperantes que los padres se veían forzados a encajar con tanto cariño como escepticismo. Nosotros lo veíamos de otro modo. El 3 de mayo de 2018, Begoña publicó esta columna en prensa:

Mi matrimonio cumple un año. Cuando anuncié que me casaba, nadie daba crédito. Yo, como Philipe Sollers, «nunca pensé en casarme. Salvo una vez. Y de una vez por todas». En el libro Del matrimonio como una de las bellas artes, el filósofo francés y su mujer, la escritora Julia Kristeva, cargan contra la idea del amor como fusión ideal y defienden una noción de amor como encuentro y reconocimiento con la extrañeza del otro. El matrimonio, dicen Kristeva y Sollers, son dos singularidades que chocan y que deciden hacer del golpe, caricia. Dos individuos enlazados por una misma convicción inquebrantable: la idea de que el amor que sienten es el lugar exacto en el que deben estar. Si el amor constituye un espacio de vinculación con lo extraño, casarse supone un acto poético y político de defensa de la libertad: no puedo estar más de acuerdo. Un matrimonio es la declaración pública de que hay un otro al que queremos como hogar y como casa frente a la hostilidad del mundo. Me caso contigo porque somos dos extranjeros que se han reconocido en los afectos, en los cuerpos y en las palabras. Me caso contigo porque sonamos discordantes y me gusta esa música rara. Sin mística y con dificultades, el matrimonio, dicen Kristeva y Sollers, es una forma de conocimiento, un proyecto vital y creativo, una de las más bellas artes. Amén y sigo leyendo: «Dos personas que se enamoran son dos infancias que se entienden mutuamente»; creo que es la definición de enamoramiento más acertada que he leído en mi vida. Veo al niño que fuiste y me conmuevo; veo en el niño que fuiste a la niña que fui y siento de nuevo una honda compasión. Casarse es reconstruir el propio espacio interior desde la interioridad del otro. Casarse significa también hacerse más grande y ajeno, inventar un territorio común donde ser más libres y amarse mejor.*

Quedaba claro que la boda no había sido (solo) un juego, y que «la hostilidad del mundo» justificaba la naturaleza de manifiesto público que le atribuíamos. Por lo demás, en esos días Begoña empezó a especular con la posibilidad de pensar a cuatro manos el sentido de la institución matrimonial mediante el intercambio de cartas. La propuesta era lógica: leer y escribir es lo que hacemos. Pero Josep no supo que de verdad necesitábamos mantener una correspondencia hasta que, en algún momento de 2019, comprendió que matrimonio y escritura son dos sucesos vinculados en esta casa, que en ambos se produce el mismo encuentro conflictivo entre estilo e idea, afecto y política, léxico privado y protocolo externo. Por eso empezamos este libro en enero de 2020. Lo hicimos por necesidad ritual, espíritu de contradicción, hedonismo, porque nos dio la gana. Lo escribimos por muchas razones y una de ellas es la de preguntarnos por qué casarse, todavía. El resultado es un ensayo, en tanto que aquí la anécdota sirve como larva de las ideas y el mismo lenguaje es una idea en desarrollo (o mejor, hay dos lenguajes que son dos ideas encontrándose). No obstante, es obvio que estas páginas están plagadas de confesiones íntimas, un método sin duda controvertido de reivindicar la intimidad como espacio de libertad en peligro. Así pues, El matrimonio anarquista se dirige a un lector dispuesto a sentirse concernido por las minúsculas vidas ajenas. Pero ¿acaso merecen algo aquellos que no lo están?

Begoña Méndez — Nadal Suau

Palma, 5 de mayo de 2021

* Si Begoña hubiera escrito este texto ahora, habría añadido que el matrimonio es un manojo de días corrientes. Días que no son nada y que de repente emergen con su vital importancia. Importante significa algo que viene de fuera y que afecta profundamente. Importante es el amor, ese cruce de vínculo y de memoria que Josep menciona en una de sus cartas. Una poética del compromiso que requiere atención y tiempo. Tal vez, por qué no, este libro.

El matrimonio anarquista

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