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CAPÍTULO SIETE

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En el tiempo que Mackenzie había empleado en salir de Living World y conducir hasta el edificio J. Edgar Hoover, los periódicos se habían acabado por enterar del asesinato más reciente. Mientras que el asesinato del padre Costas había llegado a los titulares de los periódicos, la muerte de Ned Tuttle todavía no lo había conseguido. Ahora que se trataba del sacerdote principal de una iglesia con la reputación de Living World, el caso iba a conseguir salir en primera página. Eran las 4:10 cuando Mackenzie llegó a las oficinas del FBI, donde se dirigía para ver a McGrath. Suponía que los detalles del pastor Woodall y el caso en su integridad serían el principal punto de interés de los programas de noticias locales de la mañana—y de todo el país para mediodía.

Mackenzie podía sentir la presión creciente de todo ello mientras entraba al despacho de McGrath. Estaba sentado a su pequeña mesa de conferencias, hablando con alguien por teléfono. El agente Harrison se encontraba allí con él, leyendo algo en su portátil. Yardley también estaba allí, donde acababa de llegar unos meros minutos antes que Mackenzie. Estaba sentada, escuchando cómo McGrath hablaba por teléfono, y parecía aguardar a sus instrucciones.

Al ver a los dos revoloteando alrededor de McGrath, sintió deseos de que Ellington estuviera aquí. Le recordó que todavía seguía sin saber adónde le había enviado McGrath. Se preguntó si tendría algo que ver con este caso—pero, si era así, ¿por qué no le habían informado de su ubicación?

Cuando McGrath acabó de hablar por teléfono, miró a los tres agentes reunidos y soltó un suspiro. “Ese era el ayudante del director Kirsch,” dijo. “Está reuniendo a tres agentes más para liderar este caso por su lado. En el momento que los periódicos se enteraron de esto, nos hicieron la pascua. Esto se va a convertir en algo grande y lo va a hacer muy rápidamente.”

“¿Alguna razón en particular?” preguntó Harrison.

“Living World es una iglesia enormemente popular. El presidente atiende sus servicios. Hay unos cuantos políticos más que también son regulares. Hay como medio millón de personas que escuchan su podcast cada semana. No es que Woodall fuera una celebridad ni nada por el estilo, pero era muy conocido. Y si es una iglesia a la que acude el presidente…”

“Entendido,” dijo Harrison.

McGrath miró a Mackenzie y a Yardley. “¿Algo que sobresalga en la escena?”

“Bueno, quizás,” dijo Mackenzie. Entonces entró en detalles acerca de la incisión peculiar y precisa en el costado derecho de Woodall. Lo que no hizo, sin embargo, fue adentrarse en qué tipo de gesto simbólico estaba tratando de descifrar a partir de su significado. Por el momento, no tenía ninguna pista sólida y no quería perder su tiempo en especulaciones.

Sin embargo, McGrath había entrado en pánico. Extendió las manos sobre la mesa y asintió hacia las sillas que había alrededor de la mesa. “Tomad asiento. Repasemos lo que tenemos. Quiero poder darle a Kirsch la misma información que tengamos nosotros. Contando con vosotros tres, ahora tenemos seis agentes dedicados a este caso. Si trabajamos en conjunto, armados con los mismos detalles, puede que seamos capaces de atrapar a este tipo antes de que ataque de nuevo.”

“Bueno,” dijo Yardley, “no se está centrando en una sola denominación religiosa. Eso lo sabemos con certeza. Si acaso, parece que esté tratando de evitar eso. Hasta el momento tenemos una iglesia católica, una iglesia presbiteriana, y una iglesia comunitaria sin denominación explícita.”

“Y algo más que tomar en cuenta,” dijo Mackenzie, “es que no podemos saber de seguro si está utilizando la posición de la crucifixión como su forma favorita de castigo y de simbolismo, o si lo está haciendo a modo de parodia.”

“¿Y cuál es la diferencia, en realidad?” preguntó Harrison.

“Hasta que sepamos la razón que tiene para ello, no podemos deducir su motivación,” dijo Mackenzie. “Si lo está haciendo como parodia, entonces seguramente no se trata de un creyente—quizá sea algún tipo de ateo airado o un antiguo creyente. No obstante, si lo está haciendo como su medio favorito de simbolismo, entonces podría tratarse de un creyente muy devoto, aunque con algunas maneras bastante peculiares de profesar su fe.”

“Y ese corte estrecho en el costado de Woodall,” dijo McGrath. “¿No estaba en ninguno de los otros cadáveres?”

“No,” dijo Mackenzie. “Era nuevo, lo que me hace sospechar que tiene algún tipo de significado. Como que puede que el asesino haya estado tratando de comunicarnos algo. O simplemente perdiendo aún más el juicio.”

McGrath se alejó de la mesa con un empujón y miró al techo, como si estuviera tratando de encontrar respuestas allí. “No me niego a ver todo esto,” dijo. “Ya sé que no contamos con ninguna pista y que no tenemos ningún camino concreto que seguir. No obstante, si no tengo algo que se parezca a una pista para cuando toda esta mierda salga en todos los noticieros nacionales en unas cuantas horas, las cosas se van a poner feas por aquí. Kirsch dice que ya ha recibido una llamada de una congresista que atiende Living World preguntando por qué no hemos sido capaces de solucionar esto en cuanto mataron a Costas. Así que necesito que vosotros tres me consigáis algo. Si no tengo nada sólido con lo que seguir adelante para esta tarde, tendré que expandir el caso… más recursos, más personal, y la verdad es que no quiero hacer eso.”

“Yo puedo contactar al equipo forense,” ofreció Yardley.

“Trabaja codo con codo con ellos, por lo que a mí respecta,” dijo McGrath. “Haré una llamada y daré el visto bueno. Quiero que estés allí en el instante que descubran algo nuevo sobre esos cadáveres.”

“Puede que sea como buscar una aguja en un granero,” dijo Harrison, “pero puedo empezar a investigar las ferreterías locales para conseguir los registros y los recibos de cualquiera que haya comprado las puntas que ese tipo ha estado utilizando los últimos meses. Por lo que tengo entendido, no son particularmente comunes.”

McGrath asintió. Sin duda, era una idea, pero la expresión en su rostro dejaba traslucir todo el tiempo que iba a llevar realizar esa tarea.

“¿Qué hay de ti, White?” preguntó.

“Iré a ver a las familias y los compañeros de trabajo,” dijo. “En una iglesia del tamaño de Living World, tiene que haber alguien con alguna idea sobre por qué le ha pasado esto a Woodall.”

McGrath aplaudió con sus manos y se echó hacia delante. “Suena bien,” dijo. “Así que poneos en marcha. Y ponedme al día cada hora cuando den las en punto. ¿Entendido?”

Yardley y Harrison asintieron. Harrison cerró su portátil al tiempo que se levantaba de la mesa. Cuando salieron por la puerta, Mackenzie se quedó rezagada. Cuando Yardley había cerrado la puerta después de salir, dejando a Mackenzie y a McGrath a solas en la sala, se volvió hacia él.

“Ah diablos, ¿de qué se trata?” preguntó McGrath.

“Siento curiosidad,” dijo. “El agente Ellington hubiera sido un valioso activo en este caso. ¿Adónde le han enviado?”

McGrath se revolvió incómodamente en su asiento y miró brevemente a través de la ventana de la oficina, a la oscuridad de la hora temprana de la mañana afuera.

“Bueno, antes de que le signara a esta otra tarea, obviamente no tenía ni idea de que este caso se fuera a poner tan feo. Por lo que se refiere a dónde está trabajando en este momento, con el debido respeto, no es asunto tuyo.”

“Con el mismo respeto,” replicó Mackenzie, haciendo lo que podía por no sonar demasiado a la defensiva, “se ha retirado del caso a un compañero con el que trabajo bien, lo que me deja a solas para solucionar este asunto.”

“No estás sola,” dijo McGrath. “Harrison y Yardley son más que eficientes. Ahora… haz el favor, agente White. Ponte a trabajar.”

Mackenzie quería seguir presionando, pero no veía razón para hacerlo. Lo último que necesitaba era que McGrath se enfadara con ella. Ya estaban bajo mucha presión y era demasiado pronto en el día como para enfrentarse a un jefe disgustado.

Le hizo un breve gesto de cortesía y salió por la puerta. De todas maneras, de camino hacia los ascensores, sacó su teléfono. Era demasiado pronto para llamar a Ellington así que optó por enviarle un mensaje de texto.

Solo te escribo para saber de ti, tecleó. Llama o envíame un mensaje cuando puedas.

Envió el mensaje mientras entraba al ascensor. Descendió hasta el aparcamiento donde le esperaba su coche. Afuera, la mañana todavía estaba oscura—con ese tipo de oscuridad pesada que parecía capaz de esconder todos los secretos que quisiera.

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