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PRÓLOGO
ОглавлениеEsta presentación de Madeleine Delbrêl es la obra de dos sacerdotes: el padre Bernard Pitaud, sacerdote de Saint-Sulpice, intérprete riguroso de autores espirituales, y el padre Gilles François, sacerdote diocesano de la diócesis de Créteil, de formación historiador y postulador de la causa de Madeleine Delbrêl. Ambos predican muchos retiros a sacerdotes, religiosos y laicos revitalizando su vocación, su ministerio o el compromiso por la lectura del Evangelio a través de los escritos y la vida de Madeleine Delbrêl y lo que ella llama «La Caridad».
Este libro se puede interpretar en un primer momento como una biografía, que sería la reanudación de la publicada por una de sus fieles compañeras, Christine de Boismarmin. En efecto, los autores han querido que descubramos tres perfiles complementarios de Madeleine como poeta, asistente social y mística a través de la revisión de su vida, desde sus orígenes familiares hasta su muerte, pasando por los largos años vividos en Ivry-sur-Seine, en la casa situada en el número 11 de la calle Raspail. Podríamos añadir otro perfil, el de misionera. Porque en la vida de Madeleine, escribir, vivir el servicio social, vivir de Cristo e irradiarlo junto a sus hermanos y hermanas en humanidad no fueron más que una misma cosa; no hay oposición entre estos diferentes perfiles, porque la fuente es única: Jesucristo.
Según el cardenal Veuillot, quien acompañó a Madeleine en sus búsquedas, «el secreto de la vida de Madeleine es una unión con Jesucristo tal que le permitía toda audacia y toda libertad. Por eso su caridad supo hacerse concreta y eficaz para todos los hombres» (La joie de croire, p. 5).
Christine de Boismarmin, una de las fieles al grupo de «La Caridad», el nombre de su fraternidad, muestra lo que ella misma percibió en la actitud de Madeleine: «Obviamente, ahí encontramos el secreto de Madeleine. Ese incesante interrogante sobre lo que es amar, la intuición de que nunca se ama lo suficiente» (Rues des villes, chemins de Dieu, p. 181).
En el momento en que se escribe este prólogo, la Iglesia recibe la Exhortación apostólica del papa Francisco La alegría del Evangelio. La concordancia de mirada misionera entre Madeleine Delbrêl y el papa es bastante sorprendente.
Madeleine y sus hermanas oyeron la llamada del Señor a salir de París para ir a vivir a Ivry-sur-Seine en medio de los más pobres, en el seno de una ciudad popular obrera.
El papa Francisco invita a toda la Iglesia a seguir a Cristo, que sale, a ir a las periferias para encontrarse con los más pobres: «Todos estamos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (La alegría del Evangelio 20).
Intentando definir con sus hermanas lo que sería su vida fraterna, insertándose en el mundo social de Ivry, ciudad marxista, Madeleine decía: «Si Jesús se encontrara hoy con el buen samaritano, no hablaría ni de vino ni de aceite como remedio y no llevaría al herido a una posada, sino al hospital» (Éblouie par Dieu, p. 190).
Cómo no oír aquí un eco de la voz del papa Francisco, que invita a toda la Iglesia a una conversión pastoral y misionera, a estar al servicio de los heridos por la vida, haciéndose semejante a un hospital de campaña:
«Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por haber salido a la calle antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. […] Si algo debe inquietar nuestra conciencia es que haya tantos hermanos nuestros que vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo» (La alegría del Evangelio 49).
Para el papa Francisco, «toda la evangelización está fundada sobre la Palabra de Dios, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. […] La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar» (La alegría del Evangelio 174).
Según los autores de esta obra, para Madeleine Delbrêl, «la misión comienza en el misionero mismo, que debe dejarse evangelizar por la Palabra, dejarse convertir, si quiere anunciar el Evangelio a los demás no solo con sus labios, sino con su vida». Madeleine expresa así su convicción:
La Palabra de Dios no se lleva a los extremos del mundo en una maleta: se la lleva consigo, se la lleva dentro. […] No se puede ser misionero sin haber hecho en sí esta acogida sincera, generosa, cordial de la Palabra de Dios, del Evangelio. […] Y, cuando la tenemos dentro de esta manera, llegamos a estar capacitados para ser misioneros (La sainteté des gens ordinaires, p. 89).
En la diócesis de Créteil hemos reflexionado entre todos los agentes pastorales –sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, laicos en misión eclesial– sobre la nueva evangelización; ser discípulo para ser apóstol. Madeleine Delbrêl, en su peregrinación a Roma el 5 de mayo de 1952, en plena crisis de los sacerdotes obreros, pedía «que la gracia del apostolado que le ha sido dada a Francia no se pierda por nosotros, sino que la conservemos en la unidad».
El papa Francisco habla de los discípulos-misioneros: «Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos misioneros”» (La alegría del Evangelio 120).
Vivimos tiempos de discernimiento de cara a un sínodo diocesano, porque, según el papa Francisco, «Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe –el sensus fidei– que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios» (La alegría del Evangelio 119), y exhorta «a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma» (La alegría del Evangelio 30).
El objetivo de este sínodo, del que Madeleine será testigo, la figura espiritual, es que cada cristiano descubra que está llamado a ser misionero, los «misioneros sin barco», los que cogen el metro, van por la calles, llamados a ser Cristo para sus hermanos increyentes. Es en este mismo sentido como mi predecesor, Mons. François Frétellière, decidió, en 1988, incoar la causa de beatificación de Madeleine Delbrêl ante el papa.
Michel SANTIER,
obispo de Créteil