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Capítulo uno Nuestro enfoque de las emociones

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En una ocasión, en un MBA internacional, me preguntaba uno de los alumnos, ¿tú lo que propones es poner pensamiento en la emoción?, es como si las emociones fueran malas y las tuvieras que suprimir con la mente, ¿no? Esto va en contra de todo lo que está de moda, que es poner las emociones por delante de todo.

Le respondí: simplemente es importante no quedarse atrapados y apegados a ellas. Las emociones que vivimos, como el aire y como lo que comemos, son alimento para el ser humano. Podemos digerir este alimento y servirnos para aprender y crecer o atragantarnos. Y poder digerirlas es poder pensarlas.


Cuando hablamos de despertar conciencia, de conectarnos, estamos hablando de conectarnos con el mundo interno, con lo que está por debajo de la superficie y que a menudo queda ahí, fuera de nuestra vista. Hablamos de poder poner luz en el mundo emocional de cada uno de nosotros, pero también del grupo familiar o del grupo de alumnos.

Por ello, queremos compartir contigo cómo entendemos ese mundo emocional, cómo vemos ese mundo que está por debajo de la superficie, que a veces nos resulta todo un misterio, quizá porque no hemos aprendido desde pequeños a pensarlo, a verlo.

Antes de aprender a preguntar, queremos compartir contigo de qué hablamos cuando hablamos de emociones, y por qué y para qué queremos utilizar la pregunta.

¿Qué dirías tú acerca de las emociones? Cualquier cosa que te venga a la cabeza, a tu estómago o a tu corazón, recógelo aquí. No se trata de acertar o de escribir una definición más o menos racional, sino de volcar cualquier reflexión, sensación o comentario que te surja alrededor de ese mundo emocional interno. Queremos construir este libro juntos con sus lectores, contigo.


Te contamos nuestro enfoque. Sabemos que la mente de los niños crece en respuesta a los cuidados emocionales que reciben de su entorno, principalmente de los padres y también de los demás cuidadores. Estos cuidados proporcionan un vínculo de seguridad que es el ambiente imprescindible para que se dé el intercambio emocional necesario entre niños y padres.

Los niños van desarrollando su personalidad a partir de la certeza de que son importantes para sus padres. Esta vivencia de ser importantes está muy relacionada con poder experimentar que sus padres se esfuerzan por comprender sus sentimientos, especialmente sus sentimientos más difíciles, relacionados con la rabia, la frustración, el miedo.

Una de las experiencias más importantes para que se dé un buen crecimiento en los niños es la seguridad de tener espacio en la mente de otros. No importa que haya fallos, no se trata de que los cuidados que reciben sean perfectos sino de que puedan experimentar una relación en la que la otra persona es sensible e intenta reparar los errores que puedan irse produciendo (Linda Cundy).

Este modelo de relación ayuda a los niños a desarrollar el sentimiento necesario de esperanza en que las cosas pueden cambiar si algo no sale bien a la primera; la seguridad de que no es el fin del mundo, de que, si uno puede esperar, las cosas malas se reparan.

Esta vivencia de seguridad entre padres y niño contribuye a que el niño pueda ir desarrollando un espacio interno lleno de confianza, cosas buenas e interés por el mundo. El niño necesita sentir que cuenta para otros, que son capaces de guardarlo y contenerlo en su mente. El resultado será que el niño ira adquiriendo la experiencia de que los padres saben hacerse cargo de los diferentes estados emocionales que él va experimentando.

En la medida en que ellos saben poner nombre y comprender las emociones del niño, dándoles espacio para ser contenidas (en el sentido de ofrecernos una especie de recipiente donde tienen cabida sus emociones), el niño irá aprendiendo a identificar también sus propias emociones. El resultado es que aprenderá a lidiar con ellas e ir modulándolas.

Lidiar adecuadamente con las emociones significa aprender a sentirlas sin que invadan todo nuestro espacio mental, aprender a no quedar atrapados en ellas. Es decir, significa aprender a entrar y salir de ellas, aprender a ser flexibles. Podemos experimentar una situación que nos haga sentir furia sin quedarnos metidos en ella para siempre, pudiendo experimentar después otros estados emocionales diferentes. Significa adquirir la capacidad de recuperarse.

Los bebés, por ese estado de vulnerabilidad con el que llegan al mundo, están muy en contacto con la experiencia de tensión o ansiedad. Son los cuidados emocionales de los padres los que los ayudan a calmar esta experiencia de ansiedad que, en la medida en que se va repitiendo, permite que el niño integre esas funciones de calmarse dentro. Lo que inicialmente hacen los padres, poco a poco, lo vamos incorporando dentro, y con ello vamos desarrollando una identidad fuerte. Es el vínculo inicial seguro lo que queda como una base estable en la construcción de la personalidad del niño que se va integrando en la propia personalidad como un organizador interno.

La experiencia de abrir conversaciones basadas en lanzar preguntas compartidas por el grupo familiar o educativo que proponemos en este libro reproduce este espacio, centrado en dar valor a la experiencia emocional del niño.

En la medida en que esta experiencia se repite en el tiempo, el niño interioriza la importancia de abrir espacios para comprender, y esto ayuda a desarrollar un hábito: el hábito de enfrentar las situaciones compartiendo lo que uno siente y de pararse a pensar para comprender.

A lo largo de la infancia, los niños también aprenden algo fundamental: a desarrollarse como personas, a través de sentirse parte integrante de una comunidad. Desde el vínculo que van estableciendo con los padres al principio, y con el resto de los cuidadores, después, los niños van desarrollando las habilidades de empatía, de comunicación, etc. que caracterizan al ser humano. No son capacidades que vienen dadas, sino que van a depender de la calidad de los vínculos emocionales que se vayan estableciendo.

Un niño que se siente cuidado incorporará la capacidad de cuidar, un niño que se siente comprendido incorporará la capacidad de comprender, un niño que se siente escuchado incorporará la capacidad de escuchar. Para poder dar es preciso primero recibir.

El vínculo va definiendo las capacidades de pensamiento. Y estas capacidades de pensar y sentir dependerán de la creación de un vínculo genuino donde el otro pueda sentir que es importante. Las emociones son el caldo de cultivo que permite el desarrollo de las capacidades en el niño. Estas emociones surgen siempre dentro de la relación con otros.

La seguridad, predominante o no, en estas relaciones primeras marcará la diferencia entre personas que se sentirán muy conectadas con su mundo interno, con sus necesidades y con los demás, personas en contacto con sus emociones y su capacidad de expresarlas y comprenderlas, y personas a las que esto no les suceda. Habrá otro tipo de personas más vinculadas con la desconexión emocional: con dificultad para sentir, reconocer, expresar y comunicar emociones, desconectadas de su mundo interno de necesidades y de los demás, con poco contacto emocional con el mundo externo… o personas que quedan a menudo atrapadas en sus emociones, sin capacidad para poder poner pensamiento en ellas.

El niño que no experimenta ese vínculo imprescindible de seguridad dentro de la relación con otros se retira cuando sus necesidades emocionales básicas no son recogidas y contenidas. Se replegará, romperá el deseo de conexión con otros como parte fundamental de su crecimiento como ser humano.

Contribuimos a que lo niños crezcan emocionalmente sanos cuando nos relacionamos con ellos desde el entorno de la familia y de la escuela, buscando la manera de crear espacios seguros que les permitan sentirse tenidos en cuenta. Esto ocurre cuando generamos conversaciones que abren espacio para compartir lo que uno siente, las emociones que uno experimenta, no solo lo que uno hace; cuando procuramos momentos de conexión emocional en la relación con ellos; cuando nos interesamos por todas las dimensiones que constituyen su identidad: cognitivas, emocionales, relacionales, conductuales, etc.

Hasta aquí hemos puesto más nuestro foco en lo que ocurre o debería ocurrir dentro de las familias para que los niños crezcan emocionalmente sanos.

Si nos enfocamos ahora más hacia los colegios, en cómo los colegios cuidan esta parte emocional de los niños, afortunadamente, en el mundo educativo se valora cada vez más la atención a la dimensión emocional de los niños y de los jóvenes como algo esencial en un crecimiento integrado como seres humanos, donde no solo importa la parte intelectual de su desarrollo.

Cada vez más, los colegios integran en sus programas conceptos de inteligencia emocional e intuición. Atender al desarrollo de la inteligencia emocional será en sí mismo necesario para la vida y, de manera muy especial, para el aprendizaje, ya que el aprendizaje en sí despierta múltiples ansiedades tanto en niños como en adultos.

En el proceso de aprendizaje surgen numerosas emociones asociadas a la propia tarea de aprender, a las relaciones con profesores y adultos, y con los compañeros de aprendizaje. Por ello, junto al aprendizaje en sí de los contenidos académicos, en el proceso de aprender los niños necesitan desarrollar esta inteligencia emocional para poder nombrar, comprender y trabajar las emociones propias del aprendizaje: alegrías, frustraciones, miedos a no llegar, a no ser aceptados, ilusiones, expectativas, pérdidas, emociones asociadas a los cambios, a los conflictos, rivalidad, soledad…

El riesgo es que todo este mundo emocional, sin un desarrollo de la inteligencia emocional, bloquee el aprendizaje y, por tanto, el crecimiento. En todas las etapas se hace necesaria la inteligencia emocional, porque todas las edades tienen sus ansiedades específicas. Crecer es ir atravesando cambios y los cambios nos ponen en contacto con una sensación de incertidumbre. Acompañar a los niños en la gestión de sus emociones y a desarrollar la inteligencia emocional los ayudará a nombrar y comprender lo que les ocurre a ellos y a los que les rodean. Se trata de que aprendan a no quedarse atrapados en todas esas emociones.

En nuestro trabajo acompañando a los centros educativos a desarrollar capacidades y competencias emocionales, observamos que la importancia de desarrollar inteligencia emocional está bastante asumida, al menos en teoría. También es cierto que aún nos encontramos profesores especialistas que nos dicen escépticos: “¿Yo me tengo que ocupar de la inteligencia emocional, si yo soy profesor de Matemáticas?, “no tengo tiempo, si no, no me da para cubrir toda la programación”, “este niño necesita refuerzo en matemáticas”, sin ver si por debajo del bajo rendimiento hay algo que bloquea el aprendizaje de las matemáticas.

Otras veces nos dicen: “Yo trabajo mucho las emociones: en la asignatura de valores nombramos las emociones y aprendemos a reconocerlas”.

En ocasiones, es difícil dar a los alumnos y a nuestros hijos algo que quizá a nosotros no nos dieron. Los adultos que acompañamos a los chicos en su crecimiento no siempre hemos tenido este desarrollo de la parte emocional en nuestras familias o en nuestros colegios. Es ahí donde, a menudo, el profesorado y las familias se encuentran con pocos recursos. Ante esto, las reacciones son muy diversas:

• Enseñar inteligencia emocional a los chicos en la teoría, donde se explica la importancia de expresar las emociones propias, poder pensarlas, comprender las emociones de otros.

En estos casos puede quedar muy claro qué es inteligencia emocional, pero la gran pregunta es ¿cómo?... ¿cómo la desarrollamos en el día a día?

• En ocasiones, vemos cómo el trabajo en inteligencia emocional se reduce a la etapa de Infantil, como si a partir de Primaria o en Secundaria y Bachillerato no existieran ansiedades asociadas al aprendizaje o al mero hecho de crecer. De repente, los contenidos y la propia ansiedad por que los niños lean, escriban o completen el currículo hace que cambien las prioridades y el desarrollo de la inteligencia emocional quede en segundo plano.

• Otras veces, se trabaja la inteligencia emocional en espacios separados de otras asignaturas, como algo que solo tiene sentido en las asambleas de Infantil o en las tutorías.

Esto ya es un gran avance, por supuesto. El riesgo es mantener la inteligencia emocional en un apartado que no tenga nada que ver con el aprendizaje académico, como sucede en los siguientes casos:

• Normalmente, se trabaja lo emocional como algo separado del proceso de aprender…y lo que un profesor puede hacer por sus alumnos es trabajar todo lo emocional que genera el aprendizaje: ganas, dificultad, la duda de si podré o no podré, aburrimiento, entusiasmo, rivalidad, diversidad…

• A menudo nos encontramos con adultos que hablan de la inteligencia emocional de sus alumnos o de sus familias, pero a la hora de mostrar inteligencia emocional ellos mismos, ante situaciones de ansiedad, no tienen los recursos necesarios. Así, los adultos hablamos de inteligencia emocional, pero a menudo no somos un ejemplo de madurez emocional.

• En ocasiones, los profesores nos dicen que no se atreven a trabajar las emociones de los alumnos por si se descontrola la situación. Mejor dejar las emociones debajo de la alfombra, porque temen que abordarlas pueda ser una bomba. Lo cierto es que dejarlas debajo de la alfombra hará que estén influyendo en el aprendizaje. No se trata de esconderlas, sino de tener los recursos necesarios para trabajar las emociones de forma estructurada: ni explotan ni se esconden. Nos cuentan muy a menudo sus miedos a que el grupo quede atrapado por la pena, la rabia, la euforia, y que se les vaya de las manos. Nos hablan del miedo a abrir la caja de los truenos.

• Con frecuencia, también, los padres no nos damos cuenta de que las dificultades académicas no siempre tienen que ver con el colegio o con los profesores, sino con nosotros y nuestro modo de afrontar el aprendizaje de los hijos, con nuestra manera de relacionarnos con sus emociones y ansiedades, sus logros y fracasos, sus preferencias, su propia evolución…

Lo que queremos proponerte en este manual es un recurso estructurado y de fácil utilización para desarrollar inteligencia emocional en todas sus facetas, de una forma experiencial, no teórica: las preguntas.

El futuro que emerge nos lleva a la necesidad de familiarizarnos con la incertidumbre, con lo que Morton denomina “el forastero desconocido”. Por ello, la capacidad de hacernos preguntas y dejar que emerjan las respuestas como pequeñas burbujas de aire, será nuestro rasgo de evolución más significativo.

¿Qué ganaréis los chicos a los que acompañas, ya sean alumnos o hijos, y tú?

Beneficios
Para alumnos o hijos Desarrollar: • Inteligencia emocional. • Poder interno y responsabilidad. • Sentimiento de pertenencia, cohesión. • Autoestima. • Autonomía. • Motivación. • Rendimiento académico. • Autoconocimiento, empatía. • Consciencia, despertar.
Para profesores, padres y adultos en general • Aplicar una forma estructurada y fácil de desarrollar inteligencia emocional en los chicos. • Fortalecer el vínculo con ellos, conectando a un nivel profundo. •Mejorar el rendimiento académico •Mejorar la motivación de los alumnos. •Desarrollar la propia inteligencia emocional, despertando también autoconciencia. •Perder el miedo a trabajar lo emocional.

Hagamos referencia por un momento a los cinco aspectos que Goleman describe como inteligencia emocional, ya que son conceptos más o menos conocidos y aceptados:


Si hablamos de autoconciencia hablamos de crear espacios donde la emoción no es tratada como adecuada o no, no es juzgada, sino que, simplemente, tiene un sitio para ser nombrada y pensada. Se trata de propiciar espacios donde los chicos conecten consigo mismos y con su experiencia real en su proceso de aprender y crecer, donde sus intervenciones sean verdaderas porque es lo que han decidido expresar. Será una forma de crear el hábito de convertirse en un observador de uno mismo, y de las emociones propias y ajenas, con la distancia y libertad necesarias para poder mirar y nombrar las emociones sin miedo.

Uno de los síntomas que podemos ver a veces en los chicos es un estado de desconexión emocional: se quedan desconectados de su pasión por aprender, de sus propias ilusiones, necesidades, dificultades; desconectados de los demás, del mundo.

Se trata de crear oportunidades para que conecten con su propia experiencia, lo que les dará la habilidad de mirar hacia dentro y encontrar ahí sus recursos, de construir una intuición y un poder interno fuertes.

Centrémonos en las emociones que genera en los alumnos el proceso de aprender, en el ámbito académico. Los adultos podemos hablarles de emociones o (y esta es nuestra propuesta) podemos generar espacios azules donde cada uno aprenda a expresar y escuchar las emociones asociadas al propio aprendizaje en todas sus facetas, y no de forma puntual, sino como hábito y forma de que las emociones tengan su sitio a lo largo de todo el camino. Hablamos de las emociones asociadas a estos tres aspectos:

• La tarea de aprender en sí misma.

• La relación con los adultos y figuras de autoridad y el liderazgo en su proceso de aprender.

• Las relaciones con los iguales en ese proceso de aprender.

Si abordamos la autorregulación, podemos hablarles de cómo deben comportarse o llenar hojas y hojas con normas y sanciones (que, por supuesto, son necesarias para la convivencia). Pero, de forma más efectiva, podemos delegar en ellos la capacidad de poner pensamiento en las situaciones que les superan, en los conflictos, en aquello que les preocupa, generando esperanza y capacidad.

Los adultos estamos tan acostumbrados a resolver sus situaciones conflictivas que sin darnos cuenta matamos la capacidad de crecer en este terreno. A menudo, solo se nos ocurren actuaciones que tienen que ver con normas o con pensar por ellos qué deben hacer. Perdemos la oportunidad de utilizar las situaciones de conflicto, dificultad y bloqueo como momento crucial de aprendizaje social y emocional.

Si hablamos de motivación, a menudo recurrimos a nuestras propias energías, a nuestra capacidad de transmitir entusiasmo, a vídeos y charlas, a motivar a los niños “desde fuera”. Esto puede ayudar, pero quizá perdemos la oportunidad de desarrollar en ellos la capacidad de automotivarse. Lo que más puede motivar a un niño es sentir que tiene un sitio propio, que es escuchado sin ser juzgado, que es comprendido y que forma parte de algo más allá de sí mismo, que la fuente más poderosa de motivación es la que surgirá de su interior, de su propia experiencia y curiosidad, de “sentirse digno de descubrir el mundo”.

El recurso que proponemos tiene que ver con esta motivación que surge de dentro del propio niño, de una conexión con su propia experiencia, su propio criterio, su capacidad de explorar dentro de sí mismo, y de conectar estos descubrimientos con los de sus profesores, compañeros y familia.

Si hablamos de empatía, no se trata de dar una charla acerca de la empatía, sino de generar espacios y estilos de relación que garanticen la experiencia de sentirse comprendidos y poder ser sensibles y darse cuenta de lo que los otros sienten. Se trata de generar la experiencia profunda de poder nombrar lo que otros sienten y hacerles sentirse comprendidos.

Si hablamos de habilidades sociales, nos referimos a vivir experiencias donde la escucha, el respeto, el poder interno, la cohesión, la rivalidad, el conflicto no son conceptos teóricos, sino que son vividos, de forma individual y grupal, generando aprendizaje social y emocional. Parece que la rivalidad, la pelea, el conflicto, son temas que se deberían frenar cuanto antes porque nos asustan las consecuencias. Pero, además, son ocasiones únicas de aprendizaje social, donde los propios chicos pueden tejer una red de pensamiento colectivo que abre ventanas para comprender y reparar.

Nuestra propuesta es crear espacios azules donde utilizar las preguntas como un recurso sencillo al alcance de todos, acompañando a los chicos en las emociones que influyen en su proceso de su aprendizaje, y que nos servirán a los adultos para hacer más consciente nuestro papel en sus vidas.

La pregunta nos coloca a nosotros en un lugar que potencia el aprendizaje, ayuda a crecer, a desarrollar poder interno, autonomía, autoestima, motivación por aprender, cohesión. Y, sobre todo, coloca a los niños en el centro.

Finalizamos este capítulo proponiéndote algunas preguntas.


• ¿Cuál ha sido tu mejor y tu peor experiencia de aprendizaje emocional?

• ¿Qué emociones propias te resulta fácil compartir?, ¿y cuáles te resulta más difícil compartir?


• Busca un ejemplo concreto de una situación en la que te sentiste emocionalmente conectado con un grupo de personas de una forma especial


• Como adulto que acompaña a los niños a crecer, ¿en qué crees que eres un buen modelo de madurez emocional?, ¿qué reto tienes aún por delante en términos de inteligencia emocional que te permita ser un mejor modelo para los chicos?

Aprender a preguntar

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