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Bloque I.
La pregunta como herramienta educativa
ОглавлениеCélulas de un mismo organismo
Pensemos por un momento en un organismo vivo, es pura armonía, miles y millones de células cooperando para facilitar la vida y la evolución. Pensemos por un momento que nuestra sociedad es un organismo vivo. Esta sociedad puede ser tan grande como el Planeta o tan pequeña como mi comunidad más cercana. Si pensamos en nuestro centro educativo, cada uno de nosotros somos células cooperando para proteger la vida y facilitar que prospere.
Cuando reflexionamos sobre nuestra misión como docentes o como padres o, si queremos, como médicos, policías, etc., nos llega la imagen de numerosas células del cuerpo humano colaborando para proteger la vida, para facilitar la evolución de una forma segura.
Así vemos el papel del adulto en su relación de acompañamiento y cuidado de los niños, como células especializadas, al servicio de un mismo propósito: crear un lugar seguro para que los niños puedan vivir y crecer. Por ello, en este libro hablamos casi de forma mezclada o indistinta de padres y docentes. Al fin y al cabo, quizá unos sean células del cerebro y otros del corazón, o puede que unos sean del hígado y otros de los pulmones, pero, en definitiva, células cooperando en armonía para proteger y facilitar la vida.
No podríamos pensar en un organismo donde las células del pulmón estuvieran en contra o no se entendieran con las del corazón o sería un organismo enfermo. Así, entendemos el rol de adulto como un rol de cuidador (como explicaba el Dr. James Bernstein), donde cada uno se ha especializado en una parte (profesores, padres, médicos), todos al mismo nivel. Es esta interconexión la que garantiza la vida.
Si pensamos en nuestra sociedad o, si queremos, en nuestra comunidad educativa, nos gusta destacar la idea de que se diluya esta conciencia de “mis hijos”, “mis alumnos”, “mi colegio” para centrarnos en una cooperación colectiva donde los adultos hablan de “nuestros niños”.
Pongamos un ejemplo: el año pasado, en mi urbanización, había un chico que comenzó a consumir drogas. Su comportamiento era huraño, incumplía las normas de convivencia de la urbanización…y, poco a poco, se fue generando una actitud de rechazo entre los demás vecinos adultos, no solo hacia el chico, sino también hacia sus padres, cuando habían sido personas muy integradas en la vida social de la urbanización. En una ocasión, encontrándome en una conversación vecinal, donde el tema de conversación era “este chico es malo”, comprendí que cuanto más hiciéramos crítica de esa familia, menos seguro iba a ser nuestro vecindario para este chico, esa familia y para nuestros propios hijos. Entendí que si un niño se “tuerce”, podemos pensar: “menos mal que no es el mío” o podemos pensar, “¿cuál puede ser mi contribución, como célula a este organismo para que siga creciendo en armonía?”.
De repente, conectados con esta idea (solo algunos vecinos, es verdad), surgieron movimientos discretos por parte de unos y de otros, que fueron dando luz a los padres: un centro donde podían ayudar a su hijo, una actitud de seguir hablándoles a ellos y al hijo, …en fin, una serie de pequeños “milagros colectivos” que restablecieron la armonía.
Comprendí que los límites de “mi familia”, “tu familia”, “yo no soy su profesor”, “yo soy su madre”, “tú no eres su padre”, …de repente perdían su sentido, y se me abría una forma de inteligencia colectiva que simplemente se ponía al servicio de crear espacios seguros para que los niños, los de todos, puedan crecer.
Por ello, no podíamos hablar solo para profesores y no dirigirnos también a padres, y podríamos haber incluido a médicos, y otras “células” que cuidan de los niños.
Nos emocionan los proyectos educativos donde todo un pueblo asume la misión de “llevar” a los niños al colegio: a la hora de entrar en el colegio, los niños pueden ir solos (dándoles poder y confianza) porque todo un pueblo a esa hora asume la misión de que el pueblo sea un lugar seguro donde los niños se sientan acompañados. Los tenderos salen a la puerta de sus tiendas y los saludan; los empleados de la limpieza del pueblo, por un momento, los cuidan y vigilan que crucen de forma segura; las personas de la tercera edad salen a la calle a acompañarlos. Es realmente inspirador. ¿Qué poso deja en estos niños esta experiencia?
Imaginamos una reunión de padres y profesores como un lugar de conexión entre las células del cerebro y del corazón, como un espacio azul donde poder comprenderse y compartir para lograr la armonía que un organismo necesita para prosperar de forma segura. Y lo imaginamos como una forma de inteligencia colectiva que nace de ir olvidando las individualidades, los apegos, los egos.
De esta forma, cada encuentro de un niño con un adulto de la comunidad donde vive ha de ser significativo. Cada adulto ha de despertar conciencia acerca de esta importante misión, de la influencia que los adultos tenemos en el mundo que cocreamos hoy y para el futuro de los niños.
Durante décadas se nos ha convencido de que lo importante era desarrollar liderazgo individual, y esto lo hemos entendido como individualismo, así que nos está llevando a una sociedad competitiva, que ha roto la principal regla de la armonía: la cooperación alrededor de un propósito común.
Nos llama la atención cómo muchos centros educativos exhiben sus premios de debate de sus alumnos, entendiendo el debate como una forma de ganar por medio de argumentos que superen a los del equipo rival. Pero luego se lamentan de vivir situaciones de tremenda rivalidad y pelea en sus centros. Por un lado, el gran valor es la cooperación, pero al mismo tiempo, sin darnos cuenta, se refuerza la rivalidad. Se nos olvida el debate como un lugar de encuentro donde poder comprender todas las perspectivas, poder integrarlas, abrir la mente escuchando otras formas de entender un mismo tema. Se nos olvida ofrecer a los niños un espacio de ejemplo, donde las células funcionan en armonía, donde padres, profesores, personal de apoyo, etc., cooperan sin competir.
En nuestros trabajos con equipos de profesores y equipos directivos, nos damos cuenta de que los egos, las separaciones, despistan del propósito común. Los límites quizá son necesarios para el funcionamiento (profesores de Matemáticas, de Lengua, padres de Primaria, de Secundaria, equipo directivo, profesorado), pero es preciso crear espacios de autoconciencia donde, con frecuencia, de tanto en tanto, volver a generar la reflexión interna que nos conecte con este propósito colectivo.
Las organizaciones donde existe una conciencia individual al servicio de algo común generan la armonía necesaria para que el aprendizaje de los niños pueda darse.
En una ocasión, los jefes de estudios de Secundaria y Bachillerato de un colegio discutían porque el de Secundaria se había dirigido al alumnado de Bachillerato debido a que estaba haciendo ruido o incumpliendo una regla del colegio, no lo recuerdo bien… y la jefe de estudios de Bachillerato se sentía ofendida porque su compañero se había metido en su terreno: “Esos son mis alumnos. Tú no tienes que decirles nada. Estás pisando mi trabajo”. …somos células de un mismo organismo y, si algo ayuda al propósito común, estará bien.
Es imposible que esto surja de una charla dada a los profesores o a los padres. Esto surge de una comunidad que a menudo se hace preguntas, se revisa y se conecta con su condición de célula de un organismo. Y para ello, estos espacios han de crearse y preservarse. Los espacios azules generan comprensión, cohesión, motivación…y liberan mucho del estrés vivido en el día a día, dan ligereza. La inteligencia colectiva tiene este efecto.
En los últimos años se ha impuesto la moda del mindfulness. Más allá de la moda, nosotras lo entendemos como un intento por introducir un estado de conciencia individual y colectiva, no solo para los niños, sino también para los adultos.
Es una forma de garantizar que hay un trabajo interno de reflexión individual y colectiva para que el organismo siga sano y funcionando en armonía. En una sociedad donde todo va tan deprisa, donde el individualismo parece la clave del éxito, es necesario crear el hábito de pararse y generar conciencia, para escapar de nuestros egos y volver a ser un montón de células cooperando.
Por ello, la pregunta será una de las claves de los espacios azules y, tal y como la proponemos, no es solo una herramienta para ayudar a los niños a crecer, sino una herramienta de autoconciencia para los adultos, sean profesores o familia.
Esa es la razón por la que nos gustaría que este fuera tu cuaderno de autoconciencia, de reflexión, y que así se convirtiera en un modelo de autoconciencia para los niños. Nos gustaría inspirarte para crear espacios azules allá donde estés.