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¡Ay, Gloria! Watching every motion
In my foolish love´s game

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Cuando cumplió sus dieciséis años, una tarde de octubre, su padre, Fernando Garzoni, organizó una cena en lo de su amigo Gordo. Serafita fue arrastrada de mala gana pero cuando Gloria abrió la puerta, la joven vio el escote y los ojos iluminados de la triste Gloria y en ese momento supo que nunca iba a amar a nadie más, y fue cierto.

Se sentaron en la mesa y Serafita, a pesar del impacto, no pudo evitar su ritualidad, tal vez para calmar los nervios que ya se le notaban, e imaginó a todos los comensales muertos, decapitados, quemados, hemorrágicos, pero a Gloria no.

A Gloria la dejó viva.

Ahí mismo la imaginó, o más bien la vio, desnuda, gorda, estriada y se mojó. La vio dotada de los más altos poderes subterráneos, la vio Afrodita, no la griega, la de Mazinger Z, lanzando sus tetas enormes hacia ella como un encanto precioso, y sintió ahogarse en todos los jugos de sus cavidades que serían de aquí en más el refugio donde estaría a salvo del mundo. Hermosa Gloria, nínfula madura de sus perversiones, perfecta Gloria, iluminada por la iridiscencia de sus uñas postizas, tesoros sádicos que aguardaban ser descubiertos. ¡Ay, Gloria!, ¡Gloria! ¡Gloria!

Fue epifánico.

Después de ese 5 de octubre, la razón de su vida fue Gloria y desde entonces ocupó sus tardes masturbándose e ideando todas las formas posibles para acercarse a la que convertiría en su amante. “Papá, te acompaño”, “quiero aprender todo de la Guerra Gringa, dale, papá”. Papá, que ya sabía que su hija era rara y tenía pocos amigos, pensó que podría ser buena idea. Además, podría mantener su affaire encubierto.

Fue una tarde fría de junio. Garzoni y Gordo estaban encerrados en el lavadero y Serafita se animó a acercarse a Gloria por primera vez. Gloria mordía el cigarrillo mientras lavaba los platos con la radio prendida. La joven tomó impulso y la abrazó por atrás y la apretó hasta hacerle doler. “Te amo”, le dijo, y Gloria que supo que era la dulce Sefi, “Sefi, mi hermosa niña”, se dio vuelta y besó a la virgen de Serafita, tan suave, que era como si crearan todo lo que existía mientras se tanteaban, se tocaban, se besaban, se chupaban. Las dos sabían que los hombres estarían ocupados al menos una hora más, siempre lo hacían, y entonces tendrían tiempo de acabar las dos. ¡Ay Sefi!, Sefi, ¡Serafita!

Tres años después Gloria le dirá: “Vida mía, lo nuestro no es posible”, y se quedará con Marta, su vidente. Serafita tendrá para entonces diecinueve años y un corazón roto, razón que la llevará a sumarse a la guerrilla del Gran Chaco. Durante once años recibirá duro entrenamiento militar, adquirirá las más sofisticadas destrezas amantes y será estandarte de la lucha de resistencia y liberación popular contra el colonialismo norteamericano. Nunca más volverá a amar a mujer alguna.

La insurgencia cochina

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