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“Déjalo llorar, no lo tengas en brazos todo el tiempo porque se acostumbrará”.


¿Cuántas veces nos han hecho dudar de lo que hacemos? ¿Cuántas veces discutimos, peleamos y nos sentimos sumamente culpables por cómo educamos y criamos a nuestros hijos?

En primer lugar, te decimos que, si elegiste el camino de la crianza respetuosa, lo estás haciendo bien. Hay días que van a ser buenos, otros malos, pero vas por el camino correcto.

Los miles de métodos y enfoques de crianza —los viejos, los nuevos, aquellos con los que creciste y aquellos de los que quieres aprender— vienen a tu mente en ese preciso momento en que quieres dar una respuesta —que esperas sea la adecuada— para tu hijo, tu alumno o tu paciente.

Aparece un nuevo paradigma, el de la crianza respetuosa, con ideas maravillosas e intervenciones que parecen acertadas. Y aquí estamos, aprendiendo nuevamente, tratando de apagar las viejas conexiones aprendidas y de cambiar el viejo chip de la disciplina autoritaria: rincón del castigo, “tiempo fuera” o dejar al pequeño llorando, decirle que se quede “pensando” en lo que hizo, etc. Es decir, dejar atrás muchos recursos que ya no deberían ponerse en práctica y la crianza del castigo de la que venimos:

“Un buen chancletazo a tiempo y esto no pasa”.

“Lo castigué y lo envié a su habitación porque arrojó su juguete”.

“¡Te dije que no gritaras!”.

“¡Vete a la oficina del director!”.

La extinción de la conducta (dejar que llore y distraerlo con otra cosa), las fichas (dar reconocimiento mediante premios por lo que hace bien y sacárselos cuando hace algo mal) y el complejo de Edipo (ese conjunto de emociones ambivalentes hacia los progenitores) siempre nos han dejado una certeza y cierta tranquilidad: la culpa está en el afuera. Y, para ello, la mejor forma de “corregir” es utilizar herramientas externas a los adultos para poner fin a una conducta.

Pero, si todo esto no funciona como pensábamos que lo haría, ¿qué hacemos ahora?

Nosotros como padres, educadores y profesionales que acompañamos el proceso de crianza somos quienes debemos gestionar las herramientas adecuadas para comprender, acompañar, escuchar, valorar y brindar posibles soluciones.

Ser un recipiente transformador para tu pequeño. Recibir esa conducta, transformarla, darle significado y devolverla de una manera que se logre cierto aprendizaje que le permita seguir creciendo. Redireccionarla en vez de corregirla.

Criar a los niños hoy exige sacarnos ese viejo y obsoleto chip de crianza y vaciar nuestras mentes de esos patrones mentales que antes pudieron funcionar (a un costo muy alto), pero que ¡ya no!

Debemos cuestionar y poner en duda los puntos de vista impuestos por un modelo de crianza antiguo. Debemos poder mirar a los niños con otros ojos que nos hagan querer buscar nuevas herramientas para ser ese educador que te hubiese gustado que fuesen contigo y que hoy tus pequeños necesitan.

Crianza positiva

Hablamos entonces de tener la mirada puesta en una crianza positiva. Este modelo no está relacionado ni con la permisividad ni con educar sin límites. Es un estilo de crianza que persigue que los hijos sepan afrontar con éxito sus desafíos vitales sin violencia y desde el respeto. Tiene como objetivo que nuestros hijos sean personas responsables, autónomas, decididas, resilientes, respetuosas, tolerantes y empáticas.

Para ello, debemos ser modelo y mostrarnos de esta misma forma.

La crianza positiva y respetuosa es una forma de criar que se fundamenta en los principios del amor incondicional, la empatía, la igualdad y el respeto. Se basa en entender al niño y sus necesidades, en la validación de sus sentimientos, en comprender la etapa de desarrollo en la que se encuentre, en su capacidad de captar —o no— la situación. Darle esa voz que aún no sabe alzar.

Educar desde el amor y el respeto comienza con el nacimiento y perdura a lo largo de toda la vida. Por ello, nunca es tarde para empezar un tipo de crianza positiva basada no solo en consejos enfocados únicamente en las necesidades de los niños, sino también en las necesidades de los adultos.

Pilares de la crianza respetuosa

AMOR INCONDICIONAL

Es el sentimiento de querer al niño por encima de todas las cosas, amar su esencia a pesar de sus equivocaciones. Tal y como es, sin pretender cambiarlo.

EMPATÍA

La empatía es la capacidad que tenemos de conectar con el otro, ponernos en su lugar y responder adecuadamente a sus demandas. Es una conexión a nivel emocional.

IGUALDAD

Entender que los niños tienen sus propias creencias y pensamientos. Dejarlos que se expresen libremente, sobre todo respecto a sus sentimientos.

RESPETO

El respeto hacia las necesidades básicas de los niños. Encontrar el equilibrio entre nuestras necesidades y las de ellos. Esto tiene que ser mutuo.

Así lograremos que nuestros hijos crezcan con valores y logren una autonomía que les permita desarrollarse con su entorno siendo responsables, resilientes, respetuosos, tolerantes y, sobre todo, más empáticos.

Nadie te enseña

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