Читать книгу Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú - Betina Plomovic - Страница 7

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PRESENTACIÓN

En las próximas páginas abordo mis propias luchas y búsquedas mientras acompañaba a mi hija, diagnosticada de anorexia en 2010. En pocos meses se deslizaría en una profunda espiral de autodestrucción y deterioro que duraría unos ocho años, un largo proceso desde el desconcierto inicial, las largas hospitalizaciones y ciertos tratamientos inesperados en una psiquiatría aún muy difícil.

Durante la pesadilla escribí impotente a la enfermedad que amenazaba la vida de mi hija. Horrorizada contemplé su cara, pacté con ella y garabateé imágenes durante las esperas. He permanecido horas ante una puerta lisa y cerrada, entre el sufrimiento de acompañar a un ser queridísimo muy enfermo y sostener mi enorme impotencia y desespero por el maltrato institucional que le imponían, atónita ante lo que aún se vive en la unidades psiquiátricas: los profesionales la sometían a pruebas de poder, prohibiciones absurdas y castigos en vez de promover su salud. Sufrimos barbaridades terapéuticas dispensadas por un sistema médico que no trata a un ser humano sino a un síntoma y confunde una enfermedad muy grave con un trastorno de la conducta alimentaria.

Efectivamente, ciertos tratamientos terapéuticos y psiquiátricos aún son la vergüenza de nuestra sociedad enferma. También la mala praxis jurídica —nos retiran tácitamente la tutela sobre nuestros hijos cuando tristemente necesitamos asistencia médica— y la intervención prepotente de algunos servicios sociales que actúan con sibilina crueldad. Lo desconcertante es que sea una realidad invisibilizada, aún se reacciona con la incredulidad del «no puede ser que esto ocurra» ante el relato del maltrato institucional.

Resulta improrrogable que se conozcan estas dinámicas, se pida urgente rectificación a las instituciones y se asegure un acompañamiento digno a todas las personas enfermas, desde la humanidad, el respeto y el amor a los seres que padecen. Necesitamos superar el prejuicio, el estigma o el ninguneo: quizá sea esta actitud e indiferencia social la que hace aún más invisibles las malas prácticas en salud mental y facilita que se perpetúen, convirtiéndonos en cómplices de una normalidad inaceptable.

Por ello, dedico mi testimonio a quién padece lo que se llama enfermedad mental y ve su sufrimiento recrudecido por ciertos tratamientos que resultan dañinos e irrespetuosos hacia la dignidad de su persona. Mi intención es validar su dolor o su impotencia, visibilizarla y acompañarla, sea una persona enferma, su acompañante o valiente profesional que se cuestiona. Todos podemos transitar una crisis de salud mental y todos merecemos un trato médico que si no cura, al menos no nos provoque más daños. Para ello, nos urge un nuevo paradigma de medicina humana que cree espacios para generar salud y deje de ir contra la enfermedad.

Aporto mis vivencias, así como reflexiones y propuestas para cuestionar una psiquiatría inquietante que todavía tiene el poder de encerrarnos en unidades de connotaciones carcelarias o de imponer castigos, sin explicaciones, como insensible al sufrimiento extraordinario que provoca. Mi intención es compartir lo vivido y volcar mi cuestionamiento a la profunda reflexión social y profesional que urge en Psiquiatría. Necesitamos que se cuestione el encuadre terapéutico y se plantee otra manera de abordar el tratamiento psiquiátrico, que apoye fragilidades desde lo humano y desde la visión de que el reto es reconstruir el lazo íntimo con nuestra propia salud innata.

Más allá de las malas prácticas vividas, atesoro un enorme agradecimiento hacia profesionales que se atrevieron a cuestionar lo que no funciona y que en momentos muy tensos antepusieron su sentido común a los rígidos protocolos. Salimos de un infierno, y lo hicimos en primerísimo lugar gracias a la decisión y valentía de mi hija, que superó los peores pronósticos. También gracias a la enorme generosidad, paciencia y apoyo incondicional de mi marido, sin su permanente ayuda probablemente ni ella ni yo misma hubiéramos sobrevivido. También gracias a personas amigas que permanecieron sin esfumarse, su apoyo fue enorme. Y por supuesto gracias a profesionales sanitarios, de la pedagogía y de la terapia que se mostraron siempre al servicio de la sanación.

Cuando mi hija empezaba a superar su enfermedad un día me confió sentirse agradecida porque «cuando ningún médico daba nada por mi vida, tú nunca perdiste la esperanza». Y la mantengo para cada una de las personas que en este momento están sufriendo procesos similares, pues todos tenemos poder para contradecir un pronóstico. Y también para sanarnos.

Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú

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