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ОглавлениеPaso los recreos sentado con Anastasia, conversamos, ella revisa mis deberes, pone caras, hace correcciones. Ella es una estudiante excepcional, y yo digamos que no me esfuerzo mucho. Además directamente desecho lo que no me gusta.
Un ejemplo de que he tirado la toalla antes de subirme al cuadrilátero es matemáticas. Inmediatamente después de que el profesor de los buenos días y antes de que se ponga a explicar yo ya estoy buceando en mis fantasías o contemplando al ángel.
Observo al ángel todo lo que puedo, dentro de los límites de la corrección, claro.
María no es vigilada solo por mí, es cortejada por chicos y chicas. Todas las mañanas la dulce María regala a la clase una lección de moda. Los días que no hay educación física es la única que suele llevar tacones y los días que sí hay educación física ella se las apaña para destacar, de una manera o de otra, ya sea por su manera de hacer las cosas, por su deje Andaluz al hablar, por su manera de hacer un ejercicio, por el pelo, por el olor, por las mallas, por las zapatillas rosas, por lo que fuera María destacaba y eso era innegable.
Intento que muchas veces ella perciba mi inspección. Necesito cerciorarme de que ella se percate de que su simple presencia altera todo mi ser interiormente. Sus expresiones verbales como las no verbales están cargadas de belleza y sexualidad. Cuando paso cerca de su pupitre lo hago sin prisa, controlando la situación, intentando sentirme lo más seguro de mí mismo posible y al mismo tiempo intento hacerme el interesante. El tiempo del que dispongo antes de volver a pasar cerca lo empleo en buscar algún tipo de táctica que me sirva para despertar su atención, porque cuando paso a su lado y su cabeza está orientada hacia el lado opuesto, me siento vacío.
A veces Anastasia se me queda mirando mientras a su vez yo estoy mirando al ángel, pero no dice nada, no me pregunta, no me molesta.
Anastasia me hace los problemas, la observo, está concentrada en que mis deberes no evidencien que me he copiado, ella cambia algunos detalles.
— Eres buen estudiante, lees bien y cuando atiendes en clase lo agarras todo a la primera. ¿A qué se debe tu falta de motivación para el estudio? — La pregunta me cazó en fuera de juego.
— Difícil de explicar. ¿A qué viene eso ahora? — Intentaba eludir una conversación dolorosa para mí.
— Inténtalo.
— Verás Anastasia, para empezar creo que el sistema educativo no ayuda. — Anastasia estaba bregando con mis deberes, por ese motivo me daba la sensación de que entrábamos en terreno pantanoso.
— ¿Por qué no ayuda? No comparto tu opinión. Yo pienso que al primer atisbo de dificultad, al primer inconveniente, desistes. — No iba desencaminada. Pero no quería ahondar ahí, no quería tener que hablar de ello.
— Da igual. Abandonaré el año siguiente para emigrar a Londres. ¿De qué me iba a valer el esfuerzo?
— A lo mejor cuando llegue el momento de marchar no te apetece hacerlo. — Quedé descolocado. ¿Por qué decía eso? ¿Tenía que ver con ella?
— A lo mejor como tú dices cuando llegue el momento, por la razón que sea (la miraba fijamente e intentaba percibir algún tipo de gesto) no deseo marcharme. Pero ahora mismo esa es mi idea y hace que pierda parte de la motivación para estudiar, sobre todo en materias cansinas y asfixiantes. — No sabía si la había convencido o ella prefirió no seguir hurgando en la herida, el caso es que cuando volvió a hablar invirtió el tono para preguntarme.
— ¿Cuándo seas mayor querrás tener hijos? — La miré sorprendido por la pregunta.
— ¡Claro! Y tres o cuatro perros. Ya sé hasta sus nombres.
— Pues yo igual que tú, más tres o cuatro gatos. Y también tengo ya los nombres. ¿Quieres saber cuáles son?
— O sea que si una persona como yo se junta con una persona como tú, haciendo cuentas rápidas habría en casa entre niños, perros y gatos, ¡una docena de bichos!
— Necesitaríamos una casa grande. — Sonreía. Me encantaba verla sonreír e iba a esforzarme por conseguirlo todos los días.
— Y un buen psicólogo ¿no crees? — Había una cuestión que hacía tiempo me rondaba en la cabeza y vi este un buen momento para plantearla.
— ¿Te puedo hacer una pregunta? — Asintió con la cabeza. — ¿Por qué vistes así? Ya me entiendes, tan siniestra. Siempre te he visto de negro. — Anastasia se tomó su tiempo para responder.
— Verás podría soltarte el rollo de lo que implica ser gótica pero es que tampoco me siento identificada al ciento por ciento con ello. Simplemente me considero una amante de la literatura de Edgar Allan Poe y Lovercraft entre otros. Me gusta vestir así, es de la manera que más cómoda me siento. La música que escucho también dista mucho de la que se considera comercial. Seguramente con mi edad no sepa qué camino tomar aún, pero sí tengo claro lo que no quiero ser, no quiero ser una mujer superficial, que busca gustar a los chicos por encima de cualquier cosa, sin más conversación que este se lio con tal o esta se lio con cual o el vestido que se puso anoche la famosa de turno. Nuestra clase es un buen ejemplo de chicas así. — Esperaba que poniendo ejemplos no me nombrara a María.
— Pues me lo apunto todo, porque no podría estar más de acuerdo. Aunque no he leído nada de esos autores. Podrías pasarme algo.
— Claro, así podré llevarte conmigo al lado oscuro. — Sonreía maliciosamente.
— Yo contigo iría al fin del mundo, eso sí nada de poner la música horrorosa esa que escuchas.
— Trato hecho.
La luz resplandeciente del sol se filtraba por los ventanales del porche donde nos encontrábamos, lamiéndonos la cara y el cuerpo. El olor de los eucaliptos plantados en el arriate que había a nuestra espalda contribuía a que nuestros pulmones respiraran aire limpio. Todo parecía conjugarse para que el limitado espacio del que disponíamos todas las mañanas en el tiempo de descanso fuera cada vez más apetecible y satisfactorio, abriéndonos sinceramente las almas el uno al otro a través de la íntima conversación.
Me dirigí al baño dándole vueltas a todo lo que habíamos hablado. Cada día Anastasia me demostraba que era distinta, que estaba hecha de otra pasta y eso me entusiasmaba. Al volver del baño tardé menos de un segundo en percatarme de que algo no marchaba bien, apreté el paso y cerré los puños inconscientemente.
— Hola vaqueritos, estábamos intentando convencer a la gótica fea para que nos haga los deberes a nosotros también. — Los tres capullos rodeaban a mi compañera, esta había cerrado los libros y los miraba con cara de aburrimiento. Reían y se regodeaban, disfrutando el momento.
— Sois unos cabrones. — No tengo ningún reparo en decirlo a boca llena, desafiándolos, no les tengo miedo.
— ¡Joder cómo te pones! No sabíamos que fuera tu novia. — Los tres ríen con estridencia la ocurrencia. — A vaqueritos le van las góticas. ¿Cuándo vas a vestir también de negro? — Se chocan las manos y se felicitan unos a otros. Lo estaban pasando en grande.
— Vamos, ya casi es la hora. — Mi compañera se está levantando para poder acompañarme cuando de repente uno de los capullos le ha propinado un empujón para volverla a sentar.
— De aquí no se va nadie.
Anastasia lucía colorada como un tomate. En cambio yo lo que albergo en mi cuerpo es ira. Lanzo un puñetazo al que tengo más cerca. Impacta de lleno y sale sangre a borbollones. En ese momento, en ese preciso momento, me siento mejor que nunca. Es un éxtasis de placer y quiero más.
Todo pasa muy rápido. Noto que me golpean por detrás una fuerte patada, me estremezco de dolor pero no caigo al suelo. Me vuelvo, ahora tengo más rabia, ahora grito y pego a la vez, no puedo parar. Mi adversario cae y yo no dudo en irme al suelo con él. Quiero seguir castigándole en el suelo, me da igual, no pienso parar ni aunque me rompa los puños. Mientras recibo patadas de todos los ángulos, una de ellas impacta de lleno en mi cara.
Un profesor me agarra desde atrás y me separa, noto su fuerza, me tiene inmovilizado y no puedo moverme.
Los alumnos nos rodean, parece que todo el instituto se ha arremolinado para ver la pelea. Ajeno al dolor físico busco con la mirada a Anastasia. Está con las manos en la cara, horrorizada por mi penoso estado, supongo. Noto sangre en la cara y en los brazos, no sé cuál es mía ni cuál es ajena.
Soy arrastrado hasta un despacho, el del director.
El director al que solo me había cruzado un par de veces en los pasillos era un hombre de prominente barriga de esos que sudan exageradamente, las gafas las llevaba suspendidas con la ayuda de un colgante y en su cabeza lucía una prominente calva.
Me sientan. Mi respiración baja y comienzo a tranquilizarme, empiezo a notar un dolor muy intenso en mi cabeza.
Dentro del despacho además del director se encuentran mi tutora y el profesor que me ha traído hasta aquí, al que solo conozco de vista porque a mí no me da clases.
Sentado frente a mí el director me está mirando como si yo tuviera la culpa de todo lo malo que ocurre en el mundo.
— Explícate. — Me dice.
Hablo rápido, aturrullado, le cuento como se meten con mi compañera, como se meten conmigo, del acoso que sufrimos. Me salen las palabras casi sin pensar, me estoy desahogando. El permanece callado pacientemente. Me deja hablar.
Me esfuerzo por narrarle el comportamiento de los abusones. Cuando paro me mira durante un tiempo que a mí me parece eterno.
— Hay testigos de que fuiste tú el que pegaste primero.
Ya está. Eso es. Da igual lo que le cuente. Otro más. Otro podrido más. Quiere solucionar esto a su manera.
La auténtica y real dependencia que tengo de ellos me ponía enfermo. Saber que pueden jugar conmigo como si fuera un muñeco, sin tener elección, era una sensación devastadora para mí. A expensas de que pudieran manejarme a su antojo yo cambiaba y no daba lo mejor de mí mismo, partir con esa desventaja me anulaba ante ellos. Ningún profesor te escucha, ni empatiza, ni quiere saber lo que te inquieta porque todos vienen a cumplir un horario y a irse por donde han venido. No les preocupa que por acciones u omisiones suyas puedan provocarte situaciones difíciles ante los compañeros, estrés o ansiedad.
Hay personas que se deleitan sabiendo que tienen un poder sobre ti, sabiendo que pulsando una tecla imaginaria pueden dificultarte la vida. He llegado a la conclusión en la vida que uno de los detalles que separan a las buenas personas de las no tan buenas es como tratan a las personas que tienen por debajo, las personas que dependen de decisiones suyas para conseguir un beneficio o para evitar un mal. Y he podido comprobar que hay más personas de las que en un principio se pueda creer que disfrutan y se regocijan de esta posición, negando o imponiendo algo que va a perjudicar al prójimo.
La mañana que me pegué con otros compañeros intentando defender mi honor y el de mi compañera, evitando sin éxito que fuéramos avasallados comprendí que en este mundo donde mandaban unos adultos (que no eran mejores que las alimañas) es mejor interpretar el papel de agresor que el de agredido.
Me expulsan tres días por comportamiento violento. Me entregan una carta para que se la entregue a mi padre, una carta explicativa me dicen. Ha de venir de vuelta firmada por él. A mi padre no le gusta que le moleste, menos todavía sí es para firmar algo y el colmo va ser cuando lea lo que tiene que firmar.
Cuando me encamino a mi sacrificio, cuando tengo la certeza de que voy a morir, entonces aparece más clara que nunca en mi cabeza. El ángel está riéndose, feliz, queriendo que me acerque. Cuando lo hago se ríe más, me abraza. En mi ensimismamiento el ángel me anhelaba como yo la deseaba en la vida real.
Llego a casa lleno de estrés y ansiedad, sin más futuro que el que no podía ver y cargado de desazón y hastío. Mi padre no estaba pero había decidido que le daría la carta inmediatamente cuando llegase. No iba a vacilar. Iba a comportarme como el hombre que tantas veces había oído que no era. Cuando por fin se abrió la puerta y le entregué la carta a mi padre descansé. La observó sin decir nada, pero a medida que fue avanzando en su lectura su cara fue cambiando, arrugando mucho la frente. Cuando la finalizó comenzaron los gritos.