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AGRESIÓN: ¿VIDA O MUERTE? UNA INVESTIGACIÓN SOBRE LAS RAÍCES DE LA AGRESIÓN

Gonzalo López Musa

Siguiendo a Winnicott en su artículo de 1939, “La agresión y sus raíces”, donde cuestiona de manera radical las raíces de la agresión propuestas por distintos autores en psicoanálisis, intentaré en este trabajo desarrollar la pregunta que lo nombra: ¿Vida o muerte?, pero involucrando de manera central la propuesta de Freud y sus consecuencias en su obra posterior al año 1920 para la clínica y el lugar del analista y la pulsión de muerte y su desarrollo teórico, desde un empuje a cero cantidad y una resistencia a la ligadura, hasta la idea posterior del sadismo y lo destructivo determinados por una fuerza originaria destructiva, la que luego fue tomada por Klein y su propuesta de la “envidia-pulsión de muerte”, y cuestionada posteriormente por Winnicott.

Iniciaré el camino de esta pregunta con una revisión crítica del desarrollo teórico de Freud sobre la pulsión de muerte, haciendo hincapié en las ideas relacionadas con el retorno a lo inorgánico, el apoyo en la biología y la herencia. Esto fue determinante en la postura kleiniana, y luego en los aportes de Winnicott en relación al ambiente y su lugar en la comprensión de la agresión, y su camino de logro hacia la construcción de la realidad y la subjetividad, o de fracaso y advenimiento del odio y la destructividad envidiosa.

Todo parte, en el largo recorrido hacia la pulsión de muerte, desde el postulado en el Proyecto de psicología de 1895 del principio tomado de la física, la inercia, la búsqueda de los sistemas del retorno a cero cantidad o excitación, de la manera más rápida y eficiente posible. Es un principio general del funcionamiento y equilibrio de los sistemas de intercambio de energías. Dada la naturaleza de la materia a tratar, establece Freud una modificación de este principio, que llama ‘principio de constancia’, que propone la búsqueda del sistema de una vuelta al estado de reposo a través de la descarga del exceso de la cantidad, por medio de la descarga motora. Ya no es una vuelta a cero, sino que, a un cero relativo, a un nivel “suficiente para la sobrevivencia”. Este postulado vuelve a ser puesto en juego 25 años después en su polémico texto Más allá del principio del placer (Freud, 1920), donde vuelve a necesitar del apoyo del funcionamiento de los sistemas y de la biología para plantear el concepto de la ‘pulsión de muerte’, la vuelta a lo inerte o lo inorgánico, que nuevamente nos pone en contacto con un cero, lo no manifiesto. Esta idea irá sufriendo transformaciones que mencionaremos más adelante y que llevan finalmente a la propuesta de Winnicott de revisar estas raíces conceptuales, en palabras de Green, “ir hasta el fondo” (2010, p. 175).

Siguiendo especialmente la idea de Freud de cero, pienso que la reflexión sobre esta cero cantidad, perturbada por exigencias externas, nos puede llevar a Winnicott con su propuesta de ‘no integración’ como la condición de inicio del bebé humano, lo que desarrollaré en el transcurso de este artículo.

Se atreve Freud, en su texto de 1920, a ser creativo, a especular, a avanzar con sus ideas buscando y encontrando novedades que han hecho pensar y crear a todos los distintos e importantes autores del psicoanálisis y, también, a todos los que nos interesamos por el tema, ya sea desde la clínica y/o desde la teoría.

La teoría de las pulsiones se planteó desde los inicios de la obra de Freud, hasta que en el texto de 1920 culmina en la dualidad pulsional con la idea de Eros y Tánatos. Una construcción metapsicológica propia del psicoanálisis que, como mencioné anteriormente, propone un sistema que busca la vuelta al estado de reposo o de no cantidad, planteado por Freud en el Proyecto de psicología (1950 [1895]); una vuelta al mínimo necesario para la sobrevivencia, un cero relativo posterior a la experiencia de gratificación. Sin embargo, en este primer momento, no conceptualizó una oposición o una resistencia de la cantidad, un empuje contrario y opuesto de la no actividad a la actividad, sino que una búsqueda eficiente y rápida de la vuelta a cero. En el texto de 1920, este cero registra dos novedades importantes que implicaron un cambio radical en la mirada del psiquismo, sobre todo en Freud y Klein, y por lo tanto, un cambio relevante en el lugar del analista y la mirada sobre el paciente y sus procesos de cura: primero, una oposición a la investidura y, segundo, una significación destructiva de esta oposición: la muerte se equiparó a cero, la destructividad se equiparó a la oposición a la investidura.

Freud se pregunta sobre este principio de la búsqueda de la vuelta al estado de reposo o de placer, lo propone como el funcionamiento primario de la pulsión, y ya al inicio del texto plantea que “ciertas otras fuerzas contrarían [al principio del placer]” (1920, p. 9), pero aquello que lo contraría proviene de la pulsión de conservación que empuja secundariamente al ‘principio de realidad’, que vela por la autopreservación del individuo. Desde este lugar, la represión (que para Winnicott es central en el fracaso de la destructividad como precursora de la comunicación) ocupa un lugar fundamental en el proceso del desarrollo del sujeto y la tensión en relación al principio del placer y las pulsiones sexuales. Como se observa, es primario el juego de las investiduras o la ligadura, pero esto se complica puesto que el paso de no-ligado a ligado se llena de significaciones hasta que se transforma en búsqueda de muerte en vez de vuelta al estado de reposo (que tiene esa cercanía con el estado de no integración de Winnicott).

El modelo de la resistencia en análisis adquirirá relevancia; aquello que ocurre en el yo y sus defensas va a ser extrapolado a una energía originaria que se comporta de la misma manera. Dado que en las propuestas del desarrollo de Winnicott no hay un yo temprano, de inicio, y que por lo tanto, la representación no tiene lugar en este primer momento, la resistencia, que va a ser derivada en muerte y destrucción primaria para Freud, no tiene lugar en Winnicott.

La compulsión a la repetición, que le da evidencias a Freud de esta energía primaria regresiva y resistente a la novedad —necesaria para el postulado de la pulsión de muerte—, es posible pensarla como lo que expresa lo traumatico, que repite lo que no se puede metabolizar y que nunca fue placentero para ninguno de los sistemas, tema del que se ocupan Ferenczi y Winnicott posteriormente. Pero Freud privilegia un sesgo demoniaco en su vivenciar y va a ir a buscar en la biología este sesgo; lo mismo que Winnicott ha criticado a Melanie Klein: ir a la biología, a la herencia, saltándose el ambiente y su influjo sobre el desarrollo humano.

Sin embargo, lo que le interesa a Freud de la repetición no tiene que ver con el contenido o el origen de lo repetido, sino con la manifestación de un principio de funcionamiento de las energías que expresa un más allá e independiente del placer, más originario, más pulsional y que lo destrona. Hay entonces un tiempo anterior al cumplimiento del deseo, un momento previo a la primera investidura, previo al principio del placer, es en este momento donde Freud especula y pone una marca duradera y determinante en su pensamiento, que va a ir derivando hasta sus escritos posteriores pasando por El yo y el ello (1923), El malestar en la cultura (1930 [1929]) y en Esquemas del psicoanálisis (1940 [1938]).

“Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas” (Freud, 1920, p. 36). Todavía es el resultado de la inercia de la vida orgánica, pensamiento que va a ir derivando hasta sus escritos posteriores llegando a ser la expresión de la destructividad primaria. En esta propuesta, la pulsión no es un empuje al desarrollo, sino que la expresión de su naturaleza “conservadora”. Volver a un estado de reposo evoluciona en su propuesta a volver a un estado más originario y luego a lo inanimado, la muerte, y que después deriva en matar a otro como defensa o deflexión de lo destructivo en uno mismo; matar para sobrevivir a la propia destructividad, como lo propone Klein.

Usar el funcionamiento de la célula para la pulsión, nos propone una energía que funciona de manera semejante en la biología y en el aparato mental, como si lo inorgánico, lo inerte, tuviera que ver con la destructividad, y la muerte fuera una consecuencia de ello. Continuando con este apoyo en la biología, especula Freud la idea de que no hay evidencias de una energía que empuje hacia lo nuevo, solo empuja a lo previo, a lo inorgánico. Morir por causas internas es una frase que, continuando con la evolución del texto de Freud, nos empuja a la destrucción, destruirse por causas internas, como una célula que busca su muerte, que se “suicida” en el planteamiento de Green (2010). Se identifica muerte con destructividad o con autodestructivo, que la célula muera no es lo mismo a que la célula se autodestruya. Muerte y destrucción no son idénticas, la muerte como el resultado del paso del tiempo que agota a la materia no es lo mismo que la materia que se autodestruye.

Pulsiones de muerte que derivarían del comienzo de la vida en la tierra. Esto nos hace notar que empieza a producirse en el texto este hecho extraño de hablar de pulsión en la célula, en los protozoos; pulsiones sexuales activas en cada célula y se pierde por tanto la definición de pulsión, ya que pareciera no ser necesaria la diferencia entre pulsión e instinto, energía vital y pulsión. “La mantención de la dualidad pulsional obliga a poner desde el lado de la pulsión de muerte lo destructivo como expresión de un empuje inicial, independiente de la experiencia o de la relación con el ambiente” (Freud, 1920, p. 46).

La neutralización de la pulsión de muerte de las células singulares se logra al desviarla hacia el mundo exterior, por la mediación de un órgano particular. Este órgano es la musculatura (en lo que concuerda Winnicott al plantearla como la vía de expresión de los aspectos destructivos no intencionados del inicio del desarrollo del bebé), medio por el cual se exterioriza y se manifiesta como pulsión de destrucción que no es más que la pulsión de muerte volcada al exterior.

Expresa la ligadura de la energía libre como la expresión de la pulsión de vida y la resistencia a la ligadura o desligar como la expresión de lo más primario de la pulsión, una energía opuesta que resiste y empuja primariamente a lo inerte, a lo previo, lo que mantiene y rescata la dualidad propuesta por Freud desde el inicio de su postulado pulsional.

En 1923, en El yo y el ello, ya aparece, en esta segunda pulsión, el sadismo como su representante:

Sobre la base de consideraciones teóricas, apoyadas por la biología, suponemos una pulsión de muerte, encargada de reconducir al ser vivo orgánico al estado inerte […]. Como consecuencia de la unión de los organismos elementales unicelulares en seres vivos pluricelulares, se habría logrado neutralizar la pulsión de muerte de las células vivas singulares y desviar hacia el mundo exterior, por la mediación de un órgano particular, las mociones destructivas. (pp. 41-42)

La mirada de Freud sigue necesitando de la biología para apoyar la pulsión de muerte y la diferencia entre biología y metapsicología se diluye y confunde. Postula, para continuar la dualidad tan necesaria para su desarrollo, la idea de la mezcla y desmezcla pulsional que resuelve el tema de la pulsión agresiva y de los componentes destructivos de la pulsión sexual, quedando entonces la pulsión de muerte teñida de la destructividad primaria. Como consecuencia de esto, muerte y destructividad se aúnan en una búsqueda de la muerte a través de la destrucción y no como el fin de lo manifiesto por agotamiento del material. La célula agota su tiempo, pero en esta mirada se destruye.

En El malestar en la cultura (1930) escala un paso importante Freud sobre esta idea y plantea una “hostilidad primaria” (p. 109), que ya ni siquiera es la destrucción como resultado de la deflexión de la pulsión de muerte, sino que es propiamente hostilidad primaria que espera la oportunidad para manifestarse y que “desenmascara”, dice Freud, a los “seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie” (p. 108), como muestra de la naturaleza humana originaria. Como vemos, la raíz de la agresión que plantea Freud para llegar a la comprensión de esta destructividad que hace al ser humano una “bestia salvaje” y actuar como tal en determinados momentos de desmezcla, debe ser investigada puesto que supone una naturaleza cuestionable y que interroga al análisis en su búsqueda de develar la esencia del sujeto. Pienso, como veremos más adelante, que “actuar como” y “ser” no son necesariamente sinónimos. Esta confusión e igualación queda expresada cuando Freud plantea “El supuesto de la pulsión de muerte o de destrucción” (1930, p. 115).

Finalizando el camino con Freud, en Esquemas del psicoanálisis (1940 [1938]), dice: “nos hemos resuelto a aceptar solo dos pulsiones básicas; Eros y Pulsión de destrucción y la meta de esta es disolver nexos y así destruir las cosas del mundo” (p. 146). Nuevamente la idea de disolución y destrucción se hacen sinónimos, al mismo modo que inerte y muerto. En palabras de Green, aquí se plantea un cuestionamiento considerable: el postulado de identidad entre reposo y muerte, ¿cómo se convierte la búsqueda del primero en la aspiración de la segunda? ¿Se convoca la pulsión de muerte para reposar, o bien para “matar el ruido de la vida? (Green, 2010, p. 49).

Daremos paso a Winnicott con esta frase de Freud “la inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria del ser humano” (1930, p. 117), a la que Winnicott va a agregar agresiva no intencionada, no dirigida a un objeto, lo que nos pone en el camino de la revisión de la raíz de la agresión propuesta por él.

¿Sería la ligazón, el establecimiento de las ligaduras, una defensa o implica una actividad primaria del sistema? En este sentido, el establecimiento de la relación con el otro, que no es tal desde la perspectiva del bebé, tiene que ver con la idea de Freud de la ligadura, pero vista como un aspecto primario de la naturaleza humana, algo que no permite diferenciar dos fuerzas opuestas en el amor y el odio. La destructividad que deviene en odio surge de una complicación, no de la naturaleza destructiva primaria del ser humano. Reprimimos la destructividad producto del hecho de estar vivos, pero ¿qué hacemos con lo que retorna? El dilema entonces no es con la destructividad, sino con el retorno de lo reprimido que puede tomar formas de odio que parecieran hablar de la naturaleza, de lo que nos constituye y no de la represión. La idea de Winnicott respecto de que el verdadero problema tiene que ver con la represión debe ser profundizado, puesto que nos pone en un camino de pensamiento de la clínica del odio completamente distinto al propuesto por la pulsión de muerte, que nos coopta la relación con el paciente y su posible camino de salida hacia la vitalidad.

El tema entonces es la ligadura y no la muerte, palabra que nos lleva a la destructividad desde la muerte y no desde la expresión de la vitalidad y sus derroteros en torno a la represión. Si esto lo llevamos a la pulsión de muerte versus la muerte de la célula, genera un problema: pensamos al paciente limitado y determinado por la pulsión de muerte, una fuerza inescapable de la naturaleza de cada uno de nosotros.

Dentro de la línea de Klein, Wilfred Bion nos devuelve a la idea de la ligadura en Freud, lo que rescata en su artículo, ataque al vínculo (al vincular diría más precisamente) donde lo relevante es la función del pensamiento de vincular dos objetos más que el vínculo mismo. Pensamiento que cuando es atacado de manera masiva por la destructividad de la pulsión de muerte, se transforma en una evacuación más que en un pensamiento. Bion sostiene la idea de la ligadura como efecto de la pulsión de vida y la desligadura como resultado de la pulsión de muerte.

Posteriormente, Winnicott hace una revisión de la propuesta de Klein de la pulsión de muerte o de la envidia como una continuación del desarrollo de Freud del último tiempo de su obra. En su propuesta de la destructividad primaria o envidia constitucional, acude a la biología, a lo hereditario, que ofrece una mínima organización yoica en el momento del nacimiento, donde los mecanismos de defensa intentan lidiar con esta destructividad primaria a través de la proyección en el objeto y posterior introyección del objeto investido con aspectos persecutorios y destructivos que le dan nombre a la primera posición propuesta por la autora, ‘posición esquizoparanoide’, nombre que es cuestionado por

Winnicott por las implicancias yoicas y de estructuración que el nombre propone, dado que, de acuerdo a su postulado del desarrollo temprano, no estarían presentes en los primeros momentos ni el yo ni algo así como una estructura.

Respecto de esto mismo, en el artículo “Melanie Klein, sobre su concepto de envidia” (1959), el autor dice:

La palabra envidia es fácil de seguir cuando describe los elementos destructivos presentes en la relación de un paciente con el analista si el paciente considera satisfactorio a este último. … debe admitirse que hay fuerzas destructivas que no corresponden a la rabia reactiva y que se alinean en la salud con el impulso amoroso. Pero discrepo totalmente con la Sra. Klein cuando remonta el asunto a la infancia misma. (p. 185)

Al iniciar su artículo “Envidia y gratitud”, Klein plantea que la envidia es: “uno de los factores más poderosos de socavamiento, desde su raíz, de los sentimientos de amor y gratitud […] considero que la envidia es una expresión sádico-oral y sádico-anal de impulsos destructivos que opera desde el comienzo de la vida y tiene una base constitucional” (1946, p. 9). El sistema trabaja primordialmente para bloquear esta destructividad primaria, lo que según Klein es también el trabajo fundamental del analista. La culpa entonces, muy temprana en el desarrollo, proviene de la destructividad primitiva, desconsiderando en su propuesta a la realidad. Esta versión de la pulsión de muerte era completamente dominante en el campo teórico y clínico de la época, el paciente está sometido a su destructividad, y el odio es la expresión de este empuje que no ha podido ser refrenado por el yo. Como lo planteé anteriormente respecto de Freud, Klein al recurrir a la biología produce un trastorno de la significación de la idea de muerte y destructividad, como si viniera alojada en un sistema de representación primario que le da articulación y anticipación, como una idea innata con tonalidad destructiva primaria. Al respecto, Winnicott cuestiona la envidia primaria y dice “para mí la palabra envidia entraña un alto grado de sofisticación, vale decir un grado de organización yoica en el sujeto que no está presente en el comienzo de su vida” (1959, p. 186).

El ambiente no tiene un lugar entonces en esta raíz teórica de la agresión, el desarrollo teórico va directamente a la herencia y respecto de esto Winnicott dice: “Para mí ninguna descripción de un bebé puede excluir el comportamiento de la persona que lo atiende […]. En término de las relaciones objetales el bebé depende por entero del modo en que se le aporta cada fragmento del mundo” (1959, p. 186). La dependencia absoluta propia de este momento de la primera infancia deja al bebé en manos del ambiente y en manos de su potencial heredado, el que, si bien incluye potencialmente la destructividad como un aspecto del amor primario, no incluye una preconcepción destructiva del objeto, como algo de lo que debemos defendernos y al que primariamente intentaríamos destruir, como sí está en la metapsicología de los últimos desarrollos de Freud respecto de la pulsión de muerte. “¿Puede una argumentación metapsicológica pasar a dar cuenta de los fenómenos por referencia a la herencia, antes de haber alcanzado una plena comprensión de la interacción entre los factores personales y los ambientales?” (Winnicott, 1962, p. 189). Esta pregunta no solo tiene que ver con su cuestionamiento a la pulsión de muerte, sino que refiere a todo el desarrollo metapsicológico temprano del aporte del autor tanto en lo teórico como en lo clínico.

Entonces, plantea que “la envidia carece de raíces profundas en la naturaleza del bebé y su surgimiento es una reacción ante las fallas de adaptación de la madre” (Winnicott, 1959 p. 187), es decir, solo tiene lugar cuando algo falla, no cuando todo va bien como ocurre en la propuesta de Freud y de Klein con la pulsión de muerte.

Empieza a tomar lugar una pregunta diferente que involucra estos cambios teóricos relevantes: ¿Si nos encontramos con la envidia en el paciente, es una envidia inevitable (primaria) o es producto de algo ocurrido con el analista y el análisis? ¿La envidia surge porque es envidioso o bien cuando algo ocurre que la provoca? Esta pregunta sobre la naturaleza establece una división muy radical y fundamental de la concepción metapsicológica de la dupla analista-paciente y del destino del análisis, entre Klein y Freud por un lado y Winnicott por el otro.

¿Qué tiene que ver la muerte con la destructividad? ¿Se expresa en ella un impulso primario que apunta a la destrucción como meta, por lo que destruimos porque somos destructivos? No estará más bien la respuesta a este interrogante en el cuando, destruimos cuando, odiamos cuando, matamos cuando. Las madres suelen decir “este niño salió…” refiriéndose a esos componentes que vienen desde el nacimiento, con la herencia. Salió rabioso, impulsivo, bueno, etc., como aspectos relacionados con la naturaleza humana y no con los resultados de una naturaleza en interacción con el ambiente; una base de construcción que requiere del ambiente con el que interactúa para obtener un resultado, que promueve y bloquea las distintas expresiones posibles de nuestra naturaleza.

Winnicott nos propone considerar al ambiente y la falla de este, como elementos relevantes de la envidia. Si se considera entonces en las raíces de la agresión la relación del ambiente con el bebé en dependencia absoluta y no en relación-con, “la idea de la envidia no enriquece la teoría de las raíces de la agresión; produce confusión al no considerar ni abordar seriamente el efecto de un quehacer materno que es suficientemente bueno o no lo es. Solo se retrotrae a los factores hereditarios” (1962, p. 199). Klein desconsidera el ambiente, pero sí incluye en los factores hereditarios la cantidad constitucional de pulsión de muerte, lo que encontramos desarrollado en Bion en su compleja propuesta sobre el sujeto psicoanalítico.

Un elemento determinante en el potencial de desarrollo del bebé va a ser la cantidad constitucional de pulsión de muerte, lo que para Winnicott no tiene lugar en su propuesta de este sujeto psicoanalítico (en el decir de Bion); el impulso agresivo no es una variable de la naturaleza humana, que puede resultar destructivo, ya que forma parte de la construcción de la realidad y del self, la que puede fracasar o no hacerlo, dependiendo de la falla del ambiente. La agresión es condición de posibilidad para el desarrollo y la construcción del mundo, mirada que revierte y nos lleva a la cuestión de la destructividad como un aspecto de la creación y el desarrollo cuyo fin primario no es la destrucción. El advenimiento del odio como un sentimiento que ocupa un lugar en el desarrollo humano y que forma parte de su naturaleza nos propone una pregunta sobre su génesis, la que por su sofisticación es secundaria a las vicisitudes de la crianza. La envidia y el odio que son hacia aquello distinto de mí (not me) tiene como precursora la relación con el objeto todavía-no-separado, que que Winnicott a llamado objeto subjetivo (Winnicott, 1959).

La cualidad de la envidia se ve afectada por la cualidad de la provisión ambiental, es decir, sí hay una diferencia, para el bebé y su desarrollo, entre tener una madre neurótica, limítrofe o psicótica (Green, 2010). En esta consideración de Winnicott resaltada por Green, de la importancia de la madre y del analista, se desprende una ampliación de los límites del trabajo con el paciente en relación a su destructividad, al haber una diferencia y un efecto para la construcción de subjetividad del paciente/

niño, producida por el ambiente. La relación de trabajo con el analista también puede generar una diferencia en el destino de la regresión y la destructividad del paciente.

En su artículo “Raíces de la agresión” de 1968, Winnicott hace una afirmación que me parece central para este artículo y que me voy a permitir citar en extenso:

Al reexaminar las raíces de la agresión, nos encontramos con dos conceptos que debemos erradicar deliberadamente, para ver si vuelven otra vez por sus fueros o si estamos mejor sin ellos. Uno es el concepto de instinto de muerte de Freud, producto colateral de sus especulaciones en el que parece haber alcanzado una simplificación teórica comparable a la eliminación gradual del detalle en la técnica de un escultor como Miguel Ángel. El otro es el concepto de envidia, de Melanie Klein […]. No nos será posible avanzar en el debate científico a menos que estemos dispuestos a echar por la borda estos dos conceptos, desvinculando al primero de Freud y al otro de Melanie Klein. (pp. 200-201)

Comparto con él que la erradicación debe involucrar una abierta posibilidad de volverlos a incluir, con reparos, modificaciones o en su totalidad, luego de una revisión profunda de la clínica y los desarrollos y propuestas por los diferentes autores, incluido el autor de este texto.

Más adelante volveré sobre la pulsión de muerte en Freud y posibles consideraciones sobre ella, que me parece que pueden aportar a la reflexión y la clínica, pero ahora creo necesario detenerme sobre la cita anterior dado que propone una idea central: no hay avance posible en el debate sin cuestionar y/o sacar del esquema referencial estos dos conceptos. Me parece que, en la clínica, la escucha del analista respecto de los contenidos de su paciente, con un referente de la pulsión de muerte sostenida desde la biología y la herencia, detiene la investigación sobre lo inconsciente y limita la salida del paciente de los atrapamientos de la repetición atribuidos a la pulsión de muerte, es decir, en un momento dado del curso del análisis, la situación del paciente es inescapable e independiente de lo que está ocurriendo en el proceso con su analista. ¿Nos plantea entonces la pulsión de muerte un tope para la posibilidad de pensar en la destructividad y el odio en la clínica como la expresión de la vitalidad?

Creo, como lo planteé en un artículo anterior (López, 2018), que los esquemas referenciales generan una limitación en la escucha, lo que ocurre a mi parecer con la idea de la pulsión de muerte. Si Freud hubiera limitado su curiosidad frente al síntoma de la histérica como un lenguaje, por la propuesta de Charcot que era el resultado de un problema orgánico y por lo tanto desprovisto de significación y no aportaba al conocimiento y cura posible de la histeria, no tendríamos el psicoanálisis. Pensar en esta pulsión de muerte primaria y expresión de una energía diferenciada de la pulsión de vida, orgánica e inevitable, no aporta a nuestro conocimiento y trabajo con el paciente, es un dato de la causa.

Winnicott nos recuerda que Klein propone que “como todo es heredado, algunas personas pueden nacer con una fuerte herencia por el lado de la agresividad” (1968, p. 203), lo que deja a los analistas y su propuesta clínica, limitados para ayudar a los pacientes y su destructividad determinada por la herencia, sin un trabajo interpretativo o de cuidado profundo con las raíces de ella, dado que la herencia no puede ser interpretada, la naturaleza humana no puede ser modificada (como si fuera el color de ojos o de piel).

Vuelvo nuevamente a la pregunta ya enunciada antes en este trabajo: ¿Es la ligazón —el establecimiento de las ligaduras— una defensa o implica una actividad primaria del sistema? En este sentido, el establecimiento de la relación con el otro, relación que no es tal desde la perspectiva del bebé, tiene que ver con la idea de Freud de la ligadura, pero vista más bien como un aspecto primario de la naturaleza humana, una fuerza primaria que empuja a la ligadura (a la integración dice Winnicott), que no requiere dividir en dos fuerzas diferentes el amor y el odio; la destructividad que deviene en odio surge de una complicación, no de la naturaleza destructiva primaria del ser humano. Reprimimos la destructividad producto del hecho de estar vivos, pero ¿qué hacemos con lo que retorna? El dilema entonces no es con la destructividad, sino que con el retorno de lo reprimido que puede tomar formas que parecieran hablar de la naturaleza que nos constituye y no de la represión.

En el ámbito de la pulsión de muerte como retorno al cero absoluto, que ya había adelantado Freud en 1895, Winnicott propone una versión novedosa y diferente de regresión como un elemento que nos pone en este camino: la vuelta a cero, pero no como una condición de la biología, sino como una condición de la ausencia de integración, el estado de soledad fundamental y de no existencia subjetiva, que es el momento del narcisismo primario. Concuerdo con Green al decir que el estado de no integración puede pensarse como un momento de la existencia donde hay cero, que es ausencia de sujeto y presencia absoluta de existencia a cargo del ambiente. Sin embargo, quisiera agregar que este estado de no vida subjetiva no es producido por un empuje primario a la no existencia, a la destrucción y a la muerte, es completamente lo contrario, ya que es una base necesaria del desarrollo, precisamente hacia la vida, lo que permite pensar la destructividad desde un inicio vital, un aspecto del amor primario de Winnicott y su idea de ‘fuerza vital’ necesaria para la construcción de la realidad. Es determinante la sobrevivencia del objeto para que surjan las condiciones para la comunicación propios de la destructividad no reprimida.

La idea de soledad fundamental y de narcisismo primario encuentran un correlato en la obra de Freud y Winnicott, que hacen una metapsicología sostenible para pensar desde un vértice en el cual la pulsión de muerte no tiene lugar como causa de la destructividad, que es en un inicio “no intencionada”, palabra relevante para la consideración de la naturaleza humana desde Winnicott.

Lo no vivo, lo previo de la existencia, la no vida de algunos pacientes, como lo plantea Winnicott, da una idea de nada, cero, que nos permite pensar en un inicio cero, pero no destructivo. La retirada de las investiduras planteada en introducción del narcisismo (Freud, 1915) y lo no integrado nos ponen lejos de la idea relacional de algunos autores que tratan de identificar a Winnicott con sus postulados (Green, 2010). Al inicio no hay, que no es lo mismo que proponer al inicio un empuje en reversa y opuesto a la vitalidad. Green habla del agotamiento de la libido, “la muerte no era en suma sino el agotamiento del potencial de la vida y por lo tanto de la libido, versus la idea de Klein de una libido ahogada en un baño de sangre” (Green, 2010, p. 101). Escena que nos pone de manera muy visual en la escena analítica propia del marco de referencia kleiniano del trabajo analítico.

Lo propiamente originario y pulsional del empuje a la vida o, por el contrario, lo propiamente originario del empuje como anhelo de lo inorgánico y destructivo por consecuencia, determinan cada uno la construcción metapsicológica del paciente con el que trabajamos, nuestra escucha e intervenciones psicoanalíticas y sus posibilidades de desarrollo hacia la salud.

Si vemos, a la manera de Freud (1930) a los “seres humanos como bestias salvajes que ni siquiera respetan a los miembros de su propia especie” (p. 108) como muestra de la naturaleza humana originaria, entonces el análisis tendría que fortalecer las defensas del yo para que esta naturaleza no se manifieste y quede reprimida a favor de las construcciones culturales permitidas por la libido. Si por el contrario vemos, a la manera de Winnicott, en los seres humanos una esencia del ser donde está el espacio de la creatividad y el gesto espontáneo, entonces el camino del trabajo del análisis es la conexión con el verdadero self y la esencia del sujeto, donde se pueda encontrar con lo más verdadero y vital.

En todos los ámbitos de la consideración de la naturaleza humana como objeto de estudio y de interés para pensar la clínica, encuentro necesario reafirmar, tal como lo plantea Winnicott, la necesidad de revisar en profundidad las raíces teóricas de la destructividad, de modo de ampliar la clínica y la comprensión del devenir del proceso analítico de nuestros pacientes, lo que espero haber hecho en alguna medida en este artículo

Referencias bibliográficas

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El odio y la clínica psicoanalítica actual

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