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«UNA FAMILIA HECHA A TODO»

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«He vivido así, y fue una suerte, salvo por el aislamiento social: mi familia estaba hecha a todo; en consecuencia, yo también» 1.

Estas frases que Madeleine pronunció en su última conferencia a los estudiantes parisinos, algunas semanas antes de su muerte, requieren ser matizadas. Probablemente quiere decir que su familia nunca vivió una distinción social demasiado pronunciada y que estaba abierta a relaciones muy diversas. Pero no estaba de verdad «hecha a todo». Su madre, Lucile Junière, provenía de un linaje de la pequeña burguesía de provincias. Sus abuelos maternos tenían en Mussidan, en Dordoña, una fábrica de cirios, velas y lamparillas que suministraba además al santuario de Lourdes y que prosperaba en una época en que la electricidad estaba lejos de entrar en todos los hogares. La fábrica tenía empleados a una veintena de obreros. El desarrollo del ferrocarril facilitaba las ventas. Los Junière estaban sólidamente establecidos y bien considerados en este pueblo de Mussidan, que contaba con 2.300 habitantes.

La situación de la familia de su padre, Jules Delbrêl, era mucho más compleja. Los Delbrêl emergían de un largo proceso de declive, iniciado con los problemas psicológicos padecidos por el bisabuelo de Madeleine; estos fueron la causa de su internamiento en una residencia psiquiátrica 2. Esta familia de propietarios había caído en la escala social después de este acontecimiento; el abuelo y el padre de Madeleine remontaban lentamente la cuesta gracias al trabajo que tenían en la región por la extensión de la vía de ferrocarril. No es imposible que la atracción que Jules Delbrêl sentía por la asistencia a las reuniones burguesas y cultivadas, algo que encontramos como una constante en su itinerario, sea el origen de su deseo más o menos consciente de recuperar un estatus que su familia había perdido.

Los problemas de salud psíquica del bisabuelo de Madeleine serán para ella una preocupación. Especialmente cuando su padre, hacia los cincuenta años, manifieste un desequilibrio que conducirá a la separación de sus padres. Volveremos sobre este punto a su tiempo. Pero podemos destacar al menos dos momentos en la vida de Madeleine en los que aparece una inquietud de este orden en ella misma.

En diciembre de 1934, cuando ya había iniciado su vida misionera en Ivry hacía más de un año, se pregunta sobre la legitimidad de la orientación que ha tomado y consulta al padre Lorenzo para que la tranquilice: «¿No estoy desquiciada?» 3. Curiosa pregunta que manifiesta una fragilidad, una duda sobre sí misma.

Y en diciembre de 1956, cuando se ve sobrecargada de preocupaciones y de cansancio y pierde el contacto con la realidad durante varias horas, esta inquietud vuelve y la hace tomar la decisión de abandonar la responsabilidad del grupo, decisión que sus compañeras más próximas, afortunadamente, hicieron que no se llevara a cabo. De hecho, el incidente no era, según los psiquiatras, más que el síntoma de un exceso de fatiga. Pero esta obsesión quizá la atormentara más de lo que pudiéramos imaginar.

La realidad es mucho menos inquietante. Madeleine fue una niña y después una joven equilibrada. Fue muy amada por sus padres; las divisiones a las que llegó la pareja se manifestarán en una época en la que su madurez psíquica estaba, si no teminada, al menos ya muy avanzada. Ella sufrió, sin duda, pero el conflicto no llegó a abrir una brecha en su personalidad. De otra forma no hubiera sido capaz de vivir con tal equilibrio las múltiples tensiones a las que tuvo que hacer frente durante toda su vida.

Ella misma devolvió a sus padres el amor con enorme ternura y delicadeza. Las pocas cartas a su madre que se conservan testimonian una relación de una calidad excepcional y de una confianza conmovedora. Y su actitud hacia su padre durante el período de su enfermedad es testigo de una presencia atenta y cariñosa, a pesar de las ofensas que a veces podía recibir. A su llegada a París, Jules Delbrêl estaba no poco orgulloso de su joven hija con una inteligencia tan viva: la llevaba con él al salón parisino del doctor Armaingaud, donde se hablaba de literatura y filosofía, y seguía de cerca sus primeros ensayos poéticos, en los que ella imitaba a su padre. En efecto, Jules Delbrêl se vanagloriaba de ser poeta en sus ratos libres.

La frase de Madeleine: «Mi familia estaba hecha a todo» era, pues, una expresión incisiva que indicaba la capacidad de adaptación de su mundo familiar, su capacidad de entablar relación con personas de estratos sociales muy dispares. Los Delbrêl vivían muy sencillamente, dándole a su única hija una educación burguesa y permitiéndole frecuentar los círculos artísticos e intelectuales.

Pero sería exagerado decir, como se ha hecho a veces, que la madre de Madeleine pertenecía a la burguesía y su padre al mundo obrero. El hecho de que el abuelo de Madeleine hubiera sido calderero en los talleres del ferrocarril París-Orleans no significa que por eso perteneciera a la clase obrera. Era el hijo de un propietario venido a menos cuyo objetivo era ascender rápidamente los peldaños de la escala social, que su generación anterior había descendido brutalmente.

No hay que olvidar que Jules Delbrêl, el padre de Madeleine, que estaba ciertamente dotado de una gran inteligencia y de un eficaz saber hacer, asciende rápido en la jerarquía profesional. Este ascenso fue facilitado por la guerra y la falta de personal disponible: de simple jefe de equipo llega a ser subdirector de estación, para terminar como supervisor de explotación y, finalmente, jefe de estación; en este tipo de función ocupará varios puestos importantes: Châteauroux y Montluçon, terminando su carrera como jefe de las estaciones parisinas de la línea de Sceaux, en Denfert-Rochereau. Este puesto era más bien honorífico, ya que su salud ya empezaba a degradarse, pero esto muestra que Jules Delbrêl disfrutaba de una buena consideración, signo de su éxito profesional y social.

Hay que reconocer que la misma Madeleine pudo sembrar un poco la confusión al escribir en un artículo de la revista Esprit, publicado en julio-agosto de 1951, sobre su abuelo, que «golpeaba durante dieciséis horas los calderos y comía con el agua de haber lavado los platos» 4. Rasgo de un espíritu un tanto acelerado; Madeleine puede que ignorara que la profesión de calderero no consistía en «golpear los calderos»; por otra parte, si era calderero, su esposa era comadrona (profesión que aprendió después de la muerte de su segundo hijo a la edad de 3 años), por lo que los ingresos de la familia debían de ser suficientes.

Y aunque hubieran cambiado varias veces de domicilio en la ciudad de Périgueux, donde vivían, nunca habían residido en un barrio propiamente obrero. Madeleine no se engañaba, ya que reconocía que, a pesar de su larga presencia en Ivry, en su escuchar a la gente, en su participación en la vida de la comunidad, nunca sería, como decía, «naturalizada como proletaria», ya que no pertenecía al mundo del proletariado.

Cuando se habla de la familia de Madeleine, no hay que olvidar a Clémentine Laforêt, una joven de Mussidan empleada a los 25 años al servicio de los Delbrêl, que permanecerá junto a la madre de Madeleine hasta la muerte de esta en 1955. Mentine, como la llamaban familiarmente, terminó por formar parte de la familia; tanto es así que Lucile se lamentará más tarde, en una carta a su hija, de no haber podido hablar con ella sin la presencia de Mentine, que se encontraba allí, con toda naturalidad, impidiendo que las relaciones entre la hija y la madre se expresaran en su intimidad cuando Madeleine, muy ocupada, no podía casi dedicarle tiempo a su madre, a quien ella llamaba «mi querida Miou».

Cuando el matrimonio Delbrêl se separó, Mentine no duda en quedarse con la señora Delbrêl. Es evidente que Jules Delbrêl, en el delirio que a veces le invadía, asociaba a ambas mujeres, reprobándolas por igual. Mentine se lo devolvía haciéndole el bien: ella había elegido su campo.

Lucile Delbrêl y Madeleine, por su parte, vivían esto con una gran discreción. Nunca en su correspondencia o en los ecos que nos han llegado de sus propias palabras y actitudes se percibe que Madeleine criticara a su padre. Mentine, al contrario, se dejaba ganar por una cierta parcialidad, y esto ha de tenerse en cuenta en la interpretación que hizo más tarde de los acontecimientos en los que se había visto envuelta.

Naturalmente, daba pruebas de una gran admiración por Madeleine. Se percibe sobre todo en los recuerdos de sus estancias en Ivry después de la muerte de esta en 1964 y en la correspondencia que mantuvo con el padre Jacques Loew; este intercambio, además, muestra que Mentine estaba lejos de ser una analfabeta. Escribía con cierta soltura; en todo caso, habla de su «pequeña» con verdadera devoción. Cuando está en Ivry, la «encuentra por todas partes». También cuando le envía una postal desde Mussidan, el Mussidan de Madeleine, «su Mussidan», «que es el mío», añade.

Mussidan es donde esta mujer, totalmente dedicada a la familia Delbrêl, terminó sus días; Madeleine le adjudicó una renta de la herencia familiar, y esta pudo volver a su casa, que había abandonado para ir a Burdeos en 1907 para entrar, uno o dos años más tarde, al servicio de la familia de Madeleine.

Retomamos ahora de forma más lineal el hilo de los acontecimientos.

Madeleine nace el 24 de octubre de 1904 en Mussidan, en Dordoña, a unos treinta kilómetros al oeste de Périgueux. El origen de la familia Delbreil –convertido en Delbrêl– parece situarse en Moissac, donde los archivos municipales guardan el recuerdo de un convencional diputado de Moissac durante la Revolución de 1789, Pierre Delbrêl, que votó la muerte del rey y se distinguió después como comisario de la guerra en las batallas de la joven República francesa.

Se encuentra la huella de un abogado, muerto en 1846. El padre de Madeleine, Hippolyte Delbrêl, hizo cambiar su nombre en 1900 para adoptar el de Jules (Hippolyte era el nombre de pila de su abuelo internado y era evidente que no se encontraba cómodo a la sombra de su antepasado). Era el mayor de una familia de tres hijos en la que los otros dos murieron siendo todavía niños. Deja sus estudios en el liceo imperial de Périgueux poco después de la muerte de su hermana pequeña, que se llamaba Madeleine, en octubre de 1884.

Nos lo encontramos haciendo el servicio militar al año siguiente, probablemente como voluntario durante tres años con el broche final, en 1891, del grado de subteniente de reserva. Los archivos de la Armada precisan que en aquel momento «dependía de mi madre, quien poseía cierta fortuna». ¿Por qué se declara como estudiante en el censo de 1891? ¿Puede ser por la necesidad recurrente de ponerse siempre por encima de su verdadero estatus? ¿Está tentado en ese momento de retomar sus estudios? No lo sabemos.

En cualquier caso, en esta época comienza su carrera en el ferrocarril París-Orleans, siguiendo así los pasos de su padre. Primero forma parte del equipo de Redon, en Bretaña; después es empleado en la estación de Mussidan entre 1897-1898, donde conoce a quien será su mujer. Su promoción es rápida: es subdirector de la estación París-Orsay en 1900; al año siguiente, subdirector de la estación Juvisy-Triage, entonces Seine-et-Oise.

El 25 de noviembre de 1901 se casa con Lucile Junière, hija mayor de Joseph (llamado Fassol) Junière y de Anne Trouette. Como ya hemos dicho, estos últimos tienen una cerería. Tienen dos hijas, Lucile y Alice. Madeleine confiará mucho más tarde a un amigo que su madre había conocido el sufrimiento antes de su matrimonio. Pero no precisará la naturaleza de sus pruebas o quizá este amigo fue muy discreto en el asunto.

La familia Junière guardó recuerdo de las reticencias que se manifestaron con ocasión de las visitas de los dos futuros esposos, ya que Jules Delbrêl tenía fama de excéntrico. No terminaba de encajar en el ambiente de los Junière, gente tranquila, comerciantes serios, mientras que este, con el que proyectaba casarse su hija, cambiaba frecuentemente de casa y, en su opinión, ponía en riesgo de arrastrar a Lucile a una vida demasiado ajetreada. Aun así, la boda tuvo lugar. Jules tenía 32 años y Lucile, 21. Había entre ellos una gran diferencia de edad, lo cual no era extraño en aquella época. Madeleine nacerá tres años más tarde en casa de sus abuelos maternos. Será hija única.

Pasarán doce años antes de la llegada de la familia a París, doce años muy intensos marcados por numerosos acontecimientos. Intentaremos resumir los más importantes.

Hay, primero, innumerables desplazamientos debidos a los avatares de la carrera profesional de Jules Delbrêl. Nombrado el 17 de enero de 1902 jefe adjunto de la estación de Châteauroux, estará en Bourges a partir del 30 de mayo de ese mismo año con la misma responsabilidad. En 1904, año del nacimiento de Madeleine, es supervisor de explotación en Lorient.

Allí fue donde el bebé se debilitó; se recuperará con la leche de una nodriza de Lorient. En la familia se guardará el recuerdo de este hecho como un pequeño milagro, ya que, dos años más tarde, en 1906, llevan a Madeleine a Lourdes en acción de gracias. Le dieron una medalla de la Virgen, que confiará a Jean Durand, amigo de los Equipos, en 1955, es decir, tan pronto como mueren sus padres 5.

En 1909, Jules Delbrêl es ascendido a un puesto más importante: supervisor de explotación en Burdeos, donde permanecerá dos años. En esta época (en 1908 o 1909) entra Clémentine Laforet 6 como empleada en la familia. Es también el momento en que Jules Delbrêl conoce al doctor Armaingaud.

Este médico, procedente de la gran burguesía de Burdeos, se interesaba, además de por su profesión, por la literatura y la filosofía, aunque había hecho una buena carrera médica, ya que fundó dos sanatorios en Arcachon y en Banyuls-sur-Mer, escribió varias obras de medicina y fue el promotor de una liga contra la tuberculosis. Gran conocedor de Montaigne, escribió una edición comentada de sus escritos. Creó en 1912 la Asociación de Amigos de Montaigne, donde el nombre de Jules Delbrêl figura entre los primeros miembros. Tenía una casa en París en la que residía a menudo y tenían lugar las reuniones de la Asociación.

Cuando, en 1916, Jules Delbrêl se trasladó a París, se le hizo fácil participar en estos encuentros. Rápidamente se llevó a Madeleine cuando tenía apenas 13 o 14 años. Pero esta es otra historia sobre la que volveremos más tarde. Porque es evidente que el doctor Armaingaud tuvo un papel importante, sin querer, en la vida de Madeleine.

Librepensador y ateo, era profundamente humano. Quería mucho a Madeleine. Resulta que fue también el padrino del futuro dominico Jean Maydieu, cuyos padres eran también de Burdeos. Es, pues, bajo los auspicios literarios del doctor Armaingaud como se producirá más tarde, en el salón parisino, el encuentro entre Madeleine y el brillante alumno de la Escuela Central.

Mientras tanto, seguimos nuestro periplo a través de Francia con el supervisor de explotación Delbrêl, nombrado en 1911 jefe de la estación de Châteauroux, adonde regresa después de nueve años.

Acaba de alcanzar, pues, el mayor nivel de toda su carrera: jefe de estación. No hay duda de que esto llena su deseo de devolver a la familia Delbrêl, al menos en parte, el lustre de antaño. Porque, en una provincia, el jefe de estación forma parte de los notables. Pero Jules Delbrêl no se detiene en Châteauroux.

En 1913 es trasladado a Montluçon. Madeleine tiene apenas 9 años. Su padre va a tener la oportunidad en este nuevo puesto de desarrollar su vertiente humana y su creatividad. Cuando la guerra estalla al año siguiente, se da cuenta rápidamente de la necesidad de abrir junto a la estación una cantina militar para acoger a los soldados que iban al frente o volvían de él, porque Montluçon es una estación ferroviaria importante.

Madeleine era demasiado joven para poder aprovechar el ejemplo de su padre y el saber hacer del que había dado muestras durante el éxodo de 1940 en la organización de los trenes en la estación de Ivry-sur-Seine. Sin embargo, tiene la tentación de, al menos, intentarlo. Pero lo cierto es que el jefe de estación se agotó poniendo en marcha la logística necesaria para su proyecto, y al final de la guerra tuvo que pedir la baja en el trabajo. Era el principio de sus problemas de salud.

El episodio es interesante, porque nos muestra a un Jules Delbrêl no solamente preocupado por hacerse valer para poder entrar en los ambientes burgueses y cultivados, sino capaz de emplearse sin medida para hacer un poco más soportable la vida de esos soldados que iban a la trinchera o que regresaban a la retaguardia.

¿Cómo habría podido tener una chiquilla de esa edad una escolarización normal en medio de tantas mudanzas y a veces tan sucesivas? De hecho, en los archivos solo hay rastro de una sola institución escolar a la que fue enviada, y no se sabe por cuánto tiempo. Se trata de la institución Sanite-Solange, en Châteauroux. Por lo demás, estamos seguros de que tuvo clases particulares.

Cuando se sabe el nivel cultural que alcanza, se puede pensar que las bases se habían puesto bien con maestros competentes, incluido su propio padre, que supieron despertar su inteligencia y abrirle el camino a los múltiples dones que ya manifestaba. Lo que ella misma nos dice de su infancia indica que los momentos dedicados al trabajo escolar propiamente dichos estaban supeditados al tiempo del estudio de piano: «Mis estudios escolares tuvieron que ponerse en unas horas en las que el piano no interfería. Estaba fuera de cualquier disciplina de enseñanza» 7.

Los padres de Madeleine deseaban que fuera música, y en concreto pianista. ¿Cómo habían detectado en ella esta «vocación»? ¿Se trataba para Jules Delbrêl de satisfacer, a través de su hija, sus propias ambiciones culturales? ¿O bien simplemente las lecciones de piano no eran más que la réplica de lo que Lucile Junière había vivido en su familia con su hermana Alice? La educación de las jóvenes burguesas de esta época tenía normalmente un toque artístico; este fue el caso de las Junière.

El hecho es que Madeleine era inteligente y, si no siguió con el piano, fue sin duda debido a una frágil salud o simplemente porque carecía de las cualidades necesarias para seguir esta carrera.

Sus dotes artísticas eran muy variadas: dibujaba muy bien, componía poemas, también habría podido hacer teatro. Estaba dotada para la animación. Cuando era muy pequeña, en Burdeos, los amigos de su padre la llamaban cariñosamente «Guignolette» 8, lo que muestra su lado travieso; era capaz de entretener a todo un público.

¿Qué hay de su educación religiosa? Sabemos poca cosa, o nada, de los sentimientos personales de sus padres en esta época. Solo podemos hacer conjeturas que tienen el riesgo de proyectar en el pasado lo que sabemos sobre la evolución de su vida. Ambos eran creyentes, pero cada uno a su manera.

La fe de Lucile Junière fue cada vez más profunda en el transcurso de su vida, probablemente por influencia de Madeleine y también del padre Lorenzo, director espiritual de Madeleine y encargado espiritual del grupo de «La Caridad», como veremos más adelante.

La fe de Jules Delbrêl parece ser un tanto superficial. Lo que se puede saber por los intercambios que tendrá más tarde con Jacques Loew es que parece más que compartiera unas ideas a que fuera una experiencia personal de fe. ¿Eran practicantes los dos (o solo uno de ellos)? No sabemos nada. El hecho es que dieron a su hija una educación religiosa convencional. Ella misma dice: «Conocí personas excepcionales que me formaron en la fe de los 7 a los 12 años» 9.

¿Quiénes eran estas personas excepcionales? ¿Los sacerdotes de las parroquias a las que Madeleine fue enviada para la catequesis? ¿O bien está dando a entender que para la formación religiosa también fue ayudada por clases particulares? En cualquier caso, se preparará para su primera comunión en la parroquia, lo que debió de tener lugar el 22 de mayo de 1915.

Pero su abuela paterna, Marie Delbrêl-Lavergne, que era comadrona en Périgueux, muere el 21 de mayo. Ni hablar de primera comunión; hay que movilizarse rápido para enterrarla. A su regreso, Clémentine se acuerda de que Madeleine había pedido al párroco, el padre Tinardon, permiso para hacer sola la primera comunión, lo que le fue concedido. Madeleine comulgó, pues, por primera vez el 6 de junio.

Hemos tenido la suerte de tener dos cuadernos del retiro de preparación de Madeleine, uno de la primera comunión y otro de la confirmación al año siguiente de la primera comunión, justo antes de su partida familiar a París. Con una escritura muy pulcra, cuentan con detalle lo que el sacerdote había dicho en el retiro. Pero los comentarios de Madeleine son lo que más interesa, este en particular:


Cuando sea mayor intentaré convertir a las personas que todavía no gustan la dulzura que procura la religión. […] Si cuando sea mayor voy por el mundo, no me dejaré tentar por las malas compañías, y Jesús encontrará siempre en mí una amiga fiel 10.


¿Cómo imaginar que la que escribe estas frases será completamente atea tres o cuatro años después? Se percibe con facilidad que las palabras son muy convencionales: «La dulzura que procura la religión»; hay todavía en esta preadolescente algo de sentimental que la dureza del ateísmo que encontrará en París barrerá pronto.

Sin embargo, el deseo apostólico ya está presente. ¿No había fundado ella la Asociación de las Almas (asociación que no debía de contar con muchos miembros, aunque al menos estaba Clémentine) para rezar por la conversión de una de sus compañeras, que era atea? Esto muestra que París no fue su primer lugar de confrontación con el ateísmo. Ya sabía a los 12 años que se podía vivir sin Dios. Madeleine se enterará más tarde de que aquella compañera acabó convirtiéndose 11.

Expresa también su deseo apostólico en las resoluciones que toma en el retiro: «La vida es un apostolado que hay que ejercer», dice. Entre sus preocupaciones: la muerte, la cruz que hay llevar, la importancia de luchar contra sus defectos, y en particular, para ella, la soberbia. Seguramente le gusta lo que se le ha sugerido, y encontramos en sus notas los temas habituales de la predicación de la época, entre otros, la preocupación por la propia salvación. Nos encontramos con la clásica instrucción, muy estricta, sobre el espíritu, y, en cualquier caso, con poca preocupación pedagógica y muy poco adaptada a los niños: el párroco exponía las grandes verdades cristianas, como suele decirse, sobre la muerte, el juicio, el pecado, el infierno.

Nada cambió durante el retiro de confirmación al año siguiente, salvo una referencia más frecuente al Evangelio; pero la escritura de Madeleine cambió; ella se fortaleció, adquirió un aspecto más atractivo, menos infantil. El tono es más personal.

Durante este retiro se ve confrontada, por mediación de otra compañera, con una cuestión fundamental: ¿cómo un Dios bueno pudo crear el infierno? Y la reencarnación, ¿no es mejor solución que el purgatorio para alcanzar la pureza necesaria sin la que el cielo no se nos abre? Aparece también la palabra «espiritismo». Consultan a una catequista, que se desentiende enviando a las dos chiquillas a la ciencia infalible del párroco.

Este intenta salir airoso y sin molestarse mucho, y les dice que esas no son cosas que deban preguntarse las niñas. Pero ellas insisten. Entonces les expone los grandes principios sobre el hecho de que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que le deja en su libertad, y que Dios, si bien puede prever que el hombre sea condenado, no necesariamente lo desea. Estas palabras parecen aclarar a Madeleine, que quiso recurrir a esto por si algún día su fe fuera tentada. Pide a su «pequeño Jesús» que lleve a otras personas a la comunión eucarística.

Durante los últimos años de esta época de la infancia, la muerte está muy presente en su entorno más inmediato. En 1913 desaparece su bisabuelo. Después, en 1915, su abuela paterna, Marie Lavergne, como acabamos de ver. En 1916, su abuelo paterno muere en Montluçon, donde los padres de Madeleine probablemente lo habían acogido después de la muerte de su esposa.

Más tarde, en mayo de 1918, cuando Madeleine tiene ya 14 años y su familia se establece en París, desaparece Daniel Mocquet, su tío, marido de su tía Alice, hermana de su madre, que se queda sola con un niño de 8 años (Jean, primo de Madeleine); se hará cargo más tarde de la cerería de los Junière.

Madeleine, a la que se le había dado una buena posición social, tiene desde muy joven la experiencia de la muerte de las generaciones precedentes con el añadido de la guerra, que planea constantemente su amenaza sobre los jóvenes. En Montluçon vio pasar a muchos soldados, a veces gravemente heridos, por los que su padre no escatimaba ni tiempo ni fatigas.

Es también la época en la que escribe sus primeros poemas. En esto sigue el ejemplo de su padre. Su estilo es bastante banal y convencional. ¡Pero qué importa! Ella lo intenta, y su sensibilidad encuentra en la poesía una forma de expresión que nunca abandonará, hasta 1928, fecha en la que se lanzará hacia otra forma de arte, en este caso, el de la caridad.

Por ahora, en estas primeras tentativas no es necesario ver las primicias de una vocación literaria futura. Muchos niños se han lanzado a escribir pequeños poemas cuya veta rápidamente se agota. Los que compone Madeleine son muy torpes: el primero que conocemos está escrito con ocasión del nuevo año de 1914. Firma como Nénette, su apodo familiar. Las ocasiones de los poemas son las fiestas familiares, la guerra, las despedidas de Marcelle Régnier, su amiga, en septiembre de 1916. Durante la guerra, Madeleine se muestra animada por un espíritu patriótico vehemente que refleja a todas luces su entorno:


Que los franceses muy vivamente

destruyan Alemania,

así como a su jefe, un demente

el que maldice a Francia, quien gana (agosto de 1914).


Uno de los poemas está fechado el 22 de septiembre de 1915. Está dirigido a un soldado, probablemente su tío Daniel Mocquet. Se ve incluso cómo Madeleine estaba impregnada del espíritu de su tiempo: quien combate por Francia es un héroe que


fue elegido para la gloria de servir en medio de nuestros trances,

nuestra patria, nuestra bandera, Francia.


No es seguro que esto corresponda completamente al espíritu de los que combatían en las trincheras.

¿Oyó Madeleine evocar en su familia, durante su estancia en Montluçon, el movimiento obrero, que agitaba desde hacía treinta años la cuenca de carbón de Commentry, de la que Montluçon, ciudad de más de 35.000 habitantes en 1911, era su caladero, con su industria pesada y, concretamente, la siderurgia? Además, en la estación de Montluçon vio trabajar a muchos del ferrocarril, pues la familia del jefe de estación vivía allí mismo; estos no eran, con toda seguridad, ajenos a lo que sucedía en torno a las minas de carbón.

En Commentry, ciudad situada a unos quince kilómetros, un socialista salió elegido alcalde por primera vez en el mundo en 1882. El ayuntamiento de Montluçon se convirtió en socialista en 1892. Diez años más tarde, en 1902, el congreso constitutivo del Partido Socialista francés, de Jules Guesde y Édouard Vaillant, se instaló en Commentry. El movimiento obrero, que progresivamente se impregnará de ideología marxista, tenía allí uno de sus centros de operaciones, con mucho movimiento y efervescencia. Se puede suponer que Jules Delbrêl, muy abierto a las evoluciones de la sociedad, estuvo interesado en este movimiento y habló de él. Pero ningún documento nos permite saber si esto marcó a Madeleine.

En 1916, Jules Delbrêl era nombrado en Denfert-Rochereau jefe de las estaciones parisinas de la línea de Sceaux. La familia llegaba a París, donde Madeleine iba a vivir su adolescencia y su juventud, antes de partir a Ivry-sur-Seine en 1933.

Madeleine Delbrêl. Poeta, asistente soci

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