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Introducción

A fines de la década de 1980, un libro me condujo a un mundo de indagaciones en el que habría de sumergirme por décadas y del que surgió, con el tiempo, el propósito de escribir una obra enfocada a la divulgación de un tema histórico complejo y controversial situado en el centro de la cultura religiosa occidental: la faceta histórica de Jesús de Nazaret, llamado «Cristo».1

El libro al que me refiero se titula Investigación sobre la vida de Jesús, de Albert Schweitzer —teólogo, médico misionero, músico y filósofo de origen alemán—, en el cual resumía, con un estilo vivaz y erudito, más de doscientos años de estudios sobre la vida de Jesús. Quizás lo que más me impactó del texto de Schweitzer fue el examen minucioso de los trabajos hechos por decenas de autores que habían afrontado el riesgo y las consecuencias de investigar problemas que surgían de la lectura atenta de las fuentes acerca de la vida de Jesús, los textos del Nuevo Testamento. Una tarea en la que convergían el legado de la razón crítica de la Ilustración, el dominio de lenguas de la antigüedad y el entorno de la teología protestante. Aquellos estudiosos, en su mayoría auténticos biblistas, escribieron vidas de Jesús apremiados por interrogantes históricos y se encontraron en la disyuntiva de responderlos con criterios doctrinales, dogmáticos, o con juicios críticos desarrollados trabajosamente por ellos mismos. Se embarcaron en naves cuyo destino no podía preverse del todo porque su aventura intelectual era movida por la investigación y el descubrimiento, y por la reinterpretación legítima a la que ellos conducen.

Lejos estuve, entonces, de saber que ese elaborado examen —en ocasiones proceloso— no constituía una solución acabada, sino un camino abierto que aquella obra me conduciría a recorrer. Desde esa época de afirmación personal en el criterio y los juicios propios, el libro de Schweitzer adquirió para mí un atractivo que no se ha desvanecido porque se convirtió en un tema auténtico, en una cuestión acorde con mi formación en humanidades y con preguntas que resonaban desde el trasfondo de la educación religiosa de mi infancia y de la enseñanza católica al estilo del Concilio Vaticano II en mis años de secundaria. Entre ellas, una destacaba: ¿cuál era el sentido —racional, existencial, espiritual— del dogma que sostiene que el protagonista de los relatos evangélicos, Jesús de Nazaret, poseía a la vez una doble naturaleza, divina y humana? «Verdadero Dios y verdadero hombre», según reza el Catecismo. Pues bien, el libro de Schweitzer me demostró que tan intrincada cuestión conceptual podía ser —y que, de hecho, lo había sido— investigada desde una perspectiva histórica.

De esa lectura emergieron, poco a poco y de manera insoslayable, Jesús de Nazaret, sus discípulos, seguidores y antagonistas, y los autores de los relatos del Nuevo Testamento, como sujetos reconocibles en un contexto preciso: el del Israel del siglo I de la era común. El Jesús de Nazaret de los evangelios se convirtió para mí, desde entonces, en una figura histórica vinculada feliz y, a la vez, trágicamente, con su mundo.

Este cambio de enfoque —con su consecuente distanciamiento de la teología— no fue una casualidad. Desde el siglo XVIII, muchos pensadores, teólogos y escritores se hacían preguntas acerca del origen de los textos bíblicos, sus autores, el ambiente histórico que los había rodeado, su contexto cultural y la exactitud de sus relatos; interrogantes que se extendían a los libros y cartas del Nuevo Testamento. En el origen de este cambio de enfoque se encontraba, también, una reacción contra el abuso de la noción según la cual los textos bíblicos, considerados fruto de la revelación divina, poseían una interpretación única, dictada por la Iglesia; además, dicha interpretación se extendía más allá de la teología a cualquier campo del conocimiento y a toda cuestión ética. Una Iglesia, protestante o católica, constituida como un pilar del Estado. Poderosa como institución, tanto económica como ideológicamente, pero cuya división en confesiones rivales, guerras y disputas, desdecía en la práctica de la alegada exclusividad de su autoridad interpretativa.

Biblistas y teólogos con una perspectiva histórica, filósofos e historiadores, se dieron desde entonces a la necesaria tarea de la crítica de las fuentes documentales: los intocables relatos evangélicos. Para ello, cruzaron barreras de todo tipo a través del tiempo: lingüísticas, literarias, culturales, de método y pensamiento, de confesión religiosa y perspectiva filosófica. Pasaron de la ignorancia a la investigación hasta establecer un campo del conocimiento de la historia antigua y de la historia de las religiones: el de la interpretación histórica de la figura de Jesús y de los primeros días del cristianismo.

El libro que ofrezco al lector sigue a grandes saltos este proceso para presentar los aspectos esenciales de la mirada de los historiadores contemporáneos acerca del maestro, sanador y caudillo religioso galileo. Además, le muestra el camino de la investigación crítica moderna de las tradiciones religiosas de la antigüedad.

La figura de Jesús ocupa un lugar único en la cultura contemporánea. Es objeto de culto religioso masivo e institucional, un elemento distintivo de la identidad nacional de muchos pueblos, modelo ético y fuente de inspiración para miles de millones de personas, referente para varias corrientes de pensamiento e ícono cultural sujeto a innumerables recreaciones artísticas, religiosas y políticas en el pasado y el presente. Ahora bien, en lugar de pretender la elaboración de una biografía, los esfuerzos investigativos se orientan, actualmente, hacia la reconstrucción de una figura inteligible de Jesús, apoyados en métodos que utilizan los relatos del Nuevo Testamento con sentido histórico y los conocimientos recientes sobre aquel periodo: la vida en Israel durante la hegemonía de la civilización grecorromana en el siglo I de nuestra era.

Llegado a este punto, debo aclarar en qué consiste la investigación histórica acerca de Jesús de Nazaret. Así que elijo, por su precisión, el concepto de Raymond E. Brown —sobresaliente intérprete bíblico estadounidense y sacerdote católico, impulsor del empleo de los métodos histórico críticos en el estudio de los textos del Nuevo Testamento—, quien describió la tarea como «una reconstrucción erudita basada en una lectura bajo la superficie de los evangelios que los despoja de todas las interpretaciones, amplificaciones y desarrollos que pudieron haber tenido lugar en los treinta a setenta años que separaron el ministerio público y la muerte de Jesús de los evangelios escritos. La validez de ese constructo depende de los criterios empleados por los investigadores»2. Como otro destacado autor, de la misma línea confesional y actitud hacia la historia, John P. Meier, llegó a afirmar: «el Jesús histórico es una construcción, una abstracción moderna»3.

Pero ¿cuáles son esos criterios usados por los investigadores? En algún momento se aceptó, de forma generalizada, que la aproximación histórica a unos hechos, en nuestro caso a la figura real de Jesús, se alcanzaba por el simple acercamiento al pasado, a la fuente más cercana en el tiempo a los acontecimientos. Fuente que se presuponía libre de sesgos y en la que se podría leer, con el conocimiento lingüístico apropiado, la versión fidedigna de las cosas.

Esa preconcepción acerca de la pureza de las fuentes antiguas —y de las fuentes en general— demostró ser completamente errónea. Los escritos de la tradición se revelaron intrínsecamente vinculados a su momento histórico, al entorno cultural y social, así como a las intenciones de sus autores. Sus fuentes se sometieron a escrutinio; incluso el conocimiento de las lenguas en las que se escribieron los relatos debió ser recobrado. Por consiguiente, la moderna investigación histórica acerca de Jesús de Nazaret se entiende como una recuperación, un rescate de las tradiciones en su contexto. Bart Ehrman —profesor del Departamento de Estudios sobre las Religiones de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, Estados Unidos— sostiene que para entender las palabras y hechos vinculados a Jesús es indispensable «entender su contexto»4; el entorno y el significado están asociados, y su relación es la clave para juzgar una representación como históricamente fidedigna.

Un reto fundamental para quien se acerca a la vida de Jesús con el interés de comprenderla históricamente consiste en reconocer que su punto de partida es una fuente documental: un conjunto de textos, unas memorias y tradiciones transmitidas en la forma manuscrita de la antigüedad, a partir de las cuales debe alcanzar, mediante un salto conceptual, una interpretación veraz. Este gran paso hacia una nueva mirada, cualesquiera que sean los fines perseguidos por quien indaga, no es posible sin el desarrollo y la aplicación de unos criterios de autenticidad histórica que, en la actualidad y entre gran parte de los investigadores, son comúnmente aceptados. Para mostrar la forma en la que se aplican estos criterios, y también para señalar las dificultades y límites que encierra su empleo sistemático, a lo largo de mi obra destino algunos apartes a tal fin. Menciono de antemano, como abrebocas, cuatro de estos criterios con la idea de propiciar en el lector su apreciación crítica:

• El de la atestiguación múltiple que busca verificar la presencia de un hecho o dicho de Jesús en fuentes literarias independientes.

• El de rechazo y ejecución de Jesús que autentica las palabras y las acciones que explican o resultan acordes con el relato de la crucifixión de Jesús, narrativa considerada como la parte más antigua de las tradiciones acerca de él.

• El de dificultad que opta por los textos que levantan dificultades teológicas o situaciones embarazosas, pues resulta dudoso que hayan sido inventados por quienes transmitieron la tradición en la iglesia primitiva.

• El de coherencia que sostiene que tienen probabilidad de ser históricos los materiales congruentes con los dichos y hechos que previamente han pasado el examen de los criterios antes citados.

Sumado a lo anterior, un cambio profundo se produjo en la imagen de Jesús de Nazaret en la segunda mitad del siglo XX. Fue provocado por dos hallazgos fortuitos que causaron sensación en los medios de comunicación, levantaron toda clase de inquietudes acerca de la historicidad de las tradiciones cristianas y pusieron en las manos de académicos e investigadores —dentro y fuera de los círculos religiosos— un valioso alijo de manuscritos antiguos y otros artefactos.

El primer descubrimiento sucedió en 1945 y se conoce como la biblioteca de Nag Hammadi, un pueblo del Alto Egipto, entre cuyos códices escritos en copto se encontró una colección de dichos de Jesús de una corriente religiosa gnóstica cristiana, colección conocida hoy como Evangelio de Tomás. Los manuscritos de esta biblioteca ampliaron la comprensión acerca de la diversidad del cristianismo durante sus primeros tiempos. Luego, entre 1947 y 1956, se encontraron más de ochocientos rollos de pergamino escritos que estaban ocultos en las profundidades de once cuevas ubicadas cerca de Qumrán, en Israel y que fueron denominados genéricamente como «los Manuscritos del Mar Muerto». Este segundo descubrimiento era parte de las colecciones de textos, en su mayoría sagrados, escritos en hebreo, arameo y griego, que pertenecieron a la secta de los esenios: una comunidad y una escuela de pensamiento que había sido mencionada en relatos antiguos. La identificación, clasificación, conservación y divulgación de estos textos traducidos a las lenguas modernas, más allá del círculo de los especialistas, tardó años. Sin embargo, el efecto que la interpretación de estos hallazgos tuvo sobre la comprensión histórica de la antigüedad judía y del período de formación del cristianismo fue enorme, así como su impacto en nuestro tema: Jesús y su contexto histórico y cultural.

En el campo de la literatura religiosa judía, los rollos del Mar Muerto proporcionaron manuscritos de la Biblia hebrea de gran calidad y con mayor antigüedad que los conocidos en su momento, entre los que sobresalía el texto de Isaías, un libro profético, preservado actualmente en el Santuario del Libro, en el Museo de Israel, en Jerusalén. Además, los pergaminos representaron una evidencia de primera mano para entender mejor la vida de los esenios y la diversidad de las tradiciones religiosas judías de la antigüedad. Asimismo, para la historia del cristianismo primitivo, su estudio acrecentó la comprensión del judaísmo de la época de Jesús y de tradiciones como la esperanza mesiánica y el fin de los tiempos.

En consecuencia, estos hallazgos y las investigaciones posteriores dinamizaron la interpretación textual, literaria e histórica del Nuevo Testamento, así como el interés por la figura de Jesús. Sin ellos, mucho de lo elaborado por los autores que reseño en este libro probablemente nunca se habría escrito.

Como he indicado, el trabajo de divulgación —objetivo de mi libro— surgió del interés que me suscitó la lectura de la obra clásica de Albert Schweitzer, cuya primera edición se publicó en 1906. Sin embargo, he adoptado como pilares los trabajos de investigadores contemporáneos —publicados entre el último tercio del siglo XX y la segunda década del siglo XXI— que corresponden a la fase actual de la indagación acerca del Jesús histórico, conocida en medios académicos como «third quest»5. La cual se caracteriza por el marcado acento histórico-social en la interpretación del destino de Jesús en la sociedad de su tiempo, la reinserción de su movimiento en el judaísmo, y la utilización de fuentes no canónicas al lado de las fuentes canónicas. Dada la vastedad de sus perspectivas, esta fase ha conducido a cierta pluralidad de imágenes de Jesús que están estrechamente relacionadas con la decisión de los estudiosos de privilegiar unas fuentes sobre otras.

En mi caso, opté por mantener un diálogo constante entre las fuentes canónicas —de manera especial los evangelios sinópticos Mateo, Marcos y Lucas— y la literatura judía de los siglos II a.e.c. y II e.c., manteniendo como fondo la tradición profética ancestral de la cultura religiosa hebrea. Coincido con el siguiente criterio metodológico general: en la vida de Jesús «lo que es plausible en el contexto judío y permite comprender la génesis del cristianismo primitivo, puede ser histórico»6.

Así pues, mi trabajo sigue especialmente las obras de Geza Vermes, autor de Jesús el judío, La religión de Jesús el judío y El auténtico Evangelio de Jesús; Ed Parish Sanders, autor de Jesús y el judaísmo y La figura histórica de Jesús; Antonio Piñero, autor de Guía para entender el Nuevo Testamento, Aproximación al Jesús histórico y Jesús y las mujeres; John P. Meier, autor de Un judío marginal; Bart D. Ehrman, autor de Jesús, el profeta judío apocalíptico; Paula Fredriksen, autora de When Christians Were Jews, The First Generation y Jesus of Nazareth, King of the Jews; Gerd Theissen, autor de La religión de los primeros cristianos y coautor junto con Annette Merz de El Jesús histórico, y Mauro Pesce, coautor junto con Corrado Augias de Investigación sobre Jesús y, junto con Adriana Destro, de La muerte de Jesús. También menciono a otros autores influyentes en los capítulos correspondientes.

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Este libro está dirigido, de forma exclusiva, hacia la investigación histórica de la figura de Jesús de Nazaret, expone sus temas, problemas y métodos, y no debate doctrinas religiosas o teológicas. Se divide en seis capítulos que destacan hitos de la investigación.

El primer capítulo trata sobre los orígenes de la investigación acerca de la vida de Jesús y revela el hito originario, la primera reconstrucción histórica de su imagen: la del caudillo religioso que anunció un reino terrenal glorioso para los israelitas. Expone el camino y las motivaciones que, en la época de la Ilustración, llevaron a H. S. Reimarus, profesor alemán de lenguas orientales, a plantearse la necesidad de descubrir el propósito de la predicación de Jesús y las expectativas de sus seguidores, y los resultados que alcanzó su investigación. El capítulo presenta la forma característica en la que Jesús esperaba la liberación política y religiosa de su pueblo movido por la esperanza en un reinado de Dios que llegaría con el fin de los tiempos, una de las primigenias utopías socio-religiosas de la humanidad.

El segundo capítulo valora las fuentes para emprender el estudio de la imagen histórica de Jesús y la separa del culto al Cristo de la fe. A pesar de presentar temas técnicos como la teoría de las dos fuentes de la tradición evangélica y la caracterización de los evangelios como mitos cultuales, dicha exposición le facilita al lector la comprensión de la historia de la redacción y la datación de los relatos evangélicos, el descubrimiento de las comunidades de «cristianos antiguos» en los que estos adquirieron forma, la cuestión de sus autores y el modo en que se valoran hoy en día las fuentes cristianas, judías y romanas respecto a la existencia y la vida de Jesús, empleando criterios de autenticidad histórica. El mayor hito histórico, descrito en este capítulo, es el proceso que condujo de la interpretación sacral del texto de los evangelios a su estudio socio-cultural, gracias al encuadre contextual de la crítica literaria de las tradiciones.

El tercer capítulo expande las fuentes de la investigación a la literatura y cultura judías de la época, incluidos los renombrados Manuscritos de Qumrán y expone la visión judío-galilea de la vida de Jesús. Sobrecoge, en este contexto, descubrir en Jesús al hombre santo carismático, curador y exorcista, al galileo menospreciado, al sospechoso de animar una insurrección y, de manera simultánea, también al enviado del Reino de Dios, esperado con ansiedad por él y por la generación de sus seguidores, hombres y mujeres cuya fe, pensaban, ponía a su alcance un tiempo de salvación profetizado durante siglos. Esta visión constituye un logro relevante de la investigación histórica acerca de Jesús de Nazaret en el siglo XX y uno de sus hitos perdurables.

Ejecutado como sedicioso, degradados él y sus tradiciones proféticas, el cuarto capítulo rememora para el lector contemporáneo los ritos de la antigua religión sacrificial judía, a partir de los cuales sus seguidores elaboraron la explicación de la muerte de Jesús. Explora como hito histórico el significado político-religioso de títulos como «el Cristo», «Elías» y «el profeta», atribuidos en diversas circunstancias a Juan el Bautista y a Jesús de Nazaret; examina la relación entre los dos profetas y expone una visión crítica sobre «la historia de la pasión», el relato que sirvió de base a la composición de los evangelios. Para concluir, discute el enigma de la desaparición del cuerpo de Jesús y presenta recientes hipótesis explicativas.

El quinto capítulo reconstruye y da vida a la revuelta judía ocurrida entre los años 66 y 70 e.c. contra el poder romano. Es decir, el conflicto bélico que culminó en la destrucción de Jerusalén y su Templo, y significó la desaparición de algunas confesiones religiosas del Oriente próximo y la expansión de otras, entre estas últimas el judaísmo rabínico y el judaísmo nazareno7 o mesianista, cuyos seguidores llegaron a ser llamados cristianos. Además, se examinan los relatos acerca de la creencia en la resurrección de Jesús y se descubre su contexto y su sentido en el ideario de los profetas del fin de los tiempos y la restauración de Israel. La imagen de Jesús como profeta apocalíptico, otro hito de la investigación, se revela como aproximación segura a su figura histórica.

Por último, el sexto capítulo se propone recuperar a Jesús en sus propias palabras, en línea con el interés por establecer la autenticidad de los dichos de Jesús, existente desde la antigüedad. Asimismo, presenta el sentido de sus palabras de sabiduría, sus enseñanzas mediante parábolas y sus oraciones, pero a la luz de la mentalidad moderna, secular, y en un intento por alcanzar el estrato de la tradición más cercano a su vida.

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El enviado del Reino

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