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CAPÍTULO V
ОглавлениеA causa de los sucesos acaecidos en su domicilio, Mery se veía obligada a encontrar un profesional que la defendiese. Sin acceso a sus pertenencias y, por tanto, a su ordenador personal, se tuvo que conformar con la pequeña pantalla del Smartphone para intentar localizar a un abogado, o abogada, que la representara.
Tras largo tiempo buscando por Internet dio con la página web del bufete de Raquel Peral. Mery no era una mujer de grandes posibilidades económicas, por lo que tuvo que buscar a alguien cuyos emolumentos se pudiera permitir.
El bufete Estrada & Peral llevaba muy poco tiempo en activo y normalmente se encargaba de juicios de faltas, divorcios u otro tipo de delitos menores. Solo hacía dos años que Raquel terminó la carrera de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid con una nota media de Matrícula de Honor. Era muy joven, motivo por el cual muchos de los fiscales solían hacerle de menos; no tardaban demasiado en darse cuenta del error tan grande que estaban cometiendo. Tenía una agilidad mental que deslumbraba y sus ojos grandes, como los de un búho real, eran inquietos y escrutadores; nada pasaba desapercibido para aquellas grandes pupilas.
Raquel estaba exultante con la posibilidad de un proceso criminal como el del suceso de la señora Sagasta. Su primer caso de homicidio y ¡nada menos que perpetrado por un profesional! Era apasionante. Cómo iba a saber, cuando recibió la llamada de una mujer rota por el dolor y el miedo, que le cambiaría la vida.
Aquella llamada fue breve, la joven jurista la recordaba perfectamente. María José apenas podía controlar el llanto mientras intentaba concertar una cita y Raquel creía que se trataba de un caso de divorcio más. Llevaba poco tiempo ejerciendo y, a pesar de ello, estaba tan cansada de asuntos pequeños que, sin pretenderlo, su voz denotaba cierta dejadez. Pronto se daría cuenta de que aquella llamada podía ser la oportunidad que había estado esperando durante esos dos años.
—Buenos días... ¿Es el bufete Estrada & Peral?
Mery todavía estaba acongojada por todo lo que se le había venido encima. El mismo día que habían entrado en su casa destrozándolo todo, menos de veinticuatro horas después de haberle sido infiel y hubieran asesinado a su marido a sangre fría, tenía que buscar un abogado, porque para la policía era sospechosa de asesinato. Estaba pasando todo tan rápido que apenas era capaz de asimilarlo. Su vida se desmoronaba como un castillo de naipes.
—Raquel Peral al habla —la voz de la letrada sonaba indiferente—. ¿De qué se trata: hurto, robo, divorcio, una pelea...?
A Mery le irritó sobremanera el tono, pero no podía permitirse otros bufetes, así que, aunque le dieron ganas de colgar directamente, la desesperación hizo que continuara adelante.
—Han asesinado a mi marido y quiero que me defiendan. —Un carraspeo inesperado se escuchó al otro lado de la línea.
—¿Asesinado? —Toda la desidia que percibió en sus primeras palabras había desaparecido por completo, solo le bastó una para dar a entender el enorme interés que había despertado en ella—. Por favor, estaría encantada de reunirme con usted. ¿Le puedo invitar a comer y hablamos de su caso?
Aquella forma de entrevistarse con un cliente le resultó tan cutre como inesperada, pero Mery no tenía muchas otras alternativas, así que accedió. La realidad de la inexperta abogada era la falta de medios económicos para tener una oficina propia para su bufete, y menos en el centro de Madrid, donde los alquileres eran tremendamente altos. A Raquel le costaba la misma vida tener que reunirse con un futuro cliente y tratar temas confidenciales en un bar o restaurante, pero le quedaba más remedio que actuar de esa forma. Ya llegarían tiempos mejores, solía decirse.
El Zagal se encontraba cerca de la estación de Atocha. Tenían fama de hacer el mejor arroz negro de la ciudad y un servicio muy cuidado. Era un restaurante amplio, con una pequeña entrada doble. La puerta izquierda daba directamente al salón, mientras que la derecha accedía al bar.
Raquel era una mujer de complexión gruesa, tez pecosa y divertida, de pelo escarolado color caoba, labios finos pintados en coral y unos hermosos ojos verdes. Se maquillaba de una forma excelente y sabía cuidar su estilismo con detalle, siempre teniendo muy en cuenta la situación, el lugar y la razón por la que se tenía que vestir.
En este caso había elegido un traje de chaqueta y pantalón color vainilla, blusa wengué a juego con una cartera de mano con el cierre bañado en oro y unos bonitos zapatos de plataforma y tacón ancho abiertos en la punta. Era una mujer segura de sí misma que sabía sacarse partido, a pesar de no tener un físico estilizado.
Buscaba su cigarro electrónico en el bolso cuando Mery hizo acto de presencia.
—Maldito cacharro del demonio, ¿cómo puede ser que en un bolso tan pequeño desaparezca algo de ese tamaño? —La letrada hablaba consigo misma sin percatarse de que se encontraba presente la que podría ser su cliente.
—¿Señora Peral? —preguntó Mery con dudas.
—Sí. —Le habían cogido por sorpresa en una actitud bastante cómica, lo que provocó que sus mejillas se incendiaran por la vergüenza—. La señora Sagasta, imagino.
—Así es.
Mery estaba descubriendo una faceta de ella que no conocía: se crecía ante la adversidad. Solo necesitó unas horas de soledad y reflexión para darse cuenta de que no había elegido que pasara todo aquello, pero tenía la obligación de luchar con todas sus fuerzas por demostrar su inocencia.
—He reservado mesa en uno de los rincones más discretos del local —informó Raquel—. Siento no poder atenderla en el bufete, pero nos encontramos de obras a causa de unos escapes en la tubería general. —Era una gran mentirosa, de esas personas que pueden ocultarte algo durante años sin que puedas adivinar ni de lejos que te había engañado.
—Ah, no hay problema —respondió Mery, a la que apenas importaba todo aquello. Apenas hacía media hora que realizó otra de las tareas obligadas por aquella terrible situación: comunicar a sus jefes su ausencia en el trabajo por la fatídica muerte de su marido, evitando todos los detalles escabrosos. Y aún no había llamado ni a su familia ni a la de Miguel, sencillamente no estaba preparada.
—Entremos, espero que tenga hambre, porque aquí hacen un arroz negro que es para chuparse los dedos.
Se dirigieron directamente al salón. Estaba prácticamente completo, solo se vislumbraban un par de mesas vacías. Grandes macetones con enormes plantas decoraban las esquinas, dando mucha intimidad en algunos reservados. Raquel caminaba por delante, directa a una mesa que se encontraba entre dos costillas de Adán. Dejaron los bolsos colgando sobre los respaldos de las sillas y se sentaron. No tardó en aparecer uno de los camareros, el cual tomó nota de las bebidas y de la comida para después desaparecer. Fue en ese momento cuando comenzaron a tratar lo que les había llevado a reunirse.
—Pues cuénteme, señora, soy toda oídos. Por favor, no omita nada, por raro, tonto o superfluo que pueda parecer. —Se inclinó levemente hacia delante mientras pronunciaba estas palabras, dando la sensación de estar ávida por conocer la información del caso.
—Por favor tutéame, creo que vamos a hablar largo y tendido y me resultará más cómodo si nos tratamos con más confianza.
—Como desees —respondió Raquel, para, inmediatamente después, dejar paso a la narración de los hechos por parte de su nueva cliente.
Mery comenzó el relato desde las sospechas que tenía acerca de que su marido le fuera infiel con la secretaria del subdirector del Ministerio de Defensa. Narró con detalle el encuentro con Lucas, la llamada del comisario, el reconocimiento del cadáver y el posterior allanamiento. Raquel apenas podía disimular la emoción, sus ojos se iban abriendo poco a poco, según avanzaba la historia. La señorita Peral se apresuró por tranquilizarla, le indicó que tenía una coartada sólida en la noche del asesinato, pero necesitaban la declaración del hombre con el que la compartió.
La letrada solicitó acceso a información confidencial: sus cuentas de ahorro, nóminas y posibles pagos y cobros en B. A Mery no le hizo especial gracia tener que darle esa información, pero el miedo que le provocaba terminar con los huesos en la cárcel por un delito que no había cometido, hizo que accediera a todas las peticiones.
Le dijo que debería facilitarle toda la información y material que pudiera tener del trabajo de su marido, así como los nombres de compañeros a los que pudiese interrogar sin levantar demasiadas sospechas; además de acceso a su domicilio para realizar una investigación en el lugar del delito, aunque ya hubiera estado la policía. La abogada hizo constar en más de una ocasión que los cuerpos del Estado tenían tendencia a dejar pasar algunos detalles importantes por sus ansias de querer cerrar los casos cuanto antes. Ella no tenía prisa, solo quería que su cliente quedara completamente libre de cargos en el momento del juicio.
El camarero apareció con una botella de Chardonnay y dos copas que llenó en el momento. Se fue para volver con la especialidad de la casa para dos: una paella de arroz negro con marisco. Mery no tenía ni pizca de hambre, pero hizo un esfuerzo por comer. Ciertamente estaba exquisita y, sorprendentemente, le abrió el apetito mucho más de lo que se imaginaba. Hablar con la jurista consiguió tranquilizarla, hacerla ver las cosas con mayor claridad y, aunque el dolor por la muerte de Miguel estaba muy presente, había logrado focalizar su mente hacia otro objetivo: demostrar su inocencia.
La letrada, cuestionada por sus emolumentos, tranquilizó a su futura defendida indicando que su salario sería de un treinta por ciento de la indemnización obtenida con la sentencia y que, además, con dicha retribución se pagarían las costas procesales pertinentes. Realmente Raquel Peral estaba viendo una inversión a medio-largo plazo, un trampolín para captar muchos más clientes y hacerse un nombre en casos de homicidio. Es por ello que le habló de la importancia de involucrar a los medios de comunicación, mediante lo cual podría conseguir dinero para no tener ningún tipo de problema económico, aunque se esmeraba en transmitirle que no llegarían a juicio.
A Mery no le hacía ni pizca de gracia meter a la radio o a la televisión en todo aquello, pero entendía lo que la abogada quería decir, y era consciente de los enormes gastos que conllevaría un juicio de esas características.
Después del postre no hubo mucho más que decir, comenzaría la investigación al día siguiente. La impresión que se llevó Mery de su recién contratada abogada fue agridulce, tenía mucho miedo por la edad y la inexperiencia que parecía poseer en casos como ese, pero por otro lado era inteligente, intuitiva y sagaz. Estaba haciendo una apuesta peligrosa, cuyo resultado era impredecible. ¿Habría elegido bien? Tampoco tenía demasiado donde escoger.