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Prólogo

Hoy, la condición del ser humano está definida por su capacidad de consumo. El hombre es o vale fundamentalmente, por su disposición a comprar y consumir. El planeta tierra ha devenido de esta manera, en un supermercado mundial que el hombre enajenado, recorre con afán de satisfacer las necesidades que el propio sistema se encarga de generarle, para alimentar los mercados y para que no cese de hacer girar la rueda de la oferta y la demanda.

El fantasma que finalmente terminó recorriendo el mundo se llamó Progreso. Parido por la modernidad, libró una guerra de conquista sobre la Naturaleza, a la que buscó dominar y subyugar a lo largo de los últimos tres siglos. El altísimo precio que se está pagando por esa gesta demencial, parece no ser suficiente para una gran parte de la humanidad, que observa indiferente o quizá anonadada, las consecuencias de una carrera hacia un final que se encuentra anunciado. Es probable que la naturaleza, que hizo posible y cobijó nuestra existencia, sucumba ante el poderío tecnológico desplegado por el hombre y por el sistema tecnocrático que ha generado, pero ese día del triunfo final, será también el último día de la especie humana sobre el planeta.

En la Argentina, el paradigma del progreso asienta sus bases en la dicotomía que alguna vez supo plantear Sarmiento: la de civilización o barbarie. En ese paradigma, la ciudad fue erigida como símbolo de la razón y del progreso, en tanto que la naturaleza, fue sinónimo de oscuridad y de retraso. En nombre de esos postulados se perpetraron infinidad de matanzas de indios y de gauchos, y el campo ha llegado a ser visto como un equivalente de pobreza y enemigo de una idea de civilización que se basa en los Agronegocios y que postula la industrialización de la ruralidad.

El modelo desarrollista omnipotente, impulsado a finales de la década del cincuenta, y replicado actualmente por diversas capillas intelectuales que postulan políticas de crecimiento, es hijo directo de ese paradigma de progreso que enarboló la generación del ochenta, cuyas cabezas más visibles fueron Sarmiento, Roca y Avellaneda. El desarrollismo y sus diversas variables progresistas, son de ese modo, la acabada expresión del enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza.

Nos rige un modelo neo oligárquico que asistencializa la pobreza y la hacina en las periferias urbanas, ese modelo es la continuación de aquellos desarrollismos del siglo XX. Nos rige un modelo basado en la agroexportación, en el extractivismo, en la apuesta por los crecimientos, en el culto a la gran escala y a la agricultura química y de monocultivos, con un urbanismo desmesurado y con la glorificación de las tecnologías de punta. Y todo ello en aras de un progreso indefinido y en beneficio de la reproducción indefinida de un sector parasitario y partidocrático, adueñado del manejo de la cosa pública. Vivimos de esa forma, un desarrollo que en aras del crecimiento no duda en sacrificar ecosistemas, memorias y culturas, ni en profanar ropajes y relatos que alguna vez fueran revolucionarios. Paradójicamente, este modelo suicida es sostenido en la actualidad por un gobierno que, en buena medida proviene de las izquierdas ideológicas de los años setenta. Sin embargo, tal vez, la paradoja no sea tal, si nos aventuramos en la hipótesis de que en el propio corazón del marxismo o al menos en su modo de arribar a nuestro continente, anidaba esa misma propuesta de modernidad que, inexorablemente fue siempre tardía, imitativa y periférica.

Existe una leyenda que se ha construido desde el poder y que hoy repite una gran parte de la sociedad argentina. En este relato se conjugan derechos humanos, el sueño de la patria socialista, la memoria de las diversas militancias, los maravillosos años setenta, el camporismo, la imagen tergiversada sobre la visión de John William Cooke y toda una gama de fuegos de artificio que hoy se despliegan para apuntalar la idea de que, se estaría llevando a cabo, aquella revolución que soñó la llamada generación del setenta. Sin embargo, la leyenda aunque mil veces repetida por la hegemonía mediática del sistema, no alcanza a ocultar que, lo que subyace bajo este relato es la miseria de un modelo dictado por las corporaciones transnacionales y los mercados globales; un modelo que supo aprovechar los favorables términos del comercio internacional para fogonear una fiesta de los sectores medios y un extendido asistencialismo para los sectores más pobres, a los que buscó incapacitar tanto para el trabajo cuanto para la rebeldía. Esa leyenda también necesita contar con sus propios héroes y, gracias a los intelectuales orgánicos del modelo y a su hegemonía comunicacional, muchos devendrán en íconos revolucionarios si son útiles al relato encubridor que se nos propone. Esa necesidad de mitos para un discurso progresista busca generar en la Cultura popular, el consenso necesario para avalar las políticas impuestas por el modelo que hoy nos rige y que en un mundo al borde mismo del abismo, podríamos comparar con una fiesta sobre la cubierta del Titanic.

En esas maniobras que procuraban legitimar al progresismo y sus apuestas por el Crecimiento, han sido de la mayor importancia, las transformaciones de los derechos humanos en instrumentos de disciplinamiento social y de enajenación del pensamiento político, ya que han facilitado colocar las miradas y las preocupaciones sobre el pasado, mientras se ignoran muchas de las miserias del presente.

La cooptación de los grupos de derechos humanos, mediante políticas dadivosas en subsidios, distinciones y privilegios de todo tipo, así como facilitando su participación en el aparato funcionarial y hasta en la implementación de negocios turbios, tales como los ensayados con las madres de Plaza de Mayo y Schoklender, permitió sostener con antiguos prestigios a las nuevas políticas colonizantes. El vocerío progresista y la imposición de antinomias extremas, ayudaron en la necesidad de ocultar las nuevas resistencias y facilitaron que se naturalizaran las colonialidades expresadas por los Agronegocios, la sojización, la megaminería y por último, el fracking.

Es por ello que hallamos en el libro de nuestro amigo Brewster, reflexiones y respuestas que necesitábamos y que consideramos oportunas a la generación de los nuevos pensamientos que nos preocupa generar como GRR. Por otra parte, creemos que, no ha sido casualidad que esas reflexiones nos llegaran cuando más las necesitábamos. Somos conscientes que la Globalización y los procesos extractivos y agro exportadores guiados actualmente en nuestra América por muchos exponentes del paradigma que fuera revolucionario en los años setenta, nos han interpelado en los últimos quince años, de una manera muy fuerte y decisiva, acerca de los límites de nuestras convicciones y en especial acerca de nuestra aspiración a generar una sociedad más justa. Presentimos que nos encontramos en el final de una era que culmina entre estertores sociales, crisis globales y cambios climáticos acelerados; y que para enfrentarla necesitamos con urgencia de nuevos pensamientos. Nos hemos formado sin embargo en las lógicas de la Modernidad y del eurocentrismo, nos cuesta imaginar que otros mundos sean posibles y a la vez diversos, nos cuesta aceptar que este camino por el que vamos, nos conduce inexorablemente a la catástrofe y a la extinción masiva, determinada por la mano del hombre moderno, por el poder del conocimiento y la apropiación y privatización de los conocimientos a una escala tecnológica desmesurada.

El libro de Brewster se propone justamente recuperar el respeto a las culturas y a la naturaleza. Critica la idea de los “derechos” que son parte del imaginario eurocéntrico y que la mayoría de los pueblos no europeos ni siquiera conocían en sus vocabularios originales. Los derechos son en última instancia, algo que el poder nos puede otorgar o quitar cuando lo necesite, y es por ello que, la idea de los derechos no es respetuosa de la existencia misma que merece, tanto el ser humano como la naturaleza. Definitivamente, y en especial luego de leer a Brewster, estamos convencidos que, no es desde ellos que podemos construir el mundo que soñamos. Sin embargo, debemos anticipar que, para comprender lo que expresa Brewster, es necesario liberarnos de los paradigmas que nos han atrofiado la comprensión de lo nuestro, mediante la educación eurocentrista y la ideología neoliberal anglosajona. En muchos sentidos, la lectura de este libro requerirá en sí misma, un esfuerzo de agilidad y valentía, será asimismo, un ejercicio que nos abrirá caminos para rescatar lo americano en nosotros mismos, una gimnasia que nos volverá más humanos y que en la recuperación de la Cultura con mayúscula de que nos hablaba Rodolfo Kusch, nos permitirá alimentar las esperanzas de lograr alguna vez un rostro propio.

Jorge Eduardo Rulli

La tiranía de los Derechos

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