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Prólogo

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LA PALABRA PRIMERA ES LA que deja huella, esa que dura más que el que la pintó y queda para la posteridad, le llamamos testimonio cuando esta huella nos sirve de oriente e inspira a seguir con la andadura. Uno de estos testimonios lo encontramos de forma tangible e intangible ante todo en la vida y la cultura de los pueblos del noroeste de México en los estados que hoy llamamos Baja California y Sonora y también en el sur de los Estados Unidos, en el estado de Arizona; sus coterráneos europeos también atestiguan a la fecha no solo su carácter, sino su espíritu de solidaridad para con muchos pueblos del mundo.

Nos referimos al testimonio de Eusebio Francisco Kino, el jesuita, cuyo espíritu es un referente o coordenada, en calles, lugares, instituciones, diversas iniciativas académicas, de derechos humanos, eventos culturales, que surgen como de los surcos abiertos o se vuelven puntos de encuentro en medio de los caminos trazados en el afán de la cooperación y el mutuo entendimiento entre los pueblos.

El 10 de agosto de 1645 al pie de la pila bautismal fue registrado con el nombre de Eusebio, como el santo patrono de la pequeña iglesia a la que asistía su familia en la villa de Torra, cercana a su natal Segno, provincia de Trento, Italia, un territorio de frontera que da a su origen un destino.

Los primeros años son sin duda donde se forja una disciplina que va configurando el espíritu humano, para Kino el empeño en la palabra dada, el amor al trabajo y la aguda capacidad de observación se desarrollan en este origen. Hay experiencias en la vida que las consideramos una nueva oportunidad para vivir, que marcan y llevan a tomar cambios radicales, tal es el caso del joven Eusebio que al padecer una enfermedad vive un proceso de reconfiguración de sus propósitos, a modo de los grandes místicos que lo registran como una conversión o nuevo nacimiento: promete formarse como misionero al modo de Ignacio de Loyola y Francisco Xavier y servir en el oriente, tal promesa le acompañaría como una raíz revitalizadora y será recordada al asumir de por vida el nombre de Francisco, el santo que entregó su vida y que le inspiraría a:

— Vivir con la mirada en el horizonte siguiendo la regla del Maestro que le envía a la misión.

— Disponibilidad para ir más allá de los confines propios aprendiendo los lenguajes necesarios para una mayor eficacia evangelizadora (idiomas, ciencias cartográficas, diplomacia…).

Prefiere la misión a los puestos catedráticos en prestigiados institutos o universidades.

— Desarrolla la creatividad para comunicar en la lengua y mentalidad propia de la cultura que visita, el mensaje básico del Evangelio, sobre todo con el testimonio de vida.

— Gestiona lo necesario para la misión tanto de recursos materiales como humanos para dotar de viabilidad las obras emprendidas, dicha gestión es respaldada por su empeño personal y la persuasión de los hechos mismos.

— El celo por la misión nace de la identificación del rostro indígena como prójimos y sujetos de su propia historia y resuenan en su corazón aquellas palabras del Apóstol de las Indias, la preocupación aquella de Francisco Xavier: muchos cristianos se dejan de hacer en estas partes, por no haber personas que se ocupen en la evangelización. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a esas Universidades dando voces como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en la Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas; ¡cuántas almas dejan de ir a la gloria y van al infierno por negligencia de ellos! Es tanta la multitud de los que se convierten a la fe de Cristo en estas partes, en esta tierra donde ando, que muchas veces me parece tener cansados los brazos de bautizar, y no poder hablar de tantas veces de decir Credo y mandamientos en su lengua de ellos y las otras oraciones.

— El reconocimiento de la dignidad de los pueblos indígenas se ve en la intención de no dejarlos desamparados y expuestos al extermino por la avaricia del conquistador, de san Francisco aprendió el valor profético de la denuncia sobre las injusticias y vejaciones que se les imponen los propios oficiales de Vuestra Magestad.

— También, como su santo patrono, le acompaña el ímpetu por condiciones de concordia y de paz entre los pueblos.

Como vemos, esta promesa que se vuelve derrotero en la vida de Eusebio Francisco Kino, va más allá de ser un acto piadoso del ámbito de los rezos, es por ello que coloca en su acción misionera el nombre de Francisco Xavier tanto en la devoción de la gente como en el modo de ir haciendo las cosas. Sus mismas palabras dan crédito a tal afirmación:

Al gloriosísimo y piadosísimo taumaturgo y apóstol de las Indias, San Francisco Xavier, todos le debemos muy mucho. Yo le debo: I, la vida que me la tenían desahuciada los médicos de la ciudad de Hall del Tirol, el año de 1663; y II, le debo la entrada a la Compañía de Jesús, y III, la venida a estas misiones índicas. Y porque sé que debo y no sé si pago, pido y suplico a toda la corte celestial y a todo el universo, me ayuden a darle los debidos agradecimientos de tantos favores celestiales hechos al más indigno de todo el orbe.

Sabemos que a Kino no le bastó una vida para lograr tal propósito, han transcurrido ya 375 años y los Favores Celestiales se siguen dando, de lo cual nos dan testimonio miles de peregrinos que cada año acuden a visitar al santo en Magdalena, teniendo que ser a pie o a caballo, sintiendo palmo a palmo el camino y encontrando consuelo en quien te auxilia, ánimo e impulso en quien se hace compañero de camino hasta encontrarse con una imagen que bien emula la propia condición de agotamiento, pero a la vez de quien encuentra descanso en el cumplimiento de las promesas.

En ese afán de una memoria agradecida y en esa conciencia de ser un pecador redimido –el más indigno– está dispuesto a recorrer el orbe y dar testimonio de ello en tono de petición y súplica, enseñando a rezar y confiar como condición para recorrer el camino que conduce a Dios, compartiendo el sentido de vida que de ahí se desprende… por tal el espíritu de este hombre de frontera se extiende en una vastedad territorial, geográfica y social, por lo que la presente obra Kino en California, igualmente vasta, nos da la oportunidad de desplazarnos entre textos, cartografías y testimonios, al calce de una huella que permanece fresca y necesaria de ser transitada, para ello los autores nos ofrecen una proximidad con los hechos históricos y con el propósito de la empresa kiniana que trasciende las coordenadas geográficas y temporales.

La vida cotidiana es el escenario de donde se nutre todo un elenco de fuentes documentales que proporciona esta obra y daría para otras tantas, pues es bien sabida la disciplina del misionero jesuita que se da a la tarea, en medio de su intensa labor, de poner su conciencia a disposición del Espíritu para mantener la transparencia y la sinceridad personal como terreno propicio para encarnar la Palabra. El tomar nota de lo que han visto y oído bajo distintas modalidades ha dado pie a una ardua tarea de recuperación y ordenamiento de piezas de forma cronológica, geográfica y hasta podríamos decir también temática, ya que nos permite obtener la visión de un todo y la constante en el espíritu de Kino de modo que bien se puede graficar una especie de “cartografía espiritual del misionero.

Es posible descubrir en estos textos, mapas y testimonios al hombre que ante circunstancias nuevas sabe equilibrar fidelidad con creatividad y apertura, de modo que ya no vive de la comparación entre unos y otros, de la añoranza por un pasado que no fue o del delirio de un futuro que no logra armonizar con sus propósitos.

El mar del Sur resultaba sumamente atractivo para los planes expansionistas de la Nueva España, el mismo Hernán Cortés personalmente se encarga de ir abriendo camino y dar fe de un territorio cercano al que sus hombres llaman California. Los intentos frustrados por establecerse ahí será la regla en los siguientes 150 años. Desde la primera vez, en 1535, por el propio Cortés, hasta los intentos de los buscadores de perlas a todo lo largo del siglo XVII, se siguen los fracasos por una razón muy sencilla y básica: no encuentran lo que buscan. La idea preconcebida de lo que debería ser ese territorio va decepcionando a cuantos intentan acercarse a él con el fin de obtener poder y riqueza. Finalmente la mirada fue puesta más allá y los intereses cambian, se explora ahora la posibilidad de recuperar el original proyecto de llegar y controlar la ruta de las especias con sus respectivos proyectos de encontrar un buen punto de apoyo para la navegación comercial entre Asia y la Nueva España.

Muchos recursos y hombres de valor lo intentaron y sin duda hicieron su aporte, pero ¿qué clase de persona o proyecto puede embonar en dicha hazaña?, ¿cuánto habrá que esperar y qué perfil habría de tener la persona adecuada para tal empresa?; ese hombre nacería poco más de un siglo después de las primeras exploraciones y fue quien hizo del fracaso una causa resiliente y quien tuvo la mirada muy cercana a la de Jesús de Nazareth para descubrir aquel territorio como la mies madura en la que manos harán falta para cosecharla (cfr. Mc. 9, 37-38). Se trata pues de nuestro misionero Eusebio Francisco Kino que en 1681 es enviado a entrarle a esta labor pendiente, y lo hace con toda aquella carga emocional, intelectual y fuerza física para disponerse además a cumplirle al santo su palabra empeñada: allanar el camino que conduce al oriente mientras vive bajo esa condición de apóstol del Evangelio, enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres.

Muy significativo resulta la citación del Diario de San Bruno (1683-1684), que informa la labor misionera en este segundo intento de hacer presencia en esta tierra llamada California ahora bajo una nueva consigna muy clara y arraigada en el corazón: ofrecerle a los indios mejores formas de vida que las que llevaban, sobre todo más humanas y armoniosa con quienes ya era un hecho que llegarían, como lo cita y se empeña en demostrar esta obra. Por tanto, una preocupación constante será el advertir al español la necesidad de un trato digno y justo, así como hacer del desarrollo el camino del empoderamiento de los pueblos indígenas como sujetos de su propio destino. Había también de este lado alguien distinto que no tenía como motor la avaricia, la riqueza o el deseo de hacer carrera por el poder, sino como aquellas personas que dejándolo todo están dispuestos a asumir un estilo de vida en la pobreza que los hace más libres de ataduras y compromisos mundanos. Esto marca la diferencia y juega un papel determinante en la germinación del nuevo proyecto emprendido.

Símbolo muy propio de la cristiandad –mentalidad generalizada en la Iglesia de estos siglos– son las grandes edificaciones, las sólidas estructuras que reflejan la tradición y la doctrina, paralelas al poder temporal, de modo que se vuelven el lenguaje en el que se reconocen como complemento para seguirse sosteniendo mutuamente; por su parte muchos misioneros han dejado aquella mentalidad y pocos alcanzan a figurarse en el imaginario futuro para estas tierras. Aquí se dan cuenta de la tensión entre esa “cristiandad” –identificada con un modelo o sistema político– y el verdadero cristianismo más acorde al Evangelio, que tiene como punto de partida una experiencia de Dios que acompaña en las dificultades, dudas y limitaciones que se van imponiendo: No me eligieron ustedes a mí; yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, un fruto que permanezca; así, lo que pidan al Padre en mi nombre él se lo concederá (Jn. 15, 16). Descubrir esto lleva su tiempo y sus caminos y se requiere el cultivo de una mística, muy presente en el autorizado perfil del padre Eusebio Francisco Kino.

El trabajo de Carlos Lazcano y Gabriel Gómez Padilla nos ofrece una aproximación que toca las raíces de lo que hoy somos quienes vivimos o transitamos en estos territorios, empresa en la que se empeña esta publicación desentrañando la profundidad de los archivos históricos descodificando las voces de antaño encontradas aún en los caminos y testimonios de una conciencia colectiva de los pueblos. Dicha aproximación es relatada aquí como el ejercicio de hacerse prójimos, gente cercana, en la cual confiar y que es capaz de hacerse responsable de quien está en medio del camino con una necesidad. Los misioneros saben que en eso consiste principalmente su labor que se signa, sobre todo, en la unción del bautismo, una vez realizado no se puede ser indiferente o dejar en el abandono. La misión de san Bruno testimoniada en esta obra da fe de esto: bautizar es reconocer la misma gracia operante en ambas partes, de modo que ya no son extraños, sino hermanos de la misma dignidad. El Evangelio es bastante específico en invitar a reconocer en el rostro del hambriento, sediento, desnudo, enfermo, peregrino errante, preso… el mismo rostro de Dios y la misión ahora emprendida sería el lugar donde este rostro se hace presente a diario; este fue también el escenario de la renovación de una promesa que ahora va adquiriendo rostro de indio, cuando en una calurosa tarde de agosto de 1684 Kino hace sus votos empeñando de nuevo su palabra ante Dios, la Virgen María, la corte celestial y los testigos presentes. Su testimonio de vida da fe de que aquellas palabras eran auténticas y habría que tomarlas en serio. La misión en California configura la renovada promesa de Kino.

La falta de bastimentos, las escasas cosechas iniciales por falta de lluvias, el debilitamiento de la tropa, la humana incertidumbre que se da ante las pocas seguridades, son elementos que a unos los llevan a alejarse de tal propósito, para los misioneros el rostro concreto de aquellos indios que estaban a la espera, sería suficiente motivo para empeñarse en “aderezar” caminos nuevos para asegurar una presencia considerada necesaria en este encuentro: la del Evangelio.

Es recurrente en Gabriel Gómez Padilla acudir a aquel soneto del argentino Francisco Luis Bernárdez: lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado, y lo aplica con frecuencia a este empeño de acercarse a la vida y obra de Kino como el camino para recobrar, para conseguir, para enamorar, para bien sufrir y bien gozar… lo que hoy somos, porque cuando la vida es concebida como misterio sagrado, nace y se conserva una fuerza que se vuelve atrayente y tercamente persuasiva. Y así esa terca esperanza también llega a inocularse en quien se acerca a este personaje en cuestión, así le pasó al padre Salvatierra quien acercándose al padre Eusebio para explicarse lo que ese “árbol tiene de florido” terminó convencido por sus palabras y testimonio de aquello que ya estaba sepultado en el corazón: una promesa a la que él sabía solo aportaría un pequeño peldaño en el camino, pero un gran paso para la misión, por ello los afanes apostólicos en California deben retomarse y con urgencia. Se trata de una promesa y la Virgen de Loreto también ya lo sabe. Cada paso dado por Kino dejaba profunda huella como parte de un engranaje más amplio, la misión no terminaba donde se agotaban sus fuerzas o donde alcanzara su visión. Siempre estuvo presente una prospectiva que le llevaba a ver más allá y al intento de prolongar sus fuerzas en nuevos aliados. Se vale de sus habilidades de un hombre de su época un tanto singular: cartógrafo, astrónomo, explorador, ganadero, agricultor… en fin, este hombre de cuya fama se decía que el solo valía por un presidio, pero ante todo se vale de su pretensión de ser un padre para los pobres, movido por el amor que actuaba interiormente en su docibilidad de espíritu.

Quien aborde esta obra tendrá la garantía de encontrar una experiencia emotiva porque nos acerca a la conciencia y a la interioridad más íntima del misionero, nos hace posible nuevas hermenéuticas para nuestra propia historia, a partir de lo que fue principio y fundamento en el corazón de un hombre atento a lo que el Espíritu va trazando en el mapa de su vida de forma indeleble:

— Los pueblos indios son ese “barro” en el cual se esculpe de manera nítida el rostro mismo de Dios: mansos y por extremo amigos, afables y familiares; a ellos ha sido enviado para compartirles la Buena Nueva a partir de su propia experiencia.

— La Paz experimentada en este compartir le lleva a tener presente la misericordia de la que el mismo ha sido objeto.

— Las hostilidades y resistencias (internas y externas) son parte de esta ruta y se requiere la luz del Espíritu para nombrarlas y enfrentarlas.

Gloria Dei viven homo, vita autem homini visio Dei (est), como diría san Irineo, se vuelve un imperativo que se traduce en su deseo de servirlo en los más pobres hasta ver en ellos los mismos sentimientos de Cristo.

El derrotero presentado en esta obra es claro y ayuda a trazar el mapa de comprensión de Kino en la anatomía de su espíritu. La devoción expresada en una ritualidad de Kino, de la que siempre los autores toman nota, nos habla de la armonía del trinomio que daba cuerpo a la misión: culto, cultivo y cultura. No había ocasión o gesto benevolente que no fuera reconocido o agradecido por los misioneros. El santoral del calendario litúrgico funcionó a manera de memorial o bitácora de viaje, pues con él se iba configurando la nueva toponimia llena de fechas y significados.

La visión de futuro marcada por el optimismo y la esperanza le da una mirada única a lo que van encontrando: muy lindas tierras, amenos valles y llanadas para sementeras, aunque los primeros frutos son raquíticos dado el incipiente proceso de adaptación, no dejan de colocarlos siempre al pie del altar como augurio de buenos tiempos.

Una importante estación en este mapa, es que en cada entrada se dan a la tarea de convivir lo más cercano posible con los pobladores; aquel hagamos tres chozas fue una realidad que les permitió poner su morada entre ellos para aprender su lengua con puntualidad y paciencia y llamando a los indios por su nombre.

Ibimuhueite: la creatividad en estas circunstancias es de vital importancia, la exploración del territorio, y la necesidad de ir nombrando las cosas y lugares dieron pie a que los encuentros fueran marcados por la confianza recíproca, aspecto que les brindó la ocasión de poner en práctica los métodos que la misionología de la época les proporcionaba: cómo elaborar los conceptos con señas o imágenes para explicar los misterios de la fe a partir del marco de comprensión de los indígenas. El canto, el dibujo, el juego, el reconocimiento de la práctica de la buena conducta… estaban presentes en su obra evangelizadora.

El trato cotidiano con afabilidad y la admiración gozosa de los detalles que son indicadores de la aceptación de la misión en los que Kino encuentra consuelo, deja ver la ternura de quien se siente un verdadero padre. Esta virtud es descrita por el padre Juan Antonio Baltazar como la agradable afabilidad que mostraba a aquellos bárbaros, del tierno sincero cariño con que les trataba y del amor que les descubría

Tal relación le permitía ver verdad en ellos, por lo que se afanó como un hombre conciliador y de paz. La defensa de lo justo y verdadero serían el aval por lo que habrían de creer en su palabra. Si bien el marco de referencia sobre derechos humanos no se tenía como tal, pero si un fundamento más profundo, como lo es su concepto de dignidad humana basada en el reconocimiento de los otros como hijos de Dios. Su profetismo ante los abusos con los indios cometidos por los españoles es ejercido mediante la denuncia clara y contundente, aunque eso le acarree incomprensiones y rechazos. Abogar por los indígenas es una clara demostración de la prioridad del misionero, lo que se le retribuyó en confianza y consolidación en la misión.

Momento muy significativo y de reivindicación de que “ha quemado las barcas” en pro de la misión lo será la profesión de sus últimos votos como jesuita, que incluye además de la vivencia los tres consejos evangélicos, la especial obediencia al Sumo Pontífice, acerca de las misiones según se contiene en las cartas apostólicas y las constituciones. Tal promesa hecha en el día de la Asunción, fortalece en un contexto de crisis ante la escasez de comida, enfermedades y ánimos apocados, una grande convicción de no vivir de la improvisada respuesta a las circunstancias basadas en la mundanidad o deseo pragmático del fruto inmediato. Y como le escribe el padre Chales de Noyele, prepósito general, con ocasión de los votos: la misión ahora es estimulada no solo por su ardiente celo, sino también por esta nueva obligación de comportarse con un verdadero espíritu apostólico es decir bajo la consigna de que él es un enviado. Se sabe colaborador de una obra más grande, en la que su trabajo es un eslabón que habría de fortalecer. De seguro seguía latiendo aquella primera promesa de misionar en Asia, a la que hay que dar cumplimiento a través del apoyo para que se desarrollen condiciones que faciliten la comunicación entre este continente y el otro, tal era el caso de encontrar un camino viable a la bahía Magdalena del lado del Pacífico, solo así entenderemos su terca esperanza, pues sabemos que tan a pecho se había tomado la promesa reivindicada ahora en su cuarto voto.

Me viene a la mente aquella verdad: la cadena es tan fuerte como el eslabón más débil. Su empeño en ponerse del lado de los más pobres y débiles obedece muy bien a esta lógica con el fin de que no se ponga en duda la continuidad de la misión. La fortaleza no radicaría en las armas, los aprovisionamientos, la prosperidad material inmediata, sino en la confianza y en el testimonio de que los naturales en ella encuentran vida, vida en abundancia. Su mirada contrasta esta utopía evangélica con lo que va encontrando y describe con abundantes detalles de todo género, sea respecto a los naturales como a su entorno. En su optimismo no dejaba pasar de registrar la cantidad de almas que poblaban cada ranchería así como su carácter: Pero la perla y margarita más preciosa que hay en estas sierras es la mansedumbre, docilidad, paz y apacibilidad… de la gente de buenos gestos. Una mirada así se empeña en contar con ese valor a la hora de inventariar el capital requerido para la misión, así como los logros obtenidos en California, que serían de mucho bien para los de oriente. “Mies madura” le llega a llamar Kino a las conversiones logradas.

El valor de la solidaridad, presente en los indígenas, sería el garante que amalgame el eslabón débil, pues ante la disyuntiva de abandonar la misión o salvar su propia vida, Kino ve la solución en los mismos pueblos, y llega a formular la propuesta de reforzar la comunicación entre las costas de Sinaloa, Mayo y Yaqui con las costas de California a fin de trabajar las tierras con personal de ambos lugares y así ejercer una labor subsidiaria para socorrer a los más pobres; valores que la enseñanza social de la Iglesia los considera como principios para un desarrollo justo y en paz. Ampliar la mirada hacia otros horizontes es una razón de peso para no quedarse en la versión del fracaso. La mente en el oriente no le permite abandonar esta empresa y encuentra fundamentos suficientes en el testimonio de otros exploradores. Obviamente no estamos ante un aferramiento o soberbia de Kino, sino ante una osadía de quien se deja conducir por el Espíritu y demostrar con el tiempo y con procesos constantes y cuidados el poder de autonomía que tendrían dichas misiones.

Es de agradecer en esta obra la presentación de Kino y su trabajo como la génesis de una nueva cultura, no tratándosele como a un personaje solitario y que a motu proprio se decidió realizar esta empresa, sino como a un hombre que sabía trabajar en equipo y que tenía en gran aprecio la amistad, así como los naturales le reconocían. También en gran estima le tuvieron algunos compañeros suyos a quienes persuadió de colaborar en la misión entre los californios y la base de ello fue el ofrecimiento de su amistad. Su honestidad, transparencia, empeño y otras virtudes también le ganaron el respeto y el reconocimiento de su autoridad en el lugar de la misión.

Podremos descubrir en la lectura de estos textos, la documentación cartográfica y los testimonios a favor y en contra, el modelo peculiar de las misiones emprendidas por los jesuitas y el aporte del carisma de Eusebio Francisco Kino y compañeros que vieron en la cooperación entre los pueblos de Sonora: misiones yaquis y pimalteñas, la solución a la viabilidad del proyecto en California.

Recientemente la Congregación para las Causas de los Santos en su decreto de venerabilidad de nuestro personaje destaca después de sus notas biográficas cómo vivió las virtudes evangélicas en grado heróico: evangelizó California, donde adquirió un profundo conocimiento de la población indígena, que se benefició de la enseñanza y de las técnicas de cría de ganado y algunos cultivos, y gracias a esta contribución del Siervo de Dios logró defenderse de abusos de los soldados españoles. Enfatizo del texto de promulgación el término de profundo conocimiento en su sentido teologal que se logra con base en el amor que se experimenta y entrega a las personas conocidas, que es donde radica el respeto a la dignidad humana. Su opción por lograr el empoderamiento y la autonomía de sujetos en los pueblos indígenas fue el camino elegido por Kino para su propia santificación, intentó vivir en todo como ellos, poniendo a su servicio lo que tenía: sus energías y habilidades intelectuales para defender la dignidad de los nativos y promover su bien. Y así no dejaba de intervenir convincentemente y muchas veces para defender a los nativos, sus derechos y su dignidad, hacia quienes su servicio se caracterizó por la denuncia y la contestación del abuso de los españoles…

De la misión en la Pimería Alta, destaca como virtud las excelentes relaciones con los pueblos indígenas, aspecto que le acarreó incluso enemistades con los españoles que tenían otros intereses, pues su defensa de los nativos se basaba en el reconocimiento de ellos como nuestros hermanos en Cristo. Los peregrinos, especialmente los indígenas que lo visitan siguen reconociendo en él al Siervo de Dios como “gran padre”, su más tierno y amoroso padre.

A la raíz de esta heroicidad están las virtudes de la fe, que se alimenta de la oración, especialmente en la adoración nocturna, la recitación del breviario y la lectura de vida de santos. Su esperanza se destaca por la confianza en la providencia divina a quien le reconoce su intervención como los favores celestiales y su caridad, misma que se manifestó en una intensa actividad misionera en un territorio caracterizado por la complejidad de las situaciones políticas. Unido a ello está el espíritu de pobreza con la que se identificó con el Maestro, no teniendo donde reclinar su cabeza más que la silla de caballo como almohada, un par de pieles y mantas ásperas como cobijo, por lo que el “olor a oveja” le era demasiado familiar; los suyos lo reconocían como tal, alguien cercano, amable y en quien se podía confiar. Así le era fácil desprenderse de humanas ambiciones y tener mayor entrega a los pobres, sus prójimos en pleno sentido evangélico. La promulgación lo define como: columna de la nueva Iglesia, consejero y defensor de los pobres, ejemplo, modelo y ánimo para todos los que conoció. Y efectivamente así es para nosotros.

Sirva esta gran obra de Carlos Lazcano Sahagún como una mojonera actual y a la mano de las nuevas generaciones, que nos ponga en diálogo para comprender al misionero en su época, como lo ha dicho su coautor, Gabriel Gómez Padilla. Sus capacidades de observación propias de un explorador, el atrevimiento de un espeleólogo para escrutar misterios desde las mismas entrañas de la tierra, su condición de creyentes y sensibilidad ética que empatiza con el espíritu de Kino ante la situación actual de los pueblos indígenas y la cultura popular, hacen que este escrito compuesto de textos, cartografías y testimonios sea un verdadero aporte que ayude a mantener viva la visión de que entre los pueblos nos necesitamos; ante las crisis, la solidaridad entre iguales nos hace reinventarnos y la confianza en la providencia sea motor para seguirnos empeñando.

P. Claudio Murrieta Ortiz

Pimalteño en la cuenca del San Pedro

27 de julio de 2020, día del antropólogo/a en memoria agradecida de Raquel, loretana de corazón


Imagen 1. Eusebio Francisco Kino, primer misionero de las Californias. Fue en la Antigua California donde se inició como misionero. Buena parte del sentido de su vida fueron los indios californios. Detalle del monumento al padre Kino en Segno, Italia, su pueblo natal. Fotografía de Carlos Lazcano.

Kino en California

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