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Capítulo I
ОглавлениеEra sábado bien entrada la mañana, Julieta miró el reloj del celular con cara soñolienta; leyó las 10 de la mañana, suspiró y resopló, mientras se dejaba caer otra vez de espaldas sobre la cama. Frotó sus ojos con los puños y bostezó, se desperezó estirando cada parte del cuerpo, haciendo tronar algunos huesos en el proceso. Sonrió el recordar la noche anterior. Había sido su despedida de soltera en un bar de stripers. Sus ojos azules chispearon al recordar el baile sensual de los hombres más musculosos y sexis que jamás había visto. Se lamentó que su prometido no estuviese dormido junto a ella en ese instante… le hubiese hecho el amor.
En un mes desposaría al que había sido su novio durante 7 años, Mauro Montepietra; a quién había conocido en una fiesta de amigos en común. Era el hijo del candidato a Jefe de Gobierno Porteño, elecciones que se celebrarían casi a fin de año.
Se levantó de la cama para ir a darse un baño. Su pelo negro azabache se encontraba en terribles condiciones luego de una noche de alcohol, fiesta y humo de cigarrillos ajenos.
Parecía que ese iba a ser un día en extremo caluroso y muy húmedo en Buenos Aires. Algo normal a mediados de Enero en una ciudad erguida junto al Río de la Plata. Optó por un vestido de lino liviano color crema y sandalias bajas haciendo juego. Usó su fragancia preferida de Dior e hidrató la piel limpia con una crema humectante.
Caminó hacia el comedor para tomar el desayuno que la muchacha del servicio le había preparado.
Buen día señorita Julieta.
Buen día Rosí.
¿Tuvo una buena noche? - preguntó, pero no para saber si había dormido bien.
Sí – sonrió - ¡Me divertí mucho! – dijo mientras la empleada le extendía una bandeja con su primer comida habitual en la mañana - ¿Mauro dejó algún mensaje?
El señor me pidió que le dijera que hoy estaría fuera casi todo el día. Que la llamaría después de una reunión.
Gracias Rosí.
De nada señorita – la joven se retiró a hacer sus quehaceres.
Julieta admiró la vista mientras tomaba el desayuno. Estaba en el piso 22 de una torre en Puerto Madero, donde vivía con su prometido desde hacía dos años. Toda la sala de estar y el comedor tenían ventanales de piso a techo, desde donde la magnitud podía admirarse y los hacía sentirse los dueños del mundo a sus pies. Podía verse el río, a lo lejos, la Casa de Gobierno, el monumento a la mujer y el Museo del Bicentenario. Se puso de pie con la taza de café en su mano y se acercó a la ventana. Observó la ciudad y sonrió. Estaba emocionada por su boda, estaba contenta con su vida y expectante por la que sería de ahora en adelante.
Se desempeñaba como jefa de prensa de su futuro suegro. Había dejado hacía algunos años su carrera en la facultad para dedicarse a ello y la campaña iba tan bien que se vaticinaba la victoria de su suegro en todos los medios de comunicación locales.
Ese sábado, se había tomado el día para descansar, ya que la agenda del candidato estaba vacía (porque ella lo había planeado así) era uno de los privilegios con los que contaba al ser su jefa de campaña y asistente personal. Así que iría a visitar a su tía del corazón, Elisa, luego de haber almorzado con su madre y su padrastro en su casa de Barrio Parque. Su padre había muerto cuando Julieta aún era una niña y su madre había vuelto a casarse unos años más tarde con un hombre acaudalado de la ciudad. Si bien nunca le había faltado nada, Julieta había necesitado el amor de su padre, que había sido humilde y sincero. Su madre, en cambio, amaba su nueva vida llena de lujos, viajes y zapatos caros que el dinero de su esposo le proporcionaba. A menudo le hacía recordar que con su padre habían pasado necesidades económicas y era una llaga constante a la que le encantaba meter su dedo.
Vas a tener la boda más exclusiva, lujosa y con clase de todo Buenos Aires. Bien sabrás que con tu padre te hubieses casado en algún club de barrio de mala muerte. Con ese vestido viejo y apolillado de tu abuela con algún don nadie…
¡Ay mamá! – dijo con hartazgo – No sé por qué te preocupa tanto el qué dirán. No me interesa como o en dónde me case, siempre que lo haga con el hombre que amo – le había dicho en aquella oportunidad.
¿No ves en la posición en la que estás ahora? ¡No puedo creer tus necedades! Puedes tener a todos a tus pies y hacerte de una vida fabulosa y no entiendo el porqué de tu negación… ¿Acaso no eres feliz así?
Sí mamá – suspiró mientras se probaba el vestido de novia. Estaban eligiendo los que se pondría, ya que no solo era uno. Se miró al espejo - ¿Y este? – preguntó casi sin darle importancia
¡No, no! – opinó su madre – No puede ser tipo sirena, te hace ver gordo el trasero. Tiene que ser tipo corset, con muchas capas de organza de seda en la falda ¡Tienes que impactar con tu entrada a la catedral!
Tu mamá tiene razón – había dicho Carla, su mejor amiga - Tu entrada debe ser espectacular y hacer que más de una se muera de envidia amiga – dijo y bebió champagne.
Aquella tarde, habían tardado 4 horas en elegir los 3 vestidos que usaría (dos en la boda y uno para la beneficencia del Hospital Garrahan).
Al terminar el café, dejó la taza en la bandeja y comió algunas de las frutas del pequeño bowl que Rosí le había preparado. Miró la hora en su reloj pulsera y dejó todo para irse.
¡Rosí me voy! – gritó para que la oyera - ¡Vuelvo en la tarde!
¡Si señorita! – la escuchó decirle desde algún lugar del departamento.
Tomó el celular, el bolso y las llaves del auto. Llamó al ascensor (que oficiaba de puerta) y fue directo al subsuelo a buscar el auto. El sonido de sus pisadas hicieron eco mientras caminaba. Hizo sonar la apertura del Audi S3 con el control manual y se subió al coche gris plata. Salió a la calle y condujo hasta la casa de su madre en Barrio Parque. Con la radio encendida, escuchaba las encuestas electorales y los últimos acontecimientos en el mundo de la política; de los que tomaba nota mental para luego organizar la agenda con entrevistas, cenas, almuerzos y reuniones que su suegro debía conceder si quería ganar las elecciones en 9 meses.
Al llegar a la casa de su madre, abrió el portón de hierro con el control remoto y entró con el auto, que dejó estacionado a unos pasos del garaje, bajo uno de los árboles. Al bajar, el calor agobiante la golpeó, lo que la hizo darse prisa para entrar por la puerta principal si no quería “derretirse”.
¿Mamá? – llamó y cerró la puerta detrás de ella - ¡Llegué!
¡Hola querida! – dijo Perla, su madre, al verla caminado hacia ella - ¿Cómo estás?, cuéntame todo…
No hay mucho para contar – mintió – Solo salimos a cenar y después fuimos a bailar todas al pub de siempre.
¿Solo eso?
Solo eso. Carla dijo que haría otra despedida más adelante para que tú puedas ir.
Pero si te casas en dos semanas… ¿Qué caso tiene? Me hubiese encantado poder ir anoche, pero este dolor en mi pie no me deja en paz.
¿Qué te dijo el doctor?
Solo que siga tomando los antiinflamatorios y el analgésico cada 12 horas. Sigue hinchado, no puedo calzarme si quiera con esta bota de porquería.
Es un esguince mamá, debes cuidarte para que sane más rápido. La bota evita que muevas el pie, debe estar inmóvil.
¡Bah! – dijo haciendo ademán con la mano – Vamos a comer. Hice que preparasen algo liviano por este calor, además sabes que tu madre te cuida para que no engordes. Estamos a pocos días…
Caminaron hasta el lujoso comedor con espacio para 10 sillas. Aunque los comensales eran solo tres, Julieta pensaba que era demasiado fastuoso para tan solo una ensalada. El padrastro estaba sentado en la cabecera de la enorme mesa de roble y la recibió con una sonrisa sincera, ella se acercó y lo saludó cálidamente.
¿Cómo estás Juli querida?
Bien. ¿Cómo estás tú?
No me quejo – dijo sonriente.
Una empleada les sirvió la ensalada verde con tomates y piñones y el salmón ahumado rebanado en finas rodajas. Bebieron vino blanco y agua helada en las más finísimas copas de cristal.
Dime hijita… ¿Cómo está mi futuro yerno? - el tono de voz de Perla demostraba el orgullo que sentía por Mauro.
Supongo que bien. Aún no lo he visto hoy. Está trabajando en la casa de su padre.
Pero es fin de semana… deberían estar pasando tiempo juntos.
¡Ay por favor Luis! El chico se convertirá en un economista de renombre junto a su padre como Jefe de Gobierno. Deben trabajar para demostrar lo brillantes que son.
Trabajan demasiado. Yo le liberé la agenda a mi suegro para tener libre el fin de semana, y sin embargo tienen reuniones igual. Casi no nos vemos.
No te quejes querida, es lo mejor para ustedes. Luego de la boda lo tendrás un mes para ti solita – era evidente que Perla adoraba a su yerno.
¿A dónde irán de luna de miel? – preguntó Luis tratando de bajar a su esposa de la nube de orgullo.
Iremos a Bahamas
¿Hiciste la prueba del vestido?
Hoy a las 7 de la tarde tengo la última. Iré por Carla antes para que me acompañe. Pero antes iré a ver a Elisa.
¿Elisa? No entiendo por qué sigues yendo a ver a esa vieja… tu abuela murió ya hace mucho.
¡Porque la quiero mamá! – dijo enojada - ¿Por qué te molesta tanto que la vea?
Debe querer dinero…
¡Ella no es así!
¿Cómo lo sabes? – la cuestionó Perla.
Déjala querida – intervino Luis – Si Julieta desea ir a verla debe tener sus razones.
¡Pero no comprendo por qué sigue aferrada a alguien que ni siquiera es de la familia!
¡No arruines el almuerzo mamá! Déjame hacer mi vida…
¡Qué va! Has lo que se te venga en gana, eres igual de obstinada como tu padre – resopló con fastidio y bebió vino.
Déjalo así querida.
Subiré a mi cuarto a buscar algo que dejé olvidado y me voy mamá – Perla hizo señas con la mano para que Julieta se fuera y ésta se levantó de la mesa.
Caminó hasta la escalera estilo francés de la mansión y subió los peldaños hasta el primer piso. En el pasillo que iba a las habitaciones, sobre una mesa, enmarcada en un marco de plata se encontraba una foto de ella y de quien se convertiría en su esposo. Tomó el portarretrato entre sus manos y observó la imagen. Los ojos negros, el cabello oscuro y prolijamente cortado, falto de sonrisa y vestido con un traje color gris se encontraba Mauro. Julieta notó que esa foto ya no le gustaba tanto como antes. Pensó en que hacía mucho no lo veía sonreír, cada día estaba más alejado de ella. Lo atribuyó al estrés por todas sus obligaciones y la inminente boda de ambos. Dejó el marco donde lo había encontrado y fue hasta su cuarto.
Buscó en un viejo joyero que escondía en el vestidor de su vieja habitación la alianza de matrimonio que había pertenecido a su padre. Era lo único de valor material que le había dejado a ella y lo atesoraba. Buscó en el mismo joyero una cadenita para poder colgárselo del cuello, pero lo guardó en su cartera para que su madre no lo viese y la obligara a quitárselo. “¿Cómo pude olvidarlo aquí?” pensó y salió de la habitación para irse a ver a su tía del corazón. Saludó a su madre y a su esposo y volvió a enfrentarse al calor abrazador del exterior. Subió al auto, abrió el portón de hierro negro y salió de la mansión.
Condujo hacia el hogar donde se encontraba viviendo su tía Elisa. Minutos más tarde, estacionó el Audi cerca de la entrada, caminó hasta la puerta volviendo a sentir lo pegajoso del calor húmedo y agobiante del mes de Enero. Hizo sonar el timbre y mientras esperó a que le abriesen la puerta, se recogió el pelo en una cola de caballo, dejando el cuello al descubierto y así aliviar un poco la sensación de agobio. Un enfermero abrió la puerta y la reconoció al instante.
¡Señorita Julieta! ¿Cómo está? – saludó – pase, pase. La señora Elisa no hizo más que hablar de usted.
¿Cómo está la tía?
Ella está bien. Algo adolorida. Pero de buen ánimo.
Elisa no era su tía de sangre, Julieta la había conocido en ese mismo hogar en el tiempo que visitaba a su abuela materna internada allí. Como su abuela había sufrido demencia senil y no la había reconocido, no quería hablar con ella; entonces Julieta había entablado conversación con las demás señoras, una de ellas había sido Elisa. Tanto se habían encariñado la una con la otra que se sentían familia y ella había seguido visitándola incluso luego de ya fallecida su abuela.
Con ella podía hablar de cualquier cosa. Leían juntas, veían televisión o jugaban a las cartas. Pasaban largas horas en su cuarto, debido a que la mujer no podía moverse debido al cáncer en sus huesos. Le había mandado a poner aire acondicionado, una televisión grande e incluso le había instalado Netflix para que su tía adorada estuviese lo más cómoda posible. La amaba más que a su propia madre.
¡Hola tía! – dijo al verla.
¡Juli preciosa! – la mujer demostraba su devoción por su sobrina - ¿Cómo estás? Mandé a que compraran masitas en la panadería para esperarte.
¿Cómo estás? – dijo la joven y la besó en la frente – Si mamá viera lo que me das de comer se desmayaría – le dijo riendo.
Tu madre no puede tenerte a dieta para que entres en el vestido de novia. Estás demasiado delgada mi niña y eso no es sano.
No te angusties Elisa querida, estoy bien. Además, vine a contarte ciertas… cosas.
¡Cierto! – dijo expectante - ¡Cuéntame todo!
Julieta, que se había sentado a los pies de la cama, volvió a ponerse de pie para acomodar la mesita con ruedas entre ambas con el café y las masas. Luego se acomodó casi de frente a Elisa y comenzó con el relato con los sucesos de la noche anterior. La mujer oyó cada palabra sin perderse ningún detalle.
Fuimos al bar de stripers del que te había contado.
Sí, si… ¿Y?
Bueno, Carla y las chicas hicieron que me ponga una especie de vestido de novia sexy. Me llegaba justo debajo del culo, medias blancas y ligas. Hasta un velo tenía.
Seguro te habrán mirado… ¿Tu madre qué dijo?
No fue. Se esguinzó el pie la semana pasada y cuando le dijo a Carla que no iba a poder ir, ella cambió todos los planes y me llevaron al bar. Yo lo supe el mismo día que te conté.
Chica astuta, cambió todo para que tu madre no lo supiera.
¡Si hubiera llegado a ir a mi despedida habría hecho un escándalo! Sus palabras hubieran sido “Julieta Navarro estás deshonrando a la familia” – al imitar el tono de voz de Perla, Elisa estalló a carcajadas – En fin, nos sentamos en una de las mesas que estaba justo delante del escenario. Bebimos mojitos mientras pasaban uno a uno los stripers. Hubo uno vestido de policía…
Cliché.
Podría decirse. Después bailó uno disfrazado de obrero, uno de indio sexy…
¿Qué eran? ¿Village People? – la interrumpió - ¿Eran gays Julieta? – ella rió.
¡No!... eso creo. Pero tía después apareció uno que me volvió loca.
¿Cómo era?
Estaba vestido de traje y corbata. Era rubio, alto como yo, quizás un poco más. Tenía unos ojos verdes para el infarto y tenía los músculos todos trabajados. Tenía el culo más hermoso que haya visto nunca.
¡Já! – rió Elisa y bebió café.
Movía la pelvis como ninguno de los anteriores y con esa carita de ángel se portaba como el mismísimo diablo.
¿Entonces? – quiso saber.
Las mujeres gritaban como locas al verlo moverse y sacarse la ropa. Una a una las prendas quedaron regadas en el escenario. En eso las luces violetas se prendieron y mi vestido brilló, tanto que él me vio sentada ahí – Julieta volvió a sentir el mismo golpeteo en el pecho de la noche anterior, cuando la había seducido el striper – Cuando me vio ¡Ay tía!
¡¿Qué?!
¡Bajó del escenario y me buscó en mi silla!
¡N0! – se escandalizó
¡Sí! – repitió Julieta con un grito agudo - Me agarró de la mano y me hizo subir. Me sentó en una silla. Aún tenía puestos los pantalones. Me miró a los ojos y me preguntó “¿Cómo te llamas?” le dije que Julieta y me dice con total descaro “Sos hermosa Julieta, qué lástima que vayas a casarte”.
¿Y qué hiciste?
Sonreír como estúpida mientras parecía que se me iba a salir el corazón del pecho – la mujer rió – Entonces se puso de espaldas a mí y ¡Trash! - imitó el movimiento con sus manos – Se sacó el pantalón de un tirón y ese culo – suspiró – Era tan hermoso y perfecto… por eso lo vi de cerca. Se dio la vuelta y movió la pelvis bien cerca de mí. Lo miré a la cara y el muy hijo de puta me guiñó un ojo. Me hizo una media sonrisa como diciendo “¿Te gusta lo que ves?”. Se tocaba y se contorsionaba mientras hacía su baile. Estaba muerta de calor, sentada ahí mirándolo. Entonces me preguntó si quería una fiesta privada ¡Lo escuché clarito tía! ¡Quería acostarse conmigo!
¿Qué hubieras hecho? Porque estoy segura de que no aceptaste.
No. Pero pensándolo bien, hubiese dicho que sí.
Te lo perdiste ¿Cómo siguió?
Me hizo poner de pie y me pasó las manos por el costado del cuerpo. Desde las axilas, pasando por las costillas hasta la cadera y después hizo lo mismo de abajo hacia arriba. Pero llegó hasta la nuca y ahí no va y ¡Me besó!
¡¿Qué?! – dijo con total asombro la tía.
Y no solo me besó, sino que ¡Me comió la boca! Atrás se escuchaban mis amigas a los gritos y yo ahí, besándome con el ruso divino ese – Elisa se abanicaba con la mano ante el repentino calor que estaba sintiendo - Jamás me habían besado así. Creo que si hubiese seguido un poco más habría tenido un orgasmo ahí mismo.
¡Ay nena! ¡Por Dios! Seguro llegaste a tu casa y lo agarraste a Mauro como una gata salvaje pensando en ese beso…
¡No! ¡No estaba!
¡¿Cómo que no estaba?! ¿A dónde se había ido el estúpido?
Se quedó en la casa de su papá. Hoy se reunían con varios asesores por la campaña – Julieta resopló hastiada.
¡Pero es un pelotudo! – gritó la mujer sin escrúpulos llevando las manos al aire - ¿Ese tipo te satisface nena?
Sí. A su manera sí – Julieta sabía que era un rotundo NO – Es que tiene muchas presiones con esto de la candidatura, la boda. Apenas lo veo y a veces ni atención me presta.
Es un infeliz querida. Debería estar todo el tiempo encima de ti ¡Van a casarse!
Sí, ya lo sé.
Julieta y Elisa hablaron por horas mientras bebieron café y comieron masas. Ella podía contarle todo. Incluso que se había masturbado la noche anterior pensando en el striper de ojos verdes y Elisa no se había escandalizado en lo más mínimo.
Esa tarde, le había contado que hacía un par de semanas que su prometido no la tocaba. Que lo atribuía al estrés y a sus tantas obligaciones. Pero Elisa no pensaba lo mismo, le había dicho el viejo refrán “el diablo sabe más por viejo que por diablo” y que a sus 82 años, ella daba por sentado que su prometido estaba engañándola. A pesar de las objeciones por parte de Julieta, la mujer insistió en sus sospechas, haciéndola creer que su tía quizás tuviese razón.
Una hora antes de su cita para hacer la última prueba del vestido de novia, Julieta se despidió de la mujer que más quería en el mundo, prometiéndole que se tomaría una foto con el vestido para que ella lo viese. Se abrazaron y le dio un beso en la frente.
Caminó hasta el auto sintiendo el agobio del calor en pleno Enero. A pesar de que eran las 6 de la tarde, la temperatura no daba tregua. Una vez dentro del vehículo, prendió el aire acondicionado y volvió a ponerlo en marcha. Condujo hasta la avenida Callao, al atelier del modisto Gabriel Lage, uno de los más prestigiosos en materia de moda.
Durante el trayecto, debió detenerse en un semáforo. Se distrajo con el celular tratando de comunicarse con su amiga para que fuese con ella a la prueba, sin percatarse de que el striper de la noche anterior la miraba desde la vereda. Al sentir que alguien la observaba, levantó la vista y lo descubrió allí parado. Le sonrió y él también a ella. Se saludaron con un movimiento de las manos. El joven le hizo señas para que fuese con él a alguna parte. A pesar del aire acondicionado, Julieta sintió una gota de sudor recorriéndole la espalda, provocándole una especie de electricidad por todo el cuerpo, la boca seca y palpitaciones. Apretó el volante hasta que las manos le dolieron. No pudo dejar de verlo y él tampoco bajó la vista. Sus músculos se tensaron debajo del jean y la remera blanca que llevaba puesta. Un bocinazo detrás de ella la hizo dar un respingo y volver a la realidad. Puso el cambio y volvió a la marcha. Saludó al chico y se fue. Él le devolvió el saludo y miró al auto alejarse. Realmente había deseado a esa chica de pelo negro como la noche y radiantes ojos azules. “Julieta”, pensó, “Cómo me hubiese gustado ser tu Romeo” y siguió caminado hasta el bar donde esa noche también bailaría.
Mientras condujo, Julieta buscó la botella con agua para calmar la sed repentina que ese hombre le había provocado. Nunca se le habían insinuado así. Pensó en lo que él le habría podido hacer y bebió todo el agua en pocos minutos. La falta de sexo por parte de su prometido la hacían pensar cosas. Tiró la botella vacía sobre asiento del acompañante. Volvió a llamar a su amiga una vez más, y como antes, le dejó un mensaje en el correo de voz. Desistió de la idea de ir con ella y continuó el viaje sola.
Se miró al espejo vestida de blanco y sonrió. El vestido tenía infinitas capas de organza de seda en la falda, era entallado en la cintura y escote corazón. Straples, sin bretel alguno, dejaba al descubierto sus hombros. Se haría un peinado recogido tal y como el modisto le había recomendado, para realzar aún más su belleza. Le tomaron varias fotos para poder enviárselas a Elisa. Aunque el vestido no estaba terminado y solo quedaban algunos detalles, podía verse su majestuosidad al tenerlo puesto. Recordó las palabras de su madre “Tenés que impactar con tu entrada en la Catedral”.
Se ve realmente hermosa señorita – le había dicho la asistente del modisto esa tarde – Su prometido caerá a sus pies.
Gracias – respondió con voz serena
Y los zapatos que eligió son perfectos. Tal cual el color del vestido.
Y los compré por separado – rió Julieta.
¡Todo un hallazgo! – aplaudió la asistente y ella la siguió.
Una vez que la prueba había terminado, ayudaron a Julieta a quitárselo y volvió a vestirse. Le envió algunas fotos a Elisa, quién al verla soltó algunas lágrimas y le envió un audio diciéndole lo hermosa que se veía y que Mauro era demasiado afortunado.
Le entregó a otra muchacha la tarjeta de crédito negra para pagar todos los vestidos y se retiró del atelier. Encendió la radio del auto y escuchando “Circles” de Post Malone regresó a casa.
Ya en el piso de Puerto Madero, al ver que Mauro no había regresado aún, optó por darse un baño de inmersión. El calor de la jornada había sido demasiado intenso y necesitaba refrescarse. Recostada en la tina, sintió el perfume de los aceites que le había puesto al agua. La fragancia del jazmín y la lavanda la relajaban y le dejaban un dejo de tono dulce en su piel. Le encantaba.
Miró a su alrededor todo el lujo que la rodeaba; el mármol del piso, una tina blanca ovalada, ducha para dos. Vivía en uno de los pisos más exclusivos de Puerto Madero, en un piso 22, con toda la ciudad a sus pies. Sin embargo pensó “Cambiaría todo esto por un te amo”. Cerró los ojos y suspiró. Era inevitable sentirse así a días de su boda. El hombre con quien contraería matrimonio apenas la tocaba o estaba con ella. Se sentía más alejada de él con el transcurso de los días. En ese momento, la puerta del baño se abrió y por fin su novio entró. Esperanzada, ella lo saludó.
¡Hola! por fin llegas – le sonrió esperando un beso de su parte.
Hola – la saludó secamente e intuyó otro mal día.
¿Quieres acompañarme? – sugirió de manera seductora.
Ahora no – y se puso de espaldas para ponerse de frente al inodoro.
¡Qué haces! – le reprochó - ¿No ves que estoy aquí?
Sí, lo veo. Y tardas una eternidad en salir – y comenzó a orinar.
Asqueada, Julieta se sumergió en la bañera, contuvo la respiración bajo el agua hasta que oyó el sonido ahogado de la cadena y de la puerta al cerrarse unos segundos después. Volvió a salir a la superficie para poder respirar, pero la invadió un sentimiento amargo que desembarcó en un llanto silencioso. Ella supo que algo no estaba bien y decidió que ya era suficiente.
Luego del baño no muy placentero, se vistió con un camisón muy liviano y corto, se puso una bata a juego y permaneció descalza. Salió del cuarto y fue a buscar a su prometido. Al no encontrarlo y suponiendo que había vuelto a salir, buscó a Rosí para preguntarle.
Rosí ¿Mauro salió?
No señorita. Está en el gimnasio.
Gracias.
Caminó por los pisos de madera lustrada sintiendo esa suavidad en sus pies hasta el gimnasio; que no era otra cosa que una habitación acondicionada con tal fin en el lado más alejado de la casa. Tenían mancuernas de varios pesos, elípticos, bicicletas fijas y cintas caminadoras donde Mauro estaba trotando. Lo encontró con los auriculares puestos y mirando el piso. Su respiración se acompasaba con el ritmo ligero del ejercicio, su frente brillaba por el sudor. Llevaba pantalones cortos y zapatillas, su remera colgaba del costado de la máquina, se la había quitado. Solo levantó la vista al ver a Julieta a unos pasos delante de él, luego la devolvió al piso.
¿Qué te ocurre? – preguntó ella.
Nada – dijo distante.
Mírame, te estoy hablando – levantó un poco la voz para llamar su atención – ¿Por qué estás así?
¿Así como?
No lo sé… frío y distante. Apenas me diriges la palabra. No me llamaste hoy. No me saludaste al llegar…
Estaba ocupado.
Ocupado ¿Haciendo qué?
¡En reuniones con mi padre Julieta! – él levantó la voz apagando la máquina en el proceso - ¡Tú deberías saberlo!
¡Yo no agendé ninguna reunión para hoy Mauro!
¡Pues no sé! – se quejó - ¡Allí estuve todo el puto día!
Apenas si me tocas – susurró apenada.
¿Qué quieres de mí? Estoy de aquí para allá todo el día. Tengo demasiadas cosas que hacer Julieta que …
Ese es el problema – lo interrumpió – Yo no soy una maldita cosa Mauro.
Ella salió de la habitación hecha una furia. Oyó la voz de Rosí detrás de ella llamándola, pero dio un portazo y se encerró en su cuarto. No iba a salir de allí, ni siquiera iba a cenar. Se sintió furiosa, encolerizada y… sola.
Pasó un par de horas mirando la televisión y leyendo una novela en la Tablet hasta que se quedó dormida. La despertaron los besos que Mauro le estaba dando en el cuello y sus manos tocándole los pechos, entonces él le dijo.
Lo siento nena. Tú no eres una cosa… ven – la ayudó a darse vuelta y la colocó debajo de él – Déjame quererte.
Le quitó el camisón y la ropa interior, él ya se había desnudado. Comenzó a penetrarla y a besarla. Ella gimió ante cada embestida, pero sin poder llegar a excitarse y así tener un orgasmo. No era la primera vez que le sucedía algo así. Entonces cerró los ojos y recordó el baile del striper. Se lo imaginó haciéndole todo aquello que deseaba y lo que podría haber tenido con él. Pensó en su cuerpo musculoso y su culo perfecto, la sonrisa socarrona y sus ojos verdes; entonces tuvo el orgasmo más fuerte y placentero que jamás había tenido. Pero se lo había imaginado todo. Había pensado en otro hombre mucho más atractivo y así había logrado llegar al éxtasis. Luego de que Mauro tuviera su momento, se recostó a su lado, suspiró para recobrar el aliento y se durmió de espaldas a ella, dejándola con una sensación de soledad otra vez.
Los días fueron pasando y la boda se acercaba rápidamente. Luego del episodio del gimnasio, Mauro había sido un poco más contemplativo ante las demandas de Julieta y le había hecho el amor varias veces; pero ella había tenido que recurrir a los mismos métodos para llegar a excitarse. Volvió a pensar en el hombre rubio y de ojos verdes cada vez que tenían sexo. Odiaba tener que hacer eso y seguía atribuyéndolo al estrés. Solo pensó que en poco menos de una semana ambos estarían en Bahamas descansando en las playas paradisíacas, disfrutando del sol, tragos y mucho sexo.
Era miércoles al mediodía, Julieta iba al gimnasio para ponerse en forma, pasar el rato y sobre todo relajarse. Siempre iba acompañada de Carla, su mejor amiga, pero ese día ella se había excusado. Le había dicho que el período le había bajado y que no se encontraba bien, por lo que Julieta había ido sola a la clase de cross fit. Había sido una clase estupenda que la había hecho sentir con mucha energía y de excelente humor. Volvió a su casa para darse una ducha rápida, vestirse y volver a salir.
Había decidido cancelar el almuerzo con su madre y la próxima reunión que tenía en su agenda sería en un par de horas, así que decidió ir a ver a su amiga para saber cómo se sentía. Le solicitó al chofer que la llevase, ya que no quería lidiar con el tráfico, el calor o los piquetes.
De camino, se relajó y agendó algunos compromisos y conferencias para su suegro. Había recibido una llamada de un programa de televisión que se emitía muy temprano en la mañana y el periodista era de renombre, pensó que sería una entrevista más que interesante para seguir arriba en las encuestas. Su trabajo le gustaba, lo hacía de manera eficiente y por eso su futuro suegro le había pedido que lo llevara a cabo.
Julieta era estudiante de administración de empresas en la universidad cuando había conocido a su prometido. Llevaba media carrera cursada y aprobada con buenas calificaciones cuando el candidato a jefe de gobierno le había propuesto trabajar para él. Primero como asistente y luego como su jefa de prensa en la campaña. Iba y venía todo el día organizando toda su vida, desde el desayuno hasta la cena; y lo hacía tan bien que el hombre le pagaba con creces su trabajo. Como hacía un año se había comprometido con Mauro, su hijo, gozaba de ciertas libertades; como no ir con él a todos lados, a cada entrevista o conferencia. Julieta podía trabajar y ocuparse de los preparativos para el enlace. Así de eficiente era ella.
Llegamos señorita – le dijo Walter, el chofer, antes de detenerse. No se había percatado de que estaba en la puerta del edificio donde Carla vivía.
Tomó su cartera, la Tablet y guardó el celular. Cuando se disponía a bajar del auto, levantó la vista y los vio, entonces, había entendido todo. Las largas ausencias de Mauro, las reuniones imprevistas, las migrañas y los períodos tortuosos de su amiga. En el palier vidriado del edificio estaba su prometido y su mejor amiga. Se estaban besando apasionadamente. Ella se colgaba del cuello de Mauro, como si de eso dependiera su vida y él se sostenía su cabello negro. Literalmente se comían la boca el uno al otro, mientras él la mantenía aprisionada contra la pared. Incrédula del espectáculo que estaba presenciando Julieta bajó el vidrio de la ventanilla pulsando el botón, para que el polarizado diera lugar a una imagen más nítida y clara de la situación. Incluso dolorosa. “Elisa tenía razón” pensó mientras los miró besarse y tocarse frenéticamente desde el auto.
Cuando Mauro soltó por fin a su amante, ambos sonrieron; hasta que él se percató de la presencia de Julieta sentada en el asiento trasero del Mercedes Benz estacionado en la puerta del edificio.
¡Mierda! – dijo soltando a Carla y salió deprisa del palier hacia la calle. Carla, sin comprender, miró hacia afuera y vio a su amiga.
¡Ay carajo! – gritó casi con desesperación, llevándose las manos a la cabeza.
Vamos Walter – sentenció Julieta y antes de que su prometido llegase hasta el auto, el hábil chofer aceleró dejando la triste escena detrás de ellos.
Lo siento mucho señorita – dijo el hombre que también había sido testigo de todo.
¡Juli esperá! – le había gritado en vano el traidor de su novio.
¿A dónde quiere que la lleve señorita?
A casa. Esto se terminó – dijo y apagó su celular que había comenzado a sonar.
Claro. Estaremos allí en 15 minutos.
Gracias Walter – miró hacia adelante y el hombre inclinó la cabeza a modo de saludo viéndola por el espejo retrovisor.
Le había dedicado 7 años a esa relación. Había apostado al amor de ese hombre y lo había esperado para poder casarse cuando él terminase su carrera en economía. A sus 32 años, Julieta se había percatado de que había dejado sus propios sueños para cumplir los de alguien más. Había dejado todo para complacer a su madre, a su novio y a su suegro ¿Y para qué? Incluso le había sido fiel al imbécil durante todo ese tiempo porque era una mujer de principios y honesta, y le habían pagado con la más vil traición. Tenía un puñal clavado en la espalda y había sido su mejor amiga y el tipo con el cual ya no iba a casarse. “Ya no más”, pensó, y al llegar al piso de Madero buscó una vieja mochila y comenzó a juntar algunas cosas. Un poco de ropa, cepillo de dientes. Buscó entre sus zapatos de tacón algo cómodo para usar y se decidió por unas zapatillas.
Empacó sus jeans, remeras y ropa cómoda. Dejó atrás la ropa de diseñador, los bolsos caros de suela roja, los perfumes importados. Consideró todo aquello una mentira absoluta y quiso volver a sentir que valía la pena. No sabía qué sería de ella en ese instante, lo que si sabía era que no se quedaría allí ni un minuto más. “A la mierda la campaña, la boda y toda esta porquería” se dijo a sí misma.
Oyó la voz del infeliz de su novio llamándola desde la puerta y el cólera se apoderó de ella.
¡Juli! ¿Dónde estás? – la llamó con ella parada justo detrás de él.
Aquí estoy – respondió y al darse la vuelta para verla, Mauro recibió un cachetazo que retumbó en todo el lugar - ¡Hijo de puta! ¡¿Cómo fuiste capaz de hacerme algo así?! - gritó fuera de sí.
¡Espera! Estás muy alterada. Déjame explicarte – levantó las manos a la altura del pecho tratando de calmarla.
¡¿Qué me vas a explicar?! ¿Qué sos una mierda? ¿Qué mientras yo te pedía por favor que me tocaras te acostabas con mi amiga? ¿¡Hace cuánto que me toman por idiota!?
Juli no…
¡Juli nada! ¿Hace cuánto? – lo increpó señalándolo con el dedo.
Un año… pero – otro cachetazo en su mejilla le dejaba los dedos de su novia marcados.
Hace un año me pediste matrimonio imbécil ¿¡Para qué!? – gritó - ¿Para burlarte? ¿Para ver cuán estúpida soy? ¡Hablá carajo!
¡No sé!... ¡Solo pasó! – soltó por fin.
Solo pasó…
Sí – suspiró - Solo pasó – volvió a decir.
¿Solo pasó?... solo pasó… - Julieta caminó repitiendo esas dos palabras dirigiéndose hacia la terraza, mientras se quitaba el anillo de compromiso de brillantes y oro blanco de 24k.
¡No! ¡Detente por favor! – rogó - ¡No hagas una estupidez! – al oír esas palabras Julieta arrojó con furia el anillo por sobre la barandilla desde el piso 22 - ¡¿Por qué hiciste eso?!
No sé… solo pasó – se burló ella, levantó los hombros y volvió al cuarto. Tomó el bolso con sus cosas y salió del departamento, ante la mirada atónita de Mauro.
Condujo con furia hasta la casa de su madre en Barrio Parque. Su teléfono sonó una y otra vez con las llamadas de su, ahora, ex prometido y de su supuesta mejor amiga. Para ella ambos podrían irse a la mierda y vivir allá muy felices.
La habían engañado, le habían mentido, se habían reído de ella a sus espaldas y la traición era algo que no era capaz de perdonar, a ninguno de los dos. Buscaría la forma de alejarse y olvidar el daño que le habían hecho.
En casa de Perla, Julieta interrumpió la clase de yoga con su maestro personal. Al verla en ese estado de agitación, su madre canceló la clase, se despidió del maestro y le indicó a la muchacha del servicio que le hiciera a su hija un té de tilo bien cargado.
La hizo sentarse en la sala de estar y le pidió que se tranquilizara. Julieta hervía de furia.
Tómate el té querida – le indicó a su hija, ya que la mucama lo había dejado en la mesa ratona justo frente a ella – Iré a cambiarme de ropa, vuelvo enseguida – Perla no podía dejar que la vieran vestida en esas fachas. Simplemente era inadmisible. Volvió unos minutos después vestida con un vestido verde agua, lista para escuchar a su hija – Ahora sí, ¿Qué te ocurre? ¿A qué se debe tu estado tan alterado querida?
Mauro me engaña con Carla hace un año – dijo más calmada, luego de varios sorbos de té.
¿Mauro con Carla? – rió irónica – No es posible hija ¿Quién te ha dicho semejante falacia?
Nadie. Yo los vi y él confesó.
No puede ser – repitió incrédula.
Mamá… ¡Yo los vi!
¡Qué contrariedad!...
¿Contrariedad? – la bilis subió por su garganta, Julieta sospechó - ¿Tú lo sabías?
¿Cómo se te ocurre? – rió nerviosa.
¡¿Tú lo sabías?!
¡Ay Julieta no dramatices!... ¿Quién no tiene un muerto en el placard? – suspiró.
Mi prometido me estaba engañando, tú lo supiste todo este tiempo ¿Y no fuiste capaz de decírmelo? ¡Y me dices que no dramatice! – Julieta sintió cómo el odio comenzaba a apoderarse de ella e hizo algo que a su madre le dolería más que cualquier cosa – No me casaré con Mauro. Cancelé la boda. No voy a permitir que él se burle de mí de ese modo.
¡¿Qué!? No, no, no… eso es un atropello…
Sí mamá. Esta boda no va a realizarse ¿Ves? Ni siquiera traigo el anillo de compromiso – le mostró el dedo anular izquierdo.
¡Julieta Navarro! ¡No voy a permitir que hagas una estupidez! ¡Ve y ponte ese anillo de inmediato! ¡Vuelve a casa y habla con el pobre chico! ¡¡¡Luis!!! – llamó histérica a su esposo.
Tiré el anillo mamá. Ya no existe…
¿Qué sucede? ¿Por qué tanto escándalo? – dijo Luis entrando a la sala.
¡¿Escándalo?! ¡Julieta canceló la boda!... ¡Eso será un escándalo!
¡Él me engañó!
Julieta – la llamó su padrastro con la serenidad que lo había caracterizado siempre – Ven conmigo al escritorio por favor. No alteremos a tu madre – ella lo siguió. Luis la hizo pasar y cerró la puerta para conversar tranquilos. La invitó a sentarse en una de las sillas frente al escritorio y él se sentó frente a ella – Dime hija ¿Qué fue lo que ocurrió?
Cancelé la boda con Mauro. Lo descubrí engañándome con Carla.
Que imbécil – dijo y a ella le sorprendió la naturalidad del insulto.
Lo siento Luis. Sé que llevas gastado un dineral con la fiesta, pero…
El dinero va y viene Juli querida. Pero tu felicidad no – la interrumpió – No me molesta el dinero gastado. Seguramente fueron más los caprichos de Perla que los gustos tuyos. Lo que sí me molesta es ese estúpido infeliz no te haya respetado en absoluto. Tú eres una mujer extraordinaria y no creo a nadie capaz de merecerte.
Gracias Luis – respondió ella con la voz quebrada. Las palabras de ese hombre la habían emocionado casi al punto del llanto.
Dime qué piensas hacer ahora…
No lo sé. No puedo pensar mucho ahora.
Entiendo. Sé que no soy tu padre, pero ¿Me dejas darte un consejo? – ella asintió – Tu madre hará lo imposible para que vuelvas con Mauro, te olvides del problema y vivas una vida miserable pero bien vista solo por capricho. Eso será si te quedas aquí. Y cuando digo aquí, me refiero a esta ciudad – Julieta oyó atenta – Yo te quiero como si fueras sangre de mi sangre y no toleraría verte sufrir ¿Tienes alguna pertenencia aquí? – Julieta volvió a asentir sin decir palabra – Bien, entonces te recomiendo irte a un hotel por unos días, para calmarte y pensar. Elige un destino y vete de viaje, sal de la ciudad. No te quedes en Buenos Aires, aquí no estarás tranquila. Usa la tarjeta, así solo yo sabré por dónde estás. Tómate un tiempo a solas contigo. Piensa en tu futuro, qué quieres hacer. Descansa y medita. Esta casa no será buena para eso con tu madre aquí. Dios sabe que yo amo a tu madre, pero no estoy de acuerdo con ella en muchos aspectos y uno era precisamente que te casaras con ese pusilánime. Así que cuanto más lejos estés, más fácil verás las cosas. Luego, cuando sepas qué hacer… hazlo ¿Te parece?
Sí. Creo que sí.
Haz lo que necesites, organízate de acuerdo a tus sueños y no el de alguien más. Yo me encargaré de todo aquí. Solo debes ir y ser feliz…
Julieta se abrazó con el hombre de 60 años, delgado, cabello corto y entrecano. Mirándolo a sus ojos negros susurró.
Gracias Papá – le había dicho por primera vez en su vida y el hombre se mostró emocionado.
De nada hija mía. Ve y haz tu vida de la manera que te plazca. Pero no dejes de avisarme por dónde es que estás y si estás bien.
De acuerdo – sonrió ella.
Si necesitas algo, lo que sea… solo llama – Julieta asintió, se abrazaron y se despidieron.
Para evitar otra escena de moral, Julieta saludó a su madre rápidamente. No necesitaba otro sermón por parte de Perla, así que solo le dijo “Adiós mamá. Te llamo luego” y se fue de la casa de Barrio Parque en busca de su destino.
Dejó el Audi plateado en la mansión y caminó unas pocas cuadras hasta un garaje que había alquilado en secreto durante varios años en busca de su viejo Peugeot 206. Ese auto lo había tenido desde que iba a la facultad y luego su madre la había obligado a deshacerse de él porque, según ella, parecía vagabunda en la calle con ese cascajo.
Lo cierto es que Julieta amaba ese coche y lo había guardado y hecho cuidar por el dueño del garaje. Ese día, el 206 volvió a hacer su mejor compañero.
Antes de emprender un viaje “desintoxicante”, Julieta debía visitar a la mujer más sabia, sincera y cariñosa. Tocó el timbre del hogar donde Elisa vivía y aguardó a que el enfermero abriese la puerta. Luego de los saludos cordiales de rutina, se encontró sentada a los pies de la cama de Elisa, con la mesa entre ambas, dos tazas de café y un plato con mufins que la mujer había hecho compar con apuro para recibir a su sobrina del alma. Le contó a la mujer todo lo sucedido con Mauro, Carla y su madre.
Yo lo intuí en aquél momento ¡Es un imbécil! Mejor que se haya puesto al descubierto ahora y no ya casados con hijos. Eso hubiese sido mucho peor.
Sí, eso sí.
¿Y qué vas a hacer ahora? Imagino que el celular no ha dejado de sonar con llamadas del estúpido, la zorrita esa y tu suegro. De seguro debe estar buscándote desesperado para que vayas a limpiarle el culo…- Julieta rió.
Sí. No dejó de sonar ni un segundo. Así que lo apagué y lo dejé debajo del asiento del auto.
¿Tu madre?
Como de costumbre, dando la nota. Ella lo sabía Elisa. Lo supo todo el tiempo y nunca me dijo nada.
No me sorprende. Ella siempre guarda las apariencias, “el qué dirán” es lo que realmente le preocupa. Va a estar bien.
Lo sé. Luis me dijo que se encargaría.
Bien. Ese hombre sabrá qué hacer con ella. ¿Cuándo te vas?
No sé. Por el momento me voy a quedar en un hotel y ahí decidiré qué hacer.
Me parece bien. Solo te pido una cosa.
¿Qué?
Cuando encuentres un lugar donde estés bien y segura avísame. Dime dónde te encontraré.
Claro que sí. Eso ya lo daba por descontado.
Gracias mi niña. Sabes que te adoro con todo mi corazón y que deseo solo lo mejor para ti. Pero debes irte ahora, este es el primer lugar a donde te buscarán.
Se abrazaron y se despidieron. Un poco entre risas y un poco entre llanto. Julieta prometió que la llamaría para contarle a cerca de su viaje y por dónde estaba. Luego se fue, en busca de su nueva vida.