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ОглавлениеLa Libertad en el encierro Memorias del Covid 19
Comencé a escribir este diario cuando agonizaba el tercer día de un simulacro de aislamiento implementado en Bogotá para prevenir la expansión y el contagio del Coronavirus o Covid 19. Era el domingo 23 de marzo de 2020.
Había vuelto de recorrer casi cinco kilómetros de una ciudad soleada, al mismo tiempo vacía y abúlica, la metrópoli de un mundo que parecía nuevo e intocado. Caminé para visitar a mi mamá, una viejita bendecida y vital a sus 95 años, incluida en el grupo vulnerable ante el virus, al que también pertenecía yo, con mis 63 años.
Al comenzar el día, radiante y sumido en un silencio de pájaros, el periódico que recibí y que desinfecté con una mezcla de Clorox y de agua, reseñaba el galope del que el primer ministro de Francia había llamado “el enemigo invisible”. ESTADÍSTICA.
En Colombia las cosas no iban mejor. ESTADÍSTICA. Pero de los 41 contagiados nuevos de ese día, ninguno pertenecía a Bogotá. La ciudad llevaba la delantera, pero el confinamiento, tomado con la esperanza recurrente a la que era fácil y necesario aferrarse parecía enviar señales positivas.
Era necesario tenerlas. Aunque el simulacro estaba previsto para cuatro días que terminarían en lunes festivo SANTO 23 de marzo, el sino del único y salvador bloqueo del virus era el encierro. La alcaldesa Claudia López, erigida manifiestamente como una persona decidida y puesta a la altura de la circunstancia, había anunciado que seguiría hasta el martes 24 de marzo y esa misma noche, empataría con la primeriza cuarentena decretada por el presidente de la república Iván Duque hasta el 13 de abril y que seguramente continuaría por otros 20 días, pues estos coincidían con los períodos de sevicia del virus.
Estábamos confinados. Pero no estábamos solos. Hacíamos parte de un ejército de mil millones de personas a quienes la vida, el mundo que conocíamos, nos había cambiado de la noche a la mañana. El encierro en los lugares de habitación era nuestra única esperanza. La visita a mi madre correspondía a una excepción de amor y de comprensible preocupación por quien, pese a su admirable autonomía de vivir sola y sin dependencias en su edad casi centenaria, necesitaba unos recursos de apoyo mínimo para el largo confinamiento que se avecinaba.
Carlos Gustavo Álvarez Año 202Uno