Читать книгу Un paseo por la playa - Belén Vilaseca - Страница 10

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La noche se me hace larga, dos días en este pueblo me han parecido una eternidad. Pensar que estaré aquí todo un mes…

He estado dándole vueltas y más vueltas a la cama. Miro la hora. Las seis de la mañana. Creo que no voy a poder dormir de todas formas. Hay un gran silencio en la casa, únicamente se oye su respiración por el viento que hace crujir la madera antigua. Es como si se quejase de que ella necesita también descansar y ser cuidada; la verdad es que está hecha un desastre.

Según mi madre el hombre al que se la hemos alquilado parecía que tuviera más de cien años.

La casa es una herencia familiar, y buscaba la manera de sacarle algún beneficio, ya que sus nietos no muestran ningún interés en quererla. Una pena, podría ser hermosa.

Cojo fuerzas para salir de la cama. El suelo está frío. No parece que estemos en verano. Cojo la sudadera que tengo en el armario y voy hacia el salón. Bajo las escaleras intentando que los peldaños crujan lo menos posible. Me siento en el sofá y miro si hay algo interesante en la televisión.

Aparte de que no llegan muchos canales, a estas horas tampoco suelen retransmitir nada.

Es el anuncio de un coche lo que me hace pensar en lo que vi ayer. Cojo el teléfono y busco: «Bruno Castillo, accidente». Aparecen artículos, pero todos son fotos de los propios periódicos, parecen antiguos, amplió una imagen para ver la fecha.

1 de septiembre de 1983. Por lo visto pasó hace más tiempo del que creía. Más abajo está en negrita el título de la noticia: Trágico accidente en el que muere un joven y deja tres heridos. Intento aumentar más la imagen para leerla entera, pero apenas puedo entender nada con lo pequeña que es la pantalla y la mala calidad de la imagen. Voy en busca de la misma noticia en algún otro sitio, pero todo son fotos antiguas del coche destrozado y del que debía de ser Bruno Castillo, selecciono la imagen para verle. En ella salen sus padres con él en lo deduzco es la puerta de su casa. Se le ve muy joven, debió afectar tanto a sus padres… Parecen muy unidos, aunque una imagen no significa nada tampoco. Visto que no voy a poder saber mucho más de lo sucedido, me rindo y dejo el móvil a un lado.

Oigo ruidos arriba, mi madre ya debe de estar en pie. Espero que se le haya pasado el enfado de ayer. Voy a prepararle el desayuno, a ver si así se anima un poco. Cojo dos tazas del primer estante donde suele haber todo lo relacionado con el café, cojo también la lechera y el azúcar, moreno para ella y blanco para mí. Saco la leche de la nevera, de almendras para ella y semidesnatada para mí. Caliento primero la suya, mientras se hace el café. Pongo pan a tostar y preparo dos platos en la mesa. Suenan el microondas y la tostadora al unísono. Saco unas mermeladas, ya está todo listo. Me siento, no creo que tarde mucho en bajar. No suele hacer nada sin haber desayunado primero.

No parece que vaya a venir. Empiezo a desayunar dándome por vencida. Antes de dar el primer mordisco a mi tostada, ella aparece por la puerta. Tiene una mirada muy cansada, como si no hubiera pegado ojo en toda la noche tampoco. Se le forma una pequeña sonrisa al ver el desayuno. Me mira y me sonríe tiernamente. Me abraza en silencio, siento el olor de su pijama limpio. No sé cómo responder, le devuelvo el abrazo.

—Siento lo de ayer, cariño, no tenía un buen día.

—Lo siento yo por si pude decir o hacer algo…

—No digas tonterías. Parece que hemos madrugado hoy, vaya desayuno. Gracias por prepararlo.

Por su mirada aparenta que lleve años sin dormir, como si todo su sufrimiento se hubiera acumulado en una sola noche de golpe.

Desayunamos. Le hago reír y eso me tranquiliza, su mirada va relajándose y volviendo a la normalidad.

—Mañana empieza la feria. Podrías llevar a Pedro, y así os divertís un rato y conocéis a gente. Yo os invito, va.

—No sé, mamá. —Ella me mira con tristeza—. Vale…, pero solo un día.

—Tenéis que conocer a gente y disfrutar de este mes aquí, que este pueblo es muy bonito. —Deja ir un silencio mientras se unta otra tostada—. Por cierto; Jaime, el buen hombre que nos ha alquilado la casa, me comentó que si queréis podéis ayudarle con su huerto, le seríais de gran ayuda. Tiene nietos de vuestra edad. Puede ser divertido.

Me sonríe como si acabara de darme la mejor noticia del mundo. Yo me hago la sorprendida y sonrío forzosamente.

—Venga, va, Inés, no pierdes nada por ir un día a probar, no tienes tampoco muchas cosas que hacer.

En eso tiene razón, no pierdo nada.

—Ya veré, iré y si no me gusta no iré más. Pero iré, te lo prometo.

Sonríe enormemente, le he alegrado el día.

—Qué bien, ya veréis que os lo pasaréis genial.

Se levanta y empieza a recoger los platos.

—Ve a levantar a tu hermano, ya recojo yo todo esto. —Hago el gesto de ayudar—. Va, ve, tranquila.

Pedro duerme tan profundamente que ni se da cuenta de que estoy sentada junto a él, observándolo. Ha crecido tanto. Ya no es un niño pequeño, pronto será todo un hombrecillo. Me da pena tener que despertarlo. Le toco el hombro con cuidado.

—Pedrito, ya es hora de despertarse. —Frunce el ceño y deja ir una especie de gemido quejoso—. Me temo que tenemos que ir a un huerto hoy…

Me río a carcajada pura y él abre los ojos de par en par.

—¿Cómo? —Se tapa la cara con las sábanas—. ¿Qué huerto? ¿De qué estás hablando? —Se sacude rabioso.

—Jaime, el viejo centenario que nos alquiló la casa, nos pidió que le ayudáramos.

No puedo evitar volver a reírme, la cara de Pedro es todo un cuadro. Está tan dormido y sorprendido al mismo tiempo que no sabe cómo reaccionar. Me pongo de pie y me dirijo a la puerta.

—Va, arriba, enano, tenemos que vestirnos. Dice mamá que tiene nietos de nuestra edad. ¡Qué divertido suena!

Él entiende mi sarcasmo y se da la vuelta volviéndose a enredar entre las sábanas.

—Ahora bajo…

Un paseo por la playa

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