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PRÓLOGO

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Jerry Hilyard estacionó su Mercedes Benz en su camino de entrada justo después de la una de la tarde de un lunes y sonrió ampliamente. No había nada mejor que ser dueño de su propio negocio y ser lo suficientemente rico como para terminar el día cuando le plazca.

Jerry esperaba con ansias ver la expresión de sorpresa en la cara de su esposa cuando le dijera que la llevaría a un almuerzo sorpresa. Él quería que fuera un brunch, pero sabía que Lauren aún tendría una resaca de la noche anterior. Ella se había quedado hasta muy tarde, por razones que él aún no comprendía, en su reunión de veinte años de la escuela secundaria. Para la hora del almuerzo, ella debería estar menos irritable, y quizás hasta dispuesta a acompañarlo con uno o dos Bloody Mary.

Sonrió cuando pensó en las buenas noticias que le compartiría: estaba planeando una escapada de dos semanas a Grecia. Sólo él y ella, sin los niños. Se irían el mes que viene.

Jerry se dirigió a la puerta, con el maletín en la mano, entusiasmado sobre cómo podría salir la tarde. Encontró la puerta cerrada, lo que no era inusual. Ella nunca había sido una mujer confiada, ni siquiera en un barrio tan acomodado como el suyo.

Al abrir la puerta y entrar en la cocina para servirse una copa de vino, se dio cuenta de que no escuchaba el televisor del dormitorio. La casa estaba tan tranquila como cuando se había ido. Tal vez la resaca aún no había terminado.

Se preguntaba como habría sido la reunión de anoche. Ella no había dicho nada esta mañana. Él se había graduado en la misma clase que ella, pero odiaba las tonterías sentimentales como las reuniones de la escuela secundaria. Todo era una excusa para que los compañeros se reunieran diez o veinte años más tarde para ver a quién le estaba yendo mejor que a todos los demás. Pero una vez que los amigos de Lauren la convencieron para que fuera, ella casi estaba emocionada por ver a algunos de sus antiguos compañeros de clase. O eso parecía. La ingesta de alcohol de la noche indicaba que podría haber sido una noche difícil.

Estos pensamientos merodeaban en la cabeza de Jerry mientras se abría paso por el pasillo del piso de arriba hacia su dormitorio. Pero cuando se acercó a la puerta, se detuvo.

Todo estaba muy silencioso.

Seguro, esto era de esperarse si Lauren estaba tomando una siesta y no había puesto Netflix para terminar de devorar compulsivamente la serie que le hubiera gustado esta semana. Pero este era un tipo de silencio diferente… una completa falta de movimiento o un movimiento que parecía fuera de lugar. Era como un silencio que se podía oír, un silencio que él podía sentir literalmente.

Algo anda mal, pensó.

Era un pensamiento aterrador, pero aun así se dirigió rápidamente hacia la puerta. Tenía que saber, tenía que asegurarse de que…

¿Asegurarme de qué?

Todo lo que vio al principio fue rojo. En las sábanas, en las paredes, un rojo tan espeso y oscuro que en algunos lugares era casi negro.

Un grito se abrió paso a través de sus pulmones y salió por su boca. No sabía si debía ir corriendo hacia ella o hacia el teléfono.

Al final, no hizo ninguna de las dos cosas. Le fallaron sus piernas y el peso de sus gritos desgarradores lo llevó al suelo, donde golpeó sus puños, donde trató de darle sentido al horrible panorama que tenía frente a él.

Callejón Sin Salida

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