Читать книгу Un paseo por la playa - Belén Vilaseca - Страница 8

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Es viernes por la mañana, y me siento confundida tras el encuentro del colgante y mi nombre grabado en él. Ayer lo guardé en el cajón de mi mesita de noche y ahí permanecerá. Quiero pensar que algún sentido tendrá, pese a que, por el momento, no es más que una simple coincidencia, y yo no voy a darle una importancia que no tiene.

Aún está saliendo el sol mientras todos duermen, me visto rápido y haciendo el menor ruido posible. Bajo a la cocina y me preparo un café y una tostada. Solo se oye el sonido de la cafetera, lo demás es todo silencio. Me quedo embobada mirando por la ventana mientras muerdo la tostada. Aquí todo es muy diferente a la ciudad. Creo que nunca había estado entre tanto silencio.

El olor a café ha impregnado la cocina, me encanta este olor por las mañanas. Me doy cuenta de que hoy me va a costar no pensar en nada. Salgo a tomar el aire y de paso a dar un paseo por la playa.

Respiro el olor a sal y siento la brisa del mar en mi cara, hay familias con niños jugando en la arena y gaviotas revoloteando encima. Qué paz. Me siento en un banco del paseo mientras pienso, otra vez, en ese extraño colgante.

Una voz que siento que ya he escuchado antes me saluda:

—Perdona, eres la chica de ayer, ¿no? ¿Te hiciste daño? —dice sonriendo exactamente con la misma sonrisa de ayer. Pensaba que no volvería a verlo, y aquí está, de pie junto a mí.

—¡Ah, no! ¡Quiero decir, sí! Sí, estoy bien, sí. Llegaba tarde a casa —miento—, por cierto, gracias por ayudarme ayer, ¡es que a veces pierdo el equilibrio! —miento otra vez.

—Menos mal, por un momento pensé que huías de mí. —Me mira con media sonrisa. Solo me sale sonreírle y bajar la cabeza, esperando que así se vaya y pueda seguir pensando en mis cosas.

Veo que no se mueve y parece dudar de algo.

—Soy Pepe —dice al fin—. ¿Tú?

—Inés, me llamo Inés. —Levanto de nuevo la cabeza y sonrío amablemente. Veo que se acerca y con la mano derecha se apoya en el banco.

—¿Puedo? —dice indicando para poder sentarse. Yo asiento dándome por vencida, viendo que no se va a ir. Después de eso se produce una gran pausa entre nosotros y tan solo nos limitamos a mirar al horizonte. Me doy cuenta de que él me va mirando de reojo.

—¿Cuántos años tienes, Pepe? —Ya que se ha sentado tendré que poder decir algo. Me fijo en que lo ha hecho a una distancia muy intermedia. Es un chico muy raro, miro su pelo, de color castaño, lo tiene peinado hacia arriba, no muy corto, pero tampoco muy largo. Tiene unas facciones muy peculiares, se le marca la mandíbula, ya que la tiene muy amplia, y su nariz es bastante grande, pero no lo suficiente como para verse desproporcionada. No tiene la piel perfecta, tiene algunas marcas que indican que ha sufrido acné. Posee un atractivo diferente, extraño, como ya he dicho.

—Tengo dieciocho, recién cumplidos —dice sonriendo y dándose cuenta de que lo estoy analizando. Aparto la vista deprisa, qué vergüenza—. Y tú, Inés, ¿cuántos años tienes?

—Diecisiete, pero no recién cumplidos —digo levantándome rápido—. Me voy, me esperan en casa. ¡Adiós!

Me alejo de allí a toda prisa. Qué situación tan extraña y qué chico tan extraño.

Llego a casa, me recibe el aroma de mi madre cocinando, qué bien huele. Por un momento olvido todo lo que me pasa por la cabeza y solo pienso en comer. A pesar de que aún quedan unas horas para la comida, la mesa ya está preparada en el salón y se oye a mi madre silbando en la cocina. Mi hermano baja corriendo las escaleras.

—¡Qué bien huele, mamá! —Me mira de reojo mientras se sienta—. ¿Dónde has estado esta mañana?

—Dando un paseo. Hace muy buen día hoy, ¿no os parece? Podríamos ir a comprar algo al mercado, para cenar. ¿Te apuntas, Pedro? —Solo quiero hacer cosas para desconectar. Pedro capta rápidamente la expresión de mi rostro y asiente con la cabeza sonriendo.

—¿Mamá, quieres venir tú también?

Aparece mi madre con una bandeja de lasaña en las manos moviéndola al ritmo de sus silbidos, como si fuera su pareja de baile y estuvieran solas en una pista en la que ella se enamora de su olor a queso gratinado. Se para y nos mira sonriente.

—¿Qué decíais?

—Pedro y yo queremos ir a comprar la cena al mercado. ¿Te apuntas?

Nos mira asombrada y asiente con una gratificante sonrisa.

Estamos ya de camino al pueblo y empieza a llegar ese olor tan característico entre putrefacto y fresco que delata al pescado. Se oyen los murmullos y gritos de la gente regateando por conseguir la mejor pieza. Mi madre hace un intento, no consigue el mejor precio, pero consigue algo aceptable y rico para cenar. Nos sentamos en la plaza central a tomar un aperitivo entre las miradas de los pueblerinos que perciben que no nos han visto mucho por aquí.

Hablamos de planes que podríamos hacer juntos este verano.

De repente, siento que alguien me está observando, lo veo desde aquí sentada, entre la gente, él no se está moviendo, tiene sus ojos clavados en los míos. Lleva una gabardina marrón y apenas puedo distinguirle la cara, tan solo esos ojos grandes y punzantes que me provocan un escalofrío por todo el cuerpo. Me giro hacia mi familia, no quiero obsesionarme. Nos levantamos, al fin, para volver a casa, me doy la vuelta para coger mi jersey de la silla y ahí sigue, en el mismo sitio, con esa mirada.

—Mamá, creo que alguien nos está mirando.

—No digas tonterías, cariño, ¿Quién nos iba a estar mirando?

—Mira, Pedro, allí, entre esa gente, ¿lo ves? —digo señalando el gentío. Pedro hace un gesto de forzar la vista frunciendo el ceño, se da por vencido.

—No sé, yo no veo a nadie.

Ya no está, claro que no lo ven, se ha ido.

Empezamos a subir hacia casa, qué ganas de que mi madre cocine ese pescado tan rico. Me lo estoy imaginando mientras recorremos el camino de tierra. Pedro está sonriente y mi madre también; parece que hemos pasado una buena mañana y que vamos a pasar una mejor noche.

Un paseo por la playa

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