Читать книгу Un paseo por la playa - Belén Vilaseca - Страница 9
3
ОглавлениеHoy me levanto como nueva, desayuno, me visto y leo un rato. Hace un sol estupendo, desde el porche puedo sentir los rayos calentando mi piel, los pájaros silbándose y las moscas zumbando.
Decido que esta tarde volveré a la playa, siento mucha paz cuando estoy allí. Quizás Pepe siga allí sentado en ese banco, con la mirada en el horizonte. O simplemente esté en su casa, igual que yo ahora.
Después de comer voy al trastero en busca de algún posible transporte que me haga más fácil la estancia en este pueblo. Entre un montón de trastos viejos y utensilios de jardinería veo el mango de una bicicleta asomándose. Estiro de él hacia mí con fuerza; pese a que era precisamente lo que andaba dispuesta a encontrar, se ve demasiado antigua, dudo que me sirva de mucho. Su color original, que intuyo que era el rojo, se ha convertido en un marrón oscuro. Le paso un trapo con la esperanza de ver algún cambio e intento mover los pedales. Funciona, a su manera, pero funciona, me será útil por lo menos.
Me alejo de casa, calle abajo dirección al paseo. Una parte de mí quiere encontrarse con ese chico, al fin y al cabo es la única persona, fuera de mi familia, con la que me he relacionado estos días; otra, me hace ser realista y sabe que toda esa situación fue muy extraña. Cruzo la calle principal, vienen coches y subo a la acera, me giro para ver que no vienen más y así poder incorporarme de nuevo a la carretera para no molestar. Vuelvo la vista al frente y siento esa mirada, dura menos de diez segundos, pero la he sentido tan cerca que me ha parecido una eternidad. Esa mirada punzante y escalofriante. Pierdo el equilibrio, me tiemblan las piernas, no puedo sostener la bicicleta. Me caigo al suelo, pero rápidamente me pongo en pie y miro atrás.
No está, claro que no está. La gente me está mirando, un coche se ha parado junto a mí, me hablan, pero no los oigo. Cojo la bici y sigo camino a la playa.
¿Quién es ese hombre? No me vale la pena buscar respuestas a algo que seguramente no la tenga.
Ya estoy llegando al puerto, cruzo por el túnel que atraviesa la carretera y voy a aparcar la bicicleta. Mientras salgo del túnel oigo unas voces; si tuviese que arriesgarme, juraría que es él, su voz ya me resulta inconfundible. Tras aligerar el paso, confirmo mis sospechas, es Pepe. Veo que está con unos amigos de camino a la playa, van todos con toallas, a bañarse, supongo, así no me los cruzaré seguro por el paseo. Paso por su lado mirando al frente y haciendo un esfuerzo por no mirarlos. Creo que no me ha visto, menos mal. Coloco el candado, cojo los auriculares de mi bolsa y subo al paseo.
Llego al banco en el que me senté ayer, donde me encontré con él. Me siento, estoy agotada, me doy cuenta de que tengo arañazos en las piernas de la caída. Me viene todo el dolor de golpe. Le doy un sorbo a mi cantimplora, estoy exhausta.
La espuma de las olas se acumula en la orilla y luego se desvanece. Se ven pequeños veleros en el horizonte. Me encantaría saber dibujar esta imagen que veo, ojalá supiera trazar los colores que crean las nubes. De lejos veo a Pepe y sus amigos. Se oye su música desde aquí, espero que no tenga tan mal gusto y que la haya escogido alguno de sus amigos. Odio ese tipo de música.
Aventuro qué clase de persona debe de ser él, ¿será deportista?, no está exageradamente fuerte, por lo tanto, si practica un deporte, probablemente deba de ser más un hobby que una dedicación. Tiene más pinta de aventurero, pero no precisamente un excursionista, sino más bien de alguien a quien no le gusta estar mucho en casa. Es extrovertido eso seguro, si no, no me hubiera hablado de la nada, sin conocerme, y menos sentarse a mi lado como hizo ayer.
Mierda, vienen todos hacia aquí. Quiero desvanecerme ahora mismo. Miro hacia el lado contrario.
Me estoy sonrojando demasiado. Me levanto, solo quiero irme de aquí. Pensará que le persigo.
Voy hacia la bici, cada veinte segundos miro atrás disimuladamente para ver que no me siguen.
Menos mal, estoy a salvo, quizás ni siquiera me ha visto. Ya veo mi bicicleta.
—¿Y esos arañazos?
No puede ser, deben haber ido por el otro camino. Me está subiendo la tontería a la cabeza, que pare por favor.
Sonrío.
—Me he caído.
—Ya veo. ¿Te duele mucho?
No entiendo la conversación que está intentando tener conmigo.
—No, la verdad.
Voy sacando la bicicleta de su sitio y me subo a ella para que entienda que no quiero seguir allí.
—Te he visto en el paseo. Y antes cuando llegabas.
—¿Sí? Yo no te he visto a ti. —Obviamente, miento de nuevo; por lo visto se está convirtiendo en una costumbre habitual entre nosotros.
—Ya, bueno, suerte que yo sí. Parece que te vas cayendo ahí donde vas, eh.
Me río.
—Qué le voy a hacer, nací patosa. —No sé qué más decir.
—Te vas ya, ¿no? —Señala mi bicicleta—. Ya nos veremos, Inés. —Se apunta con un dedo a la cabeza para que vea que se acuerda de mi nombre—. ¡Cuídate!
—¡Sí, nos vemos! —Realmente me quedaría hablando aquí con él. Pero ya estoy en mi bicicleta y me estoy alejando de la playa.
De subida, me recorro un poco el pueblo para conocerlo mejor. Paso por la plaza mayor, hay bastante ambiente para ser un pueblo tan pequeño. Aún aguanta el videoclub, cosa que en las ciudades ya ni existe. Cerca se ve un gran grupo de niños que desbordan felicidad, la tienda de dulces, supongo. Paso por el polideportivo, donde los niños y las niñas se pelean por quién juega a qué y otros simplemente corretean de un lado a otro. Veo un montón de casas grandes y lujosas; me encanta verlas desde fuera e imaginarme cómo son por dentro. Subo más en busca de otras casas como esas, veo una calle con una gran pendiente, parece empinada, pero mi curiosidad me puede, seguro que arriba se encuentra la más lujosa de todas. Pedaleo más fuerte y cambio la marcha para que no me cueste tanto, llego al final. No es una casa, pero es muy grande y lujoso, o lo era. Es un colegio, un gran colegio. Pero parece que hace años que ya no tiene utilidad alguna.
La entrada es imponente, y da paso a un pasillo flanqueado por altos árboles que va a parar a la puerta principal. Se divisan en lo alto dos torreones. Si no fuera por el campo de fútbol situado tras los árboles, juraría que eso era un castillo, y de los grandes.
Empieza a oscurecer y da un poco de mala espina este sitio. Creo que mi paseo turístico acaba aquí. Bajo la calle. Qué fácil parece ahora que no he de hacer tanto esfuerzo. Voy a girar en la pequeña rotonda para ir a mi casa, pero veo algo que no he visto antes al subir. En un lado de la calle hay un montón de flores acumuladas, algunas parece que lleven una eternidad allí, otras están relativamente frescas; da la impresión de que nadie cuida este sitio muy a menudo.
Dejo la bici en el suelo y me acerco, debió ocurrir algún accidente. Me siento frente a las flores.
«Siempre te recordaremos». Es lo primero que consigo leer entre los muchos papeles desgastados que hay. Seguidamente viene un centenar más de mensajes parecidos y de pésame. ¿Quién murió aquí? Por lo que veo parecía alguien joven. Consigo ver un nombre: «Bruno Castillo». Vaya, parece que era muy querido por todo el pueblo, qué tragedia. Apenas quedan unos rayos de sol y decido retomar mi camino.
Llego a casa y son casi las nueve de la noche, mi madre sale al porche al oírme llegar.
—Madre mía, Inés, ¿qué horas son estas?
—Lo siento, mamá, me he entretenido. No me he dado cuenta de la hora.
—Anda, pasa, que en poco cenaremos. Vaya tela —dice mientras se espolvorea el delantal—, ya podrías enviarme un mensaje o algo. ¿Vas a decirme qué has ido a hacer al menos?
Querría contarle lo de Pepe, pero prefiero explicarle que he ido a visitar el pueblo y así no se pone tan pesada con preguntas que sé que me hará si comparto con ella mi fortuito encuentro.
—He hecho un poco de turismo. Ya sabes, hay muchas casas grandes por aquí y me encanta cotillear.
La cocina huele tan bien…, este olor significa que ha hecho su plato estrella: croquetas caseras. Me fijo en cómo va controlando que no se le quemen.
—Ya veo —va colocando las croquetas en una bandeja—, ¿algo interesante aparte de las grandes casas?
—Bueno, he visto un sitio, como una especie de altar, repleto de flores, donde un tal Bruno Castillo murió en un accidente. Muy trágico todo.
Mi madre se queda en silencio. Se crea una pausa muy larga e incómoda.
—La cena está lista, avisa a tu hermano que baje. —Me mira con una sonrisa falsa.
—Pero has oído lo que te acabo…
—Por favor.
No entiendo nada. Llamo a Pedro para cenar. Mi madre está muy rara. ¿Qué he dicho para que se moleste tanto? Solo le he explicado qué he hecho hoy, como me ha pedido. Cenamos en silencio.
Pedro intenta sacar conversación, pero yo ni lo oigo, y creo que mi madre tampoco. Recojo mis platos y subo a mi habitación. Necesito descansar después de esta tarde, ya noto las piernas doloridas otra vez.