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ОглавлениеCapítulo 2 Alumna de las Irlandesas
Cerca de casa, en la calle Velázquez, se halla el Colegio de la Bienaventurada Virgen María, de las Madres Irlandesas, prestigioso centro educativo bilingüe donde las niñas salen hablando perfectamente el inglés. En él está Margarita, la hermana mayor, y a él acudirá también María Isabel desde primaria. En el colegio se encuentra una de sus tías, religiosa Irlandesa, hermana de su abuelo materno, Madre Carmen o Mother Carmen. Cariñosa y amiga de los pobres, ayudará a María Isabel, pasado el tiempo, a centrar su vocación en la elección de las Hermanas de la Cruz.
El Instituto de la Bienaventurada Virgen María fue fundado en 1609 por Mary Ward, una joven valiente inglesa que supo sobreponerse a la persecución sufrida por los católicos en su país y a las dificultades que le sobrevendrían en el seno mismo de la Iglesia. Atendiendo a las necesidades de la época, fundó una congregación libre de clausura y siguió el patrón de la Compañía de Jesús, haciéndose autónoma e independiente del poder de los obispos y con obediencia directa al Papa.
Pero ello no era fácil en aquella época y pronto perdió el favor del Papa, suprimida su congregación y Mary Ward encarcelada. Durante años, el Instituto se mantuvo en la clandestinidad, hasta recuperar el apoyo papal.
En 1845, se estableció un grupo de religiosas en Gibraltar y, desde allí, organizaron un colegio en El Puerto de Santa María, a petición de un grupo de padres. Pero diez años después, durante el Bienio Progresista del general Espartero, se vieron obligadas a abandonar España. Volvieron en 1888 a El Puerto de Santa María, pero el interés era fundar en Sevilla. Lo intentaron, pero el cardenal Zeferino González lo consideró inoportuno porque ya se hallaban en la ciudad las religiosas del Sagrado Corazón, también de Enseñanza, conocidas como las del Valle. Se valieron las monjas de la marquesa del Mérito, que influyó sobre el cardenal Zeferino, y pudieron fundar no en Sevilla, pero sí muy cerca, a cinco kilómetros de la ciudad, en Castilleja de la Cuesta, un año después, en 1889. El sitio les pareció ideal: el palacio de los duques de Montpensier.
Esta casa tiene su historia. En ella falleció Hernán Cortés el 2 de diciembre de 1547, a los 62 años, y en 1858 fue adquirida por los duques de Montpensier, Antonio de Orleans, hijo del rey Luis Felipe de Francia, y María Luisa, hermana menor de la reina Isabel II, como lugar escogido para pasar las primaveras andaluzas. Los veranos los pasaban en Sanlúcar de Barrameda, junto al mar, y los inviernos, en el palacio de San Telmo, en Sevilla.
Montpensier la compró arruinada y la reedificó convirtiéndola en pequeño castillo de estilo mudéjar y aspecto externo de fortaleza árabe, que es el que presenta ahora. En 1877, el joven Alfonso XII visitó Sevilla por Semana Santa. El miércoles santo, Montpensier le obsequió con un almuerzo en la casa de Hernán Cortés de Castilleja de la Cuesta. Y ese paseo a Castilleja y el embrujo de los jardines de San Telmo en primavera hicieron que el amor del rey estallase por su primita hermana María de las Mercedes y se hiciese hondo y profundo.
Cánovas del Castillo, presidente del Gobierno, apoyado en razones de Estado, repasaba las páginas del Gotha a la busca de princesas casaderas. Preguntaba Cánovas:
—¿Quieren ustedes una reina protestante? Después de pensarlo, contestan que no, casi todos. Pues entonces nada hay que esperar de Inglaterra ni acaso de Prusia. ¿Quieren ustedes una reina conversa, y conversa para ocupar el trono? A lo cual contestan también casi todos que no, o que la cosa merece la pena pensarse largamente. Lo cual excluye del todo, o casi, a las princesas alemanas. ¿Trae alguna ventaja política interior o exterior un matrimonio belga, bávaro o sajón y aun austriaco?...
El embrujo de Sevilla ha resuelto la cuestión. Alfonso está enamorado de su prima Mercedes y ante ello sobran las razones de Estado.
Curiosamente, diez años antes, 1868, Montpensier había conspirado contra su cuñada Isabel II para destronarla y ahora se ve agraciado con el trono tan deseado por él en la testa de su hija Mercedes.
Alfonso y Mercedes se casaron en enero de 1878. El pueblo les canta:
Quieren hoy con más delirio
a su rey los españoles,
pues por amor va a casarse
como se casan los pobres.
El duque de Montpensier dio a su hija de dote, entre otras cosas, la casa de Castilleja. Abandonado durante algún tiempo este edificio que pasó a la corona a la muerte de María de las Mercedes, las Irlandesas lo ocuparon en arriendo en 1889 y años después lo compraron. La finca no se podía vender porque era propiedad de la princesa de Asturias. Y esta solo lo podría vender cuando se casara o fuera mayor de edad. Se establecieron negociaciones con la reina regente, María Cristina, que decidió cederlo en alquiler para comprarlo años después.
Hicieron ampliaciones, trajeron métodos de enseñanza novedosos y se dieron a conocer como un colegio prestigioso, y bilingüe porque las niñas salían de él hablando perfectamente inglés. Ocurrió que a la superiora, M. Stanislaus Murphy, se le ocurrió construir un gimnasio al final del jardín, en lo que había sido cochera y cuadra. Se construyó un espacioso cuarto de gimnasia con un vestuario al lado. Y ya terminado, contrató a un profesor de Sevilla para dar las clases. Todo parecía ir felizmente el primer día de clase de gimnasia, cuando hete aquí que aparece el confesor de la Comunidad, llamado Juan Serra, que había llegado precipitadamente de Sevilla visiblemente alterado. Y les gritó:
—Las monjas no pueden aprobar que un hombre dé clases de gimnasia a las niñas. ¡Eso no está permitido y yo renunciaré a ser el confesor de las monjas hasta que esto termine!
La superiora, M. Stanislaus Murphy, hubo de ceder y encargó la clase de gimnasia a una religiosa joven que acababa de llegar de Irlanda. ¡Cosas del siglo XIX!
Entrado el siglo XX, las Irlandesas se extendieron por España. En 1904 fundaron el primer colegio de Madrid en el Paseo de Rosales, que solo tenía un pequeño patio para el recreo. Y como estas monjas daban en aquel entonces bastante importancia a los deportes y a las actividades al aire libre –cosa que incordiaba al cura sevillano–, buscaron un lugar más amplio. Y así, en 1909, se trasladaron a Villa Gloria, un sanatorio inglés en venta, situado en la calle López de Hoyos. En 1931, cuando María Isabel contaba cinco años, ya en plena República, una expropiación forzosa de parte del terreno del colegio –el garaje, el gallinero, la casa del portero, el campo de juego de las pequeñas...– tuvo como consecuencia que pusieran su entrada por la calle Velázquez. Con la orden de secularización, el «Colegio de las Irlandesas» se convirtió en «Colegio Sadel Tirso de Molina» y las monjas, vestidas de seglares, continuaron dando clases. Los inspectores de la República hacían visitas continuas al colegio, pero eran amables y hacían la vista gorda, porque a veces a las niñas se les escapaba decir «mother» o «sister» en lugar de «miss» o «señorita».
Este es el colegio que conocieron Margarita y María Isabel, antes y después de la guerra. Del que solo queda el recuerdo. En 1975, se trasladaron las Irlandesas a las afueras de Madrid, a Alcobendas. El colegio de la calle Velázquez, en el Barrio de Salamanca, desapareció bajo la piqueta y solo queda de referencia la foto de su hermosa fachada. Unos cuantos chalets han suplantado el terreno donde estaba ubicado el colegio de María Isabel. No es posible ya visitar la capilla donde ella tanto rezó, ni ver a las niñas con sus velos, ni sus dos uniformes, el de diario y el de gala, ni esas grandes solemnidades como el último día de la novena a la Inmaculada o el último día de mayo con procesión por el jardín donde estaba la imagen de piedra de la Virgen.
* * *
El panorama político ha cambiado de color. Un año antes de la llegada de la Segunda República en 1931, con la caída de la dictadura de Primo de Rivera, el ambiente social ya estaba bastante caldeado. Se intensifican en la prensa los ataques a la Iglesia católica. El hecho de que la prensa católica, especialmente el diario confesional El Debate y el monárquico ABC, se hubiesen posicionado estrechamente con la dictadura de Primo de Rivera contribuyó a identificar Iglesia y Dictadura. Los resultados de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dieron el triunfo moral a los republicanos, aunque no el numérico. En el conjunto de España, ganaron los monárquicos por un escaso margen. Los republicanos fueron vencedores en las grandes ciudades. Pero el rey Alfonso XIII optó por abandonar España.
—¿Crisis? –dirá el presidente de gobierno–. ¿Quieren ustedes más crisis que la de un país que se acuesta monárquico y amanece republicano?
En la casa de los Salvat hay tensión y preocupación. ¿Qué dijeran, qué comentaran suegro y yerno, el diputado Juan José Romero y el funcionario del Ministerio de Agricultura Ricardo Salvat? Los hijos... Los hijos son pequeños y no creo que se dieran cuenta de la derrota por la que estaba cayendo la patria. Vivían en estos momentos Margarita, 8 años, Ricardo, 7, María Isabel, 5, Roberto, 3, y Álvaro, recién nacido.
El estallido anticlerical explota un mes después, el 11 de mayo, con la quema de conventos. El historiador Federico Carlos Sainz de Robles cuenta:
—La muchedumbre enfurecida y «dejada a sus anchas» inició la quema de conventos: la residencia de Jesuitas y el templo de San Francisco de Borja de la calle de la Flor Baja; la residencia de Jesuitas, el Colegio de Artes e Industrias, en la calle Alberto Aguilera; el Colegio de Maravillas, en la barriada de Cuatro Caminos; el monasterio de las monjas bernardas de Vallecas, joya arquitectónica del siglo XVI; el convento de las mercedarias de San Fernando; el convento de María Auxiliadora, de monjas salesianas; la iglesia parroquial de Bellas Vistas, en Cuatro Caminos; parte del hermoso edificio del Colegio del Sagrado Corazón, en Chamartín de la Rosa; la iglesia de los Ángeles, en Cuatro Caminos...
Y la tea incendiaria se extiende a otras ciudades de España: Valencia, Sevilla, Málaga... El 12 de mayo, réplica en Málaga, con 48 templos y locales cristianos quemados, entre ellos el mismo palacio episcopal. El obispo don Manuel González, sevillano del barrio de San Esteban, el obispo de los Sagrarios Abandonados, había acogido a las Hermanas de la Cruz en unas dependencias anejas al palacio episcopal. Las Hermanas llevaban ya algún tiempo en Málaga, pero la inauguración oficial de la nueva casa a la que se puso bajo la protección de Nuestra Señora de la Victoria, patrona de la capital malagueña, tuvo lugar el 25 de marzo de 1931. Mes y medio después, en la madrugada del 12 de mayo, hubieron de huir con el obispo don Manuel por la puerta trasera ante un palacio episcopal en llamas. Cuenta el suceso una Hermana:
—Sorprendidas por el incendio del palacio episcopal, hubieron de escribir nuestras Hermanas una de las más bellas páginas de la persecución iniciada; primero, esperando a cada momento perecer entre las llamas; luego, teniendo que salir y recorrer las calles de la ciudad, formando grupo con el Ilustrísimo Señor Obispo y sus familiares, entre las exaltadas turbas que hablaban a su alrededor de darles muerte al llegar a determinado lugar. Dejáronlas una vez satisfecho su capricho con aquel paseo de burla y escarnio. Y después de cinco amarguísimos días, pasados en casa de la caritativa familia que las acogió, exponiéndose por este solo hecho a las iras revolucionarias, se vinieron a Sevilla el día 17.
El obispo logrará llegar a Gibraltar y de ahí al destierro definitivo. No volverá a pisar Málaga. En 1935 le trasladan a la diócesis de Palencia y aquí encuentra el sosiego que no tuvo en tierras malagueñas y su plácida muerte en 1940.
Entre las siete Hermanas que pudieron escapar se hallaban Sor Marciala y Sor Santa Rosalía, que serán Madres Generales de la Compañía de la Cruz, sucediendo una a la otra. Sor Marciala será la Madre que reciba los votos perpetuos de una niña que, en la convulsa España de 1931, se prepara para su primera comunión.
Días después de estos sucesos, en la Casa Madre de Sevilla Sor Ángela de la Cruz habló a las profesas en la recreación:
—A la corta o a la larga nos quitarán los hábitos; pero si eso llega, nosotras nos quedamos en casa viviendo como viuditas y seguimos con nuestra misión que son los enfermos, para arrancar a esos pobrecitos un «Señor pequé» antes de morir; que eso es lo verdaderamente nuestro.
Y un par de semanas después –¿el cansancio de los años?, ¿los penosos acontecimientos que también en Sevilla se han notado con la quema del convento de los carmelitas del Buen Suceso, casi a un tiro de piedra del convento de las Hermanas?–, Sor Ángela se levantó ese 7 de junio de 1931 y ya no puede más. Le estalla el corazón, la cabeza, todo. Quiso levantarse de la mesa tras el desayuno y se desplomó.
Embolia cerebral, diagnóstico del médico.
Y las Hermanas lloran en silencio presagiando un desenlace fatal.
Pero no llega. Las Hermanas que, presurosas, acuden de todas las Casas para recoger siquiera el último aliento, tienen el consuelo de hablar con la enferma. Esta sufre mucho, está paralítica del lado derecho. El 28 de julio habló por última vez.
—He pedido al Señor que me deje un año de preparación para la muerte –dijo muy quedamente.
Y pronunció las últimas, las postreras palabras que sus Hijas recogieron como envueltas en un pañuelo limpio para que no se perdieran:
—No ser, no querer ser, pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera.
Y con voz más queda repetía de nuevo:
—No ser, no querer ser.
Después, nueve meses de silencio y sufrimiento.
Sor Ángela cosida a la Cruz.
Así, hasta la madrugada del 2 de marzo de 1932 en que murió.
* * *
Muy niña en verdad es María Isabel. Hizo su primera comunión a la temprana edad de seis años, el 24 de mayo de 1932, en el colegio de las Irlandesas. Bien es verdad que el decreto de san Pío X dado en 1910 admitía la primera comunión de los niños a una edad más temprana. Pero siempre se ha dicho que el uso de razón se adquiere a los siete años. El hecho es que nuestra María Isabel es y será adelantada en todo. Se conservan estampas de su primera comunión y una consagración a la Virgen ese mismo día, en la que su madre la pone bajo la protección de la Santísima Virgen. En la estampa recordatorio, Margarita había escogido esta frase de petición a la Virgen María:
—¡O Señora mía! ¡O Madre mía! Acordaos que es vuestra, guardadla y defendedla como cosa y posesión vuestra.
María Isabel, ya de religiosa, hará esta confidencia:
—Desde mi primera comunión, ni un solo día he dejado de comulgar.
¿Y su confirmación?
Consta que fue confirmada, pero se ignora el lugar y la fecha. Margarita, la madre, declaró a las Hermanas de la Cruz que su hija estaba confirmada. Pero desgraciadamente les faltó a las monjas ese olfato periodístico de las preguntas de rigor en toda noticia: el dónde y el cuándo. ¡Una lástima! Hubo de ser en Madrid, y de ser así tuvo que ser confirmada por el obispo de Madrid-Alcalá de entonces, don Leopoldo Eijo y Garay.
María Isabel se muestra desde su más tierna infancia como una niña despierta e inteligente. En junio de 1935 supera los exámenes de lengua inglesa e historia universal y se le concede el Certificado del Grado Preparatorio Preliminar. En el curso siguiente, mayo de 1936, aprobó con un Certificado de Honor los exámenes de inglés, historia y lengua española, y paso a la Secundaria.
Salvo estos datos académicos, desgraciadamente no hay nuevos detalles que contar de sus primeros años de adolescencia. Han pasado los años de la República, el colegio de las Irlandesas se mantiene abierto, a los jesuitas los han echado de España en 1932, y... en julio de 1936 estalla la guerra civil.
A los Salvat les pilló la guerra de vacaciones en la sierra de Madrid. Veraneaban en San Rafael (Segovia) y Ricardo Salvat se vio obligado a buscar refugio a la familia, lejos de un Madrid donde comienza a operar la checa. Sin poder volver a casa y sin dinero, salvo lo que don Ricardo llevaba en el bolsillo, y sin ropa suficiente, hicieron una peregrinación de huida, lejos de Madrid. A María Isabel le había pillado la guerra con solo su babi de colegio, lo que le daba vergüenza verse así por donde pasaban. Llegaron a Segovia en camión de soldados, siguieron hacia Valladolid... En Salamanca don Ricardo pidió dinero a un amigo, cruzaron la raya de Portugal y se estableció la familia en Figueira da Foz, cerca de Coimbra. El padre, como funcionario, volvió a España y le vemos en 1937 en Salamanca, supongo que como empleado del ministerio de Industria y Comercio.
Su cuñado, Rafael Romero, el «Tío Pita», diplomático, también se definió por la causa nacional. Le pilló la guerra en Londres, donde era secretario de Embajada. Días después, el 30 de julio, la Junta de Defensa Nacional de los sublevados creó un Gabinete Diplomático con el fin de informar a la Junta de los asuntos relativos a la diplomacia. Y en ese Gabinete aparece Rafael Romero Ferrer como uno de los seis Secretarios de Segunda. Dividida España en dos posiciones enfrentadas, el Gobierno de Madrid adoptó un sistema de depuraciones de funcionarios diplomáticos que no fueran de absoluta fidelidad, con ceses y separaciones de la carrera diplomática. El «Tío Pita», como se ve, se decantó desde un primer momento por la causa de los sublevados, aunque siguió prácticamente todo el tiempo de la guerra en Londres y ayudó económicamente a su cuñado Ricardo, necesitado de dinero y con familia numerosa.
Del 5 de febrero de 1937 hay una postal que don Ricardo envía a su hija desde Salamanca, una niña que va a cumplir once años:
—Señorita... Me voy admirando de tu constancia en escribirme... ya muy pronto Dios mediante nos veremos y me contarás todas las cosas que estáis estudiando y quién de todos vosotros es el peor... Tu padre te quiere mucho.
En el verano de 1937, la familia dejó Portugal y se estableció en San Sebastián, donde alquilaron un chalet, atraída por el «Tío Pita» y su esposa Olga Clara, que tenían un palacete en Biarritz y veraneaban en él. Como en junio del 37 cayó Bilbao en manos de los nacionales, el funcionario Ricardo Salvat logró un destino provisional en la capital vizcaína y todos los fines de semana acudía desde Bilbao a la Bella Easo a visitar a la familia.