Читать книгу Madre María de la Purísima - Carlos Ros Carballar - Страница 4
ОглавлениеIntroito: Una santa que se puede imitar
Se llama María de la Purísima de la Cruz y el próximo 18 de octubre de 2015, domingo del Domund, será canonizada en Roma por el papa Francisco. Segunda Hermana de la Cruz, después de santa Ángela, fundadora de la Compañía de la Cruz en 1875, y nueva gloria y honor para la Iglesia de Sevilla al contar con una santa más.
¿Cómo es posible, me pregunto, que haya ascendido en tan corto espacio de tiempo a la gloria de los altares? Han transcurrido tan solo diecisiete años –desde su muerte en Sevilla en 1998– para alcanzar el último peldaño del coro de los santos. Porque subir a los altares ya lo hizo en el año 2010 al ser beatificada en el Estadio Olímpico de Sevilla, siendo testigos de ello la Virgen de la Esperanza Macarena, cardenales, obispos, curas, una legión de Hermanas de la Cruz y el pueblo soberano de Sevilla.
Y me pregunto:
—¿Cómo es posible tanta rapidez?
Porque todos sabemos que Roma no gusta de las prisas y las cosas de palacio van despacio.
Se lo he preguntado a María del Redentor, que vive en el convento de las Hermanas de la Cruz en Roma. ¿Qué digo convento? Es un piso en la cuarta planta de un viejo caserón de la Via Pellegrino de Roma, propiedad de la Embajada de España. Allá llegó una patrulla de monjitas en 1966, todas jóvenes con la madre Loreto al frente, estupenda mujer, para agilizar el proceso de beatificación de su santa fundadora Ángela de la Cruz.
Las conocí un año después, yo estudiante en Roma, y todavía quedan de aquella patrulla primera dos Hermanas, entre ellas la siempre animosa María del Redentor.
Le pregunto:
—¿Cómo es posible que se haya logrado bullir las posaderas de los monseñores romanos para que esta causa de canonización discurra a velocidades de vértigo? ¿Qué bula tenéis? ¿Quién os ampara? ¿Tenéis padrino?
Y María del Redentor me contesta:
—Nadie, padre, ella sola, ella sola desde el cielo.
Pues séase.
Porque en verdad esta sencilla Hermana de la Cruz, María de la Purísima, ha pasado en el corto espacio de doce años de su muerte a la beatificación y cinco años después a la canonización.
¡Todo un récord!
* * *
Conocí y traté alguna que otra vez a la que fuera séptima Superiora General de las Hermanas de la Cruz. Y me doy de cantos en los dientes de no haber olido qué persona santa se escondía bajo el hábito de estameña con que visten. Escribí bajo su mandato de Madre General el libro Pequeñeces de Sor Ángela de la Cruz, aparecido en Sevilla en 1982, con motivo de la beatificación de la Madre fundadora. Solo pude apreciar, en los escasos momentos que hablé con ella, esa sonrisa callada de quien entierra el yo de por vida, como hiciera y aconsejara Sor Ángela a sus hijas.
Madre María de la Purísima solía repetir:
—De lo poco, poco.
Y trabajó incansablemente por hacer vida, como fiel reflejo de su santa fundadora, el ideal de Sor Ángela de la Cruz:
—Hacerse pobre con los pobres para llevarlos a Cristo.
Y también:
—Pobreza, limpieza, antigüedad.
En estas sencillas palabras resume santa Ángela la fisonomía espiritual de la Hermana de la Cruz. También la antigüedad, la fidelidad perenne a los orígenes del Instituto. Y lo explica:
—Ese hábito tan pobre y tan basto, esas alpargatas, ese sello de sencillez, de poca instrucción; no tener criadas, no darnos importancia, alegrándonos de que no nos atiendan, preferir los asientos más incómodos, las advertencias, los permisos y tantas menudencias que ayudan a conservar nuestra manera de ser y las costumbres como cuando empezamos. No dar oído a las voces del mundo, de que en todas partes se hace esto o aquello; nosotras siempre lo mismo, sin inventar variaciones, y siguiendo la manera (establecida) de hacer las cosas, para que en todo se conozca que somos Hermanas de la Cruz.
Una ya es beata y va camino de ser santa. Nació en Madrid de familia bien, pero vivió prácticamente toda su vida en Sevilla. Es pues una santa sevillana.
Curiosamente nació en Madrid en el mismo edificio donde murió el poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Una placa puesta por el Ayuntamiento madrileño así lo dice en el número 25 de la calle Claudio Coello, en el barrio de Salamanca. Bien podría el Ayuntamiento madrileño poner una placa adyacente en que se diga también: «Aquí nació santa María de la Purísima, Hermana de la Cruz...». Pero, al parecer, los vecinos no están por la labor.
El poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer dejará escrito en sus Rimas ese verso que dice:
—Por una sonrisa, un cielo.
Pues la niña, que nació en esa casa madrileña donde el poeta murió, ha rectificado el verso para convertirlo en vida propia y ser especialmente para los pobres de este mundo a los que ella sirvió con heroica virtud:
—Una sonrisa de cielo.
La sonrisa y el cielo.
—Lo hacía todo –cuentan las Hermanas– con la mirada puesta en el cielo y con el pensamiento en la vida eterna.
En María de la Purísima la presencia de Dios era tan natural como el respirar.
Y su sonrisa.
He querido titular esta semblanza de su vida resaltando ese perfil exterior de su imagen:
—Una sonrisa de cielo.
Sonrisa que desbordaba alegría humana y espiritual. Todas las Hermanas que han convivido con ella lo dicen. Una sonrisa que producía en su entorno la paz de Dios.
Escribiendo a una de las Hermanas, alumna suya y después religiosa, la exhortaba diciéndole:
—No fomente ¡por Dios! espíritu de tristeza; al contrario, dese alegremente a todos y procure hacer felices a todos sin pensar en sí misma... Siempre alegre, pues no tenemos motivo para otra cosa, ya que es tanto lo que hemos recibido del Señor que esto bastaría para sentirnos felices.
Pero no es solo su sonrisa.
Es santa de las cosas pequeñas. Sin recurrir a actos heroicos, se puede ser extraordinaria en lo ordinario.
La pequeñez.
La pobreza, propia del Instituto.
El amor a los pobres. «Ellos son nuestros amos», decía santa Ángela.
La humildad.
Los nueve Teólogos Consultores, que han examinado sus virtudes en Roma y han formulado un dictamen positivo, han visto en María de la Purísima que fue heroicamente humilde, fuerte, obediente, servicial, serena y moralmente transparente como un cristal.
Lo que ha confesado una novicia:
—He vivido con una santa que se puede imitar.