Читать книгу El vástago de la muerte - Carlos Venegas - Страница 8
CAPÍTULO IV
ОглавлениеEl agente dejó a Mery en el portal de su casa. Esperó a que abriera la puerta que daba acceso al edificio y se fue. Se encontraba mucho más tranquila que en comisaría. Estaba agotada, aunque no creía que pudiera dormir. Cogió el ascensor hasta la cuarta planta. Los bloques de esa zona tenían las viviendas separadas en dos partes diferenciadas, quedando el ascensor y la escalera entre medias. La joven viuda giró a la derecha, accedió al ala oeste y caminó por el pasillo hasta llegar al número 3. Una sensación de pánico se apoderó de ella cuando vio que la puerta de su piso estaba ligeramente entornada. Alguien había entrado o estaba dentro. Solo hacía unos minutos que el agente la había dejado allí, probablemente no estaría demasiado lejos como para volver. Sacó la tarjeta que le había dado el comisario del monedero que tenía en el bolso y marcó su número de teléfono. No tardó en responder.
—Comisario Álvarez.
—Señor comisario, soy Mery... María José Sagasta. Dios, creo que alguien ha entrado en mi casa. —Estaba muy nerviosa y con la extraña sensación de que ese se estaba convirtiendo en su estado habitual.
—Tranquilícese, señora Sagasta, el agente López acaba de indicarnos que aún no ha salido a la autovía. Le daré orden de que vuelva. Baje a la calle, ahí no está segura.
Mery hizo lo que le ordenaba y bajó al portal a la espera del policía. Pocos minutos más tarde unas luces azules que parpadeaban en la lejanía se acercaban a gran velocidad. El Citroën C4 frenó en seco y el agente bajó con prisa. Echó su mano al arma y desenfundó.
—Señora, no se mueva de aquí.
Entró en el portal y subió las escaleras a grandes zancadas hasta llegar al cuarto piso. Respiró hondo, encendió una linterna y agarró con firmeza su pistola reglamentaria. Pegado a la pared y dando pasos laterales sin dejar de mirar la entrada al domicilio, se fue adentrando en el corredor.
Ya frente a la puerta abrió muy despacio, evitando hacer cualquier tipo de ruido y apuntando en todas direcciones. No se escuchaba nada. La entrada daba directamente a la cocina, cuya puerta acristalada permitía ver el interior sin necesidad de pasar. No había nadie dentro. Otra puerta daba acceso al salón comedor, pero esta estaba cerrada. El policía giró lentamente el pomo y entró silenciosamente, con el arma siempre a punto. Cuando pudo ver el escenario al completo se dio cuenta de que ya no había nadie allí. Cogió el walkie talkie y, tras apretar el botón, notificó a su superior.
Media hora más tarde llegó el coche del comisario junto a otro vehículo de la policía nacional con dos integrantes de la científica y dos motos que tenían órdenes de cortar la calle y regular el tráfico. Mery y el guardia estaban esperando pacientemente: ella sentada en las escaleras; él expectante y ansioso por ofrecer la información con todo detalle.
—López, informe —ordenó el comisario
—Han entrado durante el día y registrado todo el piso. No se han andado con tonterías y han buscado a conciencia. He hablado con algunos vecinos y, a pesar de escuchar mucho ruido a primera hora de la tarde, no le dieron mayor importancia. Pensaron que podían estar cambiando el mobiliario o empezando una obra.
—En cualquier caso, ¿ha asegurado el piso? —cuestionó nuevamente.
—Sí, señor, está todo en orden —respondió firme el agente López.
—Buen trabajo.
El jefe de la Comisaría de Distrito Centro ya no vestía como la última vez que lo vio Mery. Iba ataviado mucho más informal: camisa blanca remangada a la altura del codo, jeans desgastados y ajustados con un cinturón denim con la hebilla cromada y zapatos de vestir.
Subió al piso acompañado de los tres agentes y de la propietaria. López había precintado la entrada con cinta policial hasta que llegara su superior. Tanto los policías como Mery se enfundaron guantes de látex para no contaminar nada del escenario. El aspecto que presentaba la casa era completamente desolador. Todos los muebles habían sido volcados y los libros, figuras, fotografías y demás elementos decorativos estaban rociados por el suelo. El comisario indicó a la chica que observara bien todo por si podía faltar algo que le llamara la atención.
Desde el primer momento, Álvarez se dio cuenta de que aquello no había sido un robo, allí había estado alguien buscando algo en concreto y el destrozo era una forma de desviar la atención. La joven propietaria no daba crédito a lo que estaba viendo, cuando pensaba que nada podía ir peor, pasaba algo que empeoraba la situación con creces. ¿Qué es lo que buscaban?, porque no era dinero, los elementos de valor permanecían intactos... Estaba claro que no habían entrado en su casa para robar. ¿Por qué habían asesinado a Miguel y ahora estaba toda su casa destrozada? No era policía, ni le hacía falta serlo para darse cuenta de que su marido había hecho algo a sus espaldas, algo que había desencadenado todo aquello, y no era una infidelidad. Pero lo más increíble era que, a pesar de todo lo que le estaba pasando, el mayor de sus anhelos era que aquel hombre que conoció en la taberna irlandesa estuviera con ella, apoyándola y protegiéndola. Era inconcebible, no podía creer que estuviera pensando en un tío al que acababa de conocer ante una situación semejante, pero su subconsciente mandaba sobre ella.
—Señora Sagasta, ¿ve algo que le resulte fuera de lo normal? —preguntó el oficial.
—¿Me lo está preguntando en serio? Todo se sale de lo normal.
—Usted ya me entiende…
—No se han llevado objetos de valor —explicó Mery.
—Busque algo…, cualquier cosa que le resulte peculiar.
Mientras charlaban, la científica espolvoreaba toda la casa buscando huellas, ayudados por halógenos de luz negra.
Se desplazaron a la habitación de estudio, donde se podía observar un equipo de música, una torre de cedés sin cedés —se los habían llevado todos—, un televisor colgado en una de las paredes, dos sillones individuales y una pequeña mesa baja. Al igual que en el salón, habían tirado todo para disimular el verdadero objetivo del allanamiento. Los libros de las estanterías poblaban el suelo. Un teclado y un monitor marcaban la situación de un ordenador de sobremesa en un pequeño escritorio, aunque se echaba en falta la torre. No dejaron nada sin remover.
En los dormitorios rajaron los colchones y sacaron el relleno. Lo mismo hicieron con las almohadas. Los cajones de la cómoda y las mesitas de noche habían sido extraídos y esparcido su contenido. También el interior de los armarios, donde quedaban un par de perchas vacías. Estaba claro que no buscaban dinero ni joyas, puesto que dejaron las herencias de valor de su abuela, que estaban guardadas en una pequeña caja con candado que había sido forzado. La habían abierto, pero no les interesó el contenido.
Definitivamente querían algo distinto. Pero… ¿qué podrían tener ellos que pudiera interesar a alguien como para entrar en su casa y registrarla de semejante modo? ¿Qué podría ser tan importante para acabar con la vida de dos personas?
En el salón, y como era de esperar, a la científica le estaba resultando tremendamente complicado encontrar pruebas que pudieran esclarecer quién había estado en la casa. Era un trabajo muy profesional, quien quiera que fuese se había preocupado mucho de no dejar ningún rastro que les pudiera llevar hasta ellos.
—¿Alguna novedad?
José Luis sabía perfectamente que no iban a encontrar nada, el responsable de aquello no era un aficionado. Estaba claro que el señor Larraz estaba metido en asuntos muy turbios, con gente muy peligrosa. Contratar los servicios de un asesino a sueldo de semejante nivel no era barato, ni mucho menos.
—Nada, señor, es como si lo hubiera revuelto un huracán, no hay rastro humano o indicios de que alguien ajeno a la familia hubiera estado aquí —respondió uno de los científicos, sin dejar de espolvorear con la brocha.
—Continúen trabajando.
Hacía varios minutos que el jefe de Policía se había dado cuenta de que aquel revuelo no era una táctica de dispersión de cara a la investigación policial. Al intruso le daba igual que se notara que no le importaban los bienes materiales.
Después de recorrer de nuevo la casa, preguntó a Mery si echaba algo más en falta, aparte de los cedés y el ordenador de sobremesa. La joven negó con la cabeza con pesar y cansancio, estaba siendo la noche más larga de su vida. El tiempo caminaba con parsimonia, pese a que la claridad ya comenzaba a hacer acto de presencia, anunciando una nueva jornada.
El comisario la agarró con suavidad de un brazo y la dirigió a una de las habitaciones vacías.
—Señora Sagasta, ¿usted ha sentido o notado algún cambio en el comportamiento de su marido?, ¿tenía conversaciones telefónicas extrañas?, ¿estaba más obsesionado con la seguridad del hogar?
La batería de preguntas la cogió por sorpresa y tardó más de lo habitual en responder. Le costaba ordenar sus ideas y recuerdos.
—Hacía tiempo que tenía alguna sospecha acerca de una posible infidelidad, aunque no quería creerlo y siempre excusaba determinados comportamientos, pero, ahora que lo dice, sí que estaba especialmente interesado en que todas las ventanas se cerraran, daba igual el calor que hiciese. También la puerta tenía que estar cerrada con llave, si no se alteraba bastante. Nunca le había importado echar el cerrojo hasta hace un par de meses. Me decía que los robos por la zona habían aumentado y que era mejor que cerráramos por dentro y dejáramos la llave puesta y ligeramente inclinada, para que no pudieran entrar —parecía que su memoria empezaba a vislumbrar con claridad—. Esta es una zona tranquila y la verdad es que yo no he escuchado ningún caso cercano de robo con violencia ni asalto de ningún tipo. No eran comportamientos normales, pero tampoco les di mayor importancia. —El comisario escuchaba atentamente—. Era lo único anormal, eso y que últimamente se quedaba a trabajar hasta tarde en el Ministerio demasiado a menudo, lo que provocó que tuviésemos más de una discusión.
—Señora, entiendo que esto pueda molestarle, pero es mi trabajo. Reláteme toda su actividad en el día de ayer.
Álvarez la miraba incisivo, parecía estar intentado leer su mente.
—¿Qué insinúa, que maté a mi marido? —La voz rebotó por el piso, provocando que todo el mundo detuviera su actividad un instante.
—Señora, yo solo cumplo con mi deber, y es esencial que me lo cuente para poder llevar la investigación a buen puerto y encontrar al culpable. —Intentó explicarlo de tal manera que no se sintiera manipulada y confiara en él.
—Señor comisario, no se ande con rodeos, ¿está insinuando que soy sospechosa del asesinato de mi marido?
—Ya le he dicho que es mi obligación atar todos los cabos para poder terminar con éxito la investigación, ten...
—Solo hablaré en presencia de mi abogado.
No dejó que finalizara la frase. Mery mostraba una mezcla de asombro y enfado por la acusación. La estaban señalando como autora o cómplice de asesinato.
El sonido del teléfono del comisario le salvó de una situación muy tensa. Descolgó con rapidez.
—Álvarez... ¿Habéis llegado ya? Perfecto. Mantenedme informado.