Читать книгу Margarita - Camila Foresi - Страница 9
Capítulo IV
ОглавлениеLos días habían pasado y todo seguía igual. Juan iba a cenar cada noche y miraba a Julieta con ojos depredadores, ella lo observaba cada mañana al ejercitarse, antes de que el sol saliera. Pero no había habido otro beso o habían cruzado palabra alguna. Ambos esperaban el avance del otro.
Julieta se sintió confundida ¿Para qué la había besado de esa forma si ahora mantenía distancia? ¿Para qué la había reclamado como “suya” si ya no lo hacía? Había soñado con ese beso cada noche, incluso había tenido un orgasmo estando dormida. Juan la desconcertaba, pero a su vez lo quería devuelta en su boca, sentir sus manos en su cuerpo y su aliento cerca de su piel. Pero él tan solo la había mirado.
Se dijo que esa noche le hablaría y le preguntaría que le ocurría con ella, porque ya no soportaba ese silencio. “Si él no se decide, seguiré mi viaje hacia el norte” pensó.
Pero esa misma noche Juan no habría de llegar. Su camioneta se había descompuesto en medio de la nada y hacía un par de horas que había intentado arreglarla. Estaba a 20 km del pueblo, en un camino vecinal y quería ir a ver a Julieta para decirle que ya no podía mantener distancia, que necesitaba estar con ella y ¡Dios! Quería decirle tantas cosas; tenerla entre sus brazos y amarla hasta perder el sentido. Pero su F100 esa noche se había convertido en su peor enemiga. Maldijo su mala suerte haciendo lo imposible por arreglar lo descompuesto lo antes posible y volver a Margarita.
Jano había visto a Juan en el campo de su amigo, en realidad, solo había visto su camioneta estacionada allí (de seguro estaría en alguna parte arreglando una máquina del dueño del lugar) y decidió que era tiempo de conocer a la chica nueva que paraba en casa de Marité. Estaba harto de conformarse con las migajas que le dejaba el semental del pueblo, ahora quería el plato fuerte. Cuando estuvo seguro de que nadie lo estaba viendo, se acercó a la F100 y le averió un par de cosas, de esa forma, iba a dejarlo a varios kilómetros dándole tiempo para ir a cenar y ver a la chica tranquilo, sabiendo que él no llegaría. Por lo menos por un buen rato. Alejandro había llegado al comedor y se había sentado en una silla vacía para cenar, Marité se acercó y lo saludó cordial.
Hola Jano ¿Cómo estás?
Bien doña Marité ¿Cómo está usted?
Bien nene ¿Te sirvo? – le mostró la bandeja con canelones que habían preparado con Julieta casi toda la tarde.
Solo aquí se come como Dios manda…
Como siempre
Ella le sirvió en su plato y volvió a la cocina, aunque había algo de ese muchacho que lo le gustaba, lo trataba bien como a todos. Minutos después Julieta salió de la cocina para ver que todos tuviesen lo necesario. Ante el saludo de Jano ella contestó. Intercambiaron algunas palabras como de dónde venía, si se quedaría por algún tiempo y cosas banales. También le preguntó qué le había gustado de Margarita, haciendo que se diera cuenta de que no había recorrido mucho del lugar y que no lo había conocido como era debido. Entonces Alejandro vio ahí la oportunidad servida en bandeja y quiso aprovecharla lo antes posible. La invitó a dar una vuelta luego de la cena para conocer los alrededores, aludiendo que había lugares muy bonitos para conocer de noche.
Julieta pensó que si le daba celos, quizás Juan se daría cuenta de que ella no lo esperaría y que pronto se iría del lugar si no le hablaba o le demostraba algo más; así que aceptó la invitación y terminada la cena, previo aviso a Marité de que saldría un momento, Jano y ella se subieron a la camioneta blanca de él y se fueron, a lo que ella creyó, sería una vuelta inocente por el pueblo. Pero se equivocaría.
Alejandro no era hombre de fiar y lo descubriría de la peor manera. La había llevado a ver varios lugares del pueblo, pero sin detenerse en ninguno; luego se desvió hacia la ruta diciéndole que a 5km había un bar muy lindo y con buen ambiente. Al llegar, se sentaron en una de las mesas y pidieron cerveza para ambos. Charlaron e hizo reír a la chica con supuestas anécdotas de él en el campo. Jano inventaba historias para ganar su confianza. Bebieron otra ronda de cerveza y en un descuido de Julieta, él adulteró su bebida colocándole una droga que la atontaría y la dejaría en estado de semi conciencia, algo que había conseguido de manera ilegal. Julieta bebió el contenido adulterado de su vaso sin percatarse del peligro inminente y pocos minutos después comenzó a sentirse mal. La vista se le había nublado y comenzó a marearse. Jano sonrió.
Por fin, luego de varias horas extenuantes, Juan había podido volver a poner en marcha el vehículo y recorrió los 20 km a toda velocidad, había tenido un mal presentimiento; lo que le había pasado estaba seguro que había sido adrede. Vio la camioneta Hilux blanca de Alejandro en el bar de las afueras y lo había tranquilizado pensar que no estaba en el comedor de Marité acechando a Julieta.
El servicio de la cena había terminado hacía como una hora y María Rosa estaba en plena labor de limpiar y ordenar todo. Extrañó a su nueva compañera, ya que con ella lo hubiese terminado mucho más rápido.
Juan notó las luces apagadas del salón pero no las de la cocina al entrar en la vieja casona. Caminó hacia dónde provenía el ruido de platos lavándose y lo alertó no ver a Julieta con ella.
¿Y Julieta? – preguntó de pronto, haciendo que Marité se asustara.
¡Hola! ¿No? – se quejó - ¿Dónde estabas? Sentate que ahora te sirvo la cena ¿O ya comiste por ahí?
No voy a comer. No tengo hambre.
¿Qué te pasó? ¿Por qué no viniste temprano?
La camioneta se rompió a 20 km y me demoré en arreglarla. Mañana tengo que revisarla bien porque no pude ver nada.
¡Qué mala suerte!
¿Y Julieta? ¿No te ayuda hoy?
Salió
¿Salió? – un sudor frío recorrió su espalda - ¿A dónde?
Jano la llevó a conocer el pueblo – dijo despreocupada y su sobrino estalló.
¡¿Qué?! – gritó volviendo a asustar a su tía - ¿¡Y la dejaste ir!?
¿Por qué no? ¡Ay Juan! Ya es una chica grande ¿No te parece?
¡Voy a matarlo! – gritó, Marité no comprendió el por qué - ¡Lo mataré! ¡Dame las llaves del auto de Julieta! – al ver que su tía no reaccionaba volvió a gritar - ¡Las llaves del auto ya!
¡No sé dónde están!
¡Mierda! – corrió hasta el cuarto de la huésped y revisó todo, encontrándolas por fin en la mesa de noche.
¡Juan! ¿Qué pasa? ¿Por qué te pones así?
¡Porque ese hijo de mil putas le va a hacer algo! ¡Por eso!
¿Cómo lo sabes?
¡Solo lo sé!
Disparado, corrió al auto y rogó porque el 206 anduviese bien. Levantando una nube de polvo, lo aceleró a su potencia máxima y se dirigió hasta el bar de las afueras, donde había visto la Hilux de Alejandro. Marité lo vio irse como alma que lleva el demonio sin comprender qué era lo que había ocurrido en realidad. Pero fuera lo que fuese, rezó porque Julieta estuviera bien.
Juan había llegado al bar de las afueras en 10 minutos, pero la camioneta blanca ya no estaba, “¡Mierda!” gritó y golpeó el volante del 206. Igualmente, bajó del vehículo y corrió a la parte trasera para asegurarse de que Julieta no estuviera allí. Al no verla, volvió a maldecir.
¡No, no, no!... hijo de puta te voy a encontrar.
Subió al auto y trató de serenarse para para pensar “¿A dónde más la llevaría?” su casa estaba demasiado lejos, la posada frente a la estación de servicio no era un lugar limpio y decente, nadie del pueblo iba allí, solo los camioneros de paso, “¡La estación vieja!” se dijo y hasta allí se dirigió. A ese lugar iban las parejitas a tener sexo, ya que podían estacionarse bajo el viejo tinglado y al estar apartada nadie veía lo que ocurriese.
Condujo por las calles de tierra como un loco. Quería encontrar a Julieta y matar a Alejandro por meterse con ella. Al llegar al viejo edificio del ferrocarril, Juan buscó una mancha blanca en el oscuro paisaje. Fue por el frente y al no ver nada, fue a la parte de atrás y allí la vio. La bilis subió por su garganta, tuvo náuseas. Apagó las luces del 206 para no alertar de su llegada y se acercó a la camioneta. No vio movimiento, no vio a Julieta. Bajó del auto sin cerrar la puerta y caminó sin dejar de ver el parabrisas. Tragó saliva y cerró las manos en puños apretados. Si estaba con ella lo mataría a golpes y si no, lo golpearía hasta saber dónde la había dejado. De pronto, vio el torso desnudo de Alejandro recostado boca abajo, alguien estaba con él. La ira lo embargó y abrió de un manotazo la puerta del conductor.
¡Ey! – gritó Jano ante la interrupción – Ay no… - balbuceó al verlo a Juan con la mirada inyectada de ira y cara de poco amigos.
Juan lo tomó por la cintura del pantalón, que aún traía puesto y lo tiró a la tierra.
¡Te dije que no la tocaras! ¡Maldito hijo de puta!
Juan lo tomó del cabello de la nuca obligándolo a arrodillarse, llevó su cabeza hacia atrás y desde allí lo golpeó en la cara. A los gemidos de Alejandro le seguían un golpe de puño. La sangre brotaba de su nariz y de su ceja partida. Lo golpeó en la quijada una y otra vez, hasta que perdió el sentido. Lo empujó al piso y lo dejó allí tirado. Buscó a Julieta, quién no se había asomado, ni gritado, ni le había dicho nada al verlo golpear a Jano. Pero lo que vio lo asustó como nada nunca lo había hecho. Julieta estaba inconsciente en el asiento de la camioneta. Su blusa estaba desprendida y el corpiño corrido hacia arriba, dejando al descubierto sus senos. Al acercarse a ella, le acomodó la ropa. No dormía, tampoco estaba ebria. Le salía espuma de la boca y los ojos se le iban hacia atrás. “¿Qué te ha hecho?” susurró, cuando terminó de acomodarle la ropa, se alivió de ver los pantalones en su lugar. No le había dado tiempo al malnacido de hacerle algo más. Julieta estaba fría. Trató de despertarla, pero había sido en vano. Entonces ella convulsionó y él se horrorizó.
¿Cariño?... ¡Cariño despierta! – entonces la alzó en sus brazos y la llevó al auto.
Con cuidado, la sentó en el asiento del acompañante y lo reclinó. Condujo hasta el Hospital de Reconquista a 95 km en menos de una hora. Al tomarle el pulso en el trayecto lo notó muy débil e hizo acelerar al 206 al máximo.
Cariño aguanta. Llegaremos pronto – le decía todo el tiempo – No me dejes amor…
El viaje hasta Reconquista le había parecido interminable, pero solo habían pasado 40 minutos. En el camino, había llamado a un amigo médico que trabajaba allí.
¿Román? – lo había llamado con el manos libres.
¡Ey Juan! ¿Cómo estás?
Dime ¿Estás en el hospital esta noche?
No amigo ¿Qué te ocurre? Te siento agitado…
No soy yo. Es mi chica.
¿Tu chica? – se sorprendió.
¡Si hombre! ¿Puedes ir por favor? Estoy a medio camino.
¡Si claro! Voy para allá ¿Qué le ocurrió?
No estoy seguro, creo que la drogaron.
Carajo. Bien, te veo allá en la guardia.
Gracias amigo.
Román y Juan habían sido amigos desde que eran niños. Habían compartido muchos veranos en Margarita, ambos esperaban con ansias esa época del año para verse e incluso habían estudiado juntos en la facultad en la ciudad de Rosario. Eran muy cercanos, casi como hermanos.
Los años en la gran cuidad habían sido los mejores para Román, había estudiado medicina y había compartido con su amigo su estadía en la época de estudiantes; aunque para Juan había sido un calvario, ya que él había sido obligado a estudiar abogacía y lo odiaba. Solo había pensado en recibirse lo más rápido posible y radicarse en Margarita por el resto de su vida. Lo único que había hecho esos años llevaderos era haber compartido con su amigo Román aquellos días.
Al recibir el llamado esa madrugada, Román se vistió en un tris y se dirigió al sanatorio, donde se desempeñaba como jefe de guardia. Al llegar a su lugar de trabajo, dio las especificaciones necesarias para recibir a “la chica” de su mejor amigo. Media hora más tarde y con todo dispuesto, Juan había llegado desesperado con Julieta en brazos.
¡Doctor! – lo llamó la enfermera - ¡Ya llegó! – Román corrió y vio a Juan con pánico en su rostro, parado al lado de una camilla con una chica muy delgada y pálida recostada en ella.
Hola amigo – le dijo sin mirarlo, ya que fue directo a Julieta - ¿Dices que la drogaron?
Eso creo, sí.
¿Cómo se llama?
Ju… Julieta – tartamudeó de los nervios.
No hay pulso… - susurró - ¡No hay pulso! – gritó después.
¡No! - Juan llevó las manos a su cabeza y los nervios lo tomaron.
Miró como Román se subió con gran destreza a la camilla sobre Julieta y comenzaba a practicarle RCP, a la vez iba gritando indicaciones a su equipo mientras los llevaban a ambos hacia adentro del hospital. Una enfermera detuvo a Juan en la entrada por donde se habían ido.
Aguarde en la sala de espera señor, ella está en buenas manos – y la señora cerró la puerta doble por donde se habían llevado a Julieta.
Derrotado, Juan se sentó en una de las sillas de la sala de espera y llamó a Marité.
¿Mamá? – le dijo y ella supo al instante que algo no estaba bien, porque solo la había llamado así cuando Juan se había asustado y habían pasado años desde eso.
¿Juan qué pasó? – dijo alarmada.
Estoy en Reconquista, en el hospital.
Dios Santo… ¿Qué le pasó a Julieta?
El infeliz la drogó. Quiso violarla...
¡Ay Dios mío! ¿Cómo está?
Llegó sin pulso – dijo con voz quebrada – Román la está atendiendo.
¡No puede ser!... tranquilo, tranquilo Juan. Román es un médico excelente, él va a saber qué hacer. Todo va a estar bien. Ya lo verás…
Sí. Espero que sí.
¿Necesitas que vaya?
No, yo me quedo. Te llamaré cuando sepa algo.
Sí por favor. Te quiero Juan.
Igual yo… - Juan colgó la llamada y reprimió el llanto que sintió en su garganta. Secó una lágrima que amenazaba con salir con el dorso de la mano y esperó a que Román le dijera cómo estaba “su chica”.
Tenemos pulso – dijo una enfermera que miraba el monitor conectado al corazón de Julieta.
Exhausto, Román revisó el corazón con el estetoscopio y confirmó que estaba estable. Sus compañeros lo ayudaron a bajar de la camilla para poder hacer mejor su trabajo. Junto a una ginecóloga, le quitaron la ropa con cuidado y revisaron si tenía signos de haber sido abusada, lo cual, afortunadamente, había sido negativo.
Le extrajeron sangre y la enviaron a analizar, le suministraron solución salina por vía intravenosa para limpiar su sangre de cualquier psicofármaco, le administraron oxígeno con una mascarilla y la mantuvieron en observación. Estaba estable. Una vez seguro del estado de Julieta, Román buscó a Juan a quién había notado extrañamente preocupado.
Bien Julieta – le dijo Román – será mejor que vaya a ver a tu Romeo.
La enfermera que controlaba el suero intravenoso rió ante la expresión del doctor. Román salió del cuarto y caminó hasta la sala de espera. Se fue quitando los guantes y el barbijo desechándolos en un bote de basura. Traspasó la puerta aún con el ambo azul marino y lo vio a Juan, más calmado, pero con evidente preocupación.
¿Juan? – saltó de la silla al oír su nombre y ver a su amigo allí parado junto a él.
¿Co… cómo está? – tartamudeó otra vez.
Ella está bien – al oír eso, se desplomó otra vez sobre uno de los asientos y suspiró aliviado. Román se sentó a su lado - Está estable, le administramos suero para limpiar toda la sangre de su sistema y oxígeno. Ahora debemos esperar a que despierte.
¿Con qué la drogó?
No lo sé aún. En unas horas tendré el resultado de los análisis. Juan ¿Qué pasó? – le dijo serio - ¿Quién es esa chica y por qué estás así por ella? – los ojos azules de Juan miraron a los negros de Román, suspiró y luego habló.
Julieta llegó a casa de Marité hace unos 20 días. No sé mucho de ella, solo que viene de Buenos Aires y que estaba de paso. Quise mantenerme lejos, lo intenté. Pero ya no puedo más.
¿La drogaste?
¡No! ¡Claro que no! ¿Cómo se te ocurre esa mierda?
Lo siento. Pero ¿Quién fue?
Fue Jano.
Pedazo de mierda. Luego nos encargaremos de ese. ¿Qué hay entre ella y tú? – Román habló muy seriamente, aquella conversación sería sin tabúes.
Aún nada. Solo un beso.
¿Solo un beso?
Sí.
¿Y por qué estás así? Tú no te pones así por cualquiera.
Amigo… tan solo al verla lo supe. Yo… yo creo que me enamoré de ella.
¿Crees o estás seguro?
Estoy seguro.
¿Ella lo sabe? – sonó un “bip” en el celular de Román.
No.
Pues ve a decirle amigo, porque acaba de despertar. Vamos.
Julieta despertó en la habitación de un hospital. Le dolía la cabeza de manera monstruosa y no sabía lo que le había ocurrido.
Una enfermera había tratado de calmarla, pero ella estaba demasiado nerviosa. No sabía dónde estaba, ni quiénes eran esas personas que le pedían que se calmase. Supo que era un hospital, pero ¿Por qué estaba ahí? Una de las enfermeras le dijo a la otra.
Avisa al doctor Montenegro que ya despertó – mientras la compañera hizo lo que le habían pedido, ella siguió tratando de calmar a Julieta – Señorita debe tranquilizarse, todo está bien.
¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué tengo esto en mi mano? – dijo mirando el catéter con el suero.
Afuera, Román caminaba a paso ligero acompañado de Juan. Ambos vieron a la enfermera afuera del cuarto que les dijo.
La paciente despertó, pero está muy sobresaltada.
Bien, la veré primero antes de darle un sedante.
¡Doctor! - llamó una joven que era la bioquímica de guardia esa noche y que en tiempo récord le había analizado la sangre de Julieta - ¡Le traigo los resultados! – le dijo agitada por la corrida.
Rohypnol. Infeliz – dijo molesto – Ven Juan – abrió la puerta y vio a Julieta muy nerviosa - Hola Julieta, soy el doctor Montenegro ¿Cómo te sientes?
¿Quién le dijo mi… - se extrañó aún más al ver que detrás del hombre alto, delgado y de cabello corto, entraba Juan a la habitación - ¿Juan?
Hola – le respondió él.
¿Qué ocurre? No entiendo nada.
Román se acercó a ella y la examinó rápidamente ante la atenta mirada de Juan, quien no le quitaba los ojos de encima. Aun así seguía sin entender nada en absoluto. Entonces el hombre vestido con ambo azul habló.
Julieta… ¿Cuál es tu apellido?
Navarro - y lo anotó en los papeles en su mano.
Bien, estás en el hospital de Reconquista.
¿A dónde?
A una hora y minutos de Margarita ¿Esté bien? – ella sintió - ¿Qué recuerdas?
Pues… estaba bebiendo una cerveza con un tal Jano que me invitó a recorrer el pueblo, porque hace días que estoy ahí y yo no lo había conocido aun.
Bien ¿Qué más recuerdas?
Solo que estaba bebiendo la segunda ronda y charlando con él. De pronto me sentí mareada… - se calló tratando de pensar.
¿Y? – dijo Román.
No lo sé… no recuerdo nada más. Luego de eso desperté aquí y me asusté.
Bueno, te diré lo que pasó. El tipo te drogó, le puso rohypnol a tu cerveza.
¿Qué es eso? – preguntó ella.
Le dicen la droga de la violación – Julieta abrió los ojos y comenzó a llorar de pánico.
Dice que me… me… - pero no pudo terminar la frase. Miró a Juan y al doctor.
No. No te violó – Juan suspiró aliviado – Es una droga que te deja en un estado de inconciencia, pero tú sigues moviéndote. Haces cosas que luego no recuerdas. Igualmente te examinamos por posible abuso, pero todo fue negativo.
Sigo sin entender cómo llegué aquí…
Juan te encontró. Te encontró justo a tiempo de que algo más te pasara. Pudiste haber muerto – Julieta se alteró al oír las palabras “violación” y “muerte”, entonces Román creyó conveniente suministrarle un relajante para que pudiese dormir y descansar.
Juan, que se había mantenido en completo silencio durante la charla entre Julieta y Román, buscó una silla en un rincón de la habitación y se sentó a un lado de la cama. Ahí se iba a quedar hasta que Julieta volviera a despertarse.
Juan quédate con ella.
No pensaba irme.
Perfecto. Volveré en unas horas para ver cómo está.
Gracias amigo – se dieron la mano y una palmada en la espalda.
De nada. Te veo luego Romeo.
Juan sonrió ante el chiste de su amigo. Miró a Julieta, le besó la palma de la mano y recostado sobre el borde de la cama se quedó dormido.
Al día siguiente, o unas horas más tarde, Julieta despertó. Esta vez, recordó que estaba en el hospital y verlo a Juan dormido casi en su regazo la tranquilizó. Por la ventana se filtraban los rayos del sol de la mañana. Le dio pena despertarlo, así que lo dejó dormir allí como estaba. Sintió su perfume embriagador y su respiración calmada y serena. Pero una enfermera la interrumpió mientras admiraba al chico guapo dormido allí.
Buen día – saludó la enfermera – Romeo y Julieta – dijo suspirando - ¿Cómo descansó?
Bien, eso creo… - contestó mientras le revisaba la intravenosa, le tomó la temperatura y la presión. La saludó y se fue. Como no había comprendido eso de “Romeo y Julieta” despertó a Juan.
Juan… - lo llamó bajito – Juan… - repitió acariciando su cabeza. Su cabello era sedoso al tacto y le encantó enredarlo entre sus dedos.
¿Qué? – respondió y se sobresaltó al recordar que estaba en el hospital - ¡Cariño! ¿E… estas bien? – tartamudeó nervioso y la miró expectante.
¿Por qué la enfermera nos llamó “Romeo y Julieta”? – él rió soñoliento.
No lo sé – mintió - ¿Necesitas algo?
¿Puedes contarme lo que pasó?, sigo sin entender cómo supiste ¿Cómo me encontraste?
Anoche llegué tarde porque la camioneta se descompuso. Cuando Marité me dijo que te habías ido con ese imbécil salí a buscarte. Conozco al tipo, no es de fiar. Ya me había insinuado cosas a cerca de ti hace unos días. Sabía que estabas en la casona y que estabas sola. Quise protegerte. Fui cada noche. Pero la camioneta se rompió a medio camino y no pude llegar antes. Los encontré en la estación de tren vieja. Estabas inconsciente y el tratando de violarte.
¡Dios mío!
¿Por qué te fuiste con él Julieta? – le reprochó.
No sé. Me invitó a salir y quise ir ¿Qué hay de malo con eso? – se quejó.
¡Que casi te mueres!
¿¡Cómo iba yo a saberlo!?
Dios Santo – exasperó – Si yo no hubiese llegado él hubiese podido… ¡Ah! ¡Maldito imbécil!
¿Por qué fuiste a buscarme? – pero antes de poder responder, una mucama entró a la habitación con té para Julieta y galletitas.
¡Buen día! – saludó y los miró – Hacen una pareja hermosa – sonrió y se fue. Julieta miró a Juan furiosa.
¿Por qué dijo que somos pareja? – Juan se sentó en la cama y le respondió arrogante.
Porque les dije que eres mi chica.
¿Tu chica?
Sí.
¡Solo me besaste! Y después no me hablaste por días y ¿Ahora soy tu chica? ¡Apenas si te conozco! – se molestó.
¿Por qué te fuiste con Alejandro? – quería saber la verdadera razón.
Ya te lo dije.
Mientes.
¡No!
¡Dime! ¿Fue para darme celos?
¡Sí! ¿Contento?
¡No! ¡Mira las consecuencias de tu estupidez!
¡¿Me llamas estúpida?!
¡Ey! – dijo Román entrando al cuarto – ¡Mírense! Como todo un matrimonio – se burló.
¡Cállate Román! – dijo Juan molesto, se levantó de la cama y caminó hacia la ventana. Miró hacia afuera, el día estaba precioso.
¿Cómo te encuentras hoy Julieta?
Bien doctor.
¿Solo bien? ¡Pero aquí yo veo mucha energía! – volvió a burlarse y ella se cruzó de brazos ofuscada. Román leyó en voz alta los resultados en los papeles – Bueno, parece que tu sangre ya está limpia. Tuviste una buena noche y estás sin la vía intravenosa – ella miró su brazo y descubrió que el catéter, en efecto, ya no estaba - ¿Te sientes bien para volver a casa?
Sí doctor.
Para ti solo soy Román.
De acuerdo – ella sonrió.
Bueno, ya tienes el alta firmada. Puedes irte en cuanto estés lista.
Gracias Román – el doctor le sonrió y caminó hacia la puerta de la habitación.
Juan – lo llamó – Ven conmigo, dejémosla cambiarse.
Ambos salieron hacia el pasillo y cerraron la puerta detrás de ellos. Justo ahí Román interrogó a su amigo.
¿Todo bien?
Ya lo viste ¿No?
¿Le dijiste?
¿Cómo iba a decirle? Me detesta…
Yo creo que te lo está poniendo difícil.
¿Difícil? ¡Es imposible!
Juan, Juan, Juan… ella no es como todas amigo. Pude verla cómo te mira y estoy seguro de que no lo hace como el resto. Mira a tu alrededor, de seguro las enfermeras te están mirando y te lo harían muy fácil para que te acuestes con ellas – Juan movió los ojos y miró sobre los hombros de Román, era cierto, todas las mujeres que allí los estaban observando – Solo hay una mujer que quiere algo más de ti, y está justo detrás de esa puerta – dijo señalándola – Amigo… ya deja de buscar – Román palmeó su hombro a modo de saludo y volvió a su trabajo.
Juan aguardó afuera del cuarto a que Julieta se vistiera y saliese, pero sentir las miradas indiscretas de las jóvenes enfermeras ahí lo pusieron incómodo. Algo que jamás habría creído posible. Llamó a la puerta y entró al oír el “pase” de la voz de Julieta. Cerró la puerta detrás de él y la encontró sentada en la silla. Parecía no sentirse bien. Se acercó rápido y se acuclilló frente a ella.
¿Estás bien? ¿Necesitas algo? - al correr el cabello de su rostro y ponerlo detrás de su oreja descubrió que estaba llorando - ¿Qué te ocurre? – habló bajo y con dulzura.
¿Es verdad que casi muero?
Si – susurró. Sostuvo el rostro de ella con las manos y la miró a los ojos llenos de lágrimas - Pero no ocurrió.
Soy una estúpida – dijo llorando con pena y algo de vergüenza.
No lo eres – besó las lágrimas de sus mejillas y volvió a mirarla a los ojos – Yo te cuidaré.
La besó en los labios suavemente. Un beso tierno que le había sido correspondido y que le había hecho latir muy fuerte el corazón. Estaba enamorado.
Al salir del hospital, Julieta se sorprendió al ver su auto allí estacionado. Se detuvo frente a él y preguntó.
¿Por qué mi auto está aquí?
Lo siento, debí usarlo anoche. Mi camioneta se averió y lo tomé para ir a buscarte ¿Quieres conducir? – Juan le ofreció las llaves del 206.
No – dijo y negó con la cabeza – Conduce tú. No creo poder.
Era una mañana hermosa, templada y con el sol en lo alto, ideal para un viaje en ruta. Pero necesitaban lo indispensable para eso, así que, antes de partir, hicieron varias paradas. Cargaron combustible y Julieta compró un termo y un mate (según ella eran muy necesarios para la ocasión) Mientras la esperaba en el auto mientras hacía las compras, Juan llamó a Marité a quien no le había hablado desde la noche anterior.
¡Juan! Estaba preocupada ¿Cómo está Julieta? – dijo con un poco de reproche.
Perdón, es que me quedé dormido.
Bueno, tu voz me hace pensar que todo está bien… ¿O no?
Si – suspiró Juan – Román ya le dio de alta, en un ratito salimos para Margarita.
¡Ay qué alivio! ¿Cómo estás?
Bien, algo cansado. Pero bien.
¿Y ella?
Está comprando un juego de mate – la miró a través del vidrio del negocio. Le pareció preciosa en cualquier momento y lugar.
¿Entonces está bien?
Perfecta – respondió dándole varios sentidos a esa palabra.
Los espero para almorzar.
Sí, llegamos al mediodía.
Colgó la llamada y Julieta se acercó a la ventanilla del conductor. Se agachó, le dio el nuevo juego de mate color rosa pastel y le preguntó.
Voy por unas facturas allá en frente ¿De cuáles te gustan?
De membrillo – respondió él que moría de hambre.
¡Igual que a mí! – sonrieron – Ahora vuelvo – miró a ambos lados y cruzó la calle ante su mirada atenta.
Ambos estaban sonrientes, la mañana estaba hermosa, las facturas riquísimas y el mate muy bueno. El viaje de vuelta a Margarita distaba mucho del que Juan había tenido que hacer durante la madrugada, con Julieta inconsciente. En ese momento, ella iba cantando, bailando y moviendo los brazos al son de la música. Cebó mate y comieron facturas, rieron y conversaron. Ese iba a ser un viaje perfecto para ambos.
El teléfono de Julieta sonó y Juan la notó particularmente muy contenta con quien fuese que iba a hablar. Quizás, hasta sintió algo de celos.
¡Hola papá! – entonces Juan se relajó - ¿Cómo estás?
¡Hola hija mía! Hace días que no sé nada de ti ni de tu viaje…
Es que no estoy viajando. Estoy parando en Margarita, Santa Fé.
¿Pero por qué? ¿No ibas al norte?
Sí pero este lugar me gustó mucho – y miró a Juan al decir eso – Y quisiera conocer un poco más por aquí.
Ya veo… ¿Y qué has conocido mi niña?
Bueno… - pensó - Vine a conocer la ciudad de Reconquista – Juan la miró extrañado - Es muy linda.
¿Dónde te quedaste?
En un hotel muy grande, pasé una noche increíble. La atención fue de lo mejor y la comida excelente. Casi como ir al paraíso - Juan cerró los ojos un instante y negó con la cabeza, no podía creer que le dijera a su padre que su estadía en el hospital había sido como el mejor hotel.
¿Estás conduciendo mientras hablamos? ¡No seas imprudente!
¡No, no! Un amigo me acompaña.
¿Amigo?
Sí, un muchacho que conocí en el pueblo – no le había gustado mucho que se refiriera a él de esa forma. Como un “amigo”. Pero comprendió que Julieta no podía decirle a su padre que él era más que eso. Juan deseaba ser mucho más que un amigo para ella.
Bueno mi niña, espero te cuides mucho ¿Vas a seguir pronto con tu viaje?
Pensaba quedarme un tiempo más aquí. En serio – dijo mirando a Juan y haciendo énfasis en la frase - En serio papá, me gusta mucho – se miraron y Juan tragó saliva. En ese instante supo todo lo que necesitaba saber.
Entonces quédate el tiempo que quieras. Debo colgar, tu madre está rondando.
Claro. Besos – colgó la llamada y volvieron a mirarse. Entonces Juan buscó un lugar y momento seguros para detenerse debajo de unos árboles alejados de la banquina. Detuvo el motor, se quitó el cinturón de seguridad y se volvió hacia la mujer sentada a su lado, expectante.
¿Vas a quedarte?
Sí.
¿Por cuánto tiempo? – él no quería involucrarse más de lo que ya estaba sabiendo que ella estaba de paso.
El que tú me dejes…
¿Qué quieres decir?
Juan me gustas. Mucho. Pero no quiero ser otra más de tu lista.
¿Fue por eso que quisiste darme celos?
¿Otra vez con eso?
Contéstame – aguardó un instante y ante su silencio insistió – Dímelo.
¡Sí! – confesó - ¡Estoy loca por ti! Pero tú no me hablabas y no sabía si jugabas conmigo. Dijiste que era tuya, pero luego me ignoraste. Me diste el beso más hermoso de mi vida y luego te apartaste ¡No sé qué quieres de mí! por días esperé a que me dijeras algo y no tuve respuesta alguna. Estoy confundida y pensé que así llamaría tu atención. Pero no quiero volver a sufrir. Si tú no sientes lo mismo seguiré con mi viaje y no veré hacia atrás… - Julieta había abierto su corazón esperando ser correspondida. Tuvo miedo a que su respuesta fuese “no”, pero ahí estaba, lo había dicho todo. Ante el silencio de Juan ella le rogó - ¡Por Dios dime algo!
¿Quieres saber si estaba celoso?
¿Lo estabas? ¿Quieres que me quede? – entonces Juan la miró, sintió cómo el corazón quiso salírsele del pecho. Lo que iba a decir no era fácil para él.
¡Sí, lo estaba! Estaba furioso y celoso de que te hubieras ido con ese infeliz. Sueño contigo cada noche desde que te vi llegar y muero por verte cada día. Quiero tenerte entre mis brazos y te deseo como a ninguna mujer desee en toda mi existencia ¿Qué si quiero que te quedes? Sí, no quiero estar otro día sin ti.
Ambos se miraron en silencio, oyeron sus respiraciones agitadas. No supieron qué más hacer. Habían tirado todas las cartas sobre la mesa. Juan desabrochó el cinturón de Julieta que seguía en el soporte y la sentó en su regazo. Con dulzura, acarició su mejilla y sin dejar de verla le confesó.
Estoy loco por ti cariño. Te quiero para mí Julieta Navarro… - ella sonrió y sonrojada le dijo.
No sé tú apellido – él sonrió también.
Castañeda. Me llamo Juan Castañeda…
Te quiero para mí Juan Castañeda…
Sonrieron y sellaron aquella conversación con un beso. Un beso largo e intenso, pero a la vez dulce y tierno. Volvieron a probar sus sabores, a sentir sus perfumes. Aquél beso se convertiría en el primero de muchos, en el principio de todo.