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Capítulo II
ОглавлениеUnos días después del incidente que había puesto como loco al padre de Mauro, Julieta comenzó su viaje de sanación. Quería reencontrarse con ella misma e ir en busca de su destino.
Aunque su suegro la había llamado durante horas, la había buscado por todas partes e incluso había llamado a su amiga para preguntar por su paradero. El candidato a Jefe de Gobierno Porteño había perdido los estribos al enterarse de que la razón de la desaparición de su asistente, jefa de prensa y futura nuera había sido su hijo, Mauro Montepietra.
¡En qué pensabas! ¡Idiota! – había comenzado – ¿Dejaste ir a una mujer de excelente familia, inteligente y heredera del imperio de Luis Cash por una puta? ¡Una zorra que se acuesta con cualquiera con tal de tener lo que quiere! ¡Hasta yo lo hice! – le había gritado - ¡Todos lo hicieron! Eres un pelotudo, un inconsciente, un alzado de mierda ¡Lo arruinaste todo! Tu vida, la fortuna de la que pudiste haber sido dueño y mi candidatura. ¿Cómo crees que seguiré arriba en las encuestas si tú, pedazo de mierda, te acuestas con prostitutas estando comprometido con una mujer hecha y derecha? ¡Me van a lapidar! ¡La prensa se hará un festín conmigo! Julieta tiene una familia con el más grande emporio de la industria metalúrgica del país… si tú te casabas con ella todos nos hubiésemos beneficiado de esa unión. Lo único que debías hacer era ¡Cogértela! – hizo énfasis en la palabra - Y tenerla feliz. Ahora lo echaste todo a perder imbécil de mierda ¡No sirves para nada!
Mauro solo pudo oír a su padre apretando los dientes hasta el punto del dolor, porque sabía que tenía razón. Se había comportado como un imbécil y sus acciones le habían costado su matrimonio.
Siempre había sabido que Carla era una mujer que solo buscaba dinero. Que lo había seducido tan solo por eso, y él había caído en su trampa como un idiota. Supuestamente iba a ser tan solo una vez, se acostaría con ella para sacarse las ganas y luego seguiría con su vida, pero ella lo había buscado y seducido y él había accedido cada vez. Al punto de arruinar el sexo con su prometida.
Lo que no se había imaginado era que su padre le dijera que él también se había acostado con ella, ese había sido un golpe bajo. “Ve y búscala. Arrodíllate frente a ella y ruégale que vuelva contigo. O todo se irá al carajo” recordó las palabras de su padre antes de salir de su despacho.
Comenzó la búsqueda de Julieta. La había llamado sin descanso, dejado mensajes y textos, hasta que ya no pudo comunicarse más. Ella había apagado su celular. La había buscado en sus lugares favoritos. Confiterías, parques, hasta el gimnasio y nada. Ella no estaba. Había ido a la casa de su madre en Barrio Parque y había conseguido el apoyo de Perla, pero no así el de Luis; quién ya le había dejado bien en claro su postura en una charla que habían tenido a solas. Le había dicho que se había comportado como lo que era, un pusilánime, y que no contara con él para saber el paradero de su hija. Porque ella era demasiada mujer para él.
Tú no merecías y no mereces que Julieta si quiera te haya mirado – le había dicho - Ella te ha dado, o mejor dicho, ¡Perdido! 7 años de su vida por ti ¿Y así le pagas? – Mauro había hecho ademán de querer decir algo, pero Luis lo calló - ¡No! ¡No tienes derecho a decirme nada! Eres poco hombre, un idiota, una mierda. Y no creas que yo te diré donde se encuentra o donde estará ¡Porque jamás obtendrás eso de mí! Mi esposa no comprende razones coherentes y no espero de ella ningún acto razonable. De seguro te apañará para encontrar a mi hija, pero debes saber que si llego a verte en mi casa otra vez no seré indulgente ¡Yo mismo te echaré a patadas en el culo! – habiéndolo escuchado con atención y en absoluto silencio, Mauro salió de la mansión de Barrio Parque con el rabo entre las piernas.
Julieta había tomado el acceso norte y había seguido por esa arteria hasta convertirse en la ruta 9. Había vinculado el bluetooth de su celular con el auto para escuchar su música favorita. The Weeknd le encantaba, sobre todo “Blinding Lights” que era ideal para comenzar su viaje en ruta. Así que la cantó y movió la cabeza al son de los sintetizadores. Bajó las ventanillas para sentir la brisa en la cara y subió al tope el volumen en el 206, mientras cantaba “¡Hey, hey, hey!”, su viaje de liberación había comenzado y esa se convertiría en su canción.
Casi a mediodía había llegado a Rosario. Era una ciudad desconocida para ella y pensó que era una buena oportunidad para hacer un mini tour. No era su idea pasar mucho tiempo allí, ya que era otra ciudad grande y lo que en realidad estaba buscando era paz y tranquilidad.
Se detuvo para cargar nafta y comer algo. Se sentó en una de las mesas del freeshop con un sándwich de hamburguesa completo (hacía años que no se deleitaba con uno debido a la estúpida dieta estricta impuesta por su madre), bebió una gaseosa de lima limón y disfrutó de la porción de papas fritas que completaban el combo. Hacía calor y con el Río Paraná tan cerca se sentía la humedad. La temperatura llegaba a los 40°, pero disfrutaba de su comida bajo el fresco del aire acondicionado.
Hacía un par de días que tenía apagado su teléfono, se había hartado de las insistentes llamadas y mensajes de Mauro, Perla, Carla y su suegro. Estaba cansada de las personas asfixiantes que la había rodeado toda su vida. El tiempo le había quitado la venda de los ojos y podía ver con claridad. Se había armado de valor y los había mandado a todos a la mierda de una sola vez. Se sintió bien, ligera sin todo ese peso y libre. Ahora podía pensar en su futuro.
El mismo miércoles cuando había descubierto toda la trama de mentiras, se había hospedado en un hotel. La primera noche casi no había dormido debido al estrés. Su cabeza no había dejado de darle vueltas al asunto haciéndole imposible conciliar el sueño. Sobre todo pensando en la actitud de Perla, quién le había ordenado volver a su casa y olvidarlo todo. El que ella supiese del engaño y que hubiese tomado parte la había hecho enfurecer. Pero al día siguiente se había internado en el spa del hotel, entregándose a las sesiones de masajes descontracturantes, baños de barro, hidromasajes y a todo lo que la hiciera sentir como si estuviera en las nubes. La segunda noche había dormido como un gatito hasta avanzada la mañana. No habían teléfonos sonando, ni noticias en la televisión, ni computadora; solo el golpe en la puerta de su habitación con el servicio al cuarto. Mientras comía a gusto, había buscado películas para ver en soledad. No era una chica romántica, así que había dejado de lado las historias de amor para ver una serie policial de la ciudad de Chicago. Había pasado todo el viernes en el cuarto, vestida con la bata del hotel, sentada en la cama, comiendo todo lo que se le venía en gana. Miró películas y series hasta quedarse dormida.
Miró su reloj que marcaba la una de la tarde. En unas horas más debería haber estado casándose pensó. Sin embargo no había sido así y se sentía muy bien. Había terminado de comer, así que se subió al auto y recorrió la ciudad. Dejó el auto en una cochera y caminó por la calle San Martin atestada de gente. Había personas comiendo en los restaurantes y bares, comprando, caminando o charlando. Si bien a Julieta le gustaba ese bullicio de la calle, le hacía acordar a esas tardes con sus amigas caminando por el centro de Buenos Aires y ella quería dejar atrás toda aquella vida.
Divisó un local de venta de celulares y decidió que era el momento justo para cambiar el número. Quería encender el suyo para poder tomar fotos a todo lo que viera y le llamara la atención. Sabía que si lo prendía en ese instante comenzaría a sonarle con los llamados y mensajes indeseados. Caminó hasta el negocio y le solicitó al vendedor un nuevo chip.
¿Está segura de que quiere dejarlo como cuando lo compró? Perderá mucha información, sus contactos, todo…
Esa es la idea – sonrió - ¿Puede hacerlo?
Seguro.
Solo déjeme anotar dos números telefónicos y el resto se va. Necesito que habilite un número nuevo.
Muy bien. Solo deme una hora más o menos y se lo tendré listo, con el chip funcionando y sin memoria.
En una hora estaré de vuelta – volvió a sonreírle - ¡Gracias!
Julieta dejó el negocio con la esperanza de que el hombre hiciese un gran trabajo y borrara todo recuerdo. Caminó unas cuadras más y se sentó en la mesita de un café que vio sin tanta concurrencia. Le solicitó al mozo un jugo de naranja y comenzó a leer un libro que había comprado hacía tan solo un momento en una librería en la misma calle. Estaba tan abstraída con la lectura que no se percató de los ojos verdes que la observaban desde otra mesa algo apartada de la suya. El tipo rubio dejó dinero pagando la cuenta, se puso de pie y se acercó a Julieta que estaba muy concentrada leyendo.
¿Qué no ibas a casarte? – dijo con un tono grave de voz sobresaltándola. Dejó el libro en el bolso al ver quién le había hablado.
¿Qué haces aquí? ¿Acaso me sigues? – le preguntó y el striper sonrió.
¿Puedo sentarme? – señaló la silla frente a ella.
Sí, claro – luego de verlo sentarse ella volvió a preguntar - ¿Me estás siguiendo?
Yo pregunté primero – dijo él - ¿Acaso no te casabas hoy?
Exacto, me casaba. Tiempo pasado.
O sea que…
O sea que no hubo boda porque la cancelé – sorprendido cruzó los brazos sobre el pecho asintiendo con la cabeza. Julieta lo miró y pensó que era más atractivo de lo que recordaba. A la luz del sol los músculos de los brazos resaltaban y el hoyuelo de la mejilla derecha se hizo presente en su sonrisa torcida.
Cuéntame… Julieta ¿Cierto?
Ajá – pudo decir.
¿Por qué cancelaste la boda? – el corazón de ella no quería quedarse en su pecho, explotaba con cada latido.
Descubrí al muy imbécil engañándome con mi mejor amiga…
¡Déjame adivinar! – con el puño en el mentón miró hacia arriba en pose de “hombre pensando” - ¿Fue con la morocha de cabello corto y mirada triste? ¿La de ojos pardos? – preguntó seguro.
Sí, con ella ¿Cómo lo sabes?
Porque esa noche quiso tener sexo conmigo. Le dije que no y se fue con mi compañero. El que vestía como policía – el nivel de zorra de su “amiga” había alcanzado niveles insospechados se dijo Julieta. Y siguió preguntando.
¿Por qué le dijiste que no?
¿No es obvio? – le contestó y le guiñó un ojo haciéndola sonrojarse.
¿En algún momento me dirás cómo te llamas?
Me llamo Leo ¿Por qué viniste a Rosario?
Estoy de paso ¿Y tú?
Yo soy de aquí y de allá. Cuando trabajo como modelo vengo a Rosario, cuando no, estoy en Buenos Aires seduciendo a novias fugitivas – ella se carcajeó.
¡Yo no soy fugitiva! ¡A mí me engañaron!
Entonces seduzco a novias despechadas.
¡No voy a acostarme contigo! – aunque en ese momento quisiera arrancarle la ropa, Julieta se mantuvo a raya.
Es una pena – se mofó Leo – Hubiese sido… perfecto – suspiró – Dijiste que estabas de paso ¿A dónde vas?
Aún no lo sé. Quizás vaya a conocer el norte. Igualmente iré a donde me diga el viento.
¡Ese tipo es un imbécil! – soltó él sorprendiéndola. Pero le había gustado.
¿Por qué? – estaba intrigada.
¿Cómo que por qué? ¡Solo mírate! Eres una mujer hermosa, culta y yo estoy loco por ti desde que te vi. Solo me has dejado darte un beso y aún le eres fiel… ¡Te dejó ir! Y aún lo respetas… es un maldito infeliz – las palabras de Leo la hicieron sentir incómoda. Había desnudado la verdad de tal forma que se había asustado y sentido vulnerable ante el hombre que acababa de conocer.
No le soy fiel. Ya no soy nada para él, ni él es nada para mí. Solo quiero darme un tiempo a solas para saber cuál será mi próximo paso.
Lo siento. Tienes razón. No deberías andar de promiscua solo por despecho. Debes pensar bien las cosas. Eres muy sabia, tienes los pies en la tierra. Ya no se ven mujeres así hoy día.
Leo acompañó a Julieta hasta el local de telefonía. Habían compartido la charla con jugo de naranja y cerveza (ella no bebió porque debía seguir conduciendo). Él se ofreció a pagar la cuenta y luego la acompañó el resto de su visita a la ciudad hasta que decidiera seguir su camino. Lo cierto era que si bien la había visto solo tres veces y besado una, Leo estaba enamorándose de esa chica de ojos azules y quería aprovechar cada instante a su lado, aunque no fuese correspondido.
El chico del negocio de telefonía le había formateado el celular borrándole absolutamente todo y tenía nuevo número. Agendó los teléfonos de Luis y de Elisa que ella había querido salvar. Le instaló nuevamente whatsapp y desde el dispositivo le dio de baja a sus cuentas de Facebook e Instagram. Oficialmente Julieta había dejado de existir. Pagó por todo el servicio del muchacho y salió con Leo de allí.
Caminaron juntos por la calle San Martin de regreso a la cochera, donde estaba el 206. En el camino se compró algo de ropa veraniega, como unos shorts de jean y remeras con tiras. Con la autorización de la empleada del negocio de ropa y la atenta mirada de Leo, Julieta se había cambiado. Se había dejado puestos unos shorts de jean azules, una remera blanca con tiras y sus zapatillas converse negras. Se recogió el cabello en una larga cola de caballo, pagó la compra y se fueron. Su acompañante le había cargado las bolsas como todo un caballero, mientras caminaban juntos las pocas cuadras hasta el estacionamiento. La “cita” estaba a punto de terminar y sabía que no la volvería a ver.
Leo guardó las bolsas dentro del baúl del 206 mientras Julieta acomodaba el bolso, algunos alfajores santafecinos que había comprado, una botella con agua y el celular dentro del habitáculo. Él se acercó a Julieta junto a la puerta del conductor.
Listo – dijo ella – El tanque está lleno, tengo mis cosas. Estoy lista – sonrió.
Dame tu teléfono – lo buscó nuevamente y se lo entregó. Leo agendó su número y luego se llamó a sí mismo para tener el número de ella – Escucha, sé que no me conoces y que necesitas tu tiempo a solas. Pero si algún día vuelves aquí o a Buenos Aires y deseas verme… no como striper, sino como el hombre que soy. Como esta tarde. Por favor llámame ¿Sí? – nunca se había sentido así con una mujer antes. Había algo especial en ella y solo la había besado. Jamás había tenido que pedirle a ninguna chica que lo llamase. Siempre había sido al revés. Se sintió algo idiota, pero ¿Qué podía hacer? La tomó por los hombros y se acercó a su boca. La miró a escasos centímetros casi sin pestañear – Solo un beso, uno más…
Julieta recorrió el pequeño trecho que los separaba y juntaron sus labios. Se sostuvo llevando sus brazos alrededor de su cuello y él le rodeó la cintura. Leo la beso tan intensamente que ella perdió el sentido. Se besaron como si de eso dependieran sus vidas. La puerta del 206 estaba abierta, estaba todo listo para que siguiera su viaje, pero ahí estaban los dos. Abrazados. Muy juntos. Besándose hasta que necesitaron respirar. Muy despacio se separaron, sin dejar de verse. Él acarició su mejilla. Sus corazones latían frenéticos. Julieta se replanteó si en verdad quería irse, el beso la había hecho dudar.
Vete. Busca tu destino – dijo él – Y si tu destino te trae de vuelta aquí, estaré esperándote – ella sonrió y Leo volvió a besarla, pero esta vez más sereno y tranquilo. Saboreándola, sintiéndola. Cuando logró separase de ella, se sonrieron. Julieta subió al auto y él le cerró la puerta – Ve con cuidado. Escríbeme y cuéntame de tu viaje – se dieron un pequeño beso a modo de despedida y ella saludó.
Nos vemos Leo – él tuvo esperanza; no había sido un “adiós”, había sido un “Hasta luego”.
Julieta dio marcha atrás con el 206, mientras Leo la saludó con una mano en alto y la otra en el bolsillo delantero del jean; puso primera y salió de la cochera tocando dos veces la bocina y se alejó del lugar.
Leo la observó irse; esa chica tenía algo especial, no supo si habían sido sus ojos, su sonrisa o el haberla encontrado tan sexy en el club esa noche. Ese fulano que la había engañado era un imbécil al haberla dejado ir ¿Y él? ¿Acaso era un idiota por no haberla seguido? La quería para él, todo su ser demandaba mucho más que solo un par de besos (los mejores de su vida), pero el auto ya había salido de su vista y Julieta se había marchado sin rumbo alguno. Tenía esperanza de volver a verla algún día, pero para ese entonces, juró que haría lo imposible por conquistarla y retenerla a su lado.
Julieta había tomado la ruta 11 hacia el norte. Aún no sabía a donde dirigirse, pero no le importó. Aún tenía el hormigueo en los labios debido al beso con Leo. Antes de salir de Rosario había tenido la necesidad de volver a buscarlo. Pero había seguido su marcha pensándolo y al darse cuenta, se encontró en la ruta nuevamente habiéndolo dejado atrás.
Media hora más tarde, encendió la radio para escuchar algo de música y divisó el cartel de que estaba en la localidad de San Lorenzo y sin dudar quiso conocer aquél lugar donde el Gral. San Martin había librado su única batalla en suelo argentino, allá por 1813. Se detuvo en el Campo de la Gloria, divisó el Convento de San Carlos y tomó su primer fotografía con el celular. Recorrió los 9 prismas de concreto con la mirada, acercándose para leer en cada uno los lugares de donde eran originarios los 9 granaderos caídos en la batalla. Dijo en voz alta el nombre de cada uno y 9 veces hizo la señal de la cruz mostrando su respeto. Contó los mástiles que rodeaban a los pilares hasta llegar a 16 en total, todos con la bandera nacional en lo alto.
Sintió escalofríos. Había leído y le habían contado a cerca de ese combate, del heroísmo de cada uno de sus protagonistas y Julieta estaba allí, admirando todo, fotografiando y guardando en su corazón cada instante. Se acercó a la llama votiva que homenajeaba a los héroes de San Lorenzo y la fotografió. Se acercó a un pequeño árbol de pino que tenía una inscripción y leyó que ese ejemplar era un hijuelo del mismo pino donde el General se había sentado a descansar y había dictado el parte de guerra para Buenos Aires luego de la batalla. Julieta tomó la botella de agua, la abrió y regó con ella el árbol, un gesto que demostraba su orgullo por la patria y sus héroes.
Minutos más tarde, volvió a subirse al auto y retomó su camino. Antes de salir de San Lorenzo, le envió una foto de ella en el Campo de la Gloria a Luis y le escribió: “Hola papá, estoy bien. Conociendo un poco mi país. Este número es nuevo. Por favor no se lo des a nadie. Ni siquiera a Perla. Besos, Juli”
Él respondió de inmediato: “Estás hermosa hija mía. Ve con cuidado y tranquila. Luis”
Luis llevaba siempre consigo el celular y cuando no, lo tenía con contraseña para desbloquearlo. Él ya no confiaba en su entorno, sobre todo en Perla. Luego del lamentable hecho con su adorada Julieta, algo en su relación con su esposa se había roto. La había encontrado husmeando entre sus cosas, tratando de ver su celular y eso le había molestado sobremanera.
Lo había interrogado por el paradero de su hija y él se había negado a decírselo, contestándole que no sabía a dónde se había marchado.
¡Tú sabes dónde está! ¡Haz que vuelva y se case con el pobre de Mauro! El chico parece alma en pena por ella.
Primero, no sé a dónde está tu hija y segundo, ese infeliz, por mí, puede irse al carajo con su alma en pena y la zorra esa.
¡Luis! ¡Por Dios Santo! – Perla se persignó.
No pronuncies a Dios en vano querida. Él sabe muy bien las cosas que Mauro le hizo a Juli y no creo que esté en desacuerdo conmigo…
Un error lo comete cualquiera. Esa chica no sabe lo que hace Luis.
Ella es muy inteligente Perla querida, me duele que tú la juzgues como una boba solo porque no cumplió con tu capricho.
Incluso el padre de Mauro y candidato a Jefe de Gobierno lo había llamado rogándole por el paradero de su nuera.
¡Por favor señor Cash! Mi hijo cometió un error. Dígame donde la encuentro, como doy con ella y yo mismo le hablaré.
Mire señor – dijo manteniendo su distancia – Yo no sé dónde está mi hija. Pero de saberlo y si ella me lo pidiese no se lo diría. Ella es una mujer hecha y derecha y no la haré sufrir.
Pero si hasta se ha llevado mi agenda. Se fue sin decir nada. La gente me llama por los compromisos que yo tenía con ellos y no sé quiénes son. Necesito urgente que Julieta me diga dónde la dejó. No estoy enojado con la muchacha, solo preocupado.
No entiendo por qué estaría usted enojado con ella, si fue su hijo el que desató todo este lío. Pero le aconsejo que vaya y se compre una Tablet nueva y que comience todo de nuevo – le dijo irónico y cortó la llamada. Segundos después se echó a reír a carcajadas solo en su despacho. Le contaría a Julieta el episodio cuando la viera.
Lo que su suegro no sabía era que Julieta había tomado la Tablet que usaba como agenda, donde la vida electoral del candidato estaba organizada hora por hora, día por día y la había hecho añicos con un martillo en la habitación del hotel. Martillo que había comprado en una ferretería con ese fin y que luego, al ver el aparato destrozado sobre la alfombra, le había dado un ataque de risa hasta que le dolió el estómago. Luego arrojó los restos a la basura y bebió vino blanco para celebrar.
Habían pasado unas horas desde su visita al Campo de la Gloria en San Lorenzo; Julieta iba con una sonrisa mientras manejaba por la ruta 11 hacia el norte. Ya había pasado por la ciudad de Santa Fé y había cargado combustible. Había comido un par de alfajores santafecinos y tomado mate con el auto cebante, ya que sola le era imposible hacerlo a la manera tradicional (con un termo y un mate). Al día le quedaban pocas horas y comenzó a pensar en dónde pasaría la noche, mientras escuchaba la radio. Su humor había cambiado repentinamente al oír que la canción que trasmitía la radio era “All of me” de John Legend, esa que juntos con Mauro hubiesen bailado como primer canción como marido y mujer. La había elegido en lugar de bailar el típico vals porque había creído que hablaba de ambos, que supuestamente se amaban. Miró la hora en el reloj del tablero del 206 y notó que era la hora exacta en que la boda se hubiese estado realizando. El golpe fue duro para ella. Miró por los espejos y se detuvo en la banquina con las balizas encendidas. Sintió algo en el pecho que no había sentido antes y al dejarlo salir, se había convertido en un llanto cruel y amargo. Sintió como se le había roto el corazón y al darse cuenta de ello gritó “¡Hijo de puta!!”, luego susurró “¿Qué hice para que me hicieras esto?”. Estaba haciendo su duelo, ese que no había podido hacer antes debido a esa coraza de hierro que llevaba sobre su ser para cubrirse de los demás y que Mauro había logrado romper, volviéndola vulnerable.
Cuando logró tranquilizarse, respiró profundo y soltó despacio el aire. Se limpió las lágrimas de la cara y bebió agua. Volvió a encender el auto, miró por los espejos, segura de que nadie venía detrás, volvió a la cinta asfáltica y siguió con su viaje.
Debía olvidar, dejar todo atrás. Comenzar de nuevo, una nueva vida lejos de Buenos Aires y de todas las personas que la habían lastimado. Dar vuelta la página era crucial para salir de todo eso.
Eran casi las 8 de la noche, le quedaban pocos minutos de claridad. En el mes de Febrero aún anochecía bastante tarde, y aunque el atardecer en el campo era algo realmente precioso de ver, Julieta no quiso arriesgarse a que la noche la encontrara en la ruta y con poco combustible. Tampoco podía regresar a Santa Fé, la había dejado muy atrás hacía como 3 horas. Según el mapa de Google en su celular, unos kilómetros más adelante había una estación de servicio, así que hasta allí se dirigió.
Tal y como el mapa se lo había indicado, tan solo a 10 kilómetros más adelante había un paraje y una estación de servicio. Julieta bajó del auto y le preguntó al playero que estaba cargándole combustible.
Buenas noches señorita – la había saludado muy atento.
Hola ¿Cómo está?
Muy bien, gracias ¿Lo llenamos? – le preguntó y ella asintió.
¿Sabe de algún lugar por aquí cerca donde pueda pasar la noche? ¿Allí en frente se puede? – dijo señalando una posada con el frente pintado de rosa y bastante feo, tan solo cruzando la ruta.
Bueno mire… ahí en frente podría – dijo – Pero ahí se quedan muchos camioneros y a veces suelen llevar compañía ¿Me entiende? – su pregunta daba a entender que ese no era un lugar para una mujer como ella – Pero si sigue un kilómetro más adelante va a llegar a Margarita, va a ver un cartel medio gastado arriba de la ruta. El acceso esta medio escondido, pero se va a dar cuenta por los eucaliptos. Doble a la derecha y sígalo hasta el final.
¿El camino de eucaliptos?
Sí. Sígalo hasta donde termina – Julieta miraba hacia donde el chico le indicaba y hasta podía ver los árboles desde allí, de seguro eran enormes – Ahí va a ver una plazoleta grande y en frente una construcción blanca con azul ¿Me sigue?
Sí, perfecto.
Bien, ese es un hotelcito muy lindo. La señora es muy amable. Pregunte por María Rosa y dígale que Fede de la estación de servicio la mandó.
¡Muchas gracias!
No hay por qué señorita. Mejor se apura, porque allá ¿Ve? – señaló el horizonte a su derecha y ella miró también – Allá se viene una tormenta y no va a ver nada con la lluvia.
Es cierto. Mejor me doy prisa. Muchas gracias Fede.
Vaya con cuidado.
Julieta pagó el combustible y se despidió del joven, condujo el kilómetro como le había dicho y divisó el cartel que anunciaba su llegada a Margarita. Dobló a su derecha justo donde se encontraban los enormes eucaliptos. Los árboles se cerraban sobre ella formando una especie de túnel verde con camino de tierra, pensó que por la mañana ese lugar de seguro sería más hermoso. Condujo hasta el final del camino arbolado y allí se encontró con una casona bastante antigua. Pintada de blanco con molduras sobre las ventanas y la puerta en color azul.